Manú y la poesía erótica

Hoy, día de su aniversario luctuoso, recordamos al poeta paraguayo Manuel Ortiz Guerrero (Villarrica, 16 de julio de 1894 - Asunción, 8 de mayo de 1933) con este artículo acerca de un aspecto poco estudiado de su obra.

Manú y la poesía erótica
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En estos últimos años, tal vez como resultado del largo y obligatorio encierro impuesto por la pandemia, los poemas eróticos resurgen vigorosamente en muchos países. En Paraguay, el habla coloquial en guaraní alude con naturalidad a los genitales –«nde tembo» («sos un pene»), «nderakore» (por tu vagina), «añarakopeguare» («vienes de la vagina del mal»)–, y la sexualidad, de una forma diferente, también está presente en la poesía erótica paraguaya desde hace más de cien años con los versos de nuestro querido poeta «Manú», Manuel Ortiz Guerrero, un aspecto de su obra que nunca ha sido debidamente estudiado, quizá en parte debido a que Manú, recordado ante todo por su trágica vida de Job, ha quedado –de forma, a nuestro entender, injusta– encasillado en una especie de estereotipo idealizado de «poeta romántico». Sin embargo, Manuel Ortiz Guerrero es bastante más interesante que eso, y, además de dar categoría y prestigio universal al guaraní con poemas escritos en esta lengua nativa, exploró un considerable número y variedad de géneros literarios, algo que lo sitúa, según diversos estudiosos y críticos de literatura, entre los primeros posmodernistas y también como uno de los primeros en incursionar en la poesía vanguardista en nuestro país, llegando a ser pionero, por ejemplo, de la poesía concreta o visual que florecerá en todo el mundo desde la década de 1930.

Ya incursiona Ortiz Guerrero, abierta o metafóricamente, en la literatura erótica al hacer del oficio de los cuerpos materia prima de sus obras sensuales en poemas como «La boca divina», «No, no puede ser», «Adelina» y otros que la brevedad de este espacio no nos permite pormenorizar pero que el lector puede encontrar fácilmente. Por ejemplo, «Delirio de pizzicatos» (1918), donde con sonoras coincidencias las palabras dibujan el cuerpo anhelado:

«Tu pecho se ha hecho

con pomas de aromas:

¡oh, las dos manzanas sanas del amor!

Escultura pura,

norma de la forma:

¡tu cuerpo! Armoniosa rosa blanca en flor».

La poesía erótica es el resultado de plasmar por escrito el deseo y la palabra deseante. En su ensayo La llama doble, el escritor mexicano Octavio Paz afirma al respecto: «La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal» (1). Así precisamente se presenta Ortiz Guerrero en este género con otra estrofa del mismo poema, cantando el apasionado encuentro de los cuerpos que se aúnan como las palabras:

«La llave suave

que abra la palabra.

Tu portón prohibido, pido que me dés;

que entre y encuentre

reposo, alborozo;

que a probar tu uva... me suba después.

Tu parra, se amarra

con lazos de abrazos,

maduros racimos de mimos, ¡tu ardor!

El vino divino

de tu viña, ¡niña!,

¡es más que la muerte fuerte de sabor!»

La poesía erótica tiene una función esencial: probar que el erotismo no se concentra solamente en los genitales, sino que nace de la necesidad de expresar estéticamente lo prohibido. Por eso, este tipo de poesía suele deleitarse en la modulación del sonido de ciertas palabras que se refieren a la humedad de la piel ansiada o gozada, a la pasión, al amor y el ensueño, al éxtasis del encuentro con el otro cuerpo.

El material que anexamos a este artículo se titula «Dulce veneno», y es un poema que gira enteramente sobre el beso erótico, ese que se dedican los amantes entregados a los placeres más profundos del amor y el deseo.

Dulce veneno (Manuel Ortiz Guerrero)

De tanto besarte

me duele la boca,

¡qué crueldad más loca

tiene tu besar...!

Tus labios son brujos,

son hiel y dulzura,

son miel y amargura,

tu boca es fatal.

No quiero besarte

porque me enloqueces,

por Dios, no me beses

que me causa mal;

yo no sé qué tiene

tu boca de fuego,

por favor te ruego:

no me beses más.

Pero sin embargo

te ambiciono tanto,

que ansío el encanto

de tu boca en flor.

Y quiero la gloria

del dulce veneno

que es malo y bueno

veneno de amor.

De tanto besarte

vivo pensativo,

no sé qué motivo

me hace entristecer.

Nunca me hagas caso,

sé más bien ingrata,

tu beso me mata

pero... bésame.

Notas

(1) Octavio Paz: La llama doble: amor y erotismo, Barcelona, Seix Barral, 1994.

catalobogado@gmail.com

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