«Por amor ajapo»

Durante una gran tormenta en Asunción, circularon en las redes sociales videos en los que se distingue desde lejos a un joven que arriesga su vida atravesando un caudaloso raudal para salvar a un niño. ¿Por qué lo hiciste?, le preguntaron después los periodistas. Buscando palabras para explicar lo inexplicable, «contaminando su casi químicamente puro guaraní», escribe la poeta anarquista Montserrat Álvarez, el joven Froilán Benegas respondió la pregunta.

Froilán Benegas en un receso laboral, septiembre del 2018 (Foto de la cuenta de Facebook de F. Benegas).
Froilán Benegas en un receso laboral, septiembre del 2018 (Foto de la cuenta de Facebook de F. Benegas).Gentileza

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La tarde del martes estalló una gran tormenta en Asunción y muchas calles se convirtieron en ríos: los temidos raudales, capaces de arrastrar coches, animales y personas, con finales a veces trágicos. En la avenida Molas López, algunas personas filmaron videos en los que, desde lejos, vimos a un joven que atravesaba el raudal, hundido por momentos el torso en la poderosa corriente, y llegaba hasta un niño que se aferraba a un árbol para no ser arrastrado.

El niño –se supo después– iba en un auto con su chofer, que perdió el control en un bache y chocó con un árbol. El chofer bajó y fue arrastrado por la corriente; el niño, asustado, salió del coche, y se lo llevó el raudal. Corriente abajo, logró aferrarse a aquel tronco, y aferrado a él lo vio, desde su puesto de trabajo, el joven que cruza el raudal en los videos, un guardia de seguridad que estaba cumpliendo su horario de trabajo en un edificio cercano, y acudió a rescatarlo, exponiéndose a la muerte.

Al niño pronto acudieron a llevárselo a su casa. El joven que acababa de arriesgar su vida para salvarlo, en cambio, tuvo que quedarse, con el uniforme completamente empapado, en aquel lugar incluso después de haber terminado su horario de la jornada, porque su moto no funcionaba, lo cual era un problema para llegar al asentamiento donde vive –él, excusen la obviedad, no tenía chofer–. Y, como los videos se habían viralizado, los periodistas volaron al sitio a entrevistarlo, y su relato en guaraní y su imagen –la ropa mojada de pies a cabeza, la sonrisa ancha porque el niño estaba a salvo– aparecieron en todos los noticieros.

Ese joven, que se llama Froilán Benegas, ya había aparecido en los noticieros hace dos años por otro acto de valor. En el 2020, cuando trabajaba como limpiador para una empresa, la denunció públicamente porque no les proveía, a él y a sus compañeros, que en medio de la pandemia limpiaban el Hospital Central del IPS, de guantes, tapabocas ni alcohol. Se habló entonces de más violaciones de derechos laborales. De que les hacían firmar una planilla en la que constaba que cobraban el salario mínimo vigente, cuando percibían la mitad, de que no les pagaban horas extra, de que no tenían vacaciones, ni seguro médico, de que había jornadas de doce horas... Froilán Benegas pagó caro su acto de coraje: le costó su puesto de trabajo. Ese año, su voz se quebró ante las cámaras al hablar de su esposa embarazada, de su hija de cuatro años de edad, de que, trabajando para una empresa que no proporcionaba a sus empleados, expuestos a residuos patológicos, elementos básicos de bioseguridad, vivía con miedo de llevar alguna enfermedad a su casa.

Se supo después que el niño salvado de morir el martes era hijo de un senador. El nombre del senador no importa. Tampoco el de la empresa que denunció Froilán y que lo dejó sin trabajo en plena pandemia, ni el de sus dueños, ni el de los amigos de los dueños que en cada nuevo gobierno contratan los servicios de esa empresa y de otras empresas como esa, ni el de sus parientes en las instituciones del Estado, y ni siquiera el del niño que Froilán salvó de una muerte segura, ni el de los papás de sus amiguitos, en cuyas casas hombres como Froilán no entran, si no es para pasar al área de servicio. No porque esos nombres sean secretos –todos saben ya cuáles son– o suponga algún riesgo publicarlos –esa clase de nombres salen en la prensa año tras año, sin que jamás denuncia alguna les haga mella ni cambio alguno de gobierno merme sus privilegios de oro macizo–, sino porque no merecen figurar en esta página al lado del nombre de Froilán Benegas.

La empresa que denunció Froilán ya estaba en el 2016, según el Viceministerio de Trabajo, entre las primeras en materia de denuncias por violación de leyes laborales, la Dirección Nacional de Contrataciones Públicas ya había abierto un sumario por varias irregularidades, no importa cuáles, a esa empresa y a alguna otra, de los mismos u otros dueños –se parecen todos–, y no tardaron en volver a ser contratadas por el Consejo del IPS por varios millones de dólares, tampoco importa cuántos. Nada de esto pasa nunca de letra muerta y momentos de indignación banal y ruido mediático.

Al comienzo de los videos vemos a Froilán, que ha encontrado una manguera y la ha atado a un portón para rescatar al pequeño, arrastrado por la corriente, pero no se rinde y vuelve a cruzar por otro lado, conmovido por el llanto del niño desconocido, hasta llegar junto a él. El niño le dice que ya no tiene fuerzas para sujetarse del árbol y que se va a morir, y Froilán lo sujeta firmemente y lo consuela: «Ha emanórõ, emanóta chendive». Si te mueres, te vas a morir conmigo. Así le hace saber que no está solo, ni siquiera en el peor de los casos. Por Froilán y miles como Froilán y por los hijos de Froilán y los hijos de miles como Froilán no harán –no hacen– nunca nada parecido los habitantes de las altas esferas en las que vive el niño que salvó, y por eso a los empresarios y políticos que forman el mezquino entramado, el turbio fondo de esta historia, aquí ni siquiera nos dignaremos nombrarlos.

Al caer la tarde del miércoles, después de que el heroico rescate de la víspera estuviera en boca de todos desde la mañana, comenzó a circular el previsible the end nada happy de una solución tradicional al modo –aunque con personajes muy diferentes– de esa restauración final de las jerarquías momentáneamente alteradas por situaciones excepcionales que J. M. Barrie representó en su Admirable Crichton: el rumor, celebrado unánimemente, de que la adinerada familia del niño contrataría a su salvador para cuidarlo, una de esas paradójicas, aunque decorativas, «buenas noticias» que confirman y ahondan los males que se cree que pretenden paliar –desde nuestro punto de vista, pues, un detalle que no altera la sustancia de esta historia, salvo porque la pervierte–. ¿Por qué te lanzaste al raudal? le preguntan a Froilán Benegas, de 28 años, oriundo de la ciudad de J. Augusto Saldívar, en alguna de las entrevistas que le hacen en algún noticiero. Él piensa, busca palabras para explicar lo inexplicable, y al fin termina contaminando su casi químicamente puro guaraní: «Por amor ajapo. Por amor». Por amor lo hice. Por amor. Y como su celular corporativo, el único que tiene, parece haberse estropeado, de modo que no ha podido llamarles, aprovecha que están transmitiendo la entrevista en vivo para avisar a su familia que su moto no está andando y que por eso va a tener que llegar a casa un poco tarde. «No, yo no quiero ser famoso, ni ídolo, ni héroe ni mba’eve –dice Froilán Benegas, la voz tajante, el uniforme empapado–. Yo tengo una nena ha apensa che famíliare porque ikatu otro ojapo avei la che famíliare».

Espero que nunca olvides, niño, cómo vivía, cómo hablaba, qué clase de persona era la que te salvó la vida. «Por amor ajapo. Por amor».

montserrat.alvarez@abc.com.py

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