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La idea de la nación en el pensamiento del filósofo argentino Carlos Astrada (1894 - 1970) se inserta en un cúmulo de preocupaciones transversales: naturaleza o historia en la existencia de la nación; universalidad humana y singularidad del pueblo; orden imperialista y liberación del pueblo en términos nacionales.
Hay que remarcar, además, el rol constitutivo del mito nacional en la construcción de una voluntad colectiva emancipadora, capaz de movilizar adhesiones y postular una historia común y un destino de realización colectiva por alcanzar. Este aspecto del mito nos permitirá llegar a un concepto crítico de nación, como una forma inconclusa, nunca cerrada completamente sobre sí misma, que implica violencia e integración, olvidos y reivindicaciones. El carácter paradójico del concepto nación nos abrirá la posibilidad, finalmente, de pensar los efectos políticos y éticos de dicha categoría, en tanto implican y han implicado históricamente violencia y exclusiones hacia comunidades y pueblos que han quedado fuera –estando territorialmente adentro– del circulo cohesivo de la comunidad nacional.
La crisis de la modernidad liberal burguesa
Astrada plasma su reflexión sobre la nación en El mito gaucho (1948), en un contexto global signado por la crisis de las certezas en los efectos benevolentes de la modernidad liberal burguesa, entendida como un progresivo avance de la humanidad hacia la conquista de mayor libertad, progreso y bienestar. Las guerras mundiales, el avance de la lógica impersonal del mercado y la predominancia de una racionalidad formal y técnica sobre los grandes valores sustantivos representaban algunos de los malestares de la cultura occidental moderna. Todo ello resultaba en un diagnóstico crítico de Astrada: la civilización occidental estaba en decadencia, se habían secado sus fuentes vitales. Y frente a ese anquilosamiento de la potencia vital de la cultura occidental, propondrá «combatir la “adultez” moderna y recuperar la capacidad de crear un mundo nuevo que sirva para la vida» (1).
Debemos situar el pensamiento de Astrada bajo dicho telón de fondo. Occidente ya no ofrece un ejemplo normativo de singularidad histórica como modelo a seguir. Por eso, el proyecto de Astrada explora los fundamentos de un destino propiamente nacional pasible de escapar a la injusticia y la cosificación crecientes del mundo occidental moderno. En este preciso sentido, considera que «la desrealización que se padece en el sistema capitalista se da […] por causa de una inversión determinante: en lugar de estar las cosas al servicio del hombre, es este quien se ha convertido en esclavo de aquellas» (2).
Frente a la decadencia de occidente, Astrada plantea volver al mito, capaz de integrar a la comunidad nacional en pos de un proyecto político de liberación y grandeza que se mantenga fiel a las fuerzas telúricas y autóctonas, las cuales motorizan la verdadera vida nacional. El mito, en su plena positividad, constituye una argamasa que articula adhesiones a partir de un centro dador de sentido; una visión del mundo no meramente contemplativa, sino un verdadero esquema de percepción y, sobre todo, de acción.
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«El hombre argentino –afirma Astrada en El mito gaucho–, al asimilarse externamente los productos de la cultura europea, hizo de éstos meros habitáculos, con lo que se creyó dispensado de formarse conceptos del mundo y de la vida que fuesen fiel expresión de su peculiar modo de ser» (3). Podemos identificar en esta cita la tensión entre la cultura occidental, «universal», y la cultura nacional, propiamente arraigada y adecuada a la profundidad ontológica del ser nacional. Es decir, se postula una inadecuación constitutiva entre la forma cultural occidental –en franca decadencia– y las potencialidades ontológicas del ser nacional que pugnan por expresarse desde la profundidad, no solo del espíritu, sino de lo telúrico mismo.
Sin embargo, puede sostenerse que Astrada no niega simplemente la dimensión universal de la condición humana, sino que considera que para alcanzar la universalidad humana es primero necesario comulgar con el ser nacional. Es decir, se afirma un humanismo universal con matices hegelianos: «Hegel le proveerá la idea de que, para que un hombre pueda entrar en la historia universal, es preciso que comulgue primero con su ser nacional» (4).
Naturaleza y nación en Astrada
La naturaleza y el paisaje en Astrada constituyen no solamente el entorno –mero soporte material de una vida espiritual– del hombre argentino, sino que lo modulan, lo forjan y coparticipan activamente en la constitución ontológica del ser nacional. La pampa es un paisaje vivo, una experiencia cosmológica y hasta una particular tonalidad emotiva. Al respecto, reflexiona Astrada: «Es tal el hechizo que la lejanía, el esfumarse de todo limite, ejerce sobre el hombre argentino, que su ser, en un dramático intento por trascender, es un proyectarse hacia un horizonte que constantemente se aleja y dilata, sin que a este ser se le brinde naturalmente la posibilidad […] de estabilizarse en una firme tesitura ontológica» (5).
La naturaleza no se limita, de este modo, a ser un patrimonio de la nación; no constituye una materialidad inerte que está ahí gratis, indeterminada, esperando a ser apropiada –espiritualizada– por el hombre. Por el contrario, la naturaleza es ella misma, si se quiere, espíritu operante, espiritualizando al hombre, o, al menos, formándolo bajo su influjo. Este aspecto paradojal del pensamiento de Astrada pone en tensión las dicotomías rectoras del pensamiento filosófico occidental moderno, las cuales postulan un sujeto intencional, coincidente consigo mismo en la afirmación de su libre volición, por un lado, y una materia inerte, receptiva, indiferenciada, por el otro.
Consideramos importante prestar atención a este momento telúrico astradiano, ya que revela puntos de contaminación y comunicación con efectos de dislocación en la postulación clásica que opone y separa naturaleza e historia. Además, esta perspectiva de la contaminación, expresada en escenas narrativas en las cuales la naturaleza actúa qua sujeto, como fuerza formadora (comunicándose con el gaucho, ofreciéndole sus ríos como caminos de navegación) pone en cuestión una mirada patrimonialista de la naturaleza; naturaleza sobre la cual la razón moderna debe ejercer su dominio para afirmar su libertad conquistadora, su independencia frente a la exterioridad patológica de la materia.
Este vuelo ascendente de la razón en busca de la libertad y autodeterminación comete injusticia a la objetividad, puesto que al dominar lo otro a sí mismo, al tratarla como materia muda, niega la alteridad en sus fundamentos, reduciendo lo diverso a lo uno y evidente del sujeto de la razón (6). Esta violencia hacia lo diferente implicada en un pensamiento cerrado sobre sí mismo, soberano de sí mismo, tiene implicancias políticas y éticas al pensar el presente de la nación: ¿es la comunidad nacional idéntica a sí misma, autosuficiente en su unidad? Y si así lo fuera, ¿qué violencia comete su pretendida unidad contra lo diferente, lo que no entra en el diagrama prestablecido de una razón conquistadora, patrimonialista, teleológica y de un presente autocelebratorio? Sin romper críticamente el círculo cerrado de una razón instrumental vaciada del compromiso ético y político con el presente, lo pendiente de realización –la justicia– murmurará inaudiblemente desde el olvido y será sepultado bajo la coherencia y coronación del presente como culminación absoluta y adecuada de la nación.
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Astrada y el mito gaucho
Así pues, Astrada identificará en el mito gaucho la nación por realizarse, los lineamientos de una nación que todavía no es, que se ha alejado de sus orígenes vitales, pero que puede llegar a ser. La nación está en construcción, sigue pendiente; el mito guacho constituye un nuevo centro dador de sentido para la auténtica comunidad nacional.
Por lo tanto, el mito gaucho representará para el filósofo argentino el arquetipo del hombre nacional, de su condición física, mental, biológica, y hasta de su proyección política y sentido de comunidad. Puede sostenerse que Astrada concibe el mito gaucho como un pasado, un presente y un futuro: condensa las directrices de una integración en la comunidad nacional de lo verdaderamente autóctono; es todavía un pasado abierto; no un ya sido, sino una verdadera utopía prospectiva.
Es interesante, en este punto, volver al estatuto formativo otorgado por Astrada a la naturaleza, el paisaje, en la constitución del carácter nacional: «Este mito del gaucho es nada menos que el plasma vital y espiritual de nuestra estirpe que, desde su brote inicial, se viene prolongando en el tiempo; es la iteración y el florecimiento de un arquetipo humano, encarnándose en las nuevas promociones, las que, al renovar y enriquecer un acervo tradicional, aseguran la continuidad histórica de la comunidad argentina» (7). La naturaleza aparece como un sujeto que opera, actúa y se comunica con el hombre argentino, contribuyendo activamente a forjar su carácter.
Refiriéndose a la pampa, afirma Astrada: «La pampa no es exclusivamente el medio físico, sino ya incluso una definida modalidad o estructura existencial del hombre argentino; vale decir que es también pampa espiritual […] podemos afirmar que no es nuestro hombre, sino la pampa, la esencia de la realidad, de su realidad misma, el constituto de estructura ontológica» (8).
Si bien todo pareciera indicar la existencia de un pensamiento esencialista sobre el ser nacional, esta perspectiva entra en diálogo constante con la idea de un presente pendiente de realización, con una denuncia constante del presente desde lo pendiente del pasado. El mito gaucho busca plasmar las bases de la integración a la comunidad nacional de los distintos sectores subalternos históricamente excluidos. «El gaucho, afirma, tiene la misión de vengar al aborigen destruido. Esta venganza encierra la lucha de los oprimidos contra el sistema imperialista que ahogó la fuerza vital de la estirpe y sigue subyugando lo poco que queda de ella» (9).
Aquí subyace una crítica a la forma oligárquica de dominación de los gobiernos liberales conservadores de finales del siglo XIX e inicios del XX. Astrada considera que la clase dirigente había cometido una infidelidad a los orígenes. Observa como desvíos de la verdadera cultura nacional la incorporación acrítica de productos culturales y técnicos occidentales. El hombre argentino pasó así a alojarse en formas culturales que no se adecuaban con su ser verdadero, «se hizo inquilino de productos culturales sistematizados por otra forma de existencia, y en el cual solo fue huésped, o mejor, buscó refugio de sí mismo» (10).
Un modelo alternativo de comunidad nacional
Frente al diagnóstico de un alejamiento y deserción de la forma cultural argentina en favor de las formas culturales importadas, Astrada propone un retorno a las fuentes. En este sentido, hay que remarcar la importancia de la integración de los distintos sectores de la sociedad a la comunidad nacional, puesto que solo de este modo habrá justicia y libertad, al mismo tiempo que fidelidad a las profundidades de la argentinidad. El mito guacho es una apuesta astradiana por un modelo alternativo de comunidad nacional, donde lo autóctono sea revalorizado e incorporado a la comunidad política, frente al modelo del inquilino, que vive parasitariamente de formas culturales, maneras, estilos y morales que nada tienen que ver con el arquetipo del hombre argentino.
Y es que este retorno a las fuentes surge como reacción a la crisis de la modernidad occidental. Astrada reivindica la fuerza motriz del mito para la realización de una verdadera comunidad nacional capaz de superar el presente desertor, retornar al manantial prístino del ser nacional para instalarse de este modo en la historia universal. En consecuencia, el mito es también un ideal regulatorio desde el cual medir la distancia entre la nación presente –ficticia- y la nación real. La nación presente es, en efecto, una nación de desertores.
Así, escribe Astrada: «Debido a este estado de cosas, en extremo anómalo, a nuestra comunidad le hicieron recorrer las etapas ficticias de un progreso técnico y económico, que no era expresión de un interno crecimiento, de una expansión de la vitalidad argentina, sino aportes foráneos que caracterizan a la factoría, al Hinterland colonizado de acuerdo a las exigencias y para satisfacer las necesidades de la metrópoli europea» (11).
Podemos observar aquí la tensión entre lo autóctono –el desarrollo orgánico de la nación– y lo europeo extranjerizante, que se injerta en el ser nacional distorsionándolo, succionando sus energías vitales. El mito gaucho es, en este caso, el guardián de un arquetipo nacional que no solo es individual, sino que involucra una concepción de la comunidad política que revalorice los elementos telúricos y autóctonos: en términos políticos, la incorporación de las clases sociales dominadas a la comunidad nacional.
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Actualidad de la propuesta astradiana
Astrada nos invita a reflexionar sobre el carácter abierto de la nación, identidad nunca cerrada completamente sobre sí misma. El mito gaucho es una respuesta a un momento de incertidumbre global, pérdida de las grandes certezas heredadas de la ilustración liberal occidental. En este marco, Astrada invita a la reflexión sobre los peligros, olvidos y exclusiones a las que puede llevarnos una mirada autocelebratoria del presente. El presente de la nación no puede mirarse como realización última y forma absoluta de su devenir, sino que la reflexión crítica debe señalar –allí donde aparece la completitud– la falla, el olvido, los cadáveres y los despojos.
El gaucho simboliza a todos los sectores subalternos, oprimidos y excluidos de los beneficios de la integración nacional. Como mito, es un arquetipo que disloca la temporalidad: es un pasado no cerrado que interpela al presente exigiendo un plus de realización prospectiva.
De este modo, el trabajo de Astrada nos invita también a reflexionar sobre el carácter siempre en disputa de la nación. En sus efectos políticos y éticos, esto implica que la nación nunca coincide consigo misma, conservando una fractura explosiva en su constitución efectiva.
En otras palabras, la definición de la nación constituye una arena de disputa política, un proyecto de comunión y sufrimiento, de destinos compartidos, todo lo cual arroja siempre el conflicto y la violencia como factores constitutivos de la nación.
Finalmente, Astrada nos invita a reflexionar sobre problemas aun vigentes, tales como la tensión entre una gobernanza mundial cada vez más autoritaria y las soberanías nacionales de los pequeños estados periféricos. ¿Puede existir un nuevo mito que revivifique las energías nacionales frente al avance del imperio del mercado mundial? Hoy más que nunca, podemos afirmar que la tensión entre la nación y el mundo global no está resuelta, y conlleva cada vez más crisis y factores de riesgo para las democracias liberales.
Mientras sigamos viviendo en un mundo de estados-naciones, inmersos en la reproducción rutinaria y banal de modelos de percepción y acción marcadamente nacionales (12), las tensiones que fuimos recorriendo en la obra de Astrada no perderán actualidad y seguirán marcando caminos de reflexión a la hora de pensar la integración de la nación al interior y las relaciones con las culturas hegemónicas al exterior.
Notas
(1) Bustos, N.: «La idea de nación en Carlos Astrada», en: E. Vernik (ed.). La idea de nación. Ensayos sobre Max Weber, Hannah Arendt, Carlos Astrada, Frantz Fanon, José Aricó, Niklas Luhmann y Rodolfo Stavenhagen. Buenos Aires, Biblos, 2016, p. 61.
(2) Ibid., p. 62.
(3) Astrada, C.: El mito gaucho. Buenos Aires: Kairós, 1972, p. 36.
(4) Bustos, op. cit., p. 64.
(5) Astrada, op. cit., p. 16.
(6) Ver: Catanzaro, G.: La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2011.
(7) Astrada, op. cit., p. 24.
(8) Ibid., p. 14.
(9) Bustos, op. cit., p. 71.
(10) Astrada, op. cit., p. 35.
(11) Ibid., p. 36.
(12) Billig, M.: Nacionalismo banal. Madrid: Capitán Swing, 2014, Caps. 1 y 2, pp. 13-69.