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Mis lectores están acostumbrados a examinar contenidos con cierto volumen de información en los artículos que escribo para ellos habitualmente. Hoy, sin embargo, les voy a evitar los pesados bloques de cemento del significado histórico para ofrecerles simplemente un leve andamiaje, con el deseo de ilustrar así el principio taoísta de que menos no solo es más, sino que es todo.
Solía dar muchos paseos por el centro de Asunción en 1980. Para entonces, la Guerra Civil de 1947 había quedado completamente olvidada por la generación más joven, y ya solo los mayores recordaban sus muchas crueldades.
Eran esos mismos viejos los que todavía notaban los impactos de las balas calibre 50 en los postes metálicos de teléfono frente al Teatro Municipal de Asunción. Cada vez que pasaban por la calle Presidente Franco, de hecho, se susurraban a sí mismos: «Nunca más. Nunca».
Los jóvenes de entonces ya ni siquiera veían aquellos agujeros de bala. Apenas reparaban en los postes. De hecho, fueron los espacios vacíos que rodeaban al Teatro los que le dieron su carácter, tal como al tereré lo define el espacio sin color, sabor ni forma dentro de la guampa, no el cuerno de vaca en sí.
La Guerra Civil del 47 se había vuelto irrelevante para entonces. La revolución de los pueblos pobres que prometieron los comunistas y los febreristas nunca sucedió. Tampoco el progreso burgués que anunciaron los liberales. Y aunque las carnicerías de los pynandí sí ocurrieron, no dejaron pesadillas en los jóvenes. Sus mentes se enfocaron en un mundo real animado por vivas imágenes de Susana Giménez, tintes para el cabello y automóviles importados, al igual que las mentes de la generación actual se enfocan en un mundo aún más real hecho de bitcoins, senos aumentados y globalización. En cuanto a los postes de teléfono acribillados a balazos frente al Teatro Municipal, alguien los derribó hace mucho tiempo. ¿Quién necesita agujeros cuando tiene wifi?