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Educación y cultura deberían ir de la mano. El ejercicio de técnicas puntuales que llevan al conocimiento determinado debería hacerse dentro de un marco cultural que permita la distracción beneficiosa de la mirada comprometida con un objetivo. Enseñar a dibujar, mostrar cómo se trazan las líneas de un rostro, por ejemplo, llevará al aprendizaje del dibujo y podrá formar a un dibujante eficiente, que domine las técnicas del dibujo. Pero es muy probable que el dibujante formado de esta manera tenga mucho que ganar con la visita a un museo en el que se expongan obras de grandes pintores. Es muy probable que nuestro dibujante ejemplar, inmerso en este caldo de cultura que le dan el museo y sus habitantes, transforme todo lo aprendido en las clases de dibujo.
Es casi seguro que la exposición a los maestros le permitirá una renovada lectura del conocimiento adquirido y enriquecerá su oficio de dibujar.
Las clases de dibujo pueden ser cuantificadas en horas de aprendizaje. Se puede decir que un alumno, con algún interés o aptitud para el dibujo, aprende a dibujar en un número determinado de horas clase. No se puede cuantificar del mismo modo la visita a un museo. ¿Cuántas horas de visita producen algún conocimiento? Depende. Depende de tantos factores que la pregunta queda anulada.
Muchas veces la educación padrón busca minimizar los desvíos de atención que pudieran surgir entre el que estudia y el objeto estudiado. El estudio de la historia, para dar otro ejemplo, busca resaltar puntos culminantes de un acontecer, busca darles explicación y pretende que el estudiante repita lo que le fue dado como información. Cuanto más cercana al dato inicial sea la forma en que se repite la lección, mejor se considerará el resultado de lo aprendido. No se deja margen para el pensamiento crítico, el que pone en perspectiva, el que cuestiona, el que indaga, no se deja espacio a la imaginación, ella, que siempre busca el acierto, errando con felicidad, sin angustias por no acertar. Acertará en algún momento. No porque le caiga la suerte, de ninguna manera. Acierta porque hace de la equivocación un método para llegar al acierto.
Hablamos de dibujo, de historia, pero en otras materias que educan ocurre algo parecido: en ciencias, en las instituciones se enseña con margen estrecho, se enseña con alma tacaña. No se dice, no se revela, sino que se espera que el alumno adiestrado de esta forma pueda ocupar su espacio predeterminado dentro de la sociedad oficiosa, porque colmada de oficios. Se busca fabricar ingenieros, médicos, arquitectos, cuando se debiera formar hombres de ciencia, hombres de arte, hombres de ética. Con mucha frecuencia se espera que el alumno domine todo lo enseñado pero se le cortan las alas para ir más allá. No se dice, pero se pretende formar técnicos y poca cosa más. Es un milagro que el pretendido técnico, en ocasiones, rompa las amarras y salga a volar. La mayoría de las veces, el vuelo ensayado no será logro de la educación recibida. Será una ruptura contra la educación recibida.
La presencia de una biblioteca en un lugar de estudio ayuda a distraer la mirada que se propone cerrada. Pero no basta con tener una biblioteca en algún lugar de la institución de estudio. Es imperioso que la biblioteca esté presente en el aula, algunos libros bastan, para que el docente de todos los días tenga a mano y utilice la única herramienta que enseña a leer, el libro. El libro en el aula, el libro utilizado a diario en el aula, el libro que distrae en el aula, frente a todos, sin miedo de hacerlo, es la única forma de enseñar a leer. Sin libros en el aula no hay educación, aunque pueda existir tecnificación. Una parte de la sociedad aplaude este resultado técnico, formador de agentes al servicio de un modelo probado y repetido. Tendríamos que buscar caminos diversos. Debiéramos festejar siempre la formación de actores posibles para el cambio, para la novedad, lectores, lectores, lectores sin fronteras.
La educación debe realizarse dentro de un marco cultural que no solamente la permita y avale, sino que también aplauda la (des)educación en el sentido de un camino de superación y liberación de lo enseñado.
Recuerdo aquí a mi último profesor de colegio en su despedida en el aula.
«Nos despedimos y espero que todo lo que yo les enseñé pueda ser volcado, a partir de hoy, como si desearan verse libres de mis palabras. No teman el momento. Algo se perderá en este derramar del vaso. Lo que sobra, será mi contribución para la vida de cada uno de ustedes».
¡Gracias, profesor!