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Entre julio y agosto de 1980, una ola de huelgas obreras sacudió la República Popular de Polonia, entonces bajo tutela de la URSS. El detonante fue el anuncio, por parte del Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR, por sus siglas en polaco), de un duro aumento de los precios de los alimentos. Comenzaba uno de los procesos de revolución política más impresionantes en el Este europeo, quizá el de mayor protagonismo de la clase obrera organizada.
A la huelga en Poznan y el «Deshielo polaco» de 1956 les habían seguido importantes luchas obreras –las huelgas de 1970 y 1976, precedidas de un fuerte movimiento de intelectuales y estudiantes en 1968–. Todas fueron reprimidas.
Ante un aumento de 38% del precio de los productos básicos, los trabajadores de la costa báltica (Gdansk, Szczecin y Gdynia) organizaron una huelga entre el 14 y el 19 de diciembre de 1970, que se extendió a 18 ciudades, aunque la punta de lanza estaba en el Astillero Lenin, en Gdansk. Allí surgieron dos dirigentes que harían historia: Anna Walentynowicz, operadora de grúa de 41 años, y Lech Walesa, electricista de 27 años.
La represión estalinista, con cerca de 25.000 soldados y 500 tanques, asesinó 40 obreros y dejó más de mil heridos. En la cúpula del régimen, Gomulka fue sustituido por Edward Gierek. Este punto de inflexión en la política polaca de posguerra marcó la dinámica posterior del movimiento obrero.
A pesar de la represión, los huelguistas de Gdansk obtuvieron 25% de aumento salarial. Semanas más tarde, las obreras de la industria textil de Lodz –77% de la fuerza de trabajo local, con un salario 20% inferior al de los hombres– organizaron una huelga exigiendo el mismo incremento que sus pares de los astilleros.
Temiendo más huelgas, el 15 de febrero de 1971 el gobierno anuló el alza de precios anunciada en diciembre. Las trabajadoras lograron que el aumento salarial conquistado en Gdansk se extendiera a todo el país. Su aporte en el terreno de la táctica se mostraría duradero y fructífero: no se expusieron a las ametralladoras y tanques en las calles, sino que ocuparon las fábricas (1).
Pero la crisis económica internacional azotaba a los ex-Estados obreros, a galope de una creciente dependencia de los capitales y el comercio con el mundo capitalista, y la dictadura del PZPR volvió a la carga en 1976 con una subida de 50% en el precio de la mantequilla, 69% en el de la carne, 100% en el del azúcar, etc. El racionamiento de los productos básicos se intensificó. Nuevas huelgas sacudieron el país. En Radom, manifestantes furiosos asaltaron la sede del partido gobernante. La solidaridad de la intelectualidad con los trabajadores dio origen al Comité de Defensa de los Obreros (KOR, por sus siglas en polaco), amplia plataforma de oposición democrática, en cierta medida antecesora del proceso que estallaría en 1980. La huelga fue sofocada, aunque logró suspender el alza de los precios.
Con arreglo a la política de las potencias occidentales, el polaco Karol Wojtyla fue ungido Papa católico en 1978. Al año siguiente visitó su país. Durante una misa en Varsovia, Juan Pablo II pronunció su famosa frase «no tengan miedo», estimulando la oposición al «comunismo» y, por supuesto, postulando a la Iglesia católica –la única institución legal con relativa independencia del régimen, con muchos fieles en Polonia– como alternativa de dirección política en una eventual transición a la economía de mercado.
Una crisis económica sin salida
A inicios de la década de 1980, las producciones industrial y agrícola polacas caían en picada. Polonia detentaba la mayor deuda externa del mundo. En 1979, ascendía a 21.000 millones de dólares. En 1982, el país debía 28.500 millones de dólares a 500 bancos y quince gobiernos occidentales. Moscú había aportado a Varsovia más de 10.000 millones de dólares para pagar los intereses, pero no podía mantener ese flujo (2). El imperialismo drenaba los recursos del bloque soviético. En 1982, un especialista describía el círculo vicioso: «Las importaciones de tecnología avanzada, mediante préstamos en divisas fuertes, deben continuar por la razón esencial de que se las necesita para producir bienes exportables, única forma de conseguir las divisas necesarias para pagar las deudas anteriores» (3). Desde 1976, la deuda exterior representaba 40% del valor de las exportaciones a Occidente. El régimen se endeudaba para importar tecnología occidental buscando modernizar su industria para exportar productos competitivos, pero la balanza comercial resultaba siempre desfavorable (4), las cuentas nunca cerraban y la salida consistía en pedir más préstamos (5). Era el típico ciclo de la deuda de cualquier país semicolonial.
Para colmo, la incompetente conducción burocrática dificultaba la absorción de la tecnología importada. Se estima que en 1980 el valor de equipos no instalados superaba los 6.000 millones de dólares. En 1979, la economía cayó 2.3%. El pago de la deuda comprometía 92% de las exportaciones a Occidente. En 1986, la deuda polaca con países capitalistas escaló a 31.300 millones de dólares, monto dos veces y media superior a las exportaciones totales anuales (6). Ese mismo año, Polonia entró al FMI y al Banco Mundial. Yugoslavia, Rumanía y Hungría habían hecho lo mismo anteriormente.
El imperialismo, dominante en la economía mundial, había penetrado en las economías de los ex Estados obreros. La política de sumisión al imperialismo, que priorizaba el pago de la impagable deuda externa, impedía orientar parte de la producción destinada a la exportación hacia el mercado interno, medida que podría haber aliviado el desabastecimiento. El sabotaje de la economía socializada, por parte de la propia burocracia, alcanzó una dimensión alarmante. En la década de 1980, cerca de 80% de las tierras cultivables en Polonia estaban en manos privadas.
Así, la teoría-justificación del «socialismo en un solo país» y su correlato político, la «coexistencia pacífica» con el imperialismo, preparaba el terreno para la restauración del capitalismo en el llamado «bloque socialista» de la mano de los propios partidos comunistas en el poder. En ese proceso, la burocracia, en Moscú y Varsovia, pretendía descargar todo el peso de la crisis en la clase trabajadora y las masas populares. Solo el movimiento obrero, con una dirección política a la altura de la tarea, podía revertir el curso restauracionista del Termidor soviético. Este es el telón de fondo de las huelgas de 1980.
Agitación en la costa del Báltico: el movimiento obrero entra en escena
El 14 de agosto de ese año comienza la huelga en el Astillero Lenin de Gdansk. Este proceso, continuación de las huelgas de 1970, trastoca la situación política de modo irreversible. La huelga de los ferroviarios de Lublin, estratégico nudo ferroviario entre la URSS y Alemania Oriental, sacó de quicio a Brézhnev. Frente a la fuerza del movimiento huelguista, el entonces ministro de Defensa, Wojciech Jaruzelski (7), no aconsejó el uso del Ejército. A finales de agosto, más de 700.000 trabajadores se declararon en huelga en 700 centros de trabajo de todo el país. Habían surgido comités de huelga en más de 200 empresas.
El principal dirigente de la huelga del astillero de Gdansk era Lech Walesa, despedido en 1976. La otra dirigente destacada era Anna Walentynowicz. De hecho, su despido precipitó la huelga. La solidaridad obrera exigía la reincorporación de ambos, sin represalias.
El 16 de agosto se forma un Comité de Huelga Interempresas (MKS, por sus siglas en polaco) con delegados de otros comités de huelga que llegaron al astillero en Gdansk. En pocos días, eran más de un millar de representantes obreros. En el Astillero Lenin y otras fábricas, por medio de micrófonos y altavoces, los debates de las asambleas contaban con participación masiva.
Un día después, el MKS formuló una lista con 21 reivindicaciones que no se limitaban a demandas económicas sino que incluían derechos políticos: legalización de sindicatos independientes, libertad de expresión, derecho de huelga, etc. Restitución de los obreros despedidos, readmisión de los estudiantes expulsados de las universidades por sus ideas, liberación de todos los presos políticos, supresión de los privilegios de la policía y del aparato del Estado. En definitiva, los sindicatos libres deberían tener peso en las decisiones políticas, especialmente en aquellas relacionadas con «…los principios de base de las remuneraciones y la orientación de la política de salarios, particularmente en lo que concierne al principio del aumento automático de los salarios según la inflación, el plan económico a largo plazo, la orientación de la política de inversiones y las modificaciones de los precios» (8).
Demostrando irreverencia, las 21 reivindicaciones fueron escritas en una gran tabla de madera que se colgó en la puerta del astillero, todo un símbolo de la lucha en escala nacional.
La huelga, con amplio apoyo popular, forzó a las autoridades a convocar una negociación. El 31 de agosto de 1980, Walesa se sentó a la mesa con Mieczyslaw Jagielski, viceprimer ministro polaco, para firmar los acuerdos de Gdansk y poner fin a la huelga. El hecho fue retransmitido en directo por televisión para toda Polonia.
La conquista más importante fue la autorización para fundar un sindicato independiente del control del partido único. Los presos políticos, además, serían liberados. Las demandas económicas serían atendidas gradualmente. Walesa, por su parte, aceptó que el nuevo sindicato respetara la Constitución y reconociera el «papel dirigente» del PZPR en el Estado.
La figura de Walesa se hizo enorme. En pocas semanas, el desconocido electricista se transformó en un actor político nacional que la burocracia no podía ignorar.
La magnitud de la crisis hizo que, en septiembre de 1980, Edward Gierek perdiera el control del partido a manos de Stanislaw Kania. El movimiento obrero había puesto a la burocracia contra las cuerdas.
Solidaridad
El 17 de setiembre se realizó el congreso fundacional del sindicato Solidaridad. En su período de auge, contó con más de 10 millones de afiliados (aproximadamente 80% de la fuerza laboral en Polonia), en un país con 35 millones de habitantes.
En los primeros 500 días que siguieron al acuerdo de Gdansk, Solidaridad acogió en su seno a sectores del movimiento estudiantil, de agricultores y artesanos. No solo fue el primer sindicato independiente en los Estados satélites de la URSS sino, de lejos, el más grande del mundo.
Su máxima instancia de decisión era la Convención de delegados que representaban 38 regiones y dos distritos. Walesa fue electo a la Comisión Nacional, el organismo ejecutivo. En noviembre, el sindicato fue legalizado. En septiembre de 1981, el primer congreso de Solidaridad emite un mensaje a «todos los obreros de los Estados socialistas» y elige a Walesa como presidente.
Solidaridad se convirtió en un movimiento con presencia nacional. Estallaron huelgas aquí y allí los meses siguientes a su fundación. La clase obrera polaca estaba en su mejor momento.
La contradicción de este proceso de reorganización obrera residía en la naturaleza de su dirección política. Walesa era un hombre conservador y conciliador, que respondía a los intereses del aparato de la Iglesia católica. En pocos meses, el presidente de Solidaridad se convirtió en una celebridad en el mundo capitalista. El 15 de enero de 1981, se reunió en Roma con Juan Pablo II, figura emblemática de la lucha anticomunista a quien admiraba (9). El respaldo de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a Walesa era explícito. En 1982, la revista Time lo declaró el «hombre del año». Un año después recibió el Nobel de la Paz.
El perfil político de la dirección de Solidaridad combinaba esta impronta católica con elementos de nacionalismo polaco y liberalismo occidental. Predicaba, además, el precepto de no violencia a sus miembros. Walesa opinaba que la burocracia no debía ser derrocada sino reformada, y que el proletariado polaco no podía cometer el error de «exigir demasiado» (10).
Pero, a pesar de la naturaleza traidora de sus dirigentes y de la influencia de la cúpula católica, Solidaridad se había erigido como la referencia indiscutida de la clase obrera y expresión genuina de las huelgas que pusieron en jaque el régimen estalinista dentro y fuera de Polonia. Tanto que, entre 1980 y 1981, puede hablarse de una incipiente dualidad de poder entre el régimen de partido único y la clase obrera en movimiento, expresado en Solidaridad, su conquista organizativa más significativa.
El golpe de Jaruzelski
El crecimiento de Solidaridad, la colosal crisis económica y las constantes presiones desde Moscú para restablecer el orden llevaron al régimen a endurecer la política para suprimir la movilización obrera.
Para ello, en octubre de 1981 el primer secretario Kania fue sustituido por el general Jaruzelski, un auténtico sabueso de los rusos. Promete «poner orden» pero solicita que, en caso de fracaso, el Kremlin intervenga. Del 4 al 12 de diciembre, el Ejército Rojo estaciona más de 100.000 soldados en la frontera con Polonia. Pero una invasión, como la de Hungría o Checoslovaquia, no era la primera opción de Moscú, puesto que estaba empantanado en Afganistán. Así, el trabajo sucio cabría al propio Ejército polaco (11).
El 13 de diciembre de 1981, Jaruzelski decretó la ley marcial, consumando un golpe reaccionario. Unos 1.750 tanques y 1.400 vehículos blindados tomaron las calles. Walesa y la cúpula de Solidaridad, reunidos en Gdansk, fueron arrestados. Se estima que más de 10.000 militantes de Solidaridad fueron encarcelados, la mitad de ellos en medio de la noche del golpe.
El movimiento obrero respondió con más de cien huelgas y ocupaciones de fábricas y minas, pero todas fueron derrotadas. Nadie estaba preparado para un enfrentamiento físico con el aparato militar. El Astillero Lenin de Gdansk entra en huelga el 14 de diciembre, pero retoma el trabajo dos días después, luego de que la policía mata a un trabajador y hiere a dos. El 16 de diciembre de 1981, la policía asesinó a nueve mineros e hirió a otros 22 durante la represión de la huelga en la mina Wujek en Katowice. Anna Walentynowicz fue encarcelada el viernes 18. Solidaridad pasó a la clandestinidad.
El 14 de diciembre comenzó la huelga en la mina de carbón de Piast, en la Alta Silesia. Cerca de 2.000 mineros resistieron durante 14 días a más de 650 metros bajo tierra.
Centenares murieron. Miles fueron arrestados. El golpe se consolidó. Las pretendidas democracias occidentales lo permitieron. El gobierno cubano declaró que era necesario defender el régimen polaco de la «acción del enemigo imperialista» y que, en ese sentido, «considerando la alternativa, [el golpe] es lo menos grave que podría ocurrir» (12).
Se creó un Consejo Militar de Salvación Nacional que controló Polonia hasta julio de 1983. Durante ese período imperó el estado de sitio. Se prohibieron las reuniones, las huelgas y toda suerte de protesta. La censura recrudeció. Amparado en el clima de terror, el régimen aplicó una serie de ataques económicos. El 1 de febrero de 1982, el aumento de los precios alcanzó, en media, 257%, pero algunos productos subieron hasta 400% (13). El 8 de octubre de 1982, el sindicato Solidaridad fue formalmente ilegalizado.
La dirección conciliadora de Walesa también fue responsable por la derrota: nunca alertó, preparó ni organizó políticamente a la clase obrera para la resistencia ante un previsible golpe del Ejército o una invasión de la URSS.
Con todo, el sindicato se reorganizó y siguió operando desde la clandestinidad, alentando huelgas en minas, astilleros y en el transporte entre 1981 y 1988. Por medio de una estructura ilegal y medios como la radio Solidaridad, los activistas lograban informarse y organizar la resistencia. A inicios de 1983, la organización publicaba más de 500 periódicos clandestinos denominados bibula. Hubo mucha presión internacional por la libertad de Walesa. El 14 de noviembre de 1982, finalmente, salió de la cárcel luego de escribir a Jaruzelki que estaba dispuesto a «marchar a un acuerdo nacional» y resaltar, como muestra de buena fe, que «desde fines de junio hasta fines de agosto, suspendimos todas las huelgas» (14).
El 22 de julio de 1983, la dictadura polaca consideró la situación más estable y suspendió la ley marcial. Muchos miembros de Solidaridad fueron liberados.
Transición a la economía de mercado
En la segunda mitad de la década de 1980, la economía polaca –y de todo el bloque soviético– estaba en estado calamitoso. Las huelgas de 1988 en Polonia mostraron a la burocracia local que, sin una solución al problema de Solidaridad, la posibilidad de un estallido social era real. Al mismo tiempo, el aparato estatal estaba atravesado por serias disputas entre camarillas. En la URSS estaban en marcha la Perestroika y la Glasnost, en el marco de la decisión del PCUS de restaurar el capitalismo. En ese contexto, el régimen negocia con la cúpula de Solidaridad –bajo dirección de la Iglesia católica, no lo olvidemos– una transición a la democracia liberal.
En 1989, la productividad estaba por los suelos, la inflación superaba 350% y el desabastecimiento era desesperante. Décadas de acuerdos entre el estalinismo y el imperialismo habían destruido las economías no capitalistas de la URSS y el Este europeo.
En febrero de 1989 comenzaron las negociaciones de la llamada Mesa Redonda. En abril se resolvió devolver la legalidad a Solidaridad –que pronto sumó un millón y medio de miembros–, crear la segunda cámara del parlamento, restaurar el cargo de presidente de la República de Polonia y convocar elecciones generales libres, para los 100 escaños del Senado y 35% de los escaños de la Sejm, la cámara baja del parlamento. En esas elecciones, celebradas el 4 de junio de 1989, los candidatos apoyados por Solidaridad consiguieron 99 de los 100 asientos del Senado y todos los escaños en disputa para la cámara baja (15).
El 12 de setiembre de 1989, la nueva Dieta eligió a Tadeusz Mazowiecki como jefe del primer gobierno no estalinista en Polonia desde la Segunda Guerra Mundial. Esto generó un efecto dominó en todo el bloque del Este. Ese mismo año, los alemanes orientales derribaron el Muro de Berlín y las primeras Repúblicas soviéticas o de su esfera de influencia declararon su independencia de Moscú.
En Polonia, el propio Jaruzelski dirigió las negociaciones de la transición «pacífica» a un régimen de democracia liberal. El PZPR, sin prestigio, se disolvería en 1990. A finales de agosto de 1989, por medio del juego parlamentario surgió un gobierno de coalición liderado por Solidaridad.
El 9 de diciembre de 1990, Walesa triunfó en las elecciones y se convirtió en presidente de Polonia para los siguientes cinco años.
La restauración del capitalismo avanzó de modo brutal, privatizando toda la propiedad socializada que restaba en tiempo récord, en lo que los neoliberales llamaron «terapia de choque».
El pujante movimiento obrero polaco de 1976-1989, aunque heroico, no logró consumar una revolución política –derrocar el poder de la burocracia preservando las bases económicas no capitalistas de la sociedad e instaurando un régimen de democracia obrera–, en parte debido a la dura represión del régimen, pero fundamentalmente por la traición de la dirección contrarrevolucionaria encarnada en la figura de Walesa. No se puede reducir la razón de la derrota y cooptación de Solidaridad al golpe militar de 1981. En otras palabras, no faltó iniciativa ni disposición de lucha por parte de la clase obrera polaca, faltó un sujeto político revolucionario.
Notas
(1) La táctica de la huelga con ocupación de fábricas apareció en Polonia en 1931. Cuando se extendió en EEUU durante la década de 1930, a menudo se la llamaba «Polish strikes», por los inmigrantes polacos que la difundían.
(2) Ver: https://elpais.com/diario/1982/03/02/internacional/383871604_850215.html, consultado el 19/06/2022.
(3) Ídem.
(4) Entre 1971 y 1973, las importaciones crecieron a 19,3% anual; las exportaciones, solo 10,8 %.
(5) Ver: https://elpais.com/diario/1981/02/17/internacional/351212403_850215.html, consultado el 19/06/2022.
(6) La deuda externa de Polonia y las vías para superarla. Revista Comercio Exterior, vol. 37, Nº. 8, México, agosto de 1987, p. 682.
(7) Jaruzelski era ministro de Defensa desde 1968, cuando una invasión soviética aplastó la Primavera de Praga.
(8) Ver: https://elpais.com/diario/1981/02/17/internacional/351212403_850215.html, consultado el 19/06/2022.
(9) Walesa sobre el papel de Juan Pablo II en una entrevista de 2014: «Él nos liberó poniéndonos a rezar (…) Estoy convencido de que su pontificado resultó definitivo para que la derrota del comunismo fuera tan rápida y se hiciera de manera no violenta. Por lo que respecta a nuestra experiencia personal, fue un guía espiritual, cualquiera de sus enseñanzas significaba mucho para mí». Ver: https://elpais.com/elpais/2014/09/09/eps/1410281457_483334.html, consultado el 20/06/2022.
(10) Talpe, Jan. Los Estados obreros del Glacis. Discusión sobre el Este europeo. São Paulo, Lorca, 2019, p. 119.
(11) La subordinación de los dirigentes polacos a Moscú era tan evidente que una de las amenazas para disolver las huelgas era una posible invasión soviética. El propio golpe de 1981 se hizo en nombre de evitar tal cosa.
(12) Ver: https://elpais.com/diario/1982/02/12/internacional/382316416_850215.html, consultado el 20/06/2022.
(13) Ver: https://elpais.com/diario/1982/03/02/internacional/383871604_850215.html, consultado el 19/06/2022.
(14) Talpe, op. cit., p. 121.
(15) Según los acuerdos de la Mesa Redonda, solo el Partido Comunista y sus aliados podían ocupar los escaños restantes.