Cargando...
Los poetas paraguayos Moncho Azuaga y Mabel Pedrozo fueron compañeros en el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, que conoció su auge en la década de 1980. Un taller que dejó definitivamente atrás la oposición, tradicional en Paraguay, entre la literatura moderna y culta (es decir, en español) y la literatura popular (es decir, en guaraní). Un taller amigo de la oralidad y de la calle, de los festivales y las peñas, del teatro popular y los recitales en plazas, universidades, colegios, parroquias, de la música y los mítines. Aunque esto pueda parecer historia antigua, Mabel Pedrozo era muy joven: había nacido en 1965, en Asunción. Llegó al taller con su hermana mayor, Amanda, y juntas publicaron libros y leyeron versos en voz alta y trabajaron como periodistas en un diario (El Popular, más conocido como El Popu) que, si bien con fines comerciales y no poéticos, tuvo el ingenio de fijar en tinta y papel el jopara, habla sin normas discernibles y sin prestigio social ni literario, el habla de la vida real en Paraguay. Había publicado hace unos meses el que ya es su último libro, una novela, La virgen Carrillo (Asunción, Intercontinental, 2021). Falleció el pasado martes 12, tan discretamente como había vivido: «calladita», como escribió en su cuenta de una red social el poeta Moncho Azuaga con palabras entrañables, porque retratan claramente una presencia infrecuente, por modesta, en el mundo literario. A ese poema sincero del amigo que la conoció y la quiso cedemos este humilde espacio de homenaje.
La poeta, en su despedida (A Mabel Pedrozo, Taller MOG)
Se fue quedando solita
hilvanando sus lunas,
sus cuitas secretas.
Olvidó la última letra
y sonrió su tristeza,
calladita.
En sus amores no cabía
sino la alegría del mundo
pese a ese dolor
que le amaneció un día
y le fue arrastrando la vida
a un pantano profundo.
Pero sus luces encendían
y espantaban esas oscuras noches
de las muchas penas que escondían
su callado dolor, sin reproches,
y aun así,
cantaba ella.
En tanto, la muerte escribía
la página de un final
que a todos nos dolía.
Aquel doloroso segundo
alguien dijo su nombre
y el viento repetía
y leían en el aire, sus amigos,
pese al dolor de la noticia,
su sonrisa iluminando el mundo,
con esa su dulce y delicada,
bella melancolía.
(Moncho Azuaga, Asunción, abril de 2022.)