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Carlos Pérez Cáceres cita muchos testimonios orales de Humberto Pérez Cáceres. Suponemos dos cosas al respecto: que se trata de su padre (confirmado en la dedicatoria: «En el recuerdo de mi padres, Humberto y Amanda»), y que se trata del periodista que tuvo como colega a Hérib Campos Cervera en el diario Democracia de Buenos Aires en los años 50.
Reivindicar la militancia de la izquierda en Paraguay es el cometido del libro Años de luchas y resistencias, 1940-1954 (Arandurã-Serpaj, 2021), tomo I, de Carlos Pérez Cáceres.
El libro está dedicado «a aquellos militantes, cuadros y dirigentes que alimentaron que siempre es necesaria la lucha…». En suma, podemos decir que es un libro escrito con simpatía hacia las ideas comunistas.
En el prólogo, Jorge Lara Castro exagera el eje de la investigación, dora la píldora con la retórica al hablar de rescatar lagunas de la historia (de la izquierda) y de que el conocimiento (de tales vacíos) puede aportar o derivar necesariamente en transformaciones sociopolíticas en Paraguay.
Qué aportaron el febrerismo de izquierda, los comunistas, los gremialistas y demás movimientos y grupos progresistas en este periodo de la historia del Paraguay, es lo que nos quiere contar el libro.
La verdad, muy poco. Durante la guerra del Chaco asumieron la postura pacifista, es decir, antipatriótica, de no apoyar la guerra. Durante la guerra civil del 47, sin embargo, temiendo otra pifia, se lanzaron al bando de los sublevados de Concepción temiendo que el triunfador los siguiera reprimiendo y proscribiendo.
Pérez se queja de que los trabajadores y la izquierda siempre son retratados en los libros canónicos (anticomunistas, por usar su terminología) de historia del Paraguay como «pasivos, diminutos, sin propuestas ni análisis».
La verdad es que esa imagen negativa no se supera al terminar de leer las 270 páginas de esta obra.
El autor mismo enfatiza todo el tiempo que uno de los obstáculos principales para un funcionamiento eficiente del PCP es que todo se decida siempre a 1.200 kilómetros de Asunción, es decir, desde Buenos Aires, donde anidan generalmente –por culpa de la proscripción (romántica) en que malviven sus líderes– ya el secretario general, ya algún miembro conspicuo del partido.
Siempre hacen en esta obra una pareja indisoluble miedo y comunismo. Decir comunismo para Pérez es hablar de represión, persecución, torturas, apresamientos, internamientos en campos de concentración, clandestinidad y muerte violenta. Y, sobre todo, proscripción: en Paraguay, el partido comunista paraguayo, desde los años 20 (fue fundado, según fuentes rusas, el 19 de febrero de 1928; según otra fuente legendaria, en 1924; y Pérez Cáceres nos cuenta que ya en 1923 un grupo de dirigentes sociales y algunos trabajadores formaron lo que se llamaría el Partido Comunista, que intentó participar de las elecciones en 1923 –aunque antes del cisma de 1965, durante el partido unido, hubo consenso en el año de gracia de 1933–) hasta la caída de Stroessner siempre estuvo proscrito, a excepción de 15 días durante el gobierno febrerista (sellada tal proscripción con el decreto 152) y durante los 6 meses de la Primavera Democrática (hay que descontar un mes de castigo que sufrieron por la impertinencia de Óscar Creydt de lanzar un discurso incendiario donde amenazaba a los políticos con el mismo fin que sufriera un presidente boliviano, que terminó colgado de un farol público).
El autor analiza los grandes momentos históricos de este periodo (1949-1954), el gobierno de Morínigo, la Primavera Democrática de 1946, la guerra civil de 1947 (con victoria final del bando gubernamental gracias a la armas que envió Perón, guerra que duró 5 meses, con un saldo de entre 5000 y 30000 muertes), el regreso del Partido Colorado al poder después de 43 años, el gobierno «democrático» de Federico Chaves (esto es, obviamente, una ironía, el Chaves democrático versus el fascista Natalicio, un bluff: en realidad, Chaves realiza el programa piloto de todo el Operativo Cóndor con el secuestro en Buenos Aires, por fuerzas peronistas, de Obdulio Barthe, que, embalado, es enviado a la Cárcel Pública de Asunción, de donde recién será liberado por el comisario Roberto L. Petit –quien será asesinado el 4 de mayo de 1954– y termina exiliándose en Guatemala).
El período anterior es analizado también como antecedente y posible causa de los hechos futuros, pues en él tenemos el fin de 35 años de gobierno liberal tempestuoso con la Revolución Febrerista de 1936 (que duró apenas 18 meses) y la Guerra del Chaco, que, según historiadores actuales, es clave para el regreso del coloradismo y el empujón de los liberales a la llanura.
Allí encontramos un hilo común que atraviesa lo colorado, los liberales y el franquismo: su anticomunismo.
Durante el gobierno de Eusebio Ayala, suerte de ídolo entre sus correlís y muchos intelectuales progres, se encarceló a todos los candidatos comunistas y se los confinó en la campaña, para dejarlos en libertad una semana después de las elecciones. Igual, Rufino Recalde Milessi logró una banca como diputado por el Partido Socialista Revolucionario, pero el gobierno liberal le impidió asumir su cargo.
Esto aconteció tras 14 meses de guerra civil entre liberales de saco puku y saco mbyky.
Un problema que deja sin resolver el autor es la dicotomía fascismo-comunismo. El primero siempre surge en contextos negativos, mientras que el segundo, en un gran porcentaje de sus menciones, es claramente positivo. Hoy, en pleno siglo XXI, queda claro que el fascismo y el comunismo son dos formas de pensamiento autoritario. Que quizá no sea una desgracia que el comunismo no se haya enseñoreado del país podría plantearse hoy menos tímidamente. Claro, como nunca se aplicó en la realidad, queda como algo que pudo ser idealmente mejor que todos los gobiernos que pasaron sin pena ni gloria durante el siglo XX por nuestro país.
Sería interesante cotejar las opiniones vertidas por el autor sobre el ORO (Organización Republicana Obrera) y la posterior CTP (Confederación Paraguaya de Trabajadores) con la reciente tesis del investigador Ignacio González Bozzolasco sobre el primer Código de Trabajo del Paraguay (1961). Pérez sí menciona las conquistas laborales logradas durante el periodo «fascista» (aguinaldo, con Morínigo) y «aperturista autoritario» (vacaciones pagas, con Federico Chaves), en el lapso de tiempo que abarca el tomo I.
No todo es victimismo, claro está, en la clandestina historia del izquierdismo paraguayo. Indudablemente, el Nuevo Ideario Nacional (se llamaban así tanto el manifiesto como la nucleación conformada por jóvenes estudiantes universitarios de Asunción, entre ellos Oscar Creydt y Obdulio Barthe) fue uno de los grandes aportes del pensamiento progresista del siglo XX. Hoy, en pleno siglo XXI telemático, no tenemos nada equivalente.
Sobre el mito Creydt –la figura descollante y controvertida de Oscar Creydt, el Pimpinela Escarlata (según el peruano Luis Alberto Sánchez)–, Pérez Cáceres lo retrata como un amigo y amante de las purgas al estilo Stalin, con la fe (religiosa) en el partido primando sobre la dialéctica o la pluralidad de opiniones. Asume en 1953, año de la muerte de Stalin, y el partido inicia su devenir «totalmente» autoritario y verticalista. El adverbio indica, o al menos concede, que el PCP siempre fue autoritario.
«Creydt era el ídolo de las chicas paraguayas por su apariencia atlética, sus bellos ojos y rizados y rubios cabellos. Hombre joven, rico, apuesto, talentoso. Era el conductor de los jóvenes por su fogosidad oratoria, su eficacia dialéctica, su voz de trueno, su facundia, su vida apostólica, su pasión populista». Sánchez exagera. Nuestra leyenda roja no sabía hablar guaraní y en su discurso el campesino (predominante en Paraguay) no tenía ningún rol protagónico.
Hasta guardaba un «Vivan los militares democráticos». Nada para los yvypóra mi. Nada en la lengua de los oprimidos.
Notas
Saco puku y saco mbyky: Literalmente, saco largo (puku, en guaraní) y corto (mbyky). Se llamó así, respectivamente, a los partidarios de Gondra y a los de Schaerer en la guerra civil de 1922-1923.
Yvypóra mi: De yvypóra, campesino (literalmente, en guaraní, fantasma de la tierra) y mi, sufijo que indica atenuación, familiaridad o intimidad.