El humor en los tiempos de la cólera (I)

«Son varios los países que están implementando legislaciones contra los chistes “políticamente incorrectos”, lo cual viene a significar –escribe Luis Carmona en el siguiente artículo– contra todos los chistes».

Fotograma de "Aladdin" (1992).
Fotograma de "Aladdin" (1992).

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Antes que nada, me disculpo con García Márquez por la abusiva paráfrasis de su título, y sí: estas líneas tratan de la incompatibilidad del carácter burlón del humor, del más festivo al más sarcástico, con el espíritu de censura inquisitorial en que ha devenido la corrección política.

Así como siempre se ha dicho que la primera víctima de la guerra es la verdad, la primera víctima de la censura es siempre el humor, quizás porque, como reza esa frase tan brillante que se atribuye a una docena de genios, «El humor es la forma más refinada de la inteligencia».

Comencemos con una anécdota que me hizo sonar la primera alerta sobre el asedio que habían iniciado los ofendidos profesionales, apoyados incondicionalmente por los guardianes de la corrección política, contra el sentido del humor: hace muchos años fui al estreno de la primera versión de Aladino, de Disney. Me gustó y tiempo después llevé a algunas de las criaturas de la familia a verla. Para mi sorpresa, un pedazo de la canción del mercader, con que comenzaba la película, con la finalidad de dar humorístico contexto histórico y geográfico al espectador, había desaparecido: la referencia a que en el imaginario país del personaje al ladrón se le corta la mano.

Supe después que furiosas quejas que acusaban a la película de, cito de memoria, «manchar la imagen y difundir prejuicios sobre los países musulmanes» hicieron que la productora modificara el texto. ¿De verdad una canción jocosa, que además no hacía sino mencionar una ley real en la época en que está ambientada la película, manchaba la imagen de los países islámicos más que las lapidaciones, la destrucción de obras de arte, las bombas humanas, las fatwas, el maltrato criminal generalizado a las mujeres, etc.? No desde un punto de vista lógico, pero con cierta frecuencia quienes son inmunes a las salvajadas reales son hipersensibles a la más ligera raspadura del sentido del humor.

Además hay que decir que es mucho más fácil pelear con alguien que está dispuesto a ceder que con alguien que está dispuesto a matar; porque, no nos engañemos, toda esa gente que dice estar dispuesta a «morir por las ideas» (muchos de los cuales, como ironizaba Georges Brassens en su canción del mismo nombre, compiten con Matusalén por la longevidad) lo que en realidad están proclamando es que están dispuestos a matar a todo aquel que no se someta a sus ideas… y para demostrar que el presunto «idealismo mortuorio» siempre comienza disparando contra el humor solo hay que rememorar la historia de la publicación francesa Charlie Hebdo, que va por el tercer o cuarto atentado y lamenta unas cuantas «muertes por las ideas», pero por las malas ideas de los fundamentalistas.

Son varios los países que están implementando legislaciones contra los chistes «políticamente incorrectos», lo cual viene a significar contra todos los chistes, porque aún las más ingenuas y menos agresivas formas de humor inevitablemente destacan algún carácter tonto, absurdo, malvado o ridículo de la realidad ante el que quienes se identifican con ese rasgo, en lugar de practicar una sana autocrítica, ponen en marcha una colérica reacción de ofendidos impenitentes.

Pero volvamos a las leyes promovidas por los defensores de la corrección política. Lo más curioso del caso es que un enorme porcentaje de los chistes objeto de censura tienen la función contraria al motivo que se aduce para censurarlos. Buen ejemplo de ello son los chistes de tema racial: por cada chiste cuya finalidad realmente es racista, al menos mil son, por el contrario, tomaduras de pelo, a veces muy sangrientas, al racismo.

Así pues, en puridad, se está protegiendo a los racistas de los antirracistas sin que la falta de sentido del humor permita a los promotores de semejantes leyes percatarse de la sangrienta paradoja… Ya pueden encolerizarse, porque (espero que muy finamente) acabo de llamarlos, no solo necios, moralistas y pacatos, sino también mentecatos.

Además, claro, para legislar contra el humor racial hay que pasar por alto el pequeño detalle de que el hecho mismo de promulgar una ley contra los chistes raciales o que hablen de determinado colectivo (no importa cuál: futbolistas, sacerdotes, negros, chinos, mujeres, suegras, gallegos, judíos, belgas, homosexuales, etc., etc.) da por supuesto que pertenecer a esa colectividad tiene tantos rasgos negativos que necesita defensa legal… Lo que, a decir verdad, es el colmo del racismo y la discriminación.

Los poderes establecidos, sean estos cuales fueren, aborrecen el humor, con la nada despreciable diferencia de que en los Estados de derecho (por lo menos hasta ahora y si los guardianes de la corrección política no lo remedian) tienen que soportarlo, y en los autoritarismos un inocente chiste te puede llevar directamente al ostracismo, al exilio o al paredón, como muestra con una maestría narrativa admirable el recientemente fallecido Milan Kundera en La broma, su libro más famoso… Pero el vínculo entre el humor y el poder, que es el eje de la novela de Kundera y también de El nombre de la rosa, de Eco, haría estas líneas demasiado largas, así que lo dejaremos para una próxima entrega.

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