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A mi edad, estoy vagamente preocupado por la posibilidad de sufrir el destino de Esquilo, quien, como recordarán mis lectores, murió cuando un águila le arrojó a la calva, pensando que era una piedra lisa, una tortuga para romperle el caparazón y cenarla. La tortuga sobrevivió, pero Esquilo no.
Esquilo era un hombre engreído, consciente de su talento. Sus muchas obras se centraron en un tema clásico entre los griegos: la venganza. Para Esquilo, toda nación, toda polis, necesitaba encontrar un equilibrio si quería sobrevivir, y, dadas la ambición y el orgullo humanos, de seguro los Dioses impondrían ese equilibrio. Su instrumento preferido era la venganza. Uno puede verlo en las historias que Esquilo heredó de pueblos anteriores e incorporó a su trilogía teatral llamada La Orestiada. En la primera parte de la trilogía, Agamenón, rey de Argos y excomandante de las fuerzas griegas contra los troyanos, ha sacrificado a su hija para solicitar a los vientos que lleven sus barcos a Troya. El sacrificio le valió la profunda antipatía de su esposa, Clitemnestra, quien dispuso su asesinato en la segunda parte. Entonces su hijo Orestes planeó vengar la muerte de su padre asesinando a su madre y a su amante. En la parte final, Orestes es absuelto en un juicio divino. Pero, incapaz de escapar del ciclo de venganza, enloquece. Aquí vemos la mano de los dioses en acción. Esquilo sin duda entendió la venganza como una motivación central en la sociedad y la literatura griega. Y bien podría haberse preguntado qué dios o diosa envió al águila a arrojarle la tortuga. Estoy bastante seguro de que habría disfrutado de la ironía de su propia muerte.
Por mi parte, solo disfruto riendo y protegiendo mi cabeza calva. Usar sombrero ayuda.
Me parece que la historia se entiende mejor no desde la perspectiva del infortunado dramaturgo, sino desde la del pájaro. Semejante al águila de Esquilo, el majestuoso carancho es el amo natural del mundo aviar chaqueño, pero ve su dominio masacrado por la acción del hombre. ¿Cuántos nidos han caído en el lodo por las motosierras? ¿Cuántos huevos rotos en un suelo implacable?
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Cuando llegué por primera vez a Paraguay a principios de la década de 1970, aún había muchos bosques frondosos en la parte oriental del país, pero nadie podía dudar de que estaban desapareciendo rápidamente. Todos los días podía ver grandes camiones con enormes troncos rojizos pasando por Itauguá rumbo al aserradero de Asunción. Ya entonces podía prever el día en que todo el paisaje sería deforestado, al menos los quebrachos, yvyrarós, urundeys y cedros. Si alguien desea una medida de los cortes realizados en ese momento, debe visitar la Academia Nacional de Historia y consultar el enorme mapa que adorna el primer nicho interior del edificio. Elaborado por el ingeniero húngaro Franz Wisner de Morgenstern, muestra gráficamente los recursos forestales de Paraguay a mediados de la década de 1870. Creo que la diferencia entre esa época y la actual demostrará a todos lo cambiado que está el mundo rural paraguayo. Es bastante extraño, y bastante trágico.
Confieso que me obsesionan esos bellos y silenciosos árboles que vi en 1973, tan llenos de sabiduría y espíritu, tan magníficos, y, sin embargo, tan amenazados por la arrogancia de los hombres modernos, cuya actitud de «cortar, cortar, quemar, quemar» no admite oposición. Y si les parece raro lo que digo, piensen por un momento en la angustia de los príncipes emplumados que vivían en esos árboles, hogar y refugio de mil especies de aves.
Sí, piensen en eso. ¿Cuántos paraguayos, les pregunto, han visto un urutaú libre en su ambiente silvestre, o un pájaro campana? Son aves fuertemente simbólicas para la nación, pero nuestro conocimiento personal de ellas está prácticamente muerto, como el del águila calva para los norteamericanos.
Si estas aves tan centrales para el sentido de identidad de la población han visto destruidos por ella sus hogares, ¿qué harán? ¿Volar y cantar en un ambiente cada día más inseguro, o seguir la sugerencia de Esquilo y tramar alguna venganza?
La respuesta quizás no se encuentre en los autores griegos de la época clásica sino en los cuentos de la novelista, dramaturga y biógrafa británica de mediados del siglo XX Dame Daphne du Maurier, que abordó temas poderosos en sus escritos. Trató el tema que toco hoy en un cuento de 1952, apropiadamente titulado «The Birds». Aquí está mi sinopsis, adaptada a un escenario paraguayo y con protagonistas paraguayos, que mis lectores quizá encuentren más acertados que la costa de Cornualles de la infancia de Dame Daphne:
En un pequeño pueblo ribereño cerca de Pilar, Gaspar Benítez, veterano de la Guerra del Chaco, trabaja a tiempo parcial para un agricultor argentino, Juan Pedro Maudslay. Un día, a principios de junio, ve que una gran bandada de pájaros se comporta de forma extraña a lo largo de la costa del Chaco, comportamiento que atribuye a una reciente ola de frío. Esa noche, escucha golpes en la ventana de su dormitorio, y al abrirla se sobresalta cuando un pitogüé le pica la mano, haciéndola sangrar. A medida que avanza la noche se congregan más aves, caranchos, cuervos, gorriones, mirlos y hasta mainumbys. Algunos logran entrar en el dormitorio de sus hijos, pero, salvo un alboroto de pura ira, no hacen daño y se van volando al amanecer.
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Al día siguiente, Gaspar les cuenta a sus compañeros de trabajo los hechos de la noche, pero nadie le cree. Mientras va a la orilla del río para deshacerse de algunas aves muertas, se percata de que lo que parece un enorme camalote negro en realidad es una masa de aves del tamaño de una cancha de fútbol. Aparentemente están esperando algo. De Radio Nacional llegan informes de que las aves se han estado concentrando en todo Paraguay y de que la gente ha sido atacada en las calles y frente a sus casas. Gaspar tapia las ventanas y chimeneas por precaución. Su esposa ya está indeciblemente asustada.
Caminando a casa de una tía para recoger a su hija, Gaspar ve al señor Maudslay y lo convence de llevarlo en su automóvil. El señor Maudslay, sin inmutarse por las impactantes noticias, dice que planea disparar a los pájaros por diversión. Gaspar rechaza la oferta de unirse a él y camina a casa. Al llegar, los caranchos descienden y atacan. Gaspar logra alcanzar su puerta con solo heridas leves.
Luego se reúnen bandadas de pájaros verdaderamente masivas, atacando a cualquiera que esté al aire libre. El gobierno declara una emergencia nacional y se dice a la gente que no salga de casa. Se anuncia que, debido al «carácter único de la emergencia», Radio Nacional permanecerá en silencio esa noche y reanudará sus transmisiones a la mañana siguiente. Gaspar lleva a la familia a la cocina por seguridad. Durante la cena, escuchan algo que suena como aeroplanos sobre sus cabezas, y luego como aviones estrellándose. Los pájaros finalmente se calman y Gaspar supone que no intentarán seguir.
A la mañana siguiente, las transmisiones de radio no se reanudan. Gaspar y su familia caminan a la granja del señor Maudslay para buscar provisiones. Pasan frente a montones de pájaros muertos, y los que quedan vivos los miran desde lejos. En la granja, descubren que el señor Maudslay, su esposa y su empleado han sido despedazados. El cuerpo del cartero, casi irreconocible, yace junto a la carretera. Reúnen provisiones y regresan a casa, solo para descubrir que las aves están a punto de atacar una vez más. Gaspar fuma su último cigarrillo, arroja el paquete vacío al fuego y lo ve arder. Oye el sonido de los pájaros estrellándose a toda velocidad contra el techo y los costados de su casa. El sonido se hace más fuerte. Y más fuerte.
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Por supuesto, ni Dame Daphne ni Alfred Hitchcock (cuya película de 1963 The Birds se inspiró en su cuento) se molestan en explicarnos por qué las aves se comportan de manera tan asesina. Sugiero que volvamos a Esquilo. Sin duda nos diría que están motivadas por la necesidad de venganza, al igual que todos los personajes clave de su Orestiada. Vengarse del asesinato de los árboles sería ciertamente comprensible para los griegos, cuyo montañoso Peloponeso había sido despojado hacía mucho tiempo de sus árboles, hogar de las aves del Egeo. El fantasma de Esquilo podría preguntar a los paraguayos sobre la matanza de sus árboles, y advertirles que tuvieran cuidado con los pájaros.
Por otro lado, ¿qué pasaría si pensáramos la historia de la vida de Esquilo no desde la perspectiva del hombre ni del pájaro, sino de la tortuga?