Una historia de amor en el cuartito azul

De todo lo que un encuentro furtivo entre la media tarde y el crepúsculo de un día caluroso puede encerrar nos habla este relato inédito de la escritora y periodista paraguaya Lita Pérez Cáceres.

"Parecía una pintura de Van Gogh, con una ventana de marco pintado de celeste oscuro que daba a un barranco..." (Dibujo: Mon Tzé, 2024)
"Parecía una pintura de Van Gogh, con una ventana de marco pintado de celeste oscuro que daba a un barranco..." (Dibujo: Mon Tzé, 2024)

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Llegamos a las 5 menos 10, tal como yo había imaginado. Las calles estaban desiertas, hacía mucho calor, solo dos perros cansados permanecían acostados a la escueta sombra de un lapacho sin hojas, dejando colgar sus lenguas cada vez más largas con desparpajo, como diciendo fui feliz, estuve de farra, y qué.

Yo no quería llegar muy temprano, estaba en esa zona donde se cruzan las vías del tren y las de la vida, era un lugar neutro, sin olor a nada, entre la vieja estación y el local de María Delirio, no había nadie a la vista porque era la hora del reposo sagrado de las chicas. Ellas no tenían un sindicato que las protegiera, pero conocían sus derechos. El letrero verde de María Delirio tenía todos sus foquitos apagados, no era el momento de atraer clientes.

Alcides conducía lentamente, buscando un lugar donde dar la vuelta. Él sabía que yo no quería llegar muy temprano, me hacía aparecer ansiosa, y yo había citado a B. para las 5. Al volver de la vuelta, lo vi, porque el portón estaba abierto, conversando con don Catalino. Cuando entré al salón, me pareció adecuado que los dos estuvieran intercambiando opiniones sobre vapor, émbolos, pistones y sobre todas esas cosas aburridas de las que suelen hablar los hombres. El vagón estaba silencioso y se notaba que don Catalino lo había lustrado, había olor a cera en el aire.

Catalino mostraba su orgullo cuando contaba a los visitantes cuántos presidentes extranjeros habían viajado en ese vagón presidencial casi sin uso. Los pasajeros comunes, las marchantes y los campesinos nunca se habían sentado sobre sus bancos acolchados, forrados de terciopelo. El vagón estaba reservado para pasajeros de postín, como los presidentes extranjeros que visitaban Paraguay y querían recorrer algo más. Había llegado al país al mismo tiempo que los ingenieros ingleses que fueron contratados por Carlos Antonio López para tender las vías y convertir al Paraguay en un país moderno.

"Alcides conducía su taxi por la zona de la vieja estación..." (Dibujo: Mon Tzé, febrero de 2024).
"Alcides conducía su taxi por la zona de la vieja estación..." (Dibujo: Mon Tzé, febrero de 2024).

Catalino lo mantenía hecho un chiche. Como el primer día, cuando lo pasaron a su poder. Él vivía en un cuarto amplio, al costado. En ese instante, B. y Catalino estaban entrando al que llamaban cuartito azul. Parecía una pintura de Van Gogh, con una ventana de marco pintado de celeste oscuro que daba a un barranco con mucha vegetación, y debajo de la ventana un lecho ancho con cabecera de bronce, cubierto con un cobertor azul intenso sobre el cual flotaban unas cortinitas azules con estrellitas de vidrio.

B. caminaba al lado de Catalino y miraba con atención los detalles del cuartito azul; yo entré sin hacerme notar e integré esa pequeña comitiva como si fuera una procesión de devotos.

Don Catalino se acercó a un WINCO y acomodó un vinilo del que surgieron las notas de un bolero dulzón y sesentoso. B. se adelantó con los brazos abiertos como invitándome a bailar. Lo hicimos.

Después todo fue vertiginoso. El bolero se transformó en un chape furioso, ansioso. No sé cuántas vueltas dimos. Todo era tan loco. De pronto me vi usando las cortinas de tul como pollera, y vi las manos de B., finas, manos de artista, bronceadas… vi sus manos subir hasta mi cuerpo y aguardé una dosis de placer.

Ahora cae la tarde y Alcides conduce su taxi tan lentamente como si llevara un finado. Desde la vereda solitaria nos dicen adiós con las manos don Catalino y B. El encuentro estuvo bien, me siento muy agradecida y quisiera repetirlo. No creo que B. pueda con otro esfuerzo semejante, está muy débil y veo su cara pálida desvaneciéndose en el atardecer mientras se van encendiendo, uno a uno, los focos del cartel de María Delirio.

La vereda solitaria (Dibujo: Mon Tzé, febrero de 2024)
La vereda solitaria (Dibujo: Mon Tzé, febrero de 2024)

*Lita Pérez Cáceres (María Amelia Sabina Pérez de Cabral, Asunción, 1940) es escritora y periodista. Ha trabajado en los diarios Noticias, ABC Color, Hoy y La Nación, entre otros, ha conducido programas de radio en las emisoras Ñandutí y Chaco Boreal y ha publicado María Magdalena María (Intercontinental, 1997), Cuentos del 47 y de la dictadura (Criterio, 2008), Cartas de amor y otros cuentos (Fausto, 2010), Memorias de Areguá (Criterio, 2015) y Sueños a la intemperie (Servilibro, 2016), entre otros libros.

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