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Si uno revisa la historia, se sorprende de la cantidad de personalidades sobresalientes que en su propia época se consideraban equivocados, pero que con el paso de los siglos dejaron de parecer tan errados. Recíprocamente, no son pocos los que, por el contario, parecían tener razón en su propio tiempo, pero pasaron a la historia como auténticos metepatas. Así, Aristófanes creía ser conservador, pero la historia lo considera progresista; Napoleón intentó instaurar un imperio monárquico, pero, por el contario, lo que logró fue exportar las ideas republicanas de la Revolución Francesa. Se podrían citar miles de situaciones similares, algunas más y otras menos conocidas, pero quizás el caso más llamativo sea la sorprendente actualidad que está tomando el pensamiento de Platón, de la que modestamente dan cuenta estas líneas.
Quizás sea lo mejor comenzar con un ejemplo real de los cambios de actitud social que han resucitado significativas partes del idealismo platónico, que parecían total y definitivamente enterradas. Se trata de una sencilla anécdota familiar: mi abuela, una campesina poco instruida y demasiado pragmática para ser conspiranoica, nunca creyó que el ser humano había llegado a la luna; no porque supusiera algún malvado engaño de despiadadas sociedades secretas sino, sencillamente, porque vio el alunizaje por televisión y para ella nada de cuanto aparecía en la «caja boba» era real o verdadero.
Hasta los noticieros y los informes meteorológicos eran para mi abuela Eloísa una colección de inventos, lo cual en la época de Franco no dejaba de ser bastante sensato. Sin embargo, no atribuía a esas ficciones la malicia de pretender engañar a las personas, sino apenas la misma lúdica intención de entretener, impresionar, asustar y divertir que se puede atribuir a los cuentos que, en su infancia, se contaban al amor de la chimenea en las largas noches de invierno.
Ese pertinaz escepticismo televisivo de mi abuela era compartido por bastantes personas, en cuya juventud ni siquiera existía la radiofonía. A falta de haber tenido en sus años mozos un aprendizaje de criterios (que de todas formas tampoco son muy fiables) para diferenciar los contenidos informativos de los de entretenimiento, simplemente lo exilaban todo al territorio de lo ficticio… Así, el alunizaje era, según mi abuela, que ni siquiera conocía el significado de la palabra imperialismo, «cosa de los americanos»: un invento tan falaz e inofensivo como las series de la época que llegaban desde Estados Unidos: I love Lucy, Patrulla de caminos o Bonanza.
Si han soportado esta larga introducción, se habrán percatado, inevitablemente, de que en la actualidad la cabeza de la gente está funcionando en dirección totalmente contraria: solo lo que vemos indirectamente en una pantalla se corporiza como real y aquello que no es retransmitido (ahora ya no solo de la tele, sino también de «compus», celulares, redes sociales, etc.) por algún medio de reproducción audiovisual, simplemente no existe.
Siempre se ha debatido con la irónica historia del árbol que se desploma en un bosque solitario. Se cuestiona si realmente cae de verdad, al no haber ningún testigo. La diferencia es que actualmente, aunque el árbol caiga en la selva (o, ya puestos, aunque la bomba explote en Ucrania) ante y sobre miles de personas, solo la presencia de una cámara, que lo registre, y de un medio de retransmisión, que lo difunda, le otorga la categoría de «hecho real».
Supongo que a estas alturas, para cualquiera que haya soportado leer hasta aquí, resulta evidente la relación con Platón y su alegoría de la caverna, que es, a fin de cuentas, la más universalmente conocida de las metáforas destinadas a crear un paralogismo filosófico… Los personajes de Platón preferían las imágenes proyectadas a la realidad, y parece que la sociedad actual se ha transformado en un compulsivo universo cavernícola, que habita voluntariamente en un mundo de imágenes tecnológicas sustitutivas de la realidad.
Veo con frecuencia una sorprendente leyenda en los noticieros de varios países del mundo que, por más que esté redactado de diversas maneras, contiene siempre el mismo mensaje, que podría resumirse así: «Contenido no apto para niños y adolescentes». La idea subyacente, por desgracia, no es proteger de la violencia, sino aislar de la realidad de su existencia a las nuevas generaciones, eliminando los hechos desagradables, desastrosos o delictivos; pero no afrontándolos con políticas adecuadas, sino silenciándolos, haciéndolos desaparecer del reflejo en la caverna de las tecnologías de comunicación. Aunque el criminal esté asesinando a tus padres, eso no está ocurriendo, porque no puedes verlo en la tele… Estimado adolescente, ¡bienvenido a la negación de la realidad!
Para quienes no recuerden el desagradable final del mito de la caverna, los que preferían el reflejo edulcorado de la realidad a los hechos reales simplemente mataron al molesto individuo que advertía que las proyecciones no eran ni de lejos similares al mundo real… Obviamente, lo mataron porque sospechaban que tenía razón, ya que, si hubieran creído que eran apenas los delirios de un desquiciado, no se hubieran molestado y, en lugar del asesinato, le habrían dedicado una de esas desdeñosas sonrisas de conmiseración que se reservan para los tontos y los locos inofensivos.
La caverna actual, a través de la corrección política, ha inventado una forma un poco menos sangrienta de deshacerse de las molestas individualidades que prefieren mirar el mundo directamente y no a través algún tranquilizador tipo de pantalla, la que ha dado en llamar cancelación, que, por cierto, si se aplicara a rajatabla, dejaría al mundo entero vacío de cualquier forma de arte y otras manifestaciones culturales, cosa que también habría agradado a Platón, ya que en su utopía, La república (que por suerte nunca dejó de ser imaginaria), no tuvo mejor idea que prohibir la poesía. La corrección política es al progresismo lo que esconder la basura debajo de la alfombra es a la higiene: en lugar de afrontar y solucionar los problemas, simplemente procura erradicarlos de su proyección de la realidad. Lo que nos lleva otra vez a Platón, al que esta forma de idealismo contradice claramente: en lugar de ser la realidad del mundo verdadero un universo de ideas puras y perfectas, y la proyección una deforme parodia, como defendía el filósofo, es, por el contrario, la proyección la que se declara a sí misma perfecta e indiscutible, sin importar cuán drásticamente alejada esté del mundo real. Un gran triunfo de Platón, pero también una victoria pírrica; no solo para él, sino para todas las formas de pensamiento crítico… De todas formas, no es Platón el pensador que me hace más feliz que esté de moda.