El fuego cruzado contra la filosofía

Nadie en su sano juicio negará la importancia de los conocimientos que provee la ciencia, ni de las herramientas que desarrolla la tecnología, pero la comprensión solo surge del pensamiento crítico, señala el docente y periodista español Luis Carmona en este artículo que rompe una lanza en defensa de la filosofía.

John Adam Houston: "Sir Isaac Newton (1642 - 1727) in His Study".
John Adam Houston: "Sir Isaac Newton (1642 - 1727) in His Study".

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Atrapada en el fuego cruzado entre la religión, que la repudia y el cientificismo, que la ningunea; atosigada entre la espada del utilitarismo educativo, que la encuentra inútil para conseguir trabajo, y la pared de los presupuestos para la enseñanza, que cada vez son más escasos y cada vez menos propensos a valorar las humanidades, la filosofía parece condenada a sucumbir en el limbo del olvido… un olvido que supondría renegar de la evolución del pensamiento humano.

No hablaremos mucho de su mala relación con la religión, porque uno entiende, aunque más no sea porque es una historia reiterada e interminable, que la religión y la filosofía estén en conflicto; a fin de cuentas, es obvio que tienen «negocios» contrapuestos: el de la religión es la fe y el de la filosofía el descreimiento universal, que va desde la desconfianza presocrática en los sentidos, pasando por la duda metódica cartesiana, hasta la puesta en entredicho de la existencia de realidad objetiva alguna, como en el caso de los más radicales postmodernos, que resultan bastante antiguos si se piensa que Heráclito ya formuló algo parecido hace veintitantos siglos.

Lo que no se entiende muy bien es el, mucho más reciente, encono de los cientificistas contra la filosofía, que, a fin de cuentas, es la disciplina de la que han surgido las ciencias por decantación y especialización. Sin embargo, ahí están abundantes científicos y más abundantes divulgadores de la ciencia arremetiendo amplia, reiterada y sistemáticamente contra la filosofía. Menos aún se entiende porque, además, la filosofía, sobre todo desde una de sus disciplinas, la epistemología, contribuye significativamente a consolidar el rigor y perfeccionar los controles de los métodos de investigación… Visto así, parece un poco contradictorio valorar realmente la ciencia, sin valorar también la filosofía.

Se diría que es un caso de rebelión contra el padre (o quizás la madre, en este caso), pero mejor que no lo digamos en voz muy alta, porque los cientificistas pondrían el grito en el cielo, ya que Freud, al que consideran una especie de chamán disfrazado de científico, es uno de sus aborrecimientos más profundos. Aunque parezca difícil pasar por alto, por mucho que cuestionen su seriedad y pongan en duda o consideren obsoletas sus teorías, que transformó la percepción social de las enfermedades mentales y ocasionó que los tratamientos empezaran a ser algo mucho mejor que los baños helados, las camas de inmovilización, los electroshocks y las lobotomías. Así que, aun si les concediéramos que tienen razón en que Freud vendió un tranvía, convengamos en que fue un tranvía bastante bueno, que además vino (como en un programa de televentas) con el «extra de regalo totalmente gratuito» del surrealismo, probablemente una de las más prolíficas y poderosas corrientes creativas entre todas las vanguardias artísticas de los últimos ciento y pico de años.

Aunque quizás, en honor a la justicia, habría algún día que romper una lanza en favor de Freud, no es el momento, porque me estoy desviando del tema… Volviendo a centrarme: lo cierto es que a lo largo de la historia innumerables científicos han sido simultáneamente filósofos e innumerables filósofos han practicado disciplinas científicas, y no solo en la época inicial de la Grecia clásica, cuando ambas eran inseparables, aunque ambas fueran también embrionarias.

Bien mirado, el método de trabajo del tan justamente famoso y respetado Albert Einstein consistía, según su propia descripción, en usar el pensamiento especulativo para imaginar soluciones a diversos interrogantes, encontrar y proponer explicaciones imaginativas. Hoy sus aportes a la ciencia pueden parecernos «normales» (aunque sin los conocimientos de física adecuados apenas nos las imaginemos con un puñado de ejemplos disparatados, como ironizaba Ernesto Sábato), pero la relatividad y otras formulaciones, en su época, eran novedades casi desquiciadas con poca o ninguna base experimental, ya que en su mayoría no estaban todavía ni siquiera parcialmente comprobadas y, para colmo de males, chocaban con la autoridad de Newton.

¡Ah, sir Isaac Newton, el científico por antonomasia! Sin duda alguna, una de las mentes más brillantes de todos los tiempos, y fundador de variadas disciplinas, a las que legó aportes asombrosos. Lástima para los cientificistas que, además de ser el epítome del científico genial, también pueda ser considerado modelo e inspiración para pseudocientíficos y hasta para lo que hoy en día se ha dado en llamar despectivamente «magufos», por su afición y prolífica labor en disciplinas tan poco rigurosas en términos de ciencia como la teología y la alquimia. Nadie es perfecto.

Lo curioso es que el cientificismo se invalidaría a sí mismo si aplicara su propia máxima de «todo lo que no es ciencia es creencia», ya que no se puede definir, en puridad, como una disciplina científica, sino que es una forma de pensamiento especulativo, una posición filosófica, más exactamente epistemológica, sobre el conocimiento, surgida de un apriorismo que en su versión más radical invalida o, en los casos más moderados, al menos pone en entredicho todo conocimiento que no esté validado por la metodología científica al uso en las ciencias duras, lo cual no supone exclusivamente un rechazo a la filosofía, sino prácticamente a todas las ciencias humanas.

El poeta Arthur Rimbaud contestaría: «¡Te glorificamos, oh Método! ¡No olvidamos que nos has llevado a cometer la mayoría de nuestros errores!».

Sin ánimo de invalidar la ciencia, ni de validar la pseudociencia, el método es un conjunto de herramientas de investigación y verificación muy necesarias; empero, no es la medida de todas las cosas; y efectivamente, como ironiza el burlón poeta, cuando alcanzan su límite de operatividad llevan a validar y perpetuar errores… Basta para confirmarlo con darle un vistazo a la revolución metodológica que ocasionó Darwin; y no solo en la biología, sino en todo el pensamiento científico y metodológico.

De hecho, a lo largo de la historia, el método científico ha evolucionado enormemente y además se ha diversificado a medida que las disciplinas se han vuelto más especializadas y han ido apareciendo tecnologías de apoyo más sofisticadas. Buen ejemplo de ello es la diferencia entre las tradicionales paleontología y arqueología de ojímetro, ayudadas apenas con algo de apoyo bioquímico, y las respaldadas por estudios genéticos avanzados, uno de los cuales ha sido Premio Nobel este año.

Aunque las ciencias duras, con frecuencia, cuando tienen problemas para demostrar sus afirmaciones, acuden a la capacidad predictiva de las teorías, una muy buena idea que otro científico indiscutido, Stephen Hawking, explica muy bien en la introducción de su libro de divulgación Historia del tiempo; sin embargo, la capacidad predictiva de las ciencias tampoco es tan decisiva o de aplicación tan universal como se pretende; de lo contrario, la meteorología, la sismología, la economía y otras muchas disciplinas, que se equivocan tantas o más veces de las que aciertan, no deberían ser consideradas ciencias… Los motivos por los que algunas de estas disciplinas son desterradas por los cientificistas del paraíso científico, y en cambio otras no, son tan inescrutables como los misterios de cada religión para todos aquellos que no son sus creyentes.

Quede claro que todo esto no es una necia perorata «anticiencia», sino reflexiones sobre los límites de las metodologías científicas, y también sobre las afirmaciones de la corriente de pensamiento a la que se ha dado en llamar cientificismo, que es, a fin de cuentas, solo eso: una corriente de pensamiento como otras muchas y, a decir verdad, más razonable que varias de las que en las últimas décadas se han puesto de moda y simplemente descreen no solo de la filosofía, sino también de las ciencias, duras o blandas, e inclusive de la realidad misma, ya sea que pretendan dominar la materia con la mente o se enojen con la biología porque pone límites a sus pretensiones ideológicas.

Nadie en su sano juicio discute la validez de la ciencia. El problema es que en esta autodenominada «era del conocimiento» abunda casi todo menos el sano juicio, de manera que, desoyendo la proposición aristotélica de que «en el buen medio consiste la virtud», todo se ha radicalizado y el mundo se ha llenado de conspiranoicos, magufos, afectos al new age y postmodernos premodernizantes, que no pierden ocasión de estrellarse con denuestos furibundos contra la ciencia… Por supuesto, mientras manejan sus automóviles escuchando música electrónica en equipos de alta fidelidad, trasladándose a aeropuertos donde toman aviones que los llevan a congresos donde denunciar los males de la ciencia y la tecnología en iracundos discursos que luego difunden por internet y YouTube… La ironía es mía, pero la contradicción está mucho mejor explicada por el antropólogo Marvin Harris en su crítica a Carlos Castañeda, la new age y los cultos pseudomísticos y pseudorientales, en su libro Guerras, cerdos, vacas y brujas.

Como el efecto de acción y reacción es una constante no solo en la física, sino también en el comportamiento humano, no es de extrañar que al desquiciado crecimiento de los ataques furibundos contra la ciencia haya correspondido una paralela y excesiva radicalización de los defensores de la ciencia. No es la primera vez que esto ocurre: Ignaz Semmelweis, el médico que intuyó la existencia de microorganismos que producían las infecciones y propuso la higiene como medida preventiva, fue víctima de sus propios colegas porque, aunque en su hospital morían menos parturientas que en ningún otro, la existencia de tales organismos no era demostrable con la tecnología de la época. Sus colegas tenían un «buen motivo» para desoírlo y encerrarlo en un manicomio: de las cosas invisibles ya había hablado más que suficiente la religión, para que empezara también a hacerlo la ciencia.

Como ya se ha dicho, no se trata de invalidar la ciencia. Nadie en su sano juicio niega su capacidad de generar conocimientos y el enorme progreso que ha supuesto para la humanidad la revolución científica. Firmo ahora mismo el razonamiento del personaje protagónico de la película Medianoche en París, de Woody Allen, para preferir el presente al pasado: quiero aspirinas y penicilina, quiero computadoras y equipos de sonido, quiero celulares para comunicarme y llevar la biblioteca en el bolsillo, quiero internet y todos los demás aportes a la calidad de vida que ha desarrollado la tecnología y, más en general, quiero el enorme volumen de conocimiento que nos ha proporcionado la ciencia.

Pero más aún, y sobre todo, quiero vivir en una de esas sociedades cada vez más tolerantes y permisivas que la modernidad venía construyendo y que en las últimas décadas, gracias a fundamentalistas religiosos, fanáticos ideológicos, «nuevaolistas» y postmodernos, nostálgicos de un idílico pasado imaginario, amplios sectores se están empeñando en destruir. Esas sociedades no son posibles sin la ciencia y la tecnología, pero tampoco lo son sin pensamiento filosófico que les proporcione una ética, un significado y una capacidad ilimitada de dudar de sí mismas y reformularse mediante el pensamiento crítico.

Dicho de otra forma, necesitamos el conocimiento que provee la ciencia y las herramientas que desarrolla la tecnología; pero también la comprensión que solo surge del pensamiento crítico que aporta la filosofía. Ninguna ciencia promueve la igualdad ante la ley o proclama la universalidad de los derechos humanos. Necesitamos la filosofía porque sin ella podemos encontrarnos con que el desarrollo científico no lleva a un mundo mejor, sino a los dominios del «Gran Hermano», que, a decir verdad, es lo que, gracias al crecimiento de los extremismos irracionalistas, parece estar ocurriendo.

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