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Este escrito habla de un breve encuentro con el poeta Edgar Pou hace meses, y del encuentro de hace unos días con el activista Simón Cazal (uno de los hermanos de Edgar) y el poeta Javier Cazal (uno de los hijos de Edgar), en el marco de las publicaciones dedicadas a su memoria, ante su reciente partida, aquí en El Suplemento Cultural. Por razones de tiempo no pude contactar con más familiares y amistades del poeta. Cabe resaltar que Edgar y Wilma tuvieron siete hijos: Javier, Jorge, Samuel, Josías, Simón, Denis, Janis, y también un nieto, Dylan, hijo de Janis, a quienes envío un gran abrazo en este momento tan doloroso. Aquí vamos.
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Edgar fue un gran referente de la poesía en Paraguay; su nombre se relaciona con lo alternativo, los cartoneros, las intervenciones urbanas, los unipersonales en jopara y en portuñol salvagem. Tuvo una presencia fuerte en los espacios literarios a nivel nacional y también internacional. Sin embargo, desde 2015 esta presencia fue disminuyendo. Para 2019, su presencia en los eventos under era casi nula. Pocos saben que Edgar seguía trabajando poesía, y que tenía un motivo sumamente profundo para hacerlo, y que lo hacía de la única forma que podía hacer estas cosas, apostando todo, involucrándose íntegramente desde sus pensamientos, sentimientos y acciones. Este motivo hizo que el poeta se dedicara a explorar su interior de una forma diferente. Buscó el fundamento de su lenguaje, el ayvu, desde un asentamiento, y también desde vínculos sumamente profundos.
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En 2015, el poeta inició su vida en un nuevo ambiente, un asentamiento que vivió un largo proceso de lucha por la tierra, el asentamiento Gaspar Rodríguez de Francia. El poeta eligió un lugar donde nadie del asentamiento deseaba estar porque tenía una pendiente pronunciada y muchos árboles y sería muy largo el proceso de destroncar y nivelar el terreno. Sin embargo, lo que para muchos era defecto para el poeta era ideal. Ahí, entre esos árboles añosos, instaló su pequeña vivienda, donde viviría solo. Lentamente, ese terreno sin más murallas que plantas fue poblándose de más naturaleza. Una de las mayores alegrías de Edgar era que al fondo del lugar había una surgente, que eligió cuidar. Pocos en el asentamiento sabían del don poético de Edgar. Sin embargo, siempre fue considerado un buen vecino, algo extraño, pero buen vecino.
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La vida en el asentamiento continuó, los terrenos fueron titulados y, luego de un largo proceso, el Estado inició, para alegría de los lugareños, la construcción de las viviendas populares. Sin embargo, la única casa que se mantenía igual era la precaria vivienda del poeta. Cuando los funcionarios estatales llegaron al pequeño bosque donde vivía Edgar, le contaron la buena noticia de que él también era beneficiario, midieron el lugar y, con cara de jugadores de póker, le explicaron que el espacio de la casa era muy pequeño y que, por supuesto, tenían que echar los árboles para la llegada del progreso, el poeta les dijo que no le interesaba la propuesta. Minutos después, unos sorprendidos vecinos le preguntaron por qué les había dado a los funcionarios esa extraña respuesta, si la lucha fue para ese objetivo y el espacio donde vivía se estaba volviendo un monte. Edgar les respondió:
–Justamente por eso elegí vivir acá, por esos árboles; no echaré ninguno.
Entonces los funcionarios estatales se retiraron de la casa del poeta. Para ya no volver.
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Pasando la surgente, pueden observarse unas cercas; luego, un cartel que dice «Propiedad privada». Luego pueden observarse a lo lejos unas enormes máquinas creadas para la extracción de piedras y tierra. Las dimensiones de las maquinas son gigantescas, tanto como la destrucción que generan. Edgar cruzaba el cerco y visitaba de noche el poco monte que quedaba, y pensaba en lo que pasa en el mundo, y a veces nacían nuevos poemas…
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En ocho años de vida en el asentamiento, si bien su participación en eventos de carácter literario fue disminuyendo hasta ser en los últimos años prácticamente nula, Edgar no dejó de producir y crear. Está claro que vivía un proceso de recopilación de elementos, y de creación, complejo, difícil, y que lo entusiasmaba.
Edgar había madurado una nueva etapa en su labor poética; con el fin de saber un poco más, visité a Javier y Simón, y la sorpresa ha sido grande.
Observé dos cuadernos repletos de apuntes sobre la mesa. Javier y Simón me miraron profundamente; el primero en hablar fue Simón, y me explicó que el primer cuaderno data de abril de 2019. Los cuadernos fueron utilizados por los hermanos para el antes, el durante y el después de los diálogos. Edgar también utilizaba cuadernos de apuntes para estos encuentros.
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Comprendí que, si bien Edgar vivía solo en el asentamiento, su batalla no era individual, no estaba solo. Lo último que estaba trabajando era sobre la lengua avá, y el concepto de po. Este trabajo lo realizaba con su hermano Simón, y con sus hijos, que eran parte de este proceso de discusión e investigación, y de búsqueda de un camino de redescubrimiento de raíces.
«Ese es el ejercicio que hacíamos, como una auto-antropología», me cuenta Simón Cazal. «Tenemos que imaginar de nuevo una sociedad que nos devuelva la selva, y cómo se hace eso, si ahora tenés estaciones de servicio, supermercados, edificios. Es más complicado, cada vez más complicado, pues vacían un cerro para hacer su cerro privado acá, y no va a parar nunca, hay que pararles. Hay que pararles desde donde se puede. Edgar dijo: yo voy a hacer lo que puedo desde lo que puedo, y yo básicamente estoy haciendo lo mismo, en nuestra concepción, y en lo último que estuvimos abordando con Edgar: fue el cuerpo como territorio, que es como la base del pensamiento, que divide y rompe la última jerarquía, desde la que está construido el sistema colonial».
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A la conversación se suma el poeta Javier Cazal, hijo de Edgar que vivió y vive todo esto de forma muy especial porque los inicios de Edgar en el asentamiento, así como su nueva búsqueda, coincidieron con el momento en que Javier empezaba a tener su propia voz poética. Me cuenta: «Yo iba mucho al asentamiento, a hablar de todas estas cosas. Él siempre iba a contracorriente. Y con la lengua guaraní también pasaba eso: siempre me decía que hay que filtrar todo porque desde siempre el abordaje que se hace es desde el blanco, desde el que invadió, porque ellos vienen, ellos te explican la historia del avá, pero desde su lenguaje blanco».
Me cuentan Javier y Simón que esta búsqueda se convirtió en un asunto familiar cuya profundización se fue expandiendo a otras vertientes, y que en el último tramo de la vida del poeta fueron enfocando lo que él, Simón, Javier y otros participantes de esta búsqueda llamaban Avá, o Le Avá. Javier y Simón aclaran que hablan de un puente cultural que conecta a la gente de la selva, los ka’a ygua, que toma diferentes moldes, pero que no hay un lenguaje antropológico occidental para describir esas conexiones.
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«En lo que estábamos con Edgar era en abordar ese lenguaje, en el sentir estábamos, hay algo que nos conecta a nosotros con eso más profundo, selvático, que está todavía latente en nuestra lengua por colonizada que esté. Pero no tenemos un lenguaje emocional para tener un puente a cognición, cómo entendemos, nuestra cabeza europea cómo “entiende”, las emociones de ser un ser de la selva, de una selva colonizada». Simón me aclara que en su caso y el de Edgar también se trataba de un puente generacional. Porque vieron cómo su monte se extinguió prácticamente frente a ellos. «Vos veías un cerro antes ahí en Ñemby, y ahora ya no hay más, y Ñemby era un bosque, no sé cómo explicar, nosotros nos perdíamos en el bosque, y su bosque se conectaba con el mío». El bosque de Simón fue apedazándose paulatinamente, hasta convertirse en un barrio.
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«Si la selva se transformó en campo, el campo se transformó en barrio, y el barrio se transformó en ciudad, ¿cómo hacemos el camino de vuelta? Porque si no les vamos a creer a ellos, a los juru’a. Ellos dicen que el tiempo es lineal, que hay un fin, están obsesionados por su apocalipsis. Y con Edgar nos montamos en el otro tren, miramos en espiral, que es distinto».
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Simón posee varios audios que le fueron enviados por Edgar. También tiene un guion terminado de autoría de Edgar. Y la colección del Arcoíris, escrita por Edgar, resultado de reflexiones sobre la luz y la descomposición de la luz en los colores. Además, tienen los trabajos colectivos sobre los conceptos de Ñangareko y Jopoi y un último trabajo enviado por Edgar en formato de audio, debido que ya no podía escribir, sobre los conceptos de Po y Porâ.
«El Arcoíris surgió de la necesidad de explicar a la gente que está demasiado en el súper, vos tenés que sacarle del super, y llevarle al cerro y enseñarle a comer, es un trauma, le tenés que sacar del shopping, y llevarle allá, al río, y son muchos, y tienen hambre, ¿y cómo hacemos? Tenemos que encontrar lo que podemos, y tenemos que encontrar una forma. Entonces, ante una propuesta que surgió primero como una fuente y una visual para escribir de manera más cómoda en guaraní, Edgar planteó que lo podemos hacer multimedia, y el formato multimedia más barato que teníamos era armar el power point, y eso está acompañado con varios textos y audios de Edgar, ya que es una colección».
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Esta colección de textos inéditos fue transformándose en la creación de un dispositivo, como un decodificador para descolonizar. Los hermanos desarrollaron un juguete, una colección de power points cuya misión era lúdica. Cabe destacar, entonces, que Añangareko y Jopoi son trabajos colectivos, y Arcoiris es el concepto multimedia trabajado con el aporte de Simón, donde la parte de texto y audio es de Edgar.
Ante esto, me quedé con la duda de cuál es la obra que queda pendiente. A lo que Javier me dice:
–Su libro.
Y me explica que tenían proyectado publicar este año un libro por Avagata, la editorial cartonera. Ese libro sería improvisado:
–Pero no nos referimos a un freestyle, sino algo que venía, sin rimas, con pistas con influencia ava, y una improvisación avá, que ya fue practicada desde la experiencia del Arcoíris y la conexión con las aves –me cuenta Javier.
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Antes de despedirnos, Javier me recuerda que el aporte artístico de Edgar Pou es la nueva forma de hacer libros en formato artesanal y cómo integró el collage. A lo que Simón suma: «La obra de Edgar Pou ayuda a romper el cemento que hay, su obra trasciende, es un hito desde hace rato porque rompió el cemento y el asfalto, no solo quedó ahí, abonó también por debajo y dejó también semilla encima, para que vaya brotando. Hay una labor de restauración, de reconstrucción, yo lo siento así, no tengo otra manera de graficar lo que yo veo que hace con la gente que toma contacto con el material que el produjo. La sensación que da es que ayuda a disolver ese supermercado que se nos construyó encima, conectándonos con cosas mucho más reales, más cósmicas; yo no encuentro mucho paralelo en otras obras, me parece que eso es así, a lo mejor otra gente puede opinar mejor».