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Leslie Brennan Rout, Jr. (1935-1987) fue un historiador norteamericano que también ejerció como eximio saxofonista de jazz. Siendo estudiante de posgrado en Historia Latinoamericana en la Universidad de Minnesota, formó parte del Sexteto de Paul Winter en una gira, parte del programa cultural del Departamento de Estado.
Rout también actuó con grandes orquestas, como las de Lionel Hampton, en 1964, y la Woody Herman Orchestra en 1966. Se interesó en el papel norteamericano en la conclusión de la Guerra del Chaco durante su gira musical por América Latina.
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Sabiendo que podría tener acceso a documentos inéditos, regresó a Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia en 1965 para realizar este estudio como parte de su tesis de Maestría en la Universidad de Loyola, Chicago. Completó su doctorado en 1966, para luego ejercer como profesor de la Universidad Estatal de Michigan.
La obra requirió mucha investigación y Rout agradece a numerosas personas e instituciones que le fueron de gran ayuda para su propósito: a los Ministerios y Departamentos de Relaciones Exteriores de Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, la Sección Diplomática, Jurídica y Fiscal del Archivo Nacional de Estados Unidos, la Biblioteca de la Unión Panamericana, la Fundación John Hay Whitney, al embajador jubilado Spruille Braden, a los eminentes Efraím Cardozo y Carlos Pastore –entonces exiliado en Uruguay–, al Dr. Juan Isidro Ramírez, a John Barton, agregado de Estados Unidos en La Paz, Bolivia, entre otros, y termina con el deseo de «destacar a mi antiguo mentor, el doctor W. D. Beatty, de la Universidad de Minnesota, cuya idea puso en marcha todo este proyecto».
Alejandro Gatti, de Intercontinental Editora, a su vez, expresó su reconocimiento a la profesora Kathleen Kinsella Rout, viuda del autor, por la autorización para esta publicación. E, igualmente, a Thomas Whigham, Jerry Cooney y Guido Rodríguez Alcalá por sus observaciones y consejos, a la escritora Montserrat Álvarez por la traducción de esta obra por vez primera del inglés al español, y al Centro Cultural Paraguayo Americano.
La guerra inevitable
El estudio aborda el problema del Chaco con atención. Bolivia había perdido su litoral marítimo en la Guerra del Pacifico de 1879, y fijado sus miras en una posible salida al Atlántico a través del río Paraguay y el Chaco Boreal, aunque nunca desarrolló realmente el oriente del país: ni siquiera se habían abierto rutas entre el Altiplano y la costa del río, que supuestamente era la manera de llevar sus productos al Atlántico.
La inevitable guerra estalló por las posiciones innegociables de ambos contendientes. Bolivia sostenía que el Chaco era una posesión territorial, mientras que Paraguay decía que el problema era apenas de acordar límites, y entre 1932 y 1935 dos países mediterráneos y pobres se trabaron en un conflicto desgastante.
Desde el cese de fuego del 12 de junio de 1935 y la firma del Tratado de Paz definitivo el 21 de julio de 1938, se sucedieron en Paraguay tres gobiernos.
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La Conferencia de Paz había durado tanto como la guerra. Siempre fue discutido que Paraguay retrocediera de su línea de conquista militar, y llegáramos al Tratado por vías de una negociación y no por la imposición de una victoria militar.
¿La Standard Oil se benefició con la guerra y con la paz? Es lo que refuta Rout, afirmando que el petróleo no fue la causa del estallido de la guerra en 1932 ni de la paz alcanzada en 1938. Es que la Guerra del Chaco fue consecuencia de seculares diferencias por límites geográficos que no habían quedado bien explícitos en las múltiples divisiones administrativas del Imperio colonial español en la región.
El texto aborda las maniobras diplomáticas preliminares en la primera parte y la Conferencia de Paz en la segunda, y cuenta con ocho apéndices, bibliografía y mapas.
Cuestiones preliminares
Señala Rout que en la década de 1850 Paraguay se vio involucrado tanto en la política platense como en disputas territoriales con Brasil y Argentina. Se desató una crisis en 1864, cuando Paraguay apoyó al Partido Blanco de Uruguay en una guerra civil en la cual Buenos Aires y Río de Janeiro habían convertido al Partido Colorado en su protegido. «El presidente del Paraguay, Francisco Solano López, se encontró consiguientemente conduciendo a su país sin litoral en una valiente, pero imprudente lucha contra Brasil, Uruguay y Argentina. El 1 de mayo de 1865, los enemigos del Paraguay formaron una Triple Alianza secreta. Reconocieron que entre ellos y Asunción existía un estado de guerra y se comprometieron entre, otras cosas, a no firmar nunca tratados de paz con Paraguay por separado» (p. 30).
Con la caída de Asunción en enero de 1869 y la huída del presidente López hacia Cerro Corá, los factores responsables de la cohesión argentino-brasileña se redujeron. Naciones tradicionalmente rivales, cada una sospechaba que la otra tenía planes para apoderarse de un Paraguay postrado.
En noviembre de 1870, un gobierno republicano debidamente electo entró en funciones en Paraguay. Bajo la presión de Argentina y Brasil para que accedieran a las demandas territoriales del Artículo 16 del Tratado de la Triple Alianza, los paraguayos «enfrentaban el doble problema de tener que librar a la nación de la ocupación brasileña y salvar, al mismo tiempo, la mayor parte posible del territorio nacional» (p. 36).
El Laudo Hayes de 1878 de territorio chaqueño a favor del Paraguay «contribuyó a precipitar un nuevo conflicto debido a que la ansiedad boliviana por ver satisfechos sus reclamos aumentaba a medida que la inclinación de un recién reivindicado Paraguay a reconocerlos disminuía».
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Ambas naciones comenzaron a tomar medidas para ocupar el Chaco. En 1885, Miguel Suárez Arana comenzó a construir Puerto Pacheco en el río Paraguay, en el sitio de Bahía Negra, estableciendo para Bolivia una posible salida al océano Atlántico.
Los tratados de límites y el peso político del Chaco
Se fueron sucediendo tratados de límites, como los de Decoud-Quijarro en 1879, Aceval-Tamayo en 1887, Benítez Ichazo en 1894, y el Statu quo Soler-Pinilla de 1907.
Prosigue el autor reflexionando que desde el surgimiento en la posguerra de la Triple Alianza, el Partido Liberal y el Partido Colorado habían monopolizado la política paraguaya.
Los colorados tenían el poder en el momento de las negociaciones de los tratados de 1879, 1887 y 1894. El Consejo de Ministros, controlado por los colorados, aprobó los tratados de 1879 y 1887, aunque ninguno fue ratificado por el Congreso paraguayo.
Cada uno de esos tratados cedió a Bolivia un litoral sobre el río Paraguay. Formalmente organizado en 1887, el Partido Liberal, que generalmente combatía todas las propuestas patrocinadas por el Gobierno, aprovechó la oportunidad de atacar los esfuerzos colorados por ratificar los tratados sugiriendo que eran medidas pensadas para entregar el patrimonio nacional, citando a Efraím Cardozo.
Señala Rout que el Chaco llegó a ejercer una tremenda influencia en la opinión paraguaya. Posiblemente el primer trabajo importante que ataca los reclamos bolivianos y atribuye a Paraguay la propiedad exclusiva del Chaco fue Los límites de la antigua provincia del Paraguay, escrito por Alejandro Audibert en 1892.
Manuel Gondra instaló la formula de la «intangibilidad del litoral» y El Chaco Boreal fue, es y será del Paraguay, de Manuel Domínguez, fue aprobado por el Consejo Nacional de Educación paraguayo como libro de texto oficial (p. 47).
El Chaco y las economías de enclave
Por otro lado, con la venta de tierras públicas se establecen en el Chaco economías de enclave. Los bosques de quebracho parecían inagotables, y las llanuras cubiertas de hierba eran ideales para la cría de ganado. Y se generaron lucrativas industrias. «Para 1918, la International Products Company (Estados Unidos), con sede en Puerto Pinasco, se había convertido en la principal productora de extracto de tanino. Las propiedades de la Paraguayan Land and Cattle Company (Estados Unidos y Gran Bretaña) estaban valoradas en $ 1.100.000. Dos grandes interesados, la Compañía Quebracho (Argentina) y el Sindicato Farquhar, compraron vastos territorios del Chaco con la intención de criar ganado y producir extracto de tanino para la exportación. Pero el “Barón del Chaco” era Carlos Casado, dueño del ferrocarril más grande de la región, de una empresa de extracción de tanino, de un puerto con su apellido y de cuatro millones de hectáreas de bienes raíces en el Chaco».
Rout señala que la mayor parte de la población boliviana prácticamente no sabía nada del litoral chaqueño ni del Pacifico. Tales cuestiones eran de interés primordial solo para la población educada y «blanca» de Bolivia, cuyos reveses diplomáticos y militares la habían convertido en un Estado de segunda clase. Para ser reivindicada, Bolivia debía resurgir como potencia respetada, y el primer paso de ese proceso sería la adquisición de un litoral.
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Tras el conflicto de 1879, Bolivia fue expulsada del Pacifico. Bolivia había cedido al Brasil, por el Tratado de Petrópolis de 1903, toda la región de Acre a cambio de la promesa de construir un ferrocarril. Para La Paz, el Chaco también fue un atractivo económico. Prácticamente no se obtuvo beneficio del área Oriental hasta 1919 y 1920, cuando se descubrió petróleo en los departamentos de Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca. El «oro negro» desencadenó una lucha entre las compañías petroleras para obtener concesiones, y exacerbó el problema del Chaco, porque el hallazgo de petróleo en los territorios fronterizos sugirió que allí también podrían encontrarse depósitos.
Como un oleoducto trasandino era imposible en ese momento, La Paz decidió que la explotación de la riqueza petrolera requeriría un puerto en el río Paraguay para el envío del petróleo, y territorio en el Chaco para la construcción de un oleoducto. Pero Bolivia no tenía tierras frente al curso inferior del río Paraguay. Negociar con Asunción su obtención sería una admisión tacita de que Paraguay tenía derechos de jure en el Chaco. «Con el deterioro de las relaciones paraguayo-bolivianas y las crecientes estrecheces fiscales del Gobierno boliviano, es comprensible que los líderes del Altiplano fueran reacios a compartir cualquier eventual ganancia», concluye Rout.
El camino hacia la guerra
En el capítulo «El camino hacia la guerra» se lee la siguiente cita: «Bolivia tiene una historia de desastres internacionales cuyo efecto debe ser contrarrestado por una guerra victoriosa para evitar que el carácter de Bolivia se vuelva cada vez más pesimista […] Paraguay es el único país que podemos atacar con certezas de victoria» (p. 61). Son palabras de Daniel Salamanca, elegido presidente de Bolivia en 1931.
Para el 25 de diciembre de 1928, Bolivia y Paraguay habían acordado la creación en Washington DC de una comisión investigadora compuesta por dos delegados de cada una de las partes enfrentadas, y cinco más, uno por cada una de las otras cinco repúblicas americanas. La Comisión de Investigación y Conciliación, cuya tarea era determinar las responsabilidades derivadas de las acciones de Vanguardia y Boquerón y facilitar la restauración de las relaciones diplomáticas entre Bolivia y Paraguay, finalmente quedó compuesta por representantes de Estados Unidos, Cuba, Uruguay, México y Colombia.
Luego de las formalidades iniciales, Paraguay y Bolivia volvieron a sus recriminaciones mutuas y las reuniones no comenzaron hasta el 13 de marzo de 1929. Mientras tanto, los funcionarios del Departamento de Estado norteamericano lograron tramitar los preliminares necesarios para el intercambio de los prisioneros capturados en las acciones de Vanguardia y Boquerón.
«Con la cautelosa aprobación de Bolivia y Paraguay –prosigue Rout–, los expertos del Departamento de Estado comenzaron a preparar tres exhaustivos estudios económicos y geográficos del Chaco. Los tres informes recomendaron un puerto fluvial para Bolivia, alguna compensación equitativa para el Paraguay», y vaivenes diplomáticos no dieron satisfacción a las partes.
Las negociaciones siguieron estancadas a lo largo de 1930 y 1931, entre escaramuzas militares y acusaciones mutuas de ambos litigantes en la prensa del continente, y «las derivas dramáticas de los problemas diplomáticos del Chaco hicieron su repentina aparición en junio de 1932».
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La cuestión de la Standard Oil
En el capítulo «Los estados americanos y la conducción de la guerra», Rout se refiere a los estudios exhaustivos de las operaciones militares en el inevitable conflicto que comenzó en 1932. El enfrentamiento a gran escala comenzó en septiembre, con el ataque paraguayo a Boquerón.
«Dueños de más riqueza, más armas y mayor reserva de mano de obra, los bolivianos daban por segura su victoria final, y si los paraguayos no hubieran recibido tanta ayuda de los argentinos, el desempeño boliviano probablemente hubiera sido más exitoso» (p. 78).
«Los soldados paraguayos de infantería no necesitaban hojas de coca ni un largo período de ajuste para luchar con eficacia. Las condiciones climáticas en el Chaco no eran las mismas que en Pilar o Encarnación, pero al paraguayo no le era extraño el calor tropical del bosque de matorrales y la sabana. Con marchas forzadas a campo traviesa hasta la retaguardia de las posiciones bolivianas, el comando paraguayo explotó la debilidad del soldado boliviano, incapaz de aprovechar el terreno porque temía al bosque y lo consideraba un enemigo. No fue hasta enero de 1935, con los bolivianos forzados a retroceder hasta las estribaciones de los Andes, que el indio demostró sus habilidades de luchador inflexible» (p. 79).
En relación con el papel de la Standard Oil, Rout señala: «Al escribir sobre la Guerra del Chaco, numerosos académicos y periodistas latinoamericanos han acusado a la compañía petrolera Standard Oil de iniciar el conflicto. Los defensores de este punto de vista tienden a ignorar la larga disputa entre Bolivia y Paraguay por el control del Chaco; insisten, en cambio, en que los potentados del petróleo de Nueva Jersey, actuando al modo de los conspiradores, se convirtieron en los principales causantes de la contienda al exigir una salida de sus productos desde el oleoducto de Bolivia. Dicha interpretación ha tenido gran aceptación en América Latina a pesar de que nunca se ha demostrado con pruebas la participación de la Standard Oil».
En 1921, la Standard Oil de Nueva Jersey compró las concesiones de las compañías Richmond Levering y William & Spruille Braden en los departamentos bolivianos de Tarija, Santa Cruz y Chuquisaca, y en 1922 firmó un contrato de desarrollo petrolero con Bolivia. Para 1927, había adquirido derechos sobre unas diecinueve concesiones adicionales, pero rápidamente redujo sus participaciones y concentró sus operaciones en los campos de Bermejo, Sanandita, Camiri y Catamindi. La producción de petróleo alcanzo las seis mil toneladas anuales entre 1930 y 1932 (p. 85).
Observa Rout que «la mención de la Guerra del Chaco en América Latina provoca una reacción casi universal: la Guerra del Chaco fue la guerra de la Standard Oil». Adicionalmente, algunos han sostenido que la guerra fue entre la Standard Oil y la Royal Dutch Shell, esta última con apoyo de Paraguay.
«Estados Unidos y los países limítrofes con Paraguay y Bolivia proclamaron su neutralidad en el conflicto del Chaco. Todos hablaron de solidaridad interamericana mientras fomentaban el logro de sus intereses básicos», escribe Rout. El memorando Phillips White es un ejemplo. Estados Unidos quería la paz del Chaco, pero no un conflicto con Argentina. Y como no tenía intereses en el Chaco, finalmente dio por terminada su mediación.
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La Conferencia de Paz en acción
En medio de los pormenorizados detalles que analiza Rout se llega a la segunda parte del libro, La Conferencia de Paz en acción, donde aborda los problemas de desarme, responsabilidades de guerra y prisioneros. En el capítulo «La Conferencia de Paz y la diplomacia interamericana» leemos que, en julio de 1938, «Spruille Braden envió a Washington un comunicado especial de un observador militar del Chaco al que agregó sus propios comentarios: “El informe demostró de manera bastante concluyente que las hostilidades se habrían reanudado en el Chaco si la Conferencia no hubiera logrado un acuerdo mediante negociaciones directas”».
La intervención del general Estigarribia en las negociaciones del Chaco, afirma más adelante Rout, fue decisiva. «Este héroe de la Guerra del Chaco era quizás la única persona con suficiente prestigio como para hacer concesiones sin resultar acusado por ello de traidor. Como embajador de Paraguay en Estados Unidos, Estigarribia no tenía autoridad sobre la delegación de Buenos Aires, y sin embargo aceptó los términos de la conferencia en nombre de Paraguay y depuso a Zubizarreta como presidente de la delegación».
Finalmente, Bolivia tendría libre tránsito por el Chaco, pudiendo establecer aduanas, almacenes y depósitos en la zona de Puerto Casado. También se hizo una recíproca renuncia a todo derecho que pudieran haber tenido los países en disputa sobre las responsabilidades de la guerra. El tratado de paz fue firmado por los delegados y representantes Cecilio Báez, José Félix Estigarribia, Luis A. Riart, Efraím Cardozo, Eduardo Diez de Medina, Enrique Finot, José María Cantilo, José de Paula Rodrigues Alves, Orlando Leite Ribeiro, Spruille Braden, Eugenio Martínez Thedy, Manuel Bianchi, Felipe Barreda Laos, Luis Fernán Cisneros, Isidoro Ruiz Moreno, Pablo Santos Muñoz. Los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay otorgaron su garantía moral por intermedio de sus representantes. Un plebiscito realizado en Paraguay el 10 de agosto de 1938 aprobó el Tratado de Paz, Amistad y Límites con Bolivia por 135.385 votos a favor, 13.204 en contra y 559 en blanco.
Y, como señala Rout, finalmente la batalla diplomática, y a través de negociaciones secretas, condujo a un arreglo definitivo.
Una obra bienvenida
Publicado por vez primera en español por Intercontinental Editora, con traducción a cargo de la escritora Montserrat Álvarez, el libro de Rout es una obra bienvenida porque ayuda a entender y aclarar discordias políticas que se disfrazan de verdades históricas. El petróleo no fue la causa inicial ni final de la guerra. El Tratado de Paz para el Paraguay no hubiese concluido con las concesiones territoriales de no ser el papel protagónico del general Estigarribia. Si hubo un «entregador», no fue el Partido Liberal en el poder. La paz tuvo un incentivo adicional, que era la promesa de ayuda norteamericana para el desarrollo.
En ambos lados de la contienda hubo despliegue de valor y patriotismo. Para llegar al punto final definitivo no hubo necesidad de traiciones ni entregas. Se acordó la paz porque continuar la guerra era implausible con economías exhaustas y poblaciones deseosas de paz y sosiego.
Leslie B. Rout
La política de la Conferencia de Paz del Chaco, 1935 - 1939
Traducción de Montserrat Álvarez
Asunción, Intercontinental Editora, 2022