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La instalación del gobierno de ocupación en Asunción en 1869 supuso un gran juego de cintura política de los paraguayos sobrevivientes de la Guerra de la Triple Alianza. El país había sido literalmente tomado por los aliados vencedores, sus pueblos arrasados y Asunción saqueada e incendiada, dejando nulas posibilidades de resistir.
Una década después de la retirada del ejército aliado, un episodio diplomático desató, sin proponérselo, manifestaciones populares por la memoria.
¿Cómo reconstruir las relaciones internacionales después del mal sabor que había dejado la guerra? ¿Cómo presentarse ante un pueblo que seguía herido y llorando a sus ausentes? Cualquier abrazo posible de consuelo sería rechazado con rabia; pero había algo, una sola cosa que podría devolver, aunque fuera momentáneamente, el cuerpo del hijo caído en el campo de batalla: sus objetos más queridos, el sable, la lanza, el birrete, el fusil que él tuvo en sus manos antes de caer herido.
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Dos décadas antes de que se fundara el museo más emblemático de la posguerra –el Museo de Bellas Artes, abierto en 1909–, se vivió una experiencia museológica colectiva que tocó la fibra íntima de toda la ciudadanía, por su espectacularidad, tomando la vía pública y alterando la monotonía de la larga siesta paraguaya por quince días.
El espectáculo de los trofeos de guerra
En 1885, por una hábil gestión de José Segundo Decoud ante el presidente uruguayo Máximo Santos, ambos masones, y el soporte diplomático de Matías Alonso Criado, representante de Paraguay en Montevideo, el Uruguay decide devolverle al Paraguay los trofeos capturados durante la contienda de la Triple Alianza.
Cuando el presidente uruguayo Máximo Santos redacta el pedido de devolución de trofeos de la guerra del Paraguay en 1885, expone sus motivos al Congreso oriental:
«Los trofeos de guerra arrancados de las manos de los héroes moribundos, cuyos semblantes reflejaban en vez del rencor y el odio al hermano vencedor, la conciencia del cumplimiento del deber impuesto por la fatalidad» (1).
Y para que no quede duda de su significado, Santos explica la función de dichos trofeos:
«…esos objetos no tienen celebración posible en nuestros museos y deben ser devueltos al noble pueblo que los sostuvo con gloria inmarcesible, aun en la hora suprema de su agonía».
La devolución de los trofeos se organizó con gran espectacularidad y tuvo ecos en la prensa de ambos países. La puesta en escena estuvo cargada de símbolos, resucitando al propio Artigas para que «regresara» al Paraguay con las manos llenas: se dispuso que los trofeos viajaran en el buque de guerra General Artigas, escoltado por el General Rivera. Las más altas autoridades uruguayas de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y una centena de oficiales militares acompañaron los objetos del Paraguay que en Montevideo se guardaban en el Museo Nacional.
Durante el viaje hubo todo tipo de celebraciones de recepción en los puertos donde recaló la expedición hasta llegar a Asunción.
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En Asunción, el presidente Bernardino Caballero firmó un Decreto designando el día domingo 31 de mayo a las 10 de la mañana para el desembarco y recepción de los trofeos. Se organizó una Comisión de Trofeos, bajo la coordinación de Francisco Rivas, Pedro P. Caballero, Dionisio Loizaga, Fernando Riquelme y Cecilio Báez, encargada de organizar una marcha de acompañamiento, invitando a diversas corporaciones a las que se pidió que estuvieran en el Puerto una hora antes de la llegada. Se repartieron cintas de colores patrios para los invitados.
Cumpliendo con el programa, al bajar al puerto los trofeos fueron exhibidos, escoltados, avanzando en una columna central, a la vista de una multitud jubilosa que celebraba su llegada y al son de bandas militares; a cierta distancia aguardaba una columna en formación, para dar la bienvenida, integrada por el batallón con la banda de música, las corporaciones civiles, varias sociedades, el colegio nacional, el seminario conciliar, las escuelas municipales y particulares.
Se cantaron los himnos nacionales de Paraguay y de Uruguay, y se inició la marcha por las calles Colón, Palma, hasta bajar hacia el Palacio de Gobierno (hoy Centro Cultural de la República El Cabildo).
El desfile se organizó en el siguiente orden: el Batallón, en columnas, con la banda de música a la cabeza. La Comisión de Trofeos, con las banderas, precedida por un piquete de 20 hombres y seguida de otro piquete y banda Oriental uruguaya. A continuación, los empleados públicos de los tres poderes del Estado, y de la Municipalidad. Sociedades llamadas Verdaderos Artesanos, Artesanos del Paraguay, Sociedad Francesa, Sociedad Italiana, Sociedad Española, Sociedad Portuguesa, Sociedad de Socorros Mutuos, La Lira y las Romerías. Le siguieron miembros del Colegio Nacional, del Seminario Conciliar, y los colegios municipales.
Una vez recibidos los trofeos con discursos, hubo salva de cañonazos y colocación de coronas de flores a los trofeos, preparadas por las Juntas de Beneficencia de mujeres.
Una población espontánea se sumó para acompañar la colección histórica hasta el Palacio de Gobierno, y su exhibición final en el Ministerio de Guerra. Fue la primera experiencia laica masiva donde no solo participaron los grupos invitados, sino que la gente se autoconvocó para ir en procesión a celebrar un motivo no litúrgico, donde los objetos sagrados que iban en las carrozas no eran imágenes de iglesias, sino banderas y armas, trofeos de guerra restituidos.
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Durante varios días la gran comitiva oriental encabezada por el ministro de Guerra y Marina, general Máximo Tajes, recibió todo tipo de visitas y homenajes y condecoraciones, seguidos de bailes oficiales y populares. Hay registro de serenatas improvisadas por simples ciudadanos durante toda la estadía de la comitiva uruguaya.
Nicolás Granada, secretario de la comitiva oficial uruguaya, escribió al día siguiente a su presidente, Santos:
«Anoche hemos sido objeto de una espléndida manifestación popular, encabezada por lo más distinguido de esta sociedad. La casa en que habitamos, las calles adyacentes, todo estaba lleno de un pueblo numeroso y entusiasta que vivaba a nuestra República… era un desborde inmenso de entusiasmo caracterizado por la espontaneidad vehemente y calurosa de este patriótico pueblo».
Y describe los actos públicos llenos de…
«…conmovedoras y sentidas palabras, interrumpido cada momento por los vítores de la multitud y los acordes de la banda de música que acompañaba la manifestación. Esto duró hasta la una de la mañana recorriendo las calles de la ciudad».
Mujeres, hombres y niños se agolpaban para visitar los trofeos devueltos, exhibidos en el salón del Ministerio de Guerra. Fue una experiencia museográfica masiva, y la prensa se hizo eco de las reacciones femeninas y masculinas de emoción y llanto al ver las banderas recuperadas con rastros de sangre. Fue un impacto que reabrió dolores sepultados quince años atrás, lágrimas reprimidas por las urgencias impuestas por el hambre y la necesidad de trabajar para levantarse de las cenizas.
En los muchos discursos que intercambiaron orientales y paraguayos en los días sucesivos, en Humaitá, Pilar, Asunción, Trinidad, Pirayú, entre otros sitios, en ceremonias oficiales y en reuniones sociales, los oradores se esmeraron en dar un tono positivo al encuentro, evitando mencionar las causas de la pasada guerra y exaltando los valores de patriotismo de los pueblos en el cumplimiento de sus sagrados deberes, en demostración de valentía y honor. Basaron su reconciliación en redefinir la guerra, cambiando su sentido trágico por «un martirio sagrado» que colocaba al pueblo en una consideración de privilegio, cuyo valor era admirado por todas las naciones.
Pero más allá de los discursos preparados, las elites de ambos países se vieron sorprendidas y sobrepasadas por el arrebato pasional de la población frente a dichos objetos de guerra, destinados como estaban a oscuros salones de museos.
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Tal fue la reacción de la población local, que el Ministerio de Guerra del Paraguay se vio obligado a prolongar la exposición, ya que el culto popular había transformado el lugar en un museo donde se improvisaba un altar de la patria para venerar las reliquias recién llegadas. Un altar laico cuyos sumos sacerdotes de la nueva intelectualidad proclamaban los sagrados valores de la libertad y la razón.
Hay un contraste muy marcado entre el museo visitado por «familias distinguidas» que fundaría Juansilvano Godoi en 1909 y este museo móvil popular en procesión que paseaba a la luz del día los trofeos de la guerra de la Triple Alianza, en medio de actos masivos animados por bandas de música, salvas de cañonazos, con la población escolar, de boy scouts y gremial en las calles.
Posiblemente haya sido el museo circulante más largo y emocionante de la historia del Paraguay. Una puesta en escena de catarsis colectiva sin precedentes.
Notas
(1) Grau, Jaime. Recopilaciones periodísticas, abril a junio de 1885. Recepción de los trofeos de guerra de la Triple Alianza por parte de la República Oriental del Uruguay al Paraguay. Portal Guaraní, 2014.
*Alejandra Peña Gill es museóloga (Instituto Argentino de Museología), con especializaciones en la Bibliothèque Nationale de France y el Archivo Nacional de Seúl, investigadora en historia, escritora y podcaster. Ha publicado los poemarios Ñanduti selvagem (Asunción, Yiyi Yambo, 2008) y Exégesis (ganador del premio Emily Dickinson-Gladys Carmagnola 2020, otorgado por el CCPA).