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Recuerdo un ostinato realzado por dos notas de sintetizador, milagroso como el anuncio del alba sobre el océano. Recuerdo el efecto rítmico precediendo al piano anacrónico, poético, los alados atletas de blanco corriendo a orillas del mar. Recuerdo esa muy británica historia –la de dos jóvenes que compiten en los Juegos Olímpicos de 1924– y muy británico estudio –el del sistema de clases inglés– que es la película Chariots of fire, y cómo aceleró y cruzó triunfalmente la meta en las últimas vueltas de la temporada de premios del año 1981 impulsada por el sintetizador de Vangelis, y cómo el vibrante tema epónimo voló con las imágenes de los corredores en la playa hasta llevar el álbum a la cima de las listas.
Recuerdo la decadente Los Ángeles del futuro, ciudad infernal de cielos contaminados y eternas lluvias donde un rascacielos alberga las oficinas de Tyrell Corporation, que produce replicantes, más rápidos y fuertes que los seres humanos, pero donde incluso en lo más alto, en el penthouse del propio Tyrell, flota polvo en el aire sucio y lleno de humo. El futuro como un mercado negro, entrevero de sórdidos pedazos del pasado con letreros de neón en un babélico montón de idiomas donde todos, atrapados en vidas pobres y caóticas, venden y trafican sin cesar y nunca miran el cielo. ¿Qué significa ser humano? Sabemos que Deckard es diferente porque es el único que lee algo –un periódico–, pero cuando Roy Batty (Rutger Hauer) aparece en la pantalla, la cámara y el tiempo se detienen.
Según los cables que no dejan de circular esta tarde en los medios de prensa del mundo entero, Evángelos Odysséas Papathanassíou acaba de morir, a los 79 años, en París. Siempre alejado de la prensa, discreto hasta en la muerte, tanto que la mala nueva llega hoy, jueves, con retraso –falleció la noche del martes–, ha dejado mudo para siempre su teclado el más misterioso de los músicos.
Si cierro los ojos, puedo ver una postal: Vangelis en los 80 en su estudio de Londres, en el último piso de un edificio victoriano, rodeado de sintetizadores y locura sinfónica, director de orquesta y orquesta de un solo hombre, gran bestia tecnológica cantando en un idioma nuevo y desconocido sus colosales himnos oníricos y técnicos llenos para nosotros, los profanos, del profundo misterio de la magia. Vangelis era el futuro de la música, uno de aquellos gigantes que sabían hablar con las máquinas. Pero si otros exploraron el sonido electrónico en laboratorios de vanguardia, la música de Vangelis circuló por todas partes, se coló hasta en las cocinas. No sé si lo entendimos, pero él nos entendió a todos.
Sin embargo, mucho antes del Oscar y de convertirse, con Giorgio Moroder y Wendy Carlos, en uno de los titanes de la música electrónica en el cine, Vangelis ya había probado la fama de una estrella pop. Fue tecladista de Aphrodite’s Child, el grupo griego más famoso en el extranjero, cuyo cantante y guitarrista, Demis Roussos, tampoco era un desconocido. Y antes de formar esa banda de rock progresivo, hoy de culto, en 1967, los dos ya eran estrellas en sus países, Vangelis como líder y tecladista de Forminx, una de esas bandas de garaje surgidas en todo el mundo en la estela sonora de la «invasión británica» iniciada con los Beatles, hasta que la dictadura tocó la campana del final del recreo y Evangelos Odysseas Papathanassiou, nacido el 29 de marzo de 1943 en Agria y criado en Atenas, tuvo que dejar su Grecia natal.
Aphrodite’s Child se formó en París, y allí, en el mítico Mayo del 68, firmaron contrato con el sello Mercury, entraron al estudio y salieron con «Rain and Tears», canción para la cual Vangelis tomó préstamos del majestuoso Canon de Pachelbel. La voz angelical de Demis Roussos y los arreglos neobarrocos cercanos a The Left Banke hicieron el resto: lanzado en julio de 1968, este single llegó al top de las listas francesas. Pero lo más célebre de Aphrodite’s Child es su «disco maldito» sobre el Apocalipsis de San Juan, 666, obra de Vangelis (en la música) y Costas Ferris (en las letras), quizá el primer disco conceptual, sensu stricto, de la historia. «Musique de pierre» lo llamó Dalí. «Música de piedra», como una catedral. Como la catedral que Dalí, para cerrar el happening con el que quiso lanzar 666 en Barcelona, proyectaba bombardear desde aviones con hipopótamos y arzobispos (Ferris se atrevió a preguntarle: «¿Te refieres a maniquíes vestidos de arzobispos?», y Dalí contestó: «No, joven. Cuando digo arzobispos, me refiero a arzobispos»).
Llegaron los 70, y, además de sus propios álbumes pioneros de música electrónica, Vangelis se dedicó a componer para el cineasta Frederic Rossif. Una de esas obras, Opera Sauvage, alcanzó en Estados Unidos un inesperado éxito que lo conduciría a Chariots of Fire y al Oscar y al Blade Runner de Ridley Scott, con quién volvería a trabajar en 1492: Conquest of Paradise.
Mientras huye de Roy, sin que nos percatemos, unas levísimas campanas premonitorias deslizan en nuestro inconsciente la sensación de la muerte inminente de Deckard. Lo que aún no sabemos es que en realidad están anunciando la muerte de Roy. Lo descubriremos a continuación, cuando Deckard intente saltar desde la azotea a otro edificio y quede colgando en el vacío, aferrado a la cornisa. Porque entonces Roy Batty, inexplicablemente, en vez de cumplir al fin su propósito de matarlo, lo salva, y en el mismo segundo en el que su extraño gesto nos sorprende, suena, sutil pero nítido, un milagroso toque de campana.
I’ve seen things you people wouldn’t believe.
Attack ships on fire on the shoulder of Orion.
I watched C-beams glitter in the darkness, near the Tannhäuser Gate.
All those moments will be lost in time, like tears in rain.
Time to die.
Gran día en Agria fue el 29 de marzo de 1943, Evángelos, Vangelis, buena nueva y portador de la buena nueva, evangelíou pyros, fuego portador de buenas nuevas que el vigía aguarda en el Agamenón de Esquilo, evangelion –«Este será el don por mi buena nueva», evangélion dé moi ésto– de Odiseo, disfrazado de mendigo, al desconsolado Eumeo, que aún no sabe que tiene ante sí a la buena nueva y a su mensajero en el canto XIV de la Odisea. Fuiste Evangelos Odysseas Papathanassiou en tu pasaporte, pero en la noche siempre serás Vangelis. Vangelis surcando el océano en una carabela hacia lo desconocido. Vangelis surcando el espacio interestelar hasta los confines del cosmos. Vangelis, carro de fuego, corriendo contra el viento. Vangelis fundiendo en la oscuridad su enorme corazón de replicante. «He visto cosas que ustedes no creerían… Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». Diste música al espacio, diste música al futuro, llevaste la música al límite, que es el infinito, porque infinitas son las posibilidades del sonido. Hasta siempre, maestro. Cuando nadie se acuerde de nosotros, tú seguirás viviendo.