Imperios de ultramar en América: Dos modelos de colonización. (II) Mercado interno, burguesías nacionales y revolución anticolonial

Las diferencias subjetivas entre los colonos del norte y el sur de las Américas pueden explicarse de modo objetivo, escribe el sociólogo e historiador Ronald León Núñez en esta serie que echa por tierra el mito de la «superioridad» de la colonización anglosajona, tan predadora como la ibérica.

Plantación de algodón en Misisipi, 1908
Plantación de algodón en Misisipi, 1908

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El historiador marxista Milcíades Peña señaló, correctamente, que la diferencia fundamental entre los desarrollos históricos en el norte y el sur del continente residió en las condiciones objetivas sobre las cuales se asentó la colonización: no fue racial o «espiritual» sino de «clima, terreno, disponibilidad de mano de obra» (1).

En medios de izquierda, era común que los intelectuales estalinistas reverenciaran el proceso histórico de Norteamérica como «capitalista» casi en estado puro. Algunos sostienen esa premisa hasta hoy. El contraste entre la civilizada sociedad industrial de los EEUU con el atraso de los «países periféricos» era instrumentalizado, por los agentes de Moscú, para abonar su conocida tesis de la colonización «feudal» en Latinoamérica y, con ella, justificar teóricamente una política de búsqueda de alianzas permanentes con caudillos o partidos burgueses supuestamente «patrióticos y democráticos», dispuestos a llevar adelante la «revolución democrático-burguesa» en pleno siglo XX. Una revolución «antifeudal», recordemos, en la que el papel dirigente cabría a las burguesías locales, no al proletariado, que debería refrenarse en una posición coadyuvante.

Los marxistas respondían que todo el continente (no solo el norte) fue colonizado en el contexto de conformación del mercado mundial capitalista, es decir que, aunque la producción orientada al mercado internacional se concretara apelando a una combinación compleja de relaciones de producción precapitalistas (encomiendas u otras variantes de servidumbre, esclavitud indígena y africana, etcétera) y embriones de trabajo «libre», el «sentido» de esa empresa era esencialmente burgués.

Fragmento del Lienzo de Tlaxcala que representa la conquista de Xalisco por los españoles
Fragmento del Lienzo de Tlaxcala que representa la conquista de Xalisco por los españoles

En Latinoamérica, argumentaban, no había existido un «feudalismo», en los moldes del Medioevo europeo. Existió una colonización brutal que, desde su origen, hizo parte de un proceso mucho más amplio: la acumulación originaria de capital en Europa. Por lo tanto, las razones del «atraso» económico en el sur de las Américas no residían en un pretendido «pasado feudal», como defendía el estalinismo, sino en la incorporación, desde su génesis dependiente, al largo proceso de origen del capitalismo mundial. Las burguesías tercermundistas, satisfechas con su papel de «socias menores» de las sucesivas potencias hegemónicas, no tenían interés en impulsar ni siquiera las tareas que, históricamente, les pertenecían: resolución del problema de la tierra, soberanía nacional, democratización de la sociedad, etcétera. En otras palabras, sentenciaban los marxistas latinoamericanos, en el siglo XX incluso las tareas de la «revolución democrático-burguesa» habían pasado a manos del proletariado, que las resolvería integralmente incorporándolas en el programa socialista.

En el contexto de esta interpretación histórica global, Peña explica que en el norte de lo que hoy es EEUU las tierras eran áridas y solo podían explotarse en pequeña escala; no había mucha mano de obra indígena disponible, de manera que los colonos puritanos ingleses –que llegaron con una mentalidad más bien feudal y buscando tierras para subsistir– debieron sobrevivir de su trabajo como agricultores. Debido al tipo de terreno y la escasez de mano de obra, se hizo imposible desarrollar una economía de plantación, como en el sur, donde el clima, la fertilidad del suelo y la producción a gran escala de tabaco o algodón determinaron que la tierra no fuera cultivada por pequeños agricultores sino, en grandes extensiones, por mano de obra esclava y servil (2).

Sin embargo, sin importar la metrópoli, los colonos europeos buscaron metales preciosos o las materias primas que demandaba el mercado mundial. La diferencia objetiva fue que en el norte de los EEUU no existían metales preciosos ni pueblos indígenas que pudieran ser fácilmente subyugados. No había mucho que pudiera ser «parasitado» y esto generó las condiciones para una economía basada en una clase de medianos y pequeños granjeros que producían por medio del trabajo familiar, intercambiaban entre sí y con artesanos, y colocaban excedentes en el mercado exterior. Así fueron construyéndose los cimientos para un amplio y dinámico mercado interno.

Caballería española durante la conquista y colonización. Grabado de Florián Paucke.
Caballería española durante la conquista y colonización. Grabado de Florián Paucke.

Esa realidad fue opuesta a la que encontraron los colonos ingleses en el sur o los ibéricos en el resto de América, que se asentaron sobre tierras más fértiles o explotaron minas de metales preciosos sometiendo a millones de indígenas o negros africanos a la condición de siervos o esclavizados: una masa de fuerza de trabajo tan inmensa y relativamente «fácil» de reponer que a los colonizadores poco les importaba que fuera «molida» en los ingenios de azúcar o que se pudriera en las minas.

En parajes como el Río de la Plata, por ejemplo, los colonizadores europeos y la embrionaria burguesía local encontraron condiciones tan favorables para la ganadería que bastaba poco más que sentarse y contemplar cómo las vacas engordaban para después exportar los cueros (al principio sin procesar) o el charque (carne salada) en la región o al otro lado del Atlántico, conformando un modelo y un modus vivendi que Peña denominó irónicamente la «civilización del cuero». No es difícil entender, por lo menos a trazos gruesos, que aquellos sectores burgueses no tenían muchas razones objetivas para interesarse en el fortalecimiento de un mercado interno o asumir los riesgos propios de las empresas manufactureras.

Con todo, lo cierto es que, si los «industriosos» colonos norteños hubiesen encontrado metales preciosos o mejores condiciones para someter a la fuerza de trabajo local para extraer excedente social, se habrían comportado como los colonos sureños y como los ibéricos en el resto de las Américas.

Nahuel Moreno, dirigente trotskista argentino, abordó el problema de una manera más compleja, señalando una paradoja histórica merecedora de atención. Él sostuvo que el propósito original de la colonización del norte de EEUU era propio de una mentalidad feudal: trabajar la tierra, en primer término, para el autoabastecimiento, sin pretender demasiada ligazón con el comercio internacional. Sin embargo, a pesar de los intentos de los primeros colonos de recrear ciertas relaciones feudales, nunca se plasmó una «clase terrateniente feudal», dado el exceso de tierras y la escasez de «siervos». Había tanta tierra disponible que se hacía difícil sujetar a los trabajadores a ella, puesto que siempre existía la posibilidad de migrar más hacia el oeste y establecer una propiedad, por supuesto, con todos los riesgos que esto implicaba (3).

En suma, ningún intento de «reimplantar» las instituciones del feudalismo, en sentido estricto, prosperó en Norteamérica. Por más empeño que determinados sectores propietarios de tierras pusieran en esa tarea, según el historiador George Novack, simplemente «no podían llevar a esa parte del nuevo mundo todo el contexto histórico y las relaciones económicas que habían florecido en la Edad Media en favor del feudalismo en la Europa occidental» (4).

Plantación de algodón en Misisipi, litografía de Currier e Ives, 1884. Librería del Congreso, Washington DC.
Plantación de algodón en Misisipi, litografía de Currier e Ives, 1884. Librería del Congreso, Washington DC.

La misma suerte corrieron las tentativas de recrear gremios cerrados de características medievales. Ninguna casta fija cristalizó en las ciudades portuarias más importantes del Atlántico norte (Filadelfia, Nueva York, Boston y Charleston…). Estas ciudades, todavía con una población relativamente pequeña, estaban atravesadas por frenéticas actividades comerciales que las vinculaban con regiones cada vez más distantes. Como escribió Hobsbawm, a finales del siglo XVIII «estar cerca de un puerto era estar cerca del mundo» (5). En ese ambiente, no solo los farmers sino también artesanos de todo tipo prosperaron de manera relativamente libre.

En la segunda mitad del siglo XVIII, puede decirse que las condiciones para la revolución democrático-burguesa anticolonial estaban maduras. El grado de desarrollo de las fuerzas productivas, sobre todo en el norte de las trece colonias, había alcanzado un nivel que exigía liberarse de la camisa de fuerza colonial que imponía la monarquía británica. Existía una joven burguesía local dispuesta a destruir cualquier obstáculo para expandir sus propios negocios. Una burguesía que ya mostraba ser insaciable, quizá porque era consciente de que estaba sentada sobre un enorme potencial económico.

Una combinación de este desarrollo interno con eventos externos generaría las condiciones propicias para detonar una de las revoluciones burguesas anticoloniales más emblemáticas y sangrientas la historia –con más de 45.000 norteamericanos muertos durante la Guerra de Independencia y la Guerra de 1812, ambas contra el Imperio británico–, que abrió las compuertas al crecimiento de un capitalismo nacional como pocos en el mundo.

Como planteamos en la entrega anterior, el desarrollo titánico de los EEUU no se debió a la pretendida «superioridad» de la metrópoli británica, sino, por el contrario, a la forma radical en que la joven nación norteamericana rompió con ella.

(Continuará…)

Gaspar Miguel de Berrio: "Descripción del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí", 1758
Gaspar Miguel de Berrio: "Descripción del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí", 1758

Notas

(1) Peña, Milcíades. Historia del pueblo argentino. Buenos Aires: Emecé, 2012, p. 73.

(2) Ibidem.

(3) Moreno, Nahuel [1948]. Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/moreno/obras/01_nm.htm (consultado el 01/12/2023).

(4) Novack, George. Cinco siglos de revolución: dos eras de revoluciones sociales. México: Ediciones Uníos, 2000, p. 85.

(5) Hobsbawm, Eric [1977]. A era das revoluções [1789-1848]. 32ª. ed. Río de Janeiro: Paz e Terra, 2013, p. 31.

Eric Hobsbawm (1917 - 2012)
Eric Hobsbawm (1917 - 2012)
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