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Nuestra cultura ya no mira al futuro. No prestamos atención a las previsiones de los científicos del IPCC (Intergubernamental Panel of Climate Change) sobre el deterioro del planeta, ni a los desequilibrios climáticos y las pandemias cada vez más frecuentes a causa de la acción humana. Ya no quieren mirar al futuro los ciudadanos ni los gobiernos ni las grandes corporaciones. Y menos aun al pasado. «El pasado ya no existe, ya no sirve –piensa mucha gente–; es tiempo de progresar, tener más tecnología, más inteligencia artificial, más robotización, más consumo, más crecimiento económico; más y más de todo. Y hasta más armas, más guerras, más destrucción y más sufrimiento».
¿Va a ser este el destino de nuestro planeta?
Me gustaría contarles un episodio poco conocido de nuestra historia. Hace decenas de miles de años, viajeros de cultura paleolítica llegaron a América y se establecieron en el norte del Chaco paraguayo y en el Oriente boliviano. ¿De dónde vinieron? De Asia. ¿Quiénes son? Antes se les llamaba «moros» o «pyta yovai»; ahora conocemos su autodenominación étnica: «ayoreode», para el plural masculino, y «ayoredie», para el plural femenino, en su lengua. En castellano, les solemos llamar «ayoreos».
Su lengua, el ayoreo, no es nada parecida al guaraní, porque pertenece a otra familia lingüística, denominada zamuco. No solo las lenguas son totalmente diferentes: también los componentes de la cultura, ya que los guaraníes pertenecen a la cultura neolítica.
Ya en la década de 1950, el antropólogo Miguel Chase Sardi denunciaba las bárbaras prácticas de los paraguayos contra los moros. Declaraba haber visto en el Chaco carteles con frases como: «No mates a un indio moro sin necesidad», «Haga patria: mate a un indio moro». Es vergonzoso recordar esto, pero a los militares que mataban a un moro se le permitía, como premio, retornar a la capital.
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Desde los primeros contactos con los europeos que ocuparon sus territorios, demostraron su coraje, su apego a su estilo de vida, a la independencia, a la lucha, al nomadismo, a la defensa de su hábitat. En la década de 1940, en Bolivia, cinco misioneros de la organización Nuevas Tribus fueron asesinados por los ayoreos. En 1724, los jesuitas de Bolivia fundaron una reducción para los ayoreos entre Bahía Negra y Fuerte Olimpo. Esta misión, a diferencia de otras reducciones jesuitas con indígenas de otras culturas y lenguas, duró pocos años, de 1724 a 1745.
Los ayoreos tenían un carácter indómito, y así los describen los documentos del P. Fernández en 1726: «No eran estos los indios Tapuyquias, como se había pensado, sino Morotocos o como otros los llaman Coroinos o Zamucos o Ayoreos. Son gente de gran estatura y de buena fuerza, usan flechas y lanzas que hacen de una madera durísima, y las manejan con gran destreza. Son pocos en número, así por las pestes, como por las guerras que traen con los vecinos, y también porque contentándose con solo dos hijos matan a los otros, con lo cual las mujeres se liberan de toda molestia y fastidio, para de esta manera poder vivir a su antojo en toda deshonestidad. Honran a las mujeres, pero ellas mandan a sus maridos y por su capricho se mudan de un lugar a otro; jamás ponen mano en las haciendas domésticas, sino que se sirven de sus maridos aun para los menesteres más humildes. Tienen un terruño estéril y silvestre y rodeado de todos los montes; la comida es peor que en otras partes. Para beber tienen unas selvas de palma, de cuyos troncos sacan el meollo grueso y esponjoso, que exprimido suple la falta de agua; andan desnudos y no les causa molestia porque tienen la piel dura y los dedos con callos. Son robustos, forzudos, de mucho aguante y mueren sin otra enfermedad que la vejez».
Los europeos quedaron impresionados por este pueblo fuerte y a la vez pacifico, en contraste con el salvajismo que posteriormente se le atribuyó. Es llamativo en este grupo étnico el rol de la mujer, dominadora del hombre y determinante en las decisiones familiares y grupales. Cosa que aun se puede encontrar en las comunidades ayoreas actuales de Bolivia y Paraguay.
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Llamó la atención de los misioneros el infanticidio de mellizos y de recién nacidos con alguna malformación; sin embargo, pese a lo que escribe el P. Fernández, no era para el libertinaje de las mujeres sino una necesidad de la vida en la selva, que impedía desplazarse con varios hijos pequeños en correrías en busca de alimentos o agua o por enfrentamientos con grupos enemigos. Lo mismo dígase del autosacrificio de los ancianos incapacitados de sobrevivir en las extremas dificultades de la selva. De hecho, cuando los ayoreos tomaron contacto con las sociedades boliviana y paraguaya, al sedentarizarse en aldeas permanentes, las prácticas del infanticidio y el gerontocidio desaparecieron.
Captura de un niño <i>ayoreo</i>: Iquebi
Tenía aproximadamente doce años cuando el 16 de junio de 1956 fue capturado por los peones de una estancia en la zona de Bahía Negra. Su grupo escapó y se refugió en la selva profunda, cosa que no logró el pequeño Iquebi, a quien se empezó a llamar José Iquebi. Enlazado como un animal y llevado por los peones a Bahía Negra, ahí, en una jaula, era objeto de curiosidad y visita para los pobladores del lugar. Era el primer «moro» que podían ver los paraguayos.
Ese triste espectáculo se repitió en todos los puertos desde Bahía Negra hasta Asunción, donde el barco paraba para mostrar a ese niño de la selva, enjaulado como en un zoológico.
El mismo Iquebi, en el libro de Deisy Amarilla Captura del ayoreo José Iquebi, manifestó así sus sentimientos:
«Ellos creían que yo era un animal…»
«Me pusieron en una jaula…»
«Me enlazaron con una piola…»
«Tenía mucho miedo…»
«Lloré muchísimo; extrañaba a mi mama…»
Fue enviado a educarse entre los militares de la marina, pero el padre salesiano Dotto y el señor Albospino, presidente de la Asociación Indigenista del Paraguay, exigieron al presidente de la república que se le enviara al Chaco para encontrar a sus familiares. Estuvo con los salesianos de Puerto Guaraní y de Puerto Casado. Se empezaron a hacer viajes al interior del Chaco en busca de sus parientes. El primer viaje fue en julio de 1957, a la zona de Madrejón y Florida. El mismo año se hizo otro viaje, siempre con José Iquebi; se encontraron tres campamentos de ayoreos, pero deshabitados. En diciembre se realizó un tercer viaje; esta vez, por una inundación, hubo que caminar horas en zonas inundadas.
En otro viaje, el 11 de octubre de 1958, un grupo de ayoreos disparó flechas al padre Dotto, el salesiano Ruggero y José Iquebi; una hirió al hermano Ruggero. Debido a las dificultades para encontrar a los parientes de José Iquebi y a los demás ayoreos, se suspendió temporáneamente la búsqueda.
Finalmente, en julio de 1962 llegó la noticia de que algunos ayoreos habían ido pacíficamente al Fortín Teniente Martínez y se habían quedado ahí, prácticamente entregados al nuevo mundo de los blancos. Entonces, el padre Bruno Stella, José Iquebi y otras personas se dirigieron al fortín y por primera vez José Iquebi pudo hablar con un grupo de 24 ayoreos en su idioma. En los días siguientes fueron añadiéndose otras personas.
En agosto de 1962, monseñor Muzzolón, obispo de Fuerte Olimpo, llegó al lugar con camiones cargados de víveres y ropa; por falta de agua, se trasladaron a Madrejón, donde se reunieron 70 indígenas. Nuevamente por falta de agua, se mudaron a doce kilómetros de ahí, a Fortín Bautista, y el 24 de agosto de 1962 se fundó la primera misión ayorea, quedando allá los salesianos Bruno Stella, José Squarcina y Leocadio Rodríguez. Eran aproximadamente 200 personas; entre ellas hubo víctimas del sarampión. En ese periodo, la antropóloga Branislava Susnik fue al lugar para hacer las primeras investigaciones lingüísticas.
Por falta de agua, se trasladaron cerca del río Paraguay. La Iglesia católica compró allí veinte mil hectáreas donde se fundó la misión ayorea de Puerto María Auxiliadora el 9 de noviembre de 1963. En 1983, la Iglesia compró otras 1800 hectáreas, que incluían el Cerro Cucaani, para tener refugio en tiempo de grandes inundaciones. Ahora, en esos dos territorios reside una decena de comunidades ayoreas.
El pueblo ayoreo ahora
Han pasado 60 años desde el primer contacto pacifico y, además de las diez comunidades arriba mencionadas, existen otras trece en el departamento de Boquerón. En total hay 23 comunidades, cuyos nombres, que no aparecen en el mapa del Paraguay, son: Cucaani, Guida Icha, Jogasui, Nueva Esperanza, Tiogai, Punta, Punta Euei, Isla Alta, Ayugui, Atapi, Doojobie, Aocojnandi, Chaidi, Campo Loro, Ebetogue, Tunucojnai, Jesudi, Gaai, Guida Ichai, Cuyabya, 2 de enero, 10 de Septiembre, Amistad.
Aunque poco conocido por la sociedad nacional, el pueblo ayoreo es rico en valores humanos y espirituales, y vive en profundo respeto y diálogo con la selva. El ser humano es parte de la naturaleza, y al dañarla se daña a sí mismo. Por eso, las culturas de la selva son la conciencia que recuerda al mundo contemporáneo que para salvar al planeta necesitamos cambiar el estilo de vida, volver a la esencialidad e implementar políticas de desarrollo sostenibles en el tiempo.
La mayoría de las comunidades ayoreas del Paraguay y Bolivia aprecian y valoran las escuelas para ayoreos con currículum apropiado para su cultura, como exige la Ley N. 3231 del 2007. Ley que, correctamente implementada, pretende formar ayoreos con raíces culturales ancestrales, pero abiertos al mundo contemporáneo. No se trata de vivir como en el pasado sino de crear una nueva cultura ayorea enriquecida con todos los elementos culturales circundantes que parezca conveniente incorporar. Toda cultura está siempre en proceso de cambios y trasformaciones. La escuela debería ser un puente que provea los instrumentos necesarios para la interculturalidad y la reciprocidad en todos los ámbitos.
Referencias bibliográficas
Amarilla, D. (2011). Captura del ayoreo José Iquebi. Asunción, Ceaduc.
Bartolomé, M. A. (2000). El encuentro de la gente y los insensatos. México, Instituto Indigenista Intercambio.
Cardús, J. (1886). Las Misiones Franciscanas entre los infieles de Bolivia: descripción del estado de ellas en 1883 y 1884. Barcelona, Librería de la Inmaculada Concepción.
D’Orbigny, A. (1844). Voyages dans l’Amerique Meridional. Madrid, Biblioteca Indiana, edición de 1958.
José Zanardini / Deisy Amarilla - josezanardini@hotmail.com