Cargando...
Ha tomado un sesgo bastante irracional el debate sobre el concepto de «inclusión» que, al menos como la entiende Hollywood, implica cada vez más protagónicos femeninos y cada vez más personajes representativos de «minorías», también tal cual entiende este concepto la meca del cine norteamericano. No pensaba escribir al respecto porque de hecho ha generado un diálogo de sordos, pero he visto Samurai de ojos azules, una verdadera lección de auténtico feminismo y auténtica inclusión, de auténtico antirracismo.
Se trata de una serie animé (esa es su línea narrativa y su estética, aunque su producción no sea japonesa) de espadachines y venganzas no para todos los estómagos, porque es también un salvaje y exagerado baño de sangre; pero su guión es tan denso y sus personajes tan profundos como en el mejor cine de autor.
Lea más: Samurái de ojos azules, regalo de Navidad
Los personajes principales son tan potentes que prácticamente todos son coprotagonistas: una mestiza ojizarca, experta en artes marciales, que se hace pasar por hombre, un tullido de nacimiento, un samurái deshonrado, un herrero ciego y una aristocrática dama destinada a ser moneda de intercambios políticos decidida a tomar las riendas de su vida… Evito contar más para no aguarles la serie.
Todos esos personajes están bien formulados y ninguno llega al final de la temporada sin haber atravesado varias crisis y haber evolucionado drásticamente en algunos sentidos para bien y en otros para mal y, para completar la lección de construcción de personajes, todavía se dan el lujo de crear excelentes personajes de reparto y una inmejorable colección de malos. La historia puede permitirse ser sencilla porque la trama y los personajes son complejos y la estética visual y sonora impecables: una auténtica joya.
Busqué infructuosamente en distintas plataformas alguna queja de la serie. Ni los más furiosos críticos del protagonismo femenino tuvieron nada que decir de la espadachina mestiza ni de la aristócrata rebelde y, desde luego, nadie se animaría a quejarse del filosófico herrero ciego o del voluntarioso cocinero sin manos, que aspira a la grandeza y, en puridad, es el único «bueno» de entre todos los personajes. Hasta para los furibundos haters es difícil denostar la excelencia.
¿Por qué entonces tanta polémica y tanto fracaso económico en la gran mayoría de las producciones hollywoodienses con mujeres protagonistas? Esa historia de que es «por tener una agenda ideológica» es simplemente una pavada: toda narrativa, por su propia naturaleza, arrastra siempre un componente ideológico y, si su construcción es buena y sus personajes convincentes, esa píldora de ideología no molestará en exceso a nadie que no sea un fanático intolerante, porque a fin de cuentas el autor tiene derecho a tener y proyectar sus convicciones.
Lea más: «Antes cerdo que fascista»: 30 años de Porco Rosso
Permítanme proponerles un ejercicio para entender la verdadera causa de que esas películas no estén funcionando: intenten imaginar feminizada la película machista por excelencia, El bueno, el malo y el feo; del género machista por excelencia, el western. Tendríamos, así, La buena, la mala y la fea… Se nos presentarían dos problemas, uno específicamente del Hollywood actual, reacio a personajes femeninos malvados y feos; el otro, más general: el malo es tan buen malo y resulta un villano tan atractivo porque es el arquetipo modélico del macho alfa. Para hacer simpatizar al público con el bueno y el feo, Leone y su coguionista no los hicieron menos machos, pero sí menos alfas. El feo es un superviviente de mil adversidades que inmediatamente nos cae simpático y al bueno lo maquillan permanentemente con actos solidarios y piadosos.
Así pues, lo que hace desagradables a los personajes masculinos no es ser machos, sino ser alfas. Los guiones intentan, actualmente, en su mayoría, crear para protagonistas mujeres alfa, pero olvidan la lección más larga de la historia del cine, que el western elegido sólo ejemplifica: un personaje totalmente alfa (sin debilidades, autosuficiente, altivo, despectivo, prepotente, etc.) no es nunca bueno para protagonista; por el contrario, es más adecuado para ser un buen villano; por eso, salvo algún que otro psicópata, nadie es capaz de identificarse con el malo de Lee Van Cleef, lo que, por contraste, ayuda a camuflar los aspectos desagradables del bueno y del feo, que además no paran de enfrentar adversidades, mientras que al malo le va siempre bien hasta el desenlace.
Lea más: La mangaka Moto Hagio y el Grupo del 24
Por cierto, es este el mecanismo por el que se caracteriza por igual a villanos hombres y villanas mujeres; por ejemplo, el cuento Blancanieves construye su villana también haciéndola completamente alfa. Así pues, por si no he dejado suficientemente claro el punto: Hollywood está intentando construir heroínas según el modelo con el cual, durante toda la historia de la narrativa de aventuras, no solo cinematográfica sino también literaria, se han construido los villanos, y encima se enojan si no generan empatía.
Eso nos lleva a lo que es el verdadero problema central de muchas películas de acción con protagonistas femeninos de los últimos tiempos: sus malos. Si las protagonistas son demasiado, sus adversarios resultan excesivamente poco alfas. Los villanos resultan con frecuencia personajes patéticos, a los que se hace difícil tomar animadversión; no son adversarios capaces de desafiar a las heroínas, que simplemente parecen destinadas a la victoria sin esfuerzo alguno, pero le ganan a un insignificante tonto endeble… y ya se sabe que el centro de cualquier trama narrativa de cualquier tipo (pero más aún en la aventura) es la resolución de adversidades que parezcan superiores a las fuerzas de sus protagonistas… En todos sus libros de pseudohistoria, Julio César colmaba de elogios a sus enemigos, porque eso es lo que daba brillo a sus victorias.
De Shakespeare a Stieg Larsson, de Chaplin a Spielberg, el secreto de una buena narración es que el héroe parezca más débil de lo que es, el conflicto casi imposible de resolver y el villano más poderoso que el héroe. Haciéndolo todo al contario no se pueden hacer buenos relatos heroicos, ni artísticos ni comerciales, porque esas son las reglas del juego de la narrativa de acción y aventuras.
Lea más: Sirenitas negras, cuotas étnicas y el «Informe Kernel»
Eso es lo que han entendido maravillosamente bien Samurái de ojos azules y otras buenas historias de acción, como Logan (¡sí hay cine de superhéroes de buena calidad, maestro Scorsese!) y por lo visto han olvidado las grandes productoras de Hollywood, sobre todo Disney, que, como el angurriento pescado de «Yellow Submarine», después de haber devorado todo a su alrededor parece estar a punto de engullirse a sí mismo.
En realidad, todo esto es una obviedad más o menos desde hace veinticinco siglos. El filósofo Aristóteles, que evitaba las metáforas porque sus antecesores eran demasiado aficionados a ellas, en esta ocasión no encontró mejor forma de explicarlo que con la palabra katarsis, que en griego significa quitarse las pulgas… Nos identificamos con los héroes porque, aunque menos épicamente, tenemos que matar las mismas pulgas y rascarnos las mismas picaduras.