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En una época, la presente, en la que las películas cinematográficas se hacen más en computadores que con cámaras de filmar, aquellas que hacía Jean-Luc Godard parecerían piezas arqueológicas. Último representante del movimiento de la Nouvelle Vague (Nueva Ola), acaba de fallecer, a los 91 años de edad, en su casa de Suiza. Vivía en la ciudad de Rolle, a orillas del lago Leman, desde hacía veinte años. El diario Libération fue el primero en dar la noticia, diciendo que el director franco-suizo «había muerto rodeado por los suyos y por suicidio asistido», a lo que un miembro de la familia agregó que «no estaba enfermo, simplemente estaba agotado. Así que había tomado la decisión de acabar. Era su decisión y era importante para él que se supiese».
Autor de títulos tan significativas como Sin aliento, Vivir su vida, El desprecio, Banda aparte y otros, realizó más de un centenar de películas entre las que figuraban obras de ficción, documentales, largometrajes, cortometrajes, encuestas, etcétera. Eterno inconformista, el grupo al cual perteneció no sólo inyectó un espíritu nuevo al cine francés, que desfallecía en medio de un mar de convencionalismos y conformidad, sino que terminó influyendo en la cinematografía de todo el mundo.
Qué fue la «Nueva ola»
A finales de los años cincuenta, era ya costumbre que estuviera presente en el Festival de Cine de Cannes un pequeño grupo de jóvenes críticos que representaban a la revista Cahiers du Cinéma (Cuadernos de Cine), de París. En 1958, a raíz de sus artículos marcadamente críticos, las autoridades del Festival resolvieron expulsar a François Truffaut. No se podían imaginar que al año siguiente regresaría, no ya como crítico sino como realizador. Su película Los 400 golpes fue aclamada por el público. Por primera vez en la historia del festival, una película fue aplaudida en diferentes momentos de su proyección. Y se llevó todos los premios. No era más que el adelanto de lo que vendría más tarde.
Al año siguiente, otro crítico de Cahiers du Cinéma se presentaba con su película bajo el brazo. Se llamaba Jean-Luc Godard, y su película, Sin aliento, protagonizada por dos figuras desconocidas: Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg. El recibimiento fue el mismo. Estos jóvenes realizadores venían a proponer una nueva manera de concebir el cine, sus películas eran frescas, espontáneas, sin convencionalismos, sin concesiones de ningún tipo.
Estos directores. a los que se comenzó a llamar de la «Nueva ola», filmaban en exteriores, rechazaban los estudios y los decorados, no recurrían a los efectos especiales, utilizaban cámaras pequeñas que fueran fáciles de manipular y se las ingeniaban para solucionar los problemas que pudiera plantearles la realización. Se volvió muy conocida la decisión de Godard de utilizar una silla de ruedas para realizar unas tomas en plena calle, sustituyendo así la aparatosa grúa.
Los otros directores con que se inició el movimiento fueron Claude Chabrol, Eric Rohmer, Alain Resnais, Jacques Rivette y Agnes Varda. Si bien los más fieles a aquellas ideas originales y a la alta calidad que observaron siempre en sus películas fueron Jean-Luc Godard y François Truffaut.
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Sus orígenes
Jean-Luc Godard nació en París el 3 de diciembre de 1930. Su padre era médico y su madre, franco-suiza, pertenecía a una familia de la alta burguesía compuesta por banqueros y sacerdotes protestantes. Pasó su infancia entre París y Nyon (Suiza), donde se refugió durante los años en que la guerra estremeció Europa. Descubrir que durante ese periodo el comportamiento de su familia no había sido el correcto le llevó, años más tarde, a romper con ella.
Terminados sus estudios secundarios se matriculó en la carrera de etnología en la Sorbona, pero en realidad pasaba más tiempo en las proyecciones de la Cinémathèque y en sesiones de cine club. Descubrió que su vocación se inclinaba más al cine que a la etnología, por lo que intentó matricularse en el IDHEC (Instituto de Altos Estudios Cinematográficos), pero fracasó en el examen de ingreso.
Son escasos los documentos sobre los primeros veinte años de la vida de Godard. No hay testimonios de la ruptura con su familia, si bien hay una escueta alusión en una entrevista que concedió a Alain Bergala y Serge Toubiana: «La familia desapareció; eso me falta en relación con los demás. Y si desapareció, es porque yo la abandoné. Mi verdadera familia es la hija de Anne-Marie [Miéville] y sus hijos. Pero tienen sus historias familiares en las que sólo puedo desempeñar el papel de chofer» (1)
En 1950, con veinte años, se inicia como crítico incipiente en La Gazette du Cinéma, y dos años más tarde publica su primer artículo firmado en Cahiers du Cinéma, que acababa de ser fundada por tres figuras importantes del cine, Jacques Donoil-Valcroze, Lo Duca y André Bazin. En su primer editorial, la revista anunciaba su oposición a «una neutralidad malintencionada que tolera un cine mediocre, una crítica prudente y un público pasmado».
Sin aliento
Sin aliento (1960) fue su primera película y en la actualidad parece haber opacado otros títulos suyos que deberían figurar entre las grandes obras de la historia del cine. Tal el caso de Vivir su vida, siguiéndole, un poco más atrás, Banda aparte y El desprecio.
Es llamativo que la prensa española le haya dedicado muchas páginas en el momento de su fallecimiento. Y que todos los artículos se centren exclusivamente en Sin aliento, como si no existiera ninguna otra. Quizá se deba a que los años sesenta, época de la mayor productividad de Godard, coincidió con años muy duros de la dictadura de Franco y un endurecimiento de la censura. De todos modos, aquí está la semilla de lo que será su obra posterior, tanto en su estética como en los temas abordados.
Vivir su vida
Vivir su vida (1962), a mi parecer, es la mejor de sus películas, la más lograda, la que, sin renunciar a su rebeldía, a su interés por saltarse todas las reglas de la gramática cinematográfica para crear una nueva, atrapa la atención desde su primera imagen. Es, además, el inicio de una serie de películas protagonizadas por uno de los rostros más hermosos que haya dado el cine francés: Ana Karina, su pareja, una relación que duró ocho años fecundos. La «descubrió» a poco de llegar a París de su tierra natal, Dinamarca, buscando abrirse camino. Había hecho ya algunas fotografías como modelo cuando entró en la vida y en la carrera de Godard.
Su primer papel fue el de una dependiente de unas grandes tiendas que decide prostituirse huyendo de la monotonía y en busca de mejores perspectivas económicas. Le ha tocado a ella protagonizar la secuencia más sobrecogedora de toda la carrera de este director. Comienza cuando Nana (Ana Karina) entra a la cinemateca donde exhiben La pasión de Juana de Arco (1928), del danés Carl Theodor Dreyer (1889-1968). En la oscuridad de la sala, se alternan los primeros planos de la protagonista del film, María Falconetti, con los de Ana Karina, que termina reproduciendo las lágrimas que derrama Juana de Arco al escuchar su sentencia de muerte. Digno homenaje a quien tanto le debió Godard y a la influencia de sus sobrecogedores primeros planos.
Este carácter inconformista sobre el que se estructura la historia de Vivir su vida lo mantendrá a lo largo de toda su carrera creativa, que se ciñó a lo expuesto en un artículo aparecido en el periódico Libération: «Tengo una regla que no me ha abandonado: hacer lo que podemos y no lo que queremos, hacer lo que queremos a partir de lo que podemos, hacer lo que queremos con lo que tenemos y no soñar con lo imposible». Y este acto de rebeldía lo llevó a decidir incluso el momento y la forma de su muerte. Por eso su mujer, Anne-Marie Mieville dijo que el epitafio que habría que escribir sobre su tumba era: «Jean-Luc Godard, al contrario».
Notas
(1) Jacques Mandelbaum: Jean-Luc Godard, Madrid, Prisa Innova, Col. Cahiers du Cinéma, 2008, pp. 11 y 12.
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