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Así lo sintió Esperanza Gill desde muy niña, mientras crecía en el corazón de Asunción en la terraza de la casa-barco pintada a la cal, de puertas blindadas y redondas ventanas náuticas. La casa fue diseñada en 1935 por su padre, que era capitán de navío y bajó a tierra a pelear por el Chaco, aunque nunca abandonó su formación de marino, su impecable traje blanco y visera y su elegante pisada al bajar aquella escalera de granito amarillo y negro de la calle O’Leary apoyando apenas la punta de los zapatos.
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Como un oleaje de tormenta fue la vida de Esperanza, quien atravesó una prolongada enfermedad que la mantuvo postrada en su niñez. En las largas horas de tratamiento en sanatorios de Buenos Aires, sus padres le proveían papeles y lápices para que se entretuviese, sin imaginar que esto marcaría el futuro de la niña como artista.
Esperanza se interesó por las fotografías antiguas del Paraguay que coleccionaba su padre, y con el tiempo aprendió a identificar el patrimonio de la ciudad y a pintarla. Fue testigo de la destrucción de edificios emblemáticos. Desde la terraza de su casa náutica vio cómo Asunción era demolida por la fiebre inmobiliaria iniciada en la década de 1970. El repiqueteo de los picos demoledores le sonaba como presagio de muerte, al tumbar aquellos edificios de la Asunción colonial, centro colonizador, «madre de ciudades», fundadora de los principales centros urbanos del cono sur.
Como un navío a la deriva, la casa-barco se iba quedando sola y Esperanza sufría al ver que la ciudad cambiaba en forma virulenta y perdía su rostro. Asunción se iba convirtiendo en una triste caricatura de terrenos vacíos transformados en estacionamientos. Más tarde se implementaron algunas leyes, tan débiles que no lograron parar las demoliciones, salvo raros casos en que los propietarios dejaban la fachada como una cáscara mientras carcomían el edificio completo. Puertas de cancel ricamente labradas, vidrios biselados, pesadas luminarias, mármoles, frisos artesanales, esculturas, bronces y pisos de granito, todo iba a parar a depósitos de demolición.
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La paleta y la espátula fueron para Esperanza un arma política para restituir lo perdido. Desde 1962 empezó a mostrar su obra en galerías y museos, desarrollando una brillante carrera por más de sesenta años, con reconocimiento internacional. Su preocupación por la memoria de la ciudad la llevó a documentarse, fotografiando las casas en peligro de desaparecer para plasmarlas en sus cuadros, que pintaba sin descanso hasta el amanecer. Ella marcó un estilo propio de casas suspendidas en el aire, que carecen de cimientos porque sus raíces históricas han sido socavadas; las ciudades así pintadas denuncian su orfandad ante la ambición ignorante de sus destructores y la indiferencia de los políticos; son fachadas rescatadas del olvido y devueltas a la vida, resurgidas con pinceladas sobre el lienzo; ciudades sostenidas por la mano invisible de la pintora. Mientras la ciudad desaparece materialmente, Esperanza la restaura con el arte. Ella libra una batalla simbólica contra el olvido para devolvernos los hitos de un paisaje que nos borraron.
La angustiosa lucha por conservar la memoria de la ciudad la aprendió de su padre, el historiador Juan Bautista Gill Aguínaga, a quien le debemos haber frenado la demolición de la Casa de la Independencia.
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Contra la desidia, la indiferencia, la mediocridad y la ignorancia, Esperanza Gill ofrece una ciudad restituida. Con maestría pinta Asunción y el patrimonio arquitectónico del Paraguay.
Alguien dijo que sus ciudades duermen una larga siesta porque están deshabitadas. Es la siesta eterna de una ciudad creada en el mundo de las formas perfectas, es el arquetipo de la ciudad mestiza, de casas construidas con técnicas indígenas y pretensión española, arquetipo recuperado y anclado en la memoria colectiva.
Esperanza nos ofrece sus casas de culata jovái y cupial donde podemos refugiarnos sin ser alcanzados por la ignorancia ni la excavadora.
Y nos devuelve el infinito poder de la imaginación.
*Alejandra Peña Gill es museóloga (Instituto Argentino de Museología), con especializaciones en la Bibliothèque Nationale de France y el Archivo Nacional de Seúl, investigadora en historia, escritora y podcaster. Es curadora de la Retrospectiva de Esperanza Gill. Ha publicado los poemarios Ñanduti selvagem (Asunción, Yiyi Yambo, 2008) y Exégesis (ganador del premio Emily Dickinson-Gladys Carmagnola 2020, otorgado por el CCPA).