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En el año 1979 viajé por primera vez en barco por el río Paraguay desde Asunción hacia el norte, para llegar al pueblo de Carmelo Peralta, frente a la región de Mato Grosso (Brasil). Fue un viaje fantástico e inolvidable de tres días y tres noches. En las cercanías existían y aún existen grupos de indígenas ayoreos, conocidos anteriormente como moros o pyta jovai y temidos por los pobladores de la zona por su pasado envuelto en luchas, venganzas, desconocimientos recíprocos.
Me fui a vivir a las aldeas ayoreas y pasaba la noche sentado junto al fuego, contemplando cuidadosamente los rostros iluminados por la luz de las llamas: ojos profundos e interrogantes, movimientos escasos o lentos, pocas palabras y silencios interminables. El silencio eran palabras y el silencio era una forma de comunicación profunda. En ese tiempo yo no sabía ninguna palabra en lengua ayorea; necesitaba siempre un traductor ayoreo. En esos largos silencios, mi mente recorría los textos clásicos que había leído en mis estudios antropológicos en Londres. Estaba yo imbuido del funcionalismo de Malinowski, cuyo ensayo Magia, ciencia, religión me había suscitado muchas preguntas.
Quería descubrir, en el caso específico de los ayoreos, si se pueden establecer confines claros entre estos tres conceptos: magia, ciencia, religión, o si las fronteras conceptuales son débiles, parcialmente sobrepuestas, interactuando entre sí, o confusas. Después de más de cuarenta años desde aquel primer encuentro, todavía no he avanzado mucho, pero descubrí que existen casos particulares que se pueden aplicar a lo universal.
Aprendí de Malinowski a salir del restringido ámbito académico para participar de la vida del pueblo, para observar participando y participar observando. Aprendí que lo que he visto y experimentado, analizándolo y comparándolo con lo que se ha escrito sobre otros pueblos, permite llegar a analogías sorprendentes. He aprendido a mirar a los hombres y mujeres en su vida cotidiana sin buscar consensos o divergencias con lo que había leído en los libros; más bien he seguido este proceso: mirar a los pueblos, leer los libros y volver otra vez a mirar a los pueblos.
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El tema de la magia, la ciencia, la religión y el chamanismo me ha parecido siempre fascinante, como una clave insustituible de lectura e interpretación de la cultura de todos los pueblos.
En mi primera velada alrededor del fuego en el Chaco, en la quietud y el silencio de una calurosa noche de verano, de improviso llegó a mi oído el canto lejano y monótono de una chamana, una especie de lamentación acompañada del sonido de una maraca. Ante mi visible sorpresa, el traductor me dijo: «Es el canto terapéutico de una chamana; hay espíritus malos que merodean la aldea y ella los está alejando». Ese mundo de espíritus, de temores, de propiciaciones, de lucha contra la disgregación y contra el mal tiene un alcance universal. Lo encontramos en todas las culturas y religiones; lo encontramos hasta en la contemporaneidad, entre los que se declaran agnósticos o indiferentes a cualquier creencia que trascienda lo mensurable y material.
Los fantasmas de las angustias, de las enfermedades, de lo imponderable y de lo no controlable, incluyendo el temor al cambio climático, hacen que las personas de hoy, aún en las grandes ciudades industriales, acudan a medios y técnicas que ayuden a neutralizar las negatividades y restablecer un cierto orden personal, familiar y social.
El fenómeno del chamanismo entre los pueblos originarios de América Latina y otros continentes debe ser considerado con suma atención para descubrir su función en las comunidades, sus éxitos y también sus límites.
Fue para mi sorprendente constatar cómo los mitos jugaban un papel sumamente importante en la vida de los ayoreos, especialmente entre las personas de mediana edad para arriba; los mitos, que deben distinguirse de los cuentos o relatos o leyendas por el hecho de ser cuentos sagrados de una tribu, cuyas palabras son fundantes para los comportamientos morales, para los rituales, para las relaciones cotidianas y para la misma organización social, política y económica del grupo. Esta relación entre mito y vida es una característica que se extiende a todos los pueblos originarios. Según esta interpretación, el mito es considerado un cuento sagrado y un auténtico registro histórico del pasado.
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Entre el mito y la religión hay estrecha relación, como reconocieron psicólogos o sociólogos como Durkheim; mito, religión y moral se sostienen recíprocamente y marcan pautas de convivencia armónicas. Es en la búsqueda de esa armonía o en la reconstrucción de la armonía perdida que se injerta y actúa el chamanismo.
El chamanismo es un fenómeno muy complejo, muy arcaico, que puede ser abordado de diferentes maneras. En forma muy superficial, se quiere a veces confundir el chamanismo con la magia o la brujería o con creencias religiosas o con ocultismo o con fenómenos extrasensoriales y parapsicológicos. No falta quien relaciona el chamanismo con enfermedades mentales o psicológicas. De todos modos, el fenómeno es tan antiguo que ha siempre interesado a todos los pueblos del planeta hasta nuestros días, y puede ser investigado desde el punto de vista de la psicología, de la medicina, de la sociología, de la antropología y de la religión.
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El psicólogo notará en el chamán probablemente una alteración provisoria del equilibrio psíquico porque existe un vuelo extático donde se produce una ruptura entre lo visible y lo invisible, entre lo tangible y lo intangible, entre lo sagrado y lo profano.
Al sociólogo le interesará saber cuál es la función social del chamanismo y cuáles son sus relaciones con los miembros de la comunidad, con las autoridades políticas y religiosas.
Al antropólogo le interesará ubicar el chamanismo dentro del contexto cultural, analizando el significado de los gestos, de los símbolos, de las palabras, de los cantos.
Finalmente, al historiador de las religiones le interesará recoger todos los aportes de los especialistas anteriormente mencionados para descubrir qué significa el fenómeno del chamanismo, qué queda del chamanismo mas allá de los hechos históricos; desde este punto de vista, se descubrirán el valor hierofánico de las manifestaciones y el valor trascendente de los sucesos chamánicos.
La confusión entre los términos: curandero, hechicero, mago, médico práctico, santón, sacerdote, hace que se utilice el término chamán para separar y esclarecer esta figura, aunque puede ejercer funciones mágicas o espirituales o médicas.
Empecemos por reconocer que el término chamán históricamente procede de los indígenas tungus de Siberia, que el fenómeno del chamanismo se difundió en Asia central y septentrional y que se ha encontrado en otras regiones, como América del Norte y América del Sur, Indonesia y Australia.
Una primera consideración, que, por cierto, no agota la función de un chamán pero que la ilumina y la separa de otras formas similares, es reconocer que el chamán posee capacidad de éxtasis, de vuelo extático; o sea que su alma o espíritu puede temporalmente abandonar su cuerpo para penetrar en otra dimensión, que podríamos llamar la Dimensión de Arriba (Cielo) o la Dimensión de Abajo (Infierno). El chamán, en esas otras dimensiones, tiene espíritus auxiliares de los que dispone libremente, sea para el bien, sea para el mal.
Él no es poseído por los espíritus, sino que los domina, los manipula, utiliza sus fuerzas para lograr lo que se propone. El chamán es un hombre que domina y que no es dominado.
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Los chamanes, como sostiene Mircea Eliade, son elegidos y tienen acceso a una zona de lo sagrado inaccesible a los demás miembros de la comunidad. Sus experiencias extáticas han ejercido y ejercen gran influencia en la ideología y la mitología religiosa de los pueblos. Los chamanes no son los creadores de las religiones, sino que, dentro de las religiones tradicionales, poseen carismas especiales. Así como en el cristianismo, el fenómeno del misticismo se limita a algunas personas.
Por otra parte, las experiencias religiosas de los diferentes pueblos aparecen siempre mezcladas, como un conjunto de manifestaciones mágicas, místicas, milagreras, chamánicas, etc.
Existe un lenguaje secreto que permite al chamán comunicarse con los espíritus, y este lenguaje se compone de palabras, fórmulas y cantos. Frecuentemente ese lenguaje tiene mucho que ver con los gritos de los animales, y por eso el chamán debe aprender a imitar los sonidos de los pájaros y otros animales de la selva.
Los atuendos chamánicos deben ser muy cuidados para utilizar todas las fuerzas disponibles de los espíritus; los ornamentos ornitológicos ocupan un lugar preponderante, y también el simbolismo del esqueleto, el renacimiento de los huesos, las máscaras chamánicas, el tambor chamánico y otros utensilios que varían de grupo en grupo.
He asistido numerosas veces a curaciones obradas por chamanes ayoreos, en un clima de profunda expectativa, cargada de misterio y curiosidad. El chamán suele ingerir zumo de tabaco o fumar la pipa.
Esto tiene el poder de generar en el chamán una separación entre el cuerpo y su oregate, su alma profunda, su conciencia. En esta disociación y liberación del alma del cuerpo, se hace posible el vuelo o trance chamánico. El espíritu del chamán se separa temporalmente del cuerpo para acceder a otra dimensión donde encontrará realidades poderosas, espíritus auxiliares, seres telúricos, celestes y acuáticos, animales, personas, plantas y otras fuerzas disponibles para el chamán; él deberá discernir, elegir y decidir a quién acudir, de acuerdo al tipo de enfermedad. Es un viaje que conlleva esfuerzo, riesgo, cansancio mental y físico.
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El tabaco es fundamental para la iniciación del chamán ayoreo. Si la ingestión del líquido de tabaco crudo produce rechazo, vómito, malestar grave, el candidato no es apto para la profesión de chamán. Pero si supera la prueba, significa que podrá ejercer ese importante oficio.
En más de cuarenta años de contactos con los ayoreos, he conocido a varios chamanes, lamentablemente ya casi todos fallecidos; pero no conozco un solo caso de alguien que haya entrado en estas últimas décadas a la profesión del chamán. Más de una vez pregunté por qué no hay jóvenes que accedan al chamanismo. Las respuestas se pueden dividir en dos grupos según las franjas etarias. Los ancianos responden que esto es una gran pérdida para el pueblo ayoreo; consideran que la desaparición de los chamanes conllevará la incapacidad de enfrentar los males que acechan a las comunidades ayoreas; y por ende podría producir la extinción del mismo pueblo ayoreo.
Las respuestas de los jóvenes, en su gran mayoría, van en otra dirección; simplemente dicen que no quieren ser chamanes porque estas son cosas del pasado y en el mundo moderno no hay lugar para ellas.
Ellos ya no quieren practicar el chamanismo. Sin embargo, hablan del chamanismo con mucho respeto y temor de incurrir en alguna infracción y ser, de alguna manera, castigados por las fuerzas poderosas que podrían desencadenar los chamanes muertos.
Los ayoreos narran grandes gestas de sus chamanes en el campo de la salud: absorber enfermedades personales y males grupales o colectivos; influenciar en los fenómenos atmosféricos, produciendo lluvia durante las temporadas de sequía, previniendo y protegiendo de las inundaciones, advirtiendo de la sequía o del fuego inminente e indicando dónde hay animales silvestres comestibles y fuentes de agua.
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Los chamanes marcan con los palos sagrados tunucojai el territorio protegido: en esa zona no entrarán enemigos ni seres invisibles portadores de males y enfermedades.
El chamán puede también dislocarse y aparecer simultáneamente en más de un lugar; sabe encontrar objetos perdidos y moverlos sin necesidad de tocarlos.
En las curaciones utilizan: el tacto, la succión de la enfermedad, el soplo para inyectar nuevo espíritu, la mezcla de saliva con agua, el masaje suave sobre la parte enferma y la repetición de fórmulas terapéuticas.
En las fórmulas y cantos terapéuticos se invocan los poderes de un animal u objeto escogido como auxilio por el chamán.
Ejemplo de fórmula terapéutica:
Yo soy la poderosa, yo soy la poderosa...
Nadie puede contra mí, nadie puede contra mí...
Yo te saco la enfermedad, yo te saco la enfermedad...
Yo te libero, yo te libero...
Nadie tiene poder como yo, nadie tiene poder como yo...
Cada frase es repetida incontables veces, según la necesidad, hasta el cansancio; luego el chamán puede hacer una pausa y reanudar su curación.