Hans Magnus Enzensberger: en defensa del lobo

En memoria del poeta Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Baviera, 11 de noviembre de 1929 - Múnich, 24 de noviembre de 2022), uno de los principales representantes del pensamiento alemán de la posguerra.

Hans Magnus Enzensberger, 1974 (Foto: Joachim Becker).
Hans Magnus Enzensberger, 1974 (Foto: Joachim Becker).

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Renunciamos a la imposible empresa de dar cuenta en estas breves líneas de la opera omnia del polígrafo alemán Hans Magnus Enzensberger, fallecido en Múnich el jueves 24 de noviembre. No solo porque fue uno de los autores más prolíficos de su generación, sino, sobre todo, porque brilló como poeta, como ensayista, como narrador y como dramaturgo –y eso sin mencionar sus demás facetas, como la de traductor, entre otros, de César Vallejo–, y, por si fuera poco, puso en cuestión todas esas clasificaciones. Ante el conjunto de su obra, es un dilema incluso decidir por dónde comenzar, y más ahora que sus libros aparecen al fin como teselas de un vasto mosaico, como fragmentos de un enorme fresco.

Podemos hacer collages con pasajes sueltos de incontables volúmenes de ensayos, viñetas de una historia poliédrica.

Una historia de decepciones. Visita a la Unión de Escritores Soviéticos en Moscú, 1966: «Supe después que la institución llevaba un registro minucioso de todos los escritores extranjeros, y que tenía expertos en cada país e idioma». «Porque, aparte de los escritores “antisoviéticos” y de los “reaccionarios”, existían “escritores burgueses progresistas”. A éstos se les estimaba mucho más que a los camaradas extranjeros, que, aunque mimados con nutridos tirajes y honorarios, eran considerados idiotas útiles» (Tumult, 2014). Cuba, 1968: «Constantes alusiones a los testículos. Hay que tener “cojones”. El propio Castro se presenta a sí mismo como ejemplar en la materia. Resulta evidente que la persecución de los homosexuales hunde sus raíces aquí»; Carlos Franqui, «compañero de ruta de Castro desde el primer momento», «no se resignó a aprobar la invasión soviética que puso fin a la Primavera de Praga. Prefirió la ruptura con Castro, el exilio y la pobreza» (Tumult, 2014).

Y una historia de paradojas. «Para oponerse a la inmigración, curiosamente, está apareciendo un argumento que procede del arsenal del anticolonialismo. ¡Argelia para los argelinos! ¡Cuba para los cubanos! ¡El Tíbet para los tibetanos! ¡África para los africanos! Lemas de movimientos de liberación empiezan a oírse en boca de europeos, lo cual no carece de cierta lógica insidiosa» (Die Grosse Wanderung, 1992). «En el ocaso de la socialdemocracia, triunfa Rousseau... La peculiar creencia de que el hombre es por naturaleza bueno tiene su último reducto en el trabajo social… La culpa nunca es del criminal, siempre es del entorno... Según este esquema, habría que considerar incluso a Höss y Mengele como víctimas desamparadas y merecedoras de ayuda y tratamiento psicoterapéutico» (Aussichten auf den Bürgerkrieg, 1993).

Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, Barcelona, Anagrama, 2006.
Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, Barcelona, Anagrama, 2006.

Y una historia de terror. Y de «hombres del terror», dirá él, y de masacres en patios de escuela, calles, mercados, en las cuales «los motivos ideológicos o religiosos son máscaras de obsesiones más profundas». «Los políticos manifiestan su conmoción, y finalmente se decide que es un caso aislado. La conclusión es correcta, porque los autores de tales crímenes son personas aisladas que no han logrado relacionarse con ningún colectivo. Y es errónea, porque está a la vista que existen cada vez más casos aislados». «La pauta nunca son quienes están peor que él; a sus ojos, no es a ellos que continuamente se ofende, humilla y rebaja, sino que es siempre él, el perdedor radical, quien sufre los atropellos... Por eso, debe encontrar a los culpables». «Si un programa ideológico no le sale al paso, su proyección no encuentra un objetivo social; entonces, lo busca y lo halla en el entorno cercano». «Por fin, el perdedor radical, quizá un sexagenario padre de familia o un quinceañero acomplejado por el acné, es amo de la vida y la muerte», y «experimenta un poder excepcional; su acto le hace triunfar sobre los demás, aniquilándolos». «El mundo, que no quiso saber de él, tomará nota de su existencia desde el momento en que empuñe el arma. Los medios de comunicación le proporcionarán publicidad inaudita, aunque sólo sea por veinticuatro horas» (Schreckens Männer: Versuch über den radikalen Verlierer, 2006).

Claro que esos collages no son sino precipitado remedo del método que Enzensberger inventó en El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, de cuya aparición en alemán en 1972 se cumple ahora medio siglo: montaje de testimonios y fuentes a la busca del fantasma perdido por la historia oficial y recobrado en esta obra coral, «la novela de Durruti», un Durruti hijo de una voz colectiva y anónima, y no fantasía de un escritor ni conclusión de un investigador. Libro que desde el prólogo cede la palabra a un testigo presencial del entierro de Durruti en Barcelona en noviembre de 1936, y que en los ocho comentarios que lo integran da paso a coros donde aun la mentira dice a su modo la parte que le corresponde de una verdad misteriosa, más profunda que los hechos. Libro que, escribe en el primer comentario Enzensberger, no debe tomarse como biografía, y menos como reflexión científica. Lo que cuenta sobrepasa la persona. Abarca lo que dio –las otras vidas y muertes, el ambiente y el momento– existencia a ese Durruti que ya es él y más que él.

«El narrador ha omitido, traducido, acortado y montado. Involuntaria o premeditadamente, ha introducido su propia ficción en el conjunto de ficciones... En más de una ocasión, esta novela ha sido escrita también por personas que no se mencionan al final del libro. El lector es una de ellas, la última que cuenta esta historia». Los orígenes del anarquismo español, la huelga de 1927, la Segunda República, la silueta del enemigo en las primeras semanas de la guerra, el declive de los anarquistas, el otoño de la revolución tras la derrota, la figura colectiva del héroe desfilan por sus páginas con Enzensberger como un testigo más, parcial mas no deshonesto, de una revolución vencida que no perdió su integridad ni su sentido.

Hans Magnus Enzensberger, Verteidigung der Wölfe, Leipzig, Faber und Faber Verlag., 2002. A la derecha, Enzensberger retratado por Hans Platschek (litografía).
Hans Magnus Enzensberger, Verteidigung der Wölfe, Leipzig, Faber und Faber Verlag., 2002. A la derecha, Enzensberger retratado por Hans Platschek (litografía).

Algunos testimonios se contradicen, otros se potencian, todos hablan, a nadie se excluye, amigo o enemigo. No hay zona alta desde la cual juzgar neutralmente, ribera seca y a resguardo del río del tiempo y sus tragedias. Dando una lección a los historiadores, Enzensberger enseña también a los literatos un nuevo modo de narrar. Y tal como desafía las divisiones entre historia y ficción, desafía también las divisiones entre los géneros literarios, pues, como buen poeta, no lo es solo en sus versos.

Es «tarea política» del poeta, escribió, «renunciar a cualquier encargo político y hablar por todos incluso allí donde no habla de ninguno». Lo cual no significa idealizar (mejor dicho: significa no idealizar) a nadie, ni siquiera (recurso tan frecuente como hipócrita) al «pueblo»; es más, acusar a la víctima de ser cómplice de su propia opresión es lo que hace Enzensberger en «verteidigung der wölfe gegen die lämmer», de 1957:

«…¿quién le cose pues al general

la banda de sangre en los pantalones?

¿quién trincha el capón para el usurero?

¿quién se cuelga orgulloso del ombligo gruñón

esas cruces de lata?

¿quién coge la propina,

el denario de plata, la moneda

que compra el silencio?

hay mucho robado, hay pocos ladrones

¿pero quién les aplaude?

¿quién les pone las condecoraciones?

¿quién ansía la mentira?

mirad en el espejo: cobardes

espantando la fatigosa verdad,

rechazando aprender,

poniendo el pensamiento en manos de los lobos

el anillo en la nariz es vuestra joya predilecta

ningún engaño es demasiado tonto,

ningún consuelo demasiado barato…»

Muerto a los 93 años, Enzensberger tuvo tiempo de ser muchos, de contradecirse y reafirmarse, y las ideas cambiantes plasmadas a lo largo de las décadas en su obra la revelan finalmente viva como un pugilato consigo mismo –de «integrado» (diría Eco) en los 70 cuando debate sobre los medios de comunicación con Baudrillard, se vuelve «apocalíptico» al ir sumando nuevos datos al análisis; de apoyar al régimen cubano, pasa a criticarlo, etcétera, etcétera–. En esa trayectoria, ahora congelada por la muerte en conjunto simultáneo, imperfecto y plural como el coro que dio forma a Durruti, está cumplida su «tarea política» de poeta: porque no habló como propagandista ni portavoz de partidos ni gobiernos, son sus acusaciones las de la humanidad.

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