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Brasa en la mano, como la pornografía, los dictámenes de la Academia Sueca siempre queman. En su siglo y medio de arbitraria existencia, las respuestas al Premio Nobel siempre fueron inmediatas, y contagioso el fuego. Cada otoño boreal, los 18 académicos desnudaban su elección: ni una vez un auditorio frío, o indiferente. El público juzgaba a los jueces, escarnecía sus prejuicios, se burlaba de sus normas escandinavas, entendía o aceptaba con dignidad un fallo oportuno, aplaudía –con superioridad, salvedades, notas al pie–, refutaba peregrinas refutaciones ajenas. Obra y autor premiados recibían o desdén o el homenaje que se presta a la obviedad. Calibrar si son mejores o peores es inconducente, ese escalafón es ajeno a los propósitos de la Academia. No se premian mejores, no se propone a la lectura un conjunto de textos. Se elige una figura modélica, un ejemplo de conducta. Los méritos que en el Reino de Suecia ganaron a la francesa Annie Ernaux el Premio Nobel de Literatura 2022 son tan dispares de los que puedan atribuirse a su literatura que la heterogeneidad resultante brilla con extraña espontaneidad, sin la huella del pecado original.
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Doctrinario del método experimental en medicina, escritor de una prosa sin adorno ni desaliño del linaje de Ernaux, Claude Bernard enseñaba que el azar favorece a quien se ha preparado mejor. También en la segunda mitad del siglo XIX francés, el coro de La Gran Duquesa de Gerolstein concluía esta ópera bufa de Jacques Offenbach cantando el estribillo: «Es imprevisto, ¡pero es moral!». Preparadamente moral la selección de una mujer, primera escritora Nobel de la Francia que en 1901 inauguró el Premio. La Academia Sueca, tardía imitación de la Francesa fundada en 1786, ratificó ese favoritismo nacional. El país primero de la lista es también primero en la lista, con 13 escritores premiados. Afortunadamente moral la biografía de la mujer premiada, nacida en 1940 (año del armisticio francés con el nazismo), «tránsfuga social» de origen proletario periurbano, demócrata de izquierda, activista feminista, militante por los derechos reproductivos, por el acceso libre a la anticoncepción y el aborto, conciencia de un #MeToo asordinado en Europa (y que cumple 10 años en 2022), pro árabe y anti sionista, chaleco amarillo de la primera hora, anti Macron y anti París, pro Nueva Unión Popular Ecológica y Social. Asombrosamente imprevista, admirablemente imprevisible, la literatura de Ernaux, que ni se nutre de estas causas, ni las nutre. Antes bien, esta suma de militancias disciplinadas de su vida civil parece una dificultad más, barrera o tentación sorteada con tanta mayor eficacia porque cuando escribe jamás salta la jaculatoria de su boca ni la letanía cae en la página.
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El mundo de los libros de Ernaux está despoblado de deseos, de derechos, de ficción, de imprecisión, de idealismo, de amnesia, de desconfianza por el lenguaje tramposo, de dudas sobre la posibilidad de obtener cada vez más y más conocimientos menos y menos inadecuados. Es un mundo de hechos, mirados de cerca, sin parpadear, en su centro, en su contorno, en su antes y su después inmediatos, por una memoria que es instrumento para llegar a su materia. Su libro más famoso se llama El acontecimiento (2000). Es la recordación minuciosa del aborto clandestino que buscó sola y pagó sola a sus 16 años, alumna en una universidad provincial, primera de la familia en estudiar, sin parientes ni amistades ni compañeras en un ambiente clasemediero. No es la voz restituida por la Profesora a quien callaba como becaria, ni una exploración del dolor, o de la subjetividad ultrajada, o una fábula terapéutica sobre el trauma y reivindicación de derechos humanos negados, ni una profesión de fe por la escritura; es la historia de una inmundicia, de una porquería, de una atmósfera deletérea. Un hampa de bajísima estofa condenada a muy modestos márgenes de lucro en el mercado negro de sus fraudes y que por eso mismo quiere satisfacer por entero, rodeada por comparsas e intermediarios que remarcan el precio de su mediación, que cobran como limpias sábanas sucias o que ahorran en analgésicos o buscan estirar en chantaje el cobro de servicios ilegales concluidos. El privilegio, la exclusión, la fantasía de la movilidad social ascendente son los temas y problemas que impregnan cada relato, cada reconstrucción de la obstinada auto-(no)ficción realista y materialista de Ernaux: cuando la interrupción voluntaria del embarazo sea ley, la mano de obra desocupada del aborto clandestino seguirá abusando de tránsfugas de 16 años como la adolescente rural normanda humillada en Rouen en 1963.
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Entrevistada por Il Corriere della Sera en 2016, resume la literatura francesa para el público Italiano: «Si pienso en lo que ha hecho Proust, se podría decir que el autor ha hecho a un lado el entero período histórico que cubre la Recherche, salvo algunas excepciones bien escogidas, para así recobrar la época interior del narrador Marcel. A mí me interesa un Yo, una primera persona del singular, que nunca se divorcie del plural: que a través de la presencia de la Historia el vínculo entre individuo y colectividad sea indisoluble». Autor de Formas de leer a Proust (2022), Walter Romero apunta cómo Ernaux «captura con recursos de las ciencias humanas lo humano fatalmente perecedero, al borde de las grandes metrópolis, en mónadas de una humanidad siempre en tránsito: la autenticidad de una voz, que parece solapada y que describe escenas en migajas o “registros de vidas” de una realidad siempre mayor, ha vuelto de a poco su literatura de un realismo lacerante un verdadero deber social».
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Más autobiográficos son personas, coyunturas, contingencias, espacios (abiertos o cerrados) en los libros de Ernaux, menos y menos personales se vuelven: cada singularidad psicológica revela su verdad social. Padre, madre, hermana menor muerta, cáncer de seno, divorcio, soledad sexual, pura pasión, pasado simple, gentes cruzadas o encontradas en calles, plazas, areneros, en senderos y puentes peatonales y bancos de plaza, en el supermercado, en el tren de media distancia, sólo serán arrebatados al lote del común, conveniente olvido si se ha elucidado aquello que los ha hecho impersonales y colectivos. Esta literatura es una faena ingrata, pero no infructífera, por definición interminable, por fatalidad inacabada, que Ernaux hace avanzar libro a libro, a fuerza de mímesis e hipermnesia, de epifanías del origen y archivos del mundo primero, para ayudar a no morir al mundo en el que moriremos con ella.
Alfredo Grieco y Bavio - alfredogrie@gmail.com