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A veces nuestros conocimientos geográficos, paradójicamente, nos impiden ver ciertas cosas (o saber ciertas cosas sobre nosotros mismos). Tomemos, por ejemplo, la noción común de Paraguay como país mediterráneo, «encerrado por tierra», land-locked, como decimos en inglés. Todos sabemos que está rodeado de ríos, y, sin embargo, el mapa lo muestra tierra adentro, como una especie de Kazajstán mojado.
Ignorando el mapa, podemos considerar a Paraguay como una isla, tanto por su historia como por su cultura. Si ayuda a la imaginación, incluso podríamos invertir el mapa para que Encarnación esté en el extremo norte y San Pedro en el sur. Pero no es necesario hacerlo para ver que la geografía no nos cuenta lo suficiente de la realidad humana.
Podemos pensar en la isla encantada de Paraguay como un lugar, indeterminado en el espacio y el tiempo, que obliga al forastero a vagar por sus playas en busca de sí mismo. Semejante al mago Próspero, de Shakespeare, en Paraguay solo el hechicero Dr. Francia había llegado a la etapa del autoconocimiento al comienzo de la historia nacional, pero para 1870 todos habían aprendido que la vida estaba marcada, primero, por un tremendo sufrimiento, y luego, por el sueño. ¿Cómo representar eso en un mapa? Ya que hemos sugerido la utilidad de pensar en Paraguay como una isla, podemos considerar también a los náufragos de esa isla para entender mejor su realidad completa. ¿Quién es el Robinson Crusoe del Paraguay, que descubre el mundo en una apartada isla mirándose profundamente a sí mismo?
Creo que es Aleixo Garcia.
Aclaremos los términos. Robinson Crusoe es un personaje ficticio basado en hechos reales, mientras que Aleixo Garcia fue una persona real fundamentalmente moldeada por un mundo de ensueño de aventureros y romance. El libro de Daniel Defoe de 1719, a menudo llamado la primera novela inglesa, es la historia de la supervivencia de un náufrago en una isla aparentemente desierta. El libro originalmente se presentó al público sin el nombre de Defoe, como un relato verídico de hechos reales documentados por un hombre real llamado Crusoe. Pero los lectores se mostraron escépticos de inmediato. El mismo año en que apareció la novela, Charles Gildon publicó Robinson Crusoe Examined and Criticized, libro que demostraba que Crusoe fue inventado y que los acontecimientos de la novela eran ficticios. A pocas personas les molestó esto, ya que la línea entre ficción y no ficción aún no se había vuelto tan importante.
La historia de Robinson Crusoe es justamente famosa, pero pocos conocen las dos secuelas que escribió Defoe: The Farther Adventures of Robinson Crusoe, también de 1719, y Serious Reflections of Robinson Crusoe, de 1720. Serious Reflections es en realidad una colección reempaquetada de las obras de no ficción de Defoe, pero Farther Adventures merece ser más conocida. Trata del regreso de Crusoe a la isla después de la muerte de su esposa en Inglaterra; y luego, tras la muerte de Friday (su antiguo sirviente caribe), de sus viajes a Madagascar, el Lejano Oriente y Siberia, antes de volver a Gran Bretaña diez años después.
La historia verdadera del náufrago Alexander Selkirk (1676-1721) constituye la fuente principal de la novela de Defoe, pero no la única. Numerosos eruditos e historiadores, incluido el explorador Tim Severin, en su libro In Search of Robinson Crusoe, citan el caso de Henry Pitman, que escribió un breve libro que relata sus aventuras en el Caribe tras su fuga de una colonia penal y su posterior naufragio y supervivencia en una isla desierta. Pitman, al parecer, vivió en el mismo vecindario que Defoe, que pudo haberlo conocido en persona, y aprendido de sus experiencias. Ojo: existe un lugar real llamado Isla Robinson Crusoe, pero no en el Caribe sino en el Pacífico Sur, frente a las costas de Chile. Se llama así porque Selkirk estuvo abandonado en una isla del Pacífico, del archipiélago de Juan Fernández. Pero como la ficción es a menudo más impactante que la realidad, la isla lleva el nombre del personaje de Defoe y no el del hombre real que vivió allí. Curiosamente, existe una Isla Alejandro Selkirk, también en el grupo de Juan Fernández, unos doscientos kilómetros al oeste de la isla Robinson Crusoe, pero es poco más que una roca raras veces visitada.
Ahora bien, ¿qué pasa con Aleixo?
Aleixo Garcia (1490?-1525) era un bribón ambicioso de humilde origen, corta estatura y mal genio. Nació en el Alentejo portugués y viajó al Plata en 1516 con Juan Díaz de Solís. A diferencia de este, que buscaba una nueva ruta a las islas de pimientas y canela, Garcia viajó esencialmente por capricho. Era una época de caprichos y el suyo no fue el único. Pero mientras Solís pronto murió a manos de los charrúas (y fue comido), Aleixo abrazó la realidad americana con mucho más entusiasmo. Quizá tuvo linaje marrano, lo cual, de ser cierto, dados los conflictos religiosos que perturbaron la península ibérica en generaciones anteriores, pudo engendrar en él cierta tolerancia, o al menos agilidad, en materia cultural. Quizá eso le hizo mucho más fácil que a otros exploradores europeos comprender la cultura de los pueblos nativos que encontró en sus viajes.
Aleixo naufragó en la isla de Santa Catarina (donde hoy se encuentra Florianópolis), con un pequeño grupo de españoles que se dedicaron a contar los días hasta su rescate. Aleixo vio su difícil situación de otro modo. Se hizo amigo de los indios tupíes locales y, en vez de mirar hacia el mar con la esperanza de volver a Europa, miró tierra adentro, preguntándose si habría algo de verdad en aquellas historias acerca de un Rey Blanco rico en plata que vivía muy al oeste, en alguna región montañosa que ninguno de ellos había visitado jamás.
Si Robinson Crusoe suplicó compañía humana para soportar su destino, fue en compañía de un pequeño grupo de indios (los equivalentes del Friday de Crusoe) que Aleixo se dispuso a efectuar su propio rescate. Fue por tierra al oeste, cruzó hacia la costa, viajó tierra adentro, primero a Paraguay y luego, con un ejército guaraní, a los reinos andinos del emperador inca.
Aleixo fue el primer europeo que conoció Paraguay, el primero que aprendió a hablar en guaraní. A diferencia de Selkirk, el portugués tuvo algunos compañeros europeos en sus viajes (aunque no se conocen ni sus nombres). Y a diferencia de Crusoe, que mantuvo e incluso ahondó su identidad europea y protestante mientras estaba en su isla, Aleixo abrazó casi totalmente la cultura nativa (más como Gonzalo Guerrero en Yucatán que como Crusoe en el Caribe ficticio). Esto le permitió reunir su ejército indígena, asaltar los territorios incas y dejar una fuerte impresión para los paraguayos de hoy.
La primera palabra que Crusoe enseñó a Friday fue «amo» (con todas sus implicaciones de superioridad cultural). Es imposible pensar en Aleixo de esa manera. Era un hombre del Nuevo Mundo, no del Viejo. Era casi un indio guaraní. Y uno más entre los de su «tribu».
Aleixo podría haber tenido una carrera ilustre como conquistador y explorador de no ser por sus supuestos aliados chanés, indignos de confianza, que decidieron que el náufrago barbudo era demasiado problema y lo asesinaron cuando el grupo volvía al Paraguay. También diferente en esto de Selkirk y de Crusoe, Aleixo nunca abandonó de modo definitivo su «isla». Tampoco yo.
Y quizás haya llegado el momento de considerar si la historia paraguaya no sería más sugerente si le diéramos la vuelta al mapa y pensáramos en el país como en una isla. Aleixo Garcia y todos los demás náufragos podrían cobrar una importancia inédita.
*Profesor emérito, Universidad de Georgia