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La Guerra del Chaco fue consecuencia de seculares diferencias por límites geográficos que no habían quedado bien explícitos en las múltiples divisiones administrativas del Imperio colonial español en la región. Estas en general definían los poblados, mas no las áreas marginales, como lo fue el desierto chaqueño. El conflicto limítrofe devino guerra fronteriza entre 1932 y 1935.
Antes de la conflagración, en Asunción, una marcha de estudiantes exigiendo la defensa del territorio nacional –que irónicamente se estaba realizando en forma discreta, para no alertar al adversario– terminó en masacre, con jóvenes manifestantes heridos y muertos (1) en el patio del Palacio de Gobierno, y se convirtió, junto con la Revolución del 22-23, en uno de los episodios más inquietantes de la era constitucional liberal.
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José P.
José Patricio Guggiari asumió la presidencia de la República en las primeras elecciones libres con la participación de un candidato opositor por el Partido Colorado, don Eduardo Fleytas, en 1928. Guggiari y su gabinete, integrado por el vicepresidente Emiliano González Navero, Justo P. Prieto, Rodolfo González, Justo Pastor Benítez, Belisario Rivarola, entre otros, preferían hacer los aprestos bélicos en silencio. El escenario estaba listo para un enfrentamiento, con ayuda de la prensa opositora.
Para ciertos historiadores liberales, el estudiantado universitario y secundario fue manipulado por extremistas que se habían infiltrado en las cúpulas. En marzo, una conspiración militar dirigida por el entonces mayor Rafael Franco, con el apoyo de la Liga Nacional Independiente, recientemente creada, que contaba con un órgano de prensa, el diario La Nación, dirigido por Adriano Irala, había sido contenida. También apoyaban la conspiración el Partido Colorado y disidentes del Partido Liberal denominados modestistas, liderados por Modesto Guggiari, primo del presidente y adversario interno, y el también recientemente fundado Partido Comunista Paraguayo. Todos tomaron como bandera la supuesta indefensión del Chaco.
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Los sucesos del 23 de octubre de 1931 fueron la trágica culminación de agitaciones a raíz de la toma por los bolivianos del Fortín Samaklay a principios de septiembre. El intento de recuperarlo no tuvo éxito. El gobierno no enfrentó la efervescencia popular y la situación estaba madura para la tragedia por la aparente inacción gubernamental.
La masacre de los estudiantes
Los estudiantes del Colegio Nacional de la Capital, reunidos en asamblea el 20 de octubre, decidieron reclamar al presidente de la República la defensa del Chaco. Definieron tres puntos principales: protestar por los hechos de Samaklay, pedir una política más enérgica en la cuestión fronteriza con Bolivia y solicitar el regreso de los altos jefe militares, en misión de estudios en el extranjero, para ser enviados al Chaco. El Centro de Estudiantes solicitó permiso para la tarde del día 22, que les fue concedido por la Jefatura de Policía. El itinerario fijado fue: calle 14 de Julio, hoy Mariscal Estigarribia; Palma; Convención, hoy O’Leary, hasta el Palacio de López, donde el orador ante el jefe de Estado sería el presidente del Centro de Estudiantes, Agustín Ávila.
Los estudiantes se dirigieron al Palacio para manifestarse ante el presidente de la Republica, Dr. José Patricio Guggiari. Al no encontrarlo, continuaron hasta la Escuela Militar, donde el director, mayor Arturo Bray, ordenó el cierre de los portones, que fueron apedreados. De ahí, recorriendo las calles sin ser impedidos por la Policía, llegaron al domicilio del presidente Guggiari, donde se pronunciaron discursos y, ya en situación de turba, se apedreó la casa y se intentó incendiar la puerta de entrada. Anteriormente, habían sido arengados por el mayor Rafael Franco desde su prisión domiciliaria. Los estudiantes fueron al final bruscamente dispersados por los policías.
Al día siguiente, alumnos del Colegio Nacional y de la Escuela Normal fueron invitados a otra manifestación para protestar por la hostilidad del cuerpo de Policía la víspera. La columna de estudiantes recorrió las redacciones de los periódicos, arrojó piedras al local de El Liberal y llegó al Palacio de López, donde se encontraba el presidente de la República. Los ánimos se fueron encendiendo y la multitud atropelló el cordón policial protector del Palacio, dirigiéndose a la escalera que conducía al despacho presidencial.
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La situación se descontroló. Una ráfaga de ametralladora de la guardia del Palacio generó escenas luctuosas. El presidente Guggiari salió al balcón y ordenó el cese del fuego. Luego, refugiado en la Escuela Militar, delegó el mando en González Navero y pidió al Congreso su juicio político.
Fue el primer caso de juicio político llevado a término en la historia del país.
La guerra inevitable
Inmediatamente después de la masacre de los estudiantes frente al Palacio de Gobierno, asumió como jefe de Plaza –jefe militar en época de crisis con poderes amplios– el mayor Arturo Bray, quien, como relata en sus memorias Armas y letras, publicadas póstumamente, logró restablecer el orden y traer la calma a la población (2).
El liberalismo en el poder salió herido de muerte del 23 de octubre de 1931.
La historiografía nacional se refiere a este suceso en obras como 23 de octubre: una página de historia contemporánea del Paraguay (Editorial Guayra, 1956), de Efraím Cardozo, en el marco de una tesis gubernista; 23 de octubre: caireles de sangre en la historia paraguaya (Editorial El Arte, 1957), de Enrique Volta Gaona, con la visión de los opositores colorados; El 23 de octubre de 1931: Primera batalla por la defensa del Chaco y primer grito de la revolución de febrero de 1936 (Editorial Febrero, 1959), de Juan Stefanich, miembro de la Liga Nacional Independiente y futuro protagonista del gobierno de Rafael Franco. Los periódicos de la época –El Diario, El Liberal, El Orden, La Tribuna, La Patria, La Nación, La Opinión y La Unión– cubrieron la noticia con amplitud.
Los senadores y diputados del Partido Colorado, en vez de exigir responsabilidades, renunciaron a sus bancas y se asilaron en representaciones diplomáticas extranjeras, por lo que el juicio político no tuvo representación opositora. Luego de escuchar su ponencia, el Congreso absolvió a Guggiari, quien reasumió el cargo en el último tramo y ya con Eusebio Ayala como presidente electo, en 1932. En los días finales de la presidencia del Dr. Guggiari comenzaba la Guerra del Chaco. La guerra se hizo inevitable cuando en junio de 1932 el mayor boliviano Moscoso atacó el Fortín Carlos Antonio López, que custodiaba la laguna Pitiantuta. En julio del mismo año, tropas paraguayas al mando del mayor Abdón Palacios recuperaron el sitio. Era el comienzo de la guerra. Ministros plenipotenciarios de América se reunieron en Washington el 3 de agosto de 1932, suscribiendo la Declaración Continental, que señalaba que «no reconocerían adquisición de territorio alguno obtenido por la fuerza».
El Dr. Eusebio Ayala asumió el poder el 15 de agosto siguiente. Hombre de brillante trayectoria, oriundo de Barrero Grande –hoy llamado Eusebio Ayala en su honor–, comandante en Jefe de la victoriosa Guerra del Chaco, falleció en el exilio en Buenos Aires en 1942.
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La Declaración Continental
La mencionada Declaración Continental, o «Declaración del 3 de Agosto», fue suscrita por los representantes de diecinueve repúblicas americanas ante los ministros de Relaciones Exteriores de Bolivia y Paraguay el 3 de agosto de 1932 en Washington, y se debió a la iniciativa de Carlos Saavedra Lamas, quien fue canciller de la República Argentina desde 1932 hasta 1938 y desde que asumió el cargo tuvo entre sus prioridades la búsqueda de la paz entre Paraguay y Bolivia.
El 12 de junio de 1935 se pondría oficialmente fin a la Guerra del Chaco. El canciller argentino hizo en esa ocasión uso de la palabra, manifestando: «La historia nos está observando; ha abierto sus tablas de bronce y está escribiendo estos acontecimientos. El Gobierno y la Cancillería argentinos tienen una sola aspiración: que reconozcan y digan las generaciones venideras que la guerra del Chaco fue extraordinaria por una razón de fondo, porque la guerra destruye el derecho, demuestra lo ilusorio de sus aplicaciones, y a esta guerra del Chaco pretendemos haberle dado un rasgo característico, el de crear derechos, el de servir para la fijación de principios y el de mantenerlos y enaltecerlos en la práctica. Cuando los beligerantes estaban en el fragor del combate, tomó la Cancillería argentina la iniciativa de decirles: “Vuestras violencias no modificarán vuestros derechos”. Fue la declaración del 3 de agosto, que iniciamos, obteniendo la adhesión de diez y nueve naciones de América» (3).
Carlos Saavedra Lamas promovió además la firma del Pacto Antibélico, más conocido como Pacto Saavedra Lamas, suscrito en 1933 por veintiún países americanos y europeos. Por esta iniciativa, la Academia de Suecia resolvió otorgarle el Premio Nobel de la Paz en 1936.
Antecedentes
Bolivia había perdido su litoral marítimo en el Pacífico en la Guerra del Pacífico (1879-1883) con Chile, por lo cual había fijado sus miras en el Atlántico a través del río Paraguay y el Chaco Boreal. Esto también tuvo repercusión en el conflicto chaqueño. Como escribe el historiador estadounidense Leslie Rout: «Al firmar el tratado de 1904 con ese último Estado [Chile], algunos ciudadanos bolivianos se consolaron con la esperanza de que el litoral perdido pudiera ser restaurado algún día. En realidad, el país se quedó sin una salida soberana. El aprieto boliviano agudizó el problema del Chaco, ya que si Bolivia no recuperaba su litoral sobre el Pacífico, una salida al este sería su única oportunidad de modificar su falta de litoral» (4).
Así, dos países mediterráneos y pobres se enfrentaron en una guerra que los desgastó económica y socialmente. Desde el cese del fuego del 12 de junio de 1935, luego de 3 años de contienda, y de la firma del Tratado de Paz definitivo el 21 de julio de 1938, hubo en Paraguay tres cambios de gobierno. Eusebio Ayala fue depuesto por un golpe militar en febrero de 1936, a escasos siete meses del armisticio. El coronel Franco asumió el poder hasta agosto de 1937. Y luego de 18 meses en el poder fue reemplazado por el Dr. Félix Paiva, durante cuya gestión provisional se firmo la paz, en julio de 1938.
La Conferencia de Paz había durado tanto como la guerra. Siempre fue discutido que Paraguay retrocediera de su línea de conquista militar, y llegáramos al tratado por vía de negociación y no por imposición de una victoria militar.
Conclusión
El 23 de octubre demostró que todavía estábamos lejos de constituir una República, ya que los estudiantes y la ciudadanía crítica prefirieron tomar las calles a encaminar sus quejas al Congreso o al propio Poder Ejecutivo, cuyo titular era un político muy sazonado. Como iría ocurriendo en sucesivas crisis, cuando las protestas terminan en muertes, el Gobierno se tambalea y no puede sobrevivir. Guggiari lo logró por escasos meses, pero en realidad nunca más volvió a gobernar plenamente, aunque quedó como líder indiscutido de los liberales.
Interesantemente, luego de maniobras de tropas en la capital y de la colocación de dos flamantes cañoneras en la bahía, apuntando los cañones hacia la ciudad, por orden de Bray, que esperaba desplegar fuerza para no tener que usarla, las protestas callejeras llegaron a su fin y, a partir de ahí, los preparativos para la guerra siguieron sin contratiempos.
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El resultado de la guerra más adelante le daría la razón a Guggiari. El país no estaba indefenso y las hostilidades se iniciaron cuando ya se habían recibido las armas y las cañoneras y retornado de Europa los oficiales becados.
El 23 de octubre de 1931 fue un ejemplo de valentía por parte de jóvenes que se enfrentaron a la policía por un ideal, pero el resultado fue muy oneroso; las muertes de los estudiantes no tienen justificación. En un ambiente efervescente por el aparente descuido de los límites nacionales, las autoridades tenían la obligación de extremar las medidas tendientes a evitar enfrentamientos de esta naturaleza, que eran fácilmente previsibles.
Notas
(1) Hubo ocho muertos identificados oficialmente: Liberato Ruiz, Ismael González, Serafín O. Vidal, Eugenio Gómez, Alfredo González Taboas, Julio César Franco, Benigno González y Raúl Roig Ocampo.
(2) Arturo Bray. Armas y letras. Asunción, Ediciones Napa, 1981.
(3) Carlos Saavedra Lamas. Por la paz de las Américas. Buenos Aires, M. Gleizer, 1937, pp. 69-70.
(3) Leslie B. Rout, Jr. La política de la Conferencia de Paz del Chaco, 1935-1939. 1era edición en español. Traducción: Montserrat Álvarez. Asunción, Intercontinental Editora, 2022, p. 47.