Vinimos todos

Hace dos semanas, un video en el que un cuidacoches apodado «Chómpiras» improvisa un rap se viralizó, y la tendencia «Para que sea real» acaparó Twitter. Sobre lo que revela la frase «Vení na filmá para que sea real», pronunciada por el «Chómpiras» en el video, reflexiona este artículo.

De la serie “El paisaje de la escritura”.
De la serie “El paisaje de la escritura”.gentileza

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«Hablando de portón / la ve pasada / yo le encontré a un pendejo / justamente ahí ta durmiendo / vení na filmá para que sea real / rápido Kape, pasá na acá /acá mi Kapé está durmiendo / viste pa Kapé, eee / ikangypaite porque el portón, se le cayó Kapé encima de él.» El Chómpiras.

Un joven se filma con su celular y un hombre irrumpe en la escena, al parecer armada. El hombre empieza a hablar pero el joven lo interrumpe con una pregunta: «Chómpiras, ¿te sacaron pio los Lince tu portón?», mientras, con el brazo extendido, intenta prolongar su protagonismo, en vano, porque inmediatamente el Chómpiras empieza a cantar un rap y la simulación de una entrevista se transforma en otra cosa.

El joven, cual camarógrafo de guerra, es arrastrado intempestivamente al terreno de la acción del nuevo demiurgo. Relato y acción ocurren en paralelo, ambos cruzan, corriendo, una calle y la imagen se acelera, se vuelve inestable.

Detengámonos aquí.

El “Chómpiras” rapeando (collage).
El “Chómpiras” rapeando (collage).

Mejor dicho, detengámonos unos segundos antes de la corrida, donde el rapero dice «vení na filmá para que sea real». Es sobre esta línea de la canción que deseo detenerme, pues esa frase ha encendido algunas ideas que me interesa explorar y compartir. No vamos a entrar en los debates sobre el concepto de la realidad; más bien deseo enfocar una característica de estos tiempos: la inmediatez y globalización de la imagen-sonido, donde todo-se-registra-todos-registramos como prueba de nuestro paso por el mundo.

«Vení na filmá para que sea real» es un signo de nuestra época, en la cual la imagen del mundo reemplaza al propio mundo y a su experiencia. En las primeras caricaturas de Disney, los objetos inanimados cobraban vida, nos ponían en riesgo y atentaban contra nuestra existencia. Buster Keaton –siempre con el rostro impávido– luchaba con todas sus fuerzas contra objetos, construcciones y maquinarias. En la actualidad, ya no nos atemorizan objetos-personajes al servicio de imaginarios narrativos: lo que hoy nos atemoriza son las imágenes del mundo; convertidas en placer, horror y perdición.

Hay una compulsión estimulada por la propia tecnología: con cualquier teléfono celular, algunos seres humanos tenemos el privilegio de registrar –convengamos en que un gran porcentaje de la población de este planeta no tiene ese privilegio– desde la banalidad de nuestros actos cotidianos hasta enérgicas denuncias o encendidas revoluciones. La imagen contemporánea se erige como centro de un sistema global y dominante; nunca antes en la historia una imagen valió más que mil palabras. Una imagen puede crear mágicamente (viralmente) héroes o villanos indistintamente en segundos; ahí está la apuesta más fuerte de los escenarios-tecnológicos-de-placer, en brindar herramientas adictivas (scroll, like, corazón, reel, shorts, lives) para satisfacer la pulsión escópica.

El “Chómpiras” rapeando (collage).
El “Chómpiras” rapeando (collage).

Nuestras imágenes del presente laten al pulso de un trending, de un momento viral. El Chómpiras no se conforma con decir «Vení na a filmar», también arremete con la sentencia «para que sea real», y su relato, que hasta ese momento se construía sobre el «yo le encontré a un pendejo…», que es igual a «había una vez…», pasa a operar como una mitología inversa: ya no es la historia de lo que le pasó al amigo de un amigo, ahora es la historia de: acá está-existe «realmente», mi amigo, gracias a que lo filmamos. «Viste pa».

Filmo, luego existo. Aquí y ahora. Loop.

El Chómpiras primero valida su relato y luego retoma un evento pasado, también hecho viral, en el cual una aséptica cámara de vigilancia capta una calle desierta por la cual se desplaza un gran portón de metal, al parecer por voluntad propia, y donde luego, en una rápida elipsis, vemos emerger en el plano una patrullera de la policía con el portón, y a quien presuntamente lo cargaba, encima de la carrocería, seguido de cerca por una motocicleta de la unidad Lince. Todo esto transcurre en un montaje rápido de TikTok con un tema musical de José Luis Perales. El azar de las imágenes de vigilancia se mezcla con la vigilancia al azar.

Vinimos todos a filmar-fotografiar, me incluyo. Filmamos un plato de comida. Fotografiamos a nuestras mascotas. Nos hacemos una selfie en una manifestación. Hay todo un sistema montado para dar-crear imágenes como experiencia del mundo, somos todos integrantes de un star system global, paradójicamente aislados en nuestras burbujas sociales informáticas. Lo masivo y global del registro, la creación y acumulación de las imágenes no nos hizo más astutos en lo tocante a sus cuestiones visibles ni a las ocultas.

Las imágenes no son inocentes.

Se privilegia el espectáculo, al decir de Jean-Louis Comolli, en una guerra entre dos tipos de imágenes, las del discurso hegemónico de lo visible y las imágenes que juegan con las alusiones a lo no-visible. La imagen no es todo, no se puede mostrar todo, no todo es mostrable; los límites del gesto de representar están presentes en la representación. Por eso también hay batallas donde montaje, prueba, simulacro, verdad y espectáculo cuentan como armas. Atrás quedaron los días de la «guerra televisada»: ahora estamos en los escenarios digitales de guerra. Desmontar la imagen hegemónica es dinamitar su centro y poder.

Desde esos centros, en esos escenarios-tecnológicos-del-horror, recordemos que Wikileaks daba a conocer en el 2010 el video donde vemos helicópteros disparando a civiles iraquíes entre los cuales se encontraban periodistas de Reuters. Assange ahora está pagando el precio de «poner en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos de Norteamérica» y se espera su pronta extradición a Estados Unidos para, en el mejor de los casos, ser condenado a cadena perpetua.

Cualquier intento de de-mostrar el contraplano de las imágenes que apeligren a los centros de poder será perseguido. En el 2012, durante la masacre de Curuguaty, otro helicóptero no solo disparó sobre campesinos y policías, sino que además filmó todo lo ocurrido; esas imágenes están bien ocultas-y-resguardadas y hasta el momento solamente pueden ser restituidas por medio del relato oral de quienes presenciaron el horror.

Las disputas por controlar «la realidad del mundo» a través de sus imágenes están dadas en todos los escenarios. Ya no importa eso que se llama verdad; la posverdad lleva instaurada demasiado tiempo. Creo que, a la par de vivir una era de saturación de imágenes, entre su incesante producción y distribución y la alta exposición a ellas, hay indicios de que este pico puede ser la antesala de su cenit y posterior devenir hacia otro estadio, el de la post-imagen o, mejor dicho, el de la no-imagen (espero desarrollar esta idea muy pronto). Mientras tanto, parafraseando a Farocki, hay que seguir desconfiando de ellas.

Nota al margen

Tengo una serie fotográfica hecha con un teléfono móvil, denominada «el paisaje de la escritura». El proceso consiste en hacer una foto de los árboles del patio de mi casa en diferentes momentos del año. El ritual personal se convierte en obsesión y genera un contexto para luego canalizar a otros formatos (por lo general audiovisuales) las ideas que surgen. A veces me limito a contemplar sin fotografiar. Tengo años de registro acumulados; si no los reviso, realmente no puedo precisar-recordar la mayoría de los archivos. El mero registro no se convierte en una memoria.

Una vez salí al patio y el cielo estaba totalmente naranja, las hojas y troncos de los árboles se teñían de un inusual dorado y la proximidad del anochecer disparaba azules por doquier. Fui rápido a buscar el teléfono; sabía que esa postal todavía no la tenía. Al volver, la escena había cambiado por completo, y algunas nubes caprichosas me hicieron saber desde el cielo que el tiempo transcurría inexorablemente. Me senté y me puse a pensar en esos colores y esa quietud que ya no estaban. Hasta hoy, la posibilidad-de-esa-fotografía es la más viva e importante de toda la serie.

menard.pierre@hotmail.com

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