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Ya sé que el verborrágico filósofo Slavoj Žižek califica de «sublime» a la ideología, tanto porque le gusta ir contracorriente y hablar mordazmente bien de un concepto que todo el mundo parece denostar actualmente, como porque de hecho cualquier modelo ideológico es en cierta forma sublime, en el sentido de haber sido «sublimado»; pero lo volátil y hasta gaseoso que ha devenido lo ideológico, a fuerza de que cada cual lo use a su antojo, creo que autoriza a afirmar su insoportable levedad.
Permítanme partir de un axioma que, si mi memoria de lejanos estudios de lógica y de matemáticas no me engaña, es una premisa que se da por evidente sin demostrarla cabalmente, y que afirmaría lo siguiente: en el intelectualmente intolerante mundo actual se evita definir ideología para poder afirmar que las convicciones del otro son ideología, mientras que las propias son «la verdad».
Con un poco de suerte, tan pretencioso axioma quedará, al final de estas líneas, quizás no demostrado, pero al menos algo más sólido. Ahora que ya lo formulé, conviene agregar una declaración de principios: ideología no es una mala palabra y todo el mundo tiene derecho a tener, promover y defender una ideología propia –dentro de los límites de la racionalidad y el respeto a los demás, claro… Lo que, por supuesto, excluye unas cuentas ideologías por violentas e intolerantes con el resto de los mortales.
Contrariando mi propio axioma, comencemos por definir, aunque sea provisionalmente, ideología: conjunto de convicciones y modelos de interpretación de la realidad que determinan el posicionamiento sociopolítico y los parámetros de ética de una persona o grupo. Para quienes ya están frunciendo el entrecejo: sí, efectivamente, esta definición excluye muchas de las cosas a las que hoy se les dice ideología.
Mayormente, no es ideología por sí misma, según esta definición provisional, ninguna reivindicación sectorial. Tales reivindicaciones pueden o no formar parte de esta o aquella línea de pensamiento ideológico, pero no suponen un posicionamiento sociopolítico amplio. Un buen ejemplo de ello es la política norteamericana ultraconservadora Condoleezza Rice (para muestra basta un grano de arroz), que cabe suponer que, como negra y mujer, pudiera ser más feminista y más antirracista que algún que otro progresista varón y blanco, pero como ultraconservadora seguramente será racista con otros colores de piel y sus reivindicaciones de género no alcanzarán a las mujeres pobres.
Así pues, no; no existe la tan traída y llevada «ideología de género», porque proponer determinado grado de tolerancia o de intolerancia con las preferencias sexuales es con frecuencia un componente importante de las ideologías, pero no supone un posicionamiento ante el resto de la problemática social. En cambio, las religiones, que se ofenden cuando se les dice ideologías, sí que suponen (y lo suponen obligatoriamente) una visión completa y compleja del mundo, de manera que implican la aceptación de un encuadre ideológico por parte de sus feligreses. Las religiones no son propiamente hablando ideologías, pero todas ellas tienen una estructura jerárquica que entrelaza sus dogmas con un modelo ideológico que, según su grado de integrismo, hacen más o menos obligatorio.
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De hecho, todo modelo educativo implica no solo la transmisión de conocimientos, sino también la integración del estudiante a un determinado modelo de comportamiento político social… Si ese modelo coincide con el nuestro, tendemos a llamarlo «valores»; si difiere del nuestro, entonces comenzamos a aullar llamándolo «adoctrinamiento ideológico».
Finalmente, la ideología no es un conjunto de creencias sino de convicciones y posiciones vivenciales ante la realidad político social. Cuando esas convicciones devienen creencias inamovibles, se transforma en una fe sin la flexibilidad y capacidad de corrección que, por definición, debería corresponder al pensamiento ideológico… No existe nada más absolutamente contrario a la ideología que aquella vieja y burlona frase «si la realidad no está de acuerdo con lo que pienso, peor para la realidad».
El problema es, pues, que nadie quiere reconocer que su ideología es ideología, y entonces la expresión «adoctrinamiento ideológico» se aplica indiscriminadamente a todo pensamiento que no esté cien por ciento alineado con el propio… Vale decir: cada vez que escuche a alguien protestar airadamente por el «adoctrinamiento ideológico», lo que está exigiendo es que se le otorgue el monopolio del adoctrinamiento a su propia ideología.
Así, hemos llegado al momento de consolidar mi axioma: estamos atravesando una época tan radicalizada (me temo que en la historia reciente el único precedente similar es la radicalización ideológica que precedió a la Segunda Guerra Mundial) porque las ideologías se han desideologizado: todo el mundo se ha radicalizado esgrimiendo «la verdad» propia contra la ideología ajena.
El efecto colateral es que la intolerancia del pensamiento ajeno se ha radicalizado, y esa intolerancia, esa mecánica de aullidos y cancelaciones, en lugar de diálogos y argumentos, ha contaminado tanto al progresismo que ha devenido un conservadurismo que de progresista solo conserva la retórica… Quizás debiéramos volver a la más filosófica de todas las enseñanzas de Ortega y Gasset: «Siempre he preferido ser razonable a tener razón».
*Ángel Luis Carmona, español afincado en Paraguay desde hace cuarenta años, es docente universitario, crítico de arte y articulista de opinión.