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«El imperialismo es aldeano; el respeto a la pluralidad es cosmopolita». Margarita Rivière.
Desde hace ya bastante tiempo vivimos en un mundo en el que todas las personas estamos relacionadas de una manera u otra. Esto ha sido posible, en primer lugar, gracias a los avances en los medios de trasporte, que han evolucionado enormemente en los últimos siglos. En el siglo XVI el mundo podía ya ser recorrido en barco. Esto significaba que cualquier persona podía, en principio, desplazarse a cualquier sitio del planeta. Existían, sin embargo, las limitaciones de la lentitud de las embarcaciones de la época y la escasa cantidad de personas que podían transportar. El primer viaje en barco en el que se dio la vuelta al mundo –capitaneado por Magallanes y, luego de su muerte, por Elcano– tardó un poco más de tres años, de 1519 a 1522, en regresar al lugar de partida; partieron 250 personas en 5 naves y volvió solo una, con un puñado de hombres. Proeza que mostró que existían rutas marítimas para recorrer todo el mundo y que daría inicio a la posibilidad de viajar a todos los rincones del planeta, lo que, con el tiempo, llevó a la interconexión de los cinco continentes así como a la emergencia del colonialismo a escala mundial.
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Luego de los barcos a vapor y de los trenes para realizar viajes a larga distancia apareció el avión, y con él los tiempos y los costos de desplazamiento disminuyeron drásticamente. En 2005, Steve Fossett dio la vuelta al mundo con este medio, volviendo en 67 horas al sitio del que partió. Tomando en cuenta la esfericidad de la tierra, hoy teóricamente nos llevaría la mitad de ese tiempo viajar hasta el sitio más alejado de donde estamos en un avión convencional. Con lo cual estamos, potencialmente, a menos de un día y medio de cualquier parte del mundo, y, con ello, también de encontrarnos con cualquier otro ser humano del planeta.
Situación que permite que cada año millones de personas de todo el mundo se desplacen a otros países, facilitando la inmigración internacional (facilitándola en este aspecto, sin considerar los trámites necesarios ni los costos), sin importar lo lejano que esté el país de origen del de destino, lo que convierte las sociedades de acogida de inmigrantes en sociedades multiculturales, con presencia de hablantes de diversas lenguas y costumbres, formándose en muchos casos enclaves étnicos (guetos, en ocasiones), cuyos miembros mantienen permanente contacto, por diversos medios, con los que permanecen en sus países de origen, celebran fechas importantes del calendario del terruño y comen platos tradicionales, entre otras prácticas con las que se recuerdan a sí mismos que pertenecen al mismo origen.
El avión permite, además, el desplazamiento masivo de turistas que pueden así conocer de primera mano sociedades distintas a las suyas, en donde quedarse unos días a vivir experiencias exóticas, conocer su gastronomía y sus costumbres, bagaje con el que vuelven a sus países con un poco más de conocimiento de otras culturas y con una colección de fotografías y souvenirs: regresan, en suma, más cosmopolitas de lo que eran antes de emprender su viaje; entendiendo el cosmopolitismo como la práctica de un ideal de respeto a quien es distinto y como la apertura para comprenderlo y tomar de él lo que nos agrada; fundamentalmente, en este caso, a través de hábitos de consumo de bienes provenientes de países y culturas extranjeros, estilos, modas y sabores que desplazan a los gustos por comidas, ropas o músicas únicamente nacionales (1).
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Los otros medios que han llevado a que las personas de todo el mundo estemos vinculadas son bastante más rápidos que el avión y son los medios de comunicación. Ya desde fines del siglo XIX, el telégrafo permitió comunicarse a largas distancias, más allá de las fronteras. La radio de onda corta desde comienzos del siglo XX y la televisión vía satélite desde la década de 1960 permitieron recibir programas de radio y de televisión en todo el planeta y estar informados, en tiempo real, de lo que pasaba en otras latitudes.
La irrupción en la cotidianidad de internet, que comenzó a masificarse a partir de los años 1990, llevó la comunicación y las posibilidades de acceso a información y vínculos con individuos de otros países a otro nivel. Modificó radicalmente las vidas de las personas de todo el mundo, tanto en sus hábitos como en su autopercepción. El acceso a internet nos permite aprender cómo viven quienes habitan en cualquier sitio del planeta, y también, si interactuamos con ellos, influir en sus existencias y ser influidos por ellas. Ambos aspectos, que se encuentran entremezclados, nos llevan a la «necesidad de desarrollar un espíritu cosmopolita» (2). Es que la influencia y el conocimiento mutuos entre individuos pertenecientes a culturas diversas implican desarrollar la apertura a lo distinto –que conduce al respeto por la diversidad cultural– como una costumbre cotidiana.
Pero el respeto no es la única alternativa para encarar la diversidad. El nacionalismo y el patriotismo continúan vigentes en el mundo actual y se presentan de múltiples formas, desde manifestaciones xenófobas contra inmigrantes hasta actividades más inocentes, como participar en las fiestas propias del país natal o alentar a la selección nacional en partidos internacionales de fútbol.
Sin embargo, en la sociedad contemporánea los sentimientos de orgullo nacional de millones de personas coexisten con una cultura de masas global, dentro de la cual comparten los mismos gustos en materia musical y los mismos hábitos de consumo y están pendientes del estreno de las últimas películas de Hollywood o del lanzamiento del último modelo de smartphone de una marca determinada sin importar si se trata de personas de la India, de Brasil, de Sudáfrica o de cualquier país del mundo, pues, más allá de sus sentimientos identitarios nacionales, lloran al ver las mismas series y se ríen de los mismos memes. Cada uno desde su aldea, es cosmopolita a su manera.
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Seguir la tradición o formar parte de la cultura global cosmopolita son dos posturas opuestas que se creen asociadas, respectivamente, a los pueblos o aldeas y a las grandes ciudades, dos tipos de lugares distintos en dimensión y también, en teoría, en la apertura o falta de apertura de sus habitantes a otras culturas. Así, se supone que los provincianos o aldeanos son tradicionalistas y reacios a aceptar lo extranjero, y que quienes viven en grandes ciudades son de mentalidad cosmopolita, y abiertos a la diferencia.
Esta dicotomía, sin embargo, no es perfectamente realista, ya que en la práctica la apertura al Otro o la no aceptación de la diferencia se encuentran tanto en pequeños pueblos como en grandes ciudades. Ni vivir en una aldea convierte a nadie mágicamente en cerrado a la diversidad, ni habitar una gran ciudad crea automáticamente cosmopolitas.
Muchos habitantes de grandes ciudades están convencidos de que existe una sola forma correcta de ser y de hacer las cosas: la suya. En 2018, recorrió el mundo un video filmado con un celular donde se ve a un abogado estadounidense increpando al gerente de un restaurant en Nueva York, exigiéndole que el personal del local y los clientes hablen en inglés y no en español, pues estaban en Estados Unidos (3). En julio de 2022 se hizo viral en Francia un video de TikTok donde se ve a un joven negro repitiendo «¿Quién es el mono?» a una señora que en pleno centro de París lo insultó, comparándolo con ese animal (4). Las actitudes del abogado neoyorquino y la señora parisina denotan que, a pesar de vivir en ciudades cosmopolitas, el cosmopolitismo no les dice nada.
En el otro extremo, el acceso que tiene hoy un aldeano a la información de lo que sucede en otras latitudes y al consumo de productos de la cultura global de masas lo hacen abierto al menos a un cierto tipo de cosmopolitismo. Con lo cual nadie, por aldeano que sea, se escapa hoy de ser más o menos cosmopolita. Hasta para la radio más alejada y con menos oyentes es imposible evitar los hits musicales del momento. Tal vez el aldeano que escucha esa emisora y tararea (en un muy mal inglés) la letra de la canción de moda sea, sin sospecharlo, cosmopolita a su manera.
Notas
(1) Molz, J. G. (2016). Cosmopolitanism and consumption. En The Ashgate research companion to cosmopolitanism. Routledge, pp. 35-37.
(2) Appiah, K., & Saschse, D. (2008). Mi cosmopolitismo. Katz Editores, p. 23.
(3) Levenson, E., & Murphy, P. (2018). Hombre que amenazó a personas por hablar español en Nueva York tiene un historial de enfrentamientos públicos. En CNN Español, 17/05/2018 (https://cnnespanol.cnn.com/2018/05/17/hombre-racista-nueva-york-hablar-espanol-nombre-abogado-aaron-scholssberg/).
(4) https://www.tiktok.com/@akamztwenty20/video/7123958551575334149?lang=es