En defensa de la filosofía

Si algo nos enseñó Sócrates en el ágora es que en filosofía no existe nada incuestionable, que a los adversarios se les responde, no se les «cancela», y que las ideas no se imponen, sino que se demuestran.

Rafael Sanzio, "La escuela de Atenas" ("Scuola di Atene"), 1510 - 1512, Stanza della Segnatura, Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.
Rafael Sanzio, "La escuela de Atenas" ("Scuola di Atene"), 1510 - 1512, Stanza della Segnatura, Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.

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La petitio principii es, como se sabe, un tipo de falacia que cuela de contrabando proposiciones no demostradas. Un ejemplo clásico es el editorial del 17 de enero de 1991 (el día que empezó el bombardeo de Irak) del diario español ABC, «Guerra justa contra el dictador iraquí». Comienza afirmando lo que tendría que debatirse –y que estaba, de hecho, en debate– («Al fin, la guerra ha estallado. Era inevitable. La incalificable invasión de Kuwait por el Irak de Sadam Husein…»), y el cierre («En estos momentos de zozobra, el ciudadano que ama la libertad sólo puede apostar por la victoria de las fuerzas militares de Occidente…») refuerza esa premisa cuya validez se dio por sentada. Al concluir que los que aman la libertad apoyan a las fuerzas dirigidas por Estados Unidos, impide todo disenso mediante el argumentum ad hominem (se sobreentiende: «el que no esté de acuerdo con nosotros es un enemigo de la libertad»).

La estructura de aquel editorial (petitio principii más argumentum ad hominem) es la misma del solemne comunicado de un centro de investigaciones filosóficas que circuló ayer y que, en tono conmovido, heroico e indignado, llamaba a la solidaridad con un colega (filósofo) atacado por un periodista en su columna de opinión. Sí, tal como leyeron. No fue una bomba en el auto, ni –lejos de ello– el editorial de un diario; ni siquiera un bife. Parafraseando a Wilde, a menos que tengas corazón de piedra, hay tragedias que no puedes leer sin reírte. Aunque, lamento decirlo, estaba demasiado mal escrito para difundirlo en mis redes (como, presumo, se esperaba de los colegas), no necesité reprimir ningún deseo de hacerlo porque, además, era falaz e injusto, y compartirlo, por ende, también lo hubiera sido.

Los Libres en la taberna de Hickel. Boceto a tinta de Friedrich Engels, 1842.
Los Libres en la taberna de Hickel. Boceto a tinta de Friedrich Engels, 1842.

Este suplemento aparece los domingos, así que esto será publicado recién dentro de varios días, cuando la anécdota, de por sí poco relevante para la mayoría del público, haya pasado al olvido, pero lo interesante no es la anécdota sino esa estructura que el editorial del ABC de Madrid y el comunicado en cuestión comparten con muchos otros textos y discursos.

El comunicado comienza enmarcando la columna en «las campañas de odio y desinformación de los conservadores y la ultraderecha», etcétera, azuzando con etiquetas fuertemente emotivas su pavloviano rechazo entre ciertos sectores de una audiencia hoy muy polarizada, y el cierre («Nos preocupa [sic] de [sic] sobremanera estas y otras expresiones [sic] de intolerancia…») refuerza (sin haber mencionado en ningún punto qué planteó el periodista, ni, menos, responderlo, con lo que los autores suman el recurso de ignoratio elenchi a su prodigioso compendio de falacias) la premisa. Si el framing («odio, desinformación, ultraderecha») excluía violentamente del ámbito de la racionalidad a quienes pudieran tener interés en un genuino debate, los ataques personales al periodista («reconocido por su funcionalidad a los sectores de poder [sic]», «que en reiteradas ocasiones ha manifestado su intransigencia con [sic] los intereses empresariales que defiende [sic (¿es intransigente con ellos, o los defiende?)]», «ferviente antiderechos», etcétera), impiden todo disenso mediante el argumentum ad hominem (se sobreentiende: «el que no esté de acuerdo con nosotros es negacionista, antiderechos, defensor de intereses empresariales», etcétera).

Anselm Feuerbach, Das Gastmahl des Plato (El banquete de Platón), 1869.
Anselm Feuerbach, Das Gastmahl des Plato (El banquete de Platón), 1869.

Los autores del comunicado afirman que el periodista tergiversó la intervención del colega en un coloquio (esto no se demuestra, y ni siquiera se ilustra, por lo cual nos es imposible tomarlo en cuenta) y que «minimizó las evidencias científicas a partir de las cuales se postula el inminente punto de no retorno de los efectos negativos del cambio climático».

En realidad, lo que dice la columna es lo siguiente: 1) Silvero (el «atacado») afirma que el lago de Ypacaraí ya no es azul; Vargas Peña (el periodista) responde que nunca lo fue porque «sus desagradables floraciones de cianobacterias y otras algas tienen antecedentes periódicos desde tiempo inmemorial»; 2) S. afirma que el calor irá en aumento; V. P. responde que «el aumento planetario de la temperatura tiene como efecto cercano no más calor continuo, sino extremos de frío y calor»; 3) S. afirma que «Estamos a tan solo cinco años para [sic] intentar evitar llegar a un punto sin retorno y evitar el aumento de dos grados en el calentamiento global que si se concreta será catastrófica [sic] para la humanidad»; V. P. responde que «la humanidad sobrevivió ya, con mucha eficacia, a anteriores calentamientos globales mucho más pronunciados que el actual, el más famoso de los cuales es el que puso fin a la última glaciación».

Francamente, esos cuestionamientos que no han sido contestados, más que descalificados como ataques, deberían ser oportunidades de cumplir su función social para cualquier conferencista en la materia. En todo caso, a una columna de opinión firmada por un individuo, no por una oenegé o una institución, se le responde con otra en pie de igualdad, o no se le responde. La filosofía no es una carrera académica para acumular títulos y autoridad: la filosofía no cree en la autoridad, en los títulos ni en la academia, porque desde los días de Mileto, mercado del mundo antiguo, la anima el libérrimo e igualitario espíritu de la plaza y de la calle, y si algo nos enseñó Sócrates en el ágora de Atenas es que para la filosofía no existen especialistas ni autoridades, que en filosofía nada es incuestionable, que a los adversarios se les responde, no se les «cancela», y que las ideas no se imponen, sino que se demuestran.

Es antifilosófico estigmatizar desacuerdos o dudas de la audiencia. En su inteligente artículo «El argumento petitio principii: Una falacia para dogmáticos» –al que debemos el ejemplo del ABC del 91–, María Jesús Casals explica «cómo argumentan muchos de los opinadores de los medios de comunicación. Primero una conclusión que suele constituir una acusación hacia alguien; luego la premisa que justifica esa acusación; por último la conclusión que refuerza la dureza de la conclusión primera: toda una estructura circular. Por ello, la petición de principio suele ir emparejada con el argumento ad hominem. Ambas falacias se unen para cerrar todas las puertas al debate. Es una forma autoritaria y excluyente de discurso». Donde pone opinadores, si nos guiamos por el comunicado de la oenegé filosófica (que encontrarán en las notas al final de este artículo), me temo que en este caso tendremos que poner «filósofos».

Esta no es una defensa del periodista, sino una defensa de la filosofía; no es una defensa de su opinión, sino de la opinión en general; y, finalmente, no es una defensa de su columna, sino una defensa del debate, del disenso y del diálogo. Sin embargo, dado que en sus cuestionamientos (ya resumidos más arriba; la columna completa va en las notas) no encuentro nada que justifique un comunicado oficial, pienso que quizá el verdadero motivo de tan desproporcionada reacción no esté ahí, sino en pasajes como este:

«Reconozco que el filósofo Silvero tiene seguramente acabado conocimiento sobre las maneras de dar a conocer sus escasamente fundadas posiciones, pero ese talento tiene poco que ver con la filosofía. Hay científicos verdaderos que no logran la exposición de Silvero».

Joseph Buhlmann, El ágora de Atenas (1933-34)
Joseph Buhlmann, El ágora de Atenas (1933-34)

Puede ser una observación hiriente para la comunidad de los «filósofos» locales, pero me parece lo mejor de la columna. Sobre todo en un país donde la correlación entre mérito y prestigio casi nunca existe, especialmente en el campo intelectual.

Sería largo hacer la lista de los falsos razonamientos que en el breve espacio de ese comunicado se han logrado reunir, pero desde el primer párrafo –que ya, para usar la expresión de Newman, «envenena el pozo»–, el abuso de «marcos» y estereotipos polariza al auditorio, excluye terceras posiciones y simplifica la realidad. No me queda claro si esto se debe a sinceras deficiencias de razonamiento, o al afán de manipular al público para inducirlo a tomar por legítima una réplica que no lo es. Lo que sí tengo claro es que los verdaderos filósofos –y espero no tener que volver a usar nunca este título (pues, aunque sea la carrera que seguí en la universidad, siempre seré una mera estudiante), necesario aquí para responder a un comunicado que pretende hablar por quien «se precie» de tal– no recurrimos a falacias para descalificar al adversario o engañar al auditorio. Esos fines espurios no son propios de la filosofía.

Textos citados

Centro de Investigaciones en Filosofía y Ciencias Humanas (CIF-Paraguay), «Comunicado», Asunción, 3/12/2022 (https://www.instagram.com/p/CltZKS8Lp0L/?igshid=YzFkMDk4Zjk=)

Vargas Peña, E. «El (nuevo) fin del mundo», ABC Color, 27/11/2022.

Casals Carro, M. J. «El argumento petitio principii: Una falacia para dogmáticos», en: Estudios sobre el Mensaje Periodístico, n. 4, pp. 203-222, Madrid, UCM, 1998.

Newman, J. H. Apologia Pro Vita Sua, Londres, Longman, Green & Co., 1864.

Álvarez, M. «Relámpagos de Barrett», ABC Color, 28/01/2017.

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