El hombre que podía volar

Un 20 de marzo como hoy, en 1833, nació el prodigioso D. D. Home, uno de los misterios olvidados del siglo XIX.

D. D. Home levitando el 8 de agosto de 1852 en casa de Ward Cheney, en Connecticut. Grabado del libro “Les Mystères de la science” (1887), de Louis Figuier.
D. D. Home levitando el 8 de agosto de 1852 en casa de Ward Cheney, en Connecticut. Grabado del libro “Les Mystères de la science” (1887), de Louis Figuier.gentileza

Cargando...

Daniel Dunglas Home fue uno de los médiums más famosos de la segunda mitad del siglo XIX, décadas tanto de auge como de ásperas polémicas sobre la naturaleza del espiritismo y otros fenómenos similares que algunos consideraban estrecho de miras descartar sin más como supercherías y otros consideraban irracional y anticientífico tomar en serio –postura, la segunda, que ha prevalecido hasta hoy–. Nació en Currie, pueblo cercano a Edimburgo, el 20 de marzo de 1833, y dejó su Escocia natal para vivir en Estados Unidos con una tía suya que, por motivos oscuros, lo adoptó. A temprana edad le diagnosticaron tuberculosis y creció como un niño solitario, pero tuvo un gran amigo, Edwin. A los trece años, juraron que el que muriera primero se comunicaría con el otro. Al cabo de un tiempo, Daniel y su tía se mudaron y los dos amigos tuvieron que separarse. Una noche, Daniel despertó y vio a Edwin parado en silencio a los pies de su cama. Comprendió que había muerto y que estaba cumpliendo el pacto. Comentó la muerte de Edwin a su tía, quien recibió a los pocos días la noticia oficial del fallecimiento del joven compañero de estudios de su extraño sobrino. Cuatro años más tarde, Daniel volvió a despertar en medio de la noche, y esta vez vio a su madre. Le comunicó a su tía que había muerto a las doce en punto y que ella misma se lo había dicho. También esto resultó confirmado pronto. Finalmente, su tía, convencida de que aquel chico tenía algún tipo de relación con el demonio, lo echó de su casa.

D. D. Home viviría desde entonces en casas ajenas de amigos y protectores, exhibiendo sus «dones» a cambio. Un día, volvió a Europa. Desembarcó en el puerto de Liverpool el 9 de abril de 1855, un joven pelirrojo cuyo pálido rostro mostraba los estragos de la enfermedad que terminaría matándolo a los 53 años. Un médico perspicaz, escribió su paisano Arthur Conan Doyle, probablemente le hubiera dado unos meses de vida, y quizá la prolongación de su existencia –afirmó el creador de Sherlock Holmes– no fue su menor milagro. Home dejó las islas ese otoño y pasó unos años en el continente, siempre en casas amigas, siempre retribuyendo con sesiones de espiritismo la hospitalidad de sus anfitriones. En todas partes hay testimonios de su paso en memorias de contemporáneos. En París: «Enormes muebles que seis hombres alzaban a duras penas para limpiar las alfombras en primavera empezaron a moverse. Sillas, sillones, como arrastrados por vientos furiosos, corrían de una esquina a otra»; los candelabros de cristal se sacudieron ruidosamente, las teclas del piano empezaron a sonar y una mano sin brazo apareció en la mesa: «¡Es la mano de mi padre!», exclamó la emperatriz Eugenia, y Napoleón III la tocó y la soltó al instante: «¡Dios mío, está helada!» –así recuerda Pauline de Metternich, en sus Souvenirs, aquella tarde del invierno de 1857 en la que Home visitó el Palacio de las Tullerías–.

No solo Conan Doyle y la princesa de Metternich escribieron sobre Home. Tuvo defensores y detractores ilustres, y entre los últimos se suele incluir a Robert Browning por su poema Mr. Sludge, the Medium, interpretado como un ataque a Home, a quien Browning, que solía acompañar a su esposa, creyente en el espiritismo, a sesiones con médiums, había visto en acción más de una vez.

Antes de morir en 1886, Home impresionó hondamente a casi todos los testigos directos de sus hazañas. La que lo volvió famoso está recreada en la imagen que vemos en esta página, un grabado del libro Les Mystères de la science (1887), de Louis Figuier: es la reunión del domingo 8 de agosto de 1852 en casa del empresario textil estadounidense Ward Cheney (1813-1876), en Connecticut, donde Home flotó, en trance, hasta el techo.

Fue la primera vez que Home voló públicamente, no la última. Una noche de diciembre de 1868 en Londres, salió flotando por una ventana del tercer piso de Ashley House y entró por otra. Fueron testigos Lord Adare, de 27 años, el astrónomo y futuro miembro de la Royal Society Lord Lindsay, de 21, y el capitán Wynne, de 33, que dejó escrito: «El hecho de que el señor Home salió por una ventana y entró por otra lo puedo jurar, y nadie que me conozca dirá ni por un segundo que fui víctima de una alucinación o cualquier otra patraña por el estilo» («The fact of Mr. Home having gone out of one window and in at another I can swear to. Anyone who knows me would not for a moment say I was a victim of a hallucination or any other humbug of the kind»).

El citado poema de Browning, publicado cuando el espiritismo empezaba a despertar, para bien y para mal, el interés general, suscitó mucha controversia. Los espiritistas denostaron a Browning como un vulgar profanador de misterios y los «escépticos» lo aclamaron como un campeón del pensamiento racional. Ni los unos ni los otros entendieron que Mr. Sludge, the Medium no es un ataque al espiritismo. Solo lo entendió Chesterton. Pero, como Home, aunque de otra forma, Chesterton tampoco era una persona normal, sino un fenómeno, una anomalía –Chesterton era un genio–.

Se cree, dice Chesterton, que Browning ataca al espiritismo en ese poema porque Sludge, el médium, es un charlatán. Deducción absurda: Browning fue especialista en poner grandes y nobles verdades en labios de los seres humanos más mezquinos y grotescos.

En el libro de Browning, los fraudes de Sludge han sido descubiertos y no existe forma de salvar su reputación. Entonces, el supuesto médium decide contar por primera vez toda la verdad sobre sí mismo. Honesto hasta lo obsceno, no solo admite sus engaños, sino cosas aún más difíciles de admitir: afeminamiento, insignificancia, cobardía física. Y cuando ha expuesto todos sus repugnantes secretos y ya no le queda nada que ganar ni perder, hace la revelación que Chesterton llama el eje del poema:

«Ahora que, para mi infamia, he confesado mis trampas y me presento ante ustedes con una abierta vileza que tiene algo de la libertad de los intachables, les digo, con la autoridad de un alma perdida, que creo que hay algo en el espiritismo. Montando mil fraudes, armando mil mentiras, descubrí que realmente hay en este asunto algo que ni yo ni ninguna criatura humana puede entender. Soy un ladrón, soy un farsante, soy un estafador, pero no me río del espiritismo. He visto demasiado para hacerlo».

Entonces descubrimos que Sludge el farsante es Sludge el creyente. Su confesión de culpa se convierte en declaración de inocencia. Los viejos mártires cristianos dieron testimonio de su fe incluso después de haber perdido la libertad, los ojos y las manos, dice Chesterton, pero Sludge en cierto modo va más lejos, porque lo hace incluso después de haber perdido su dignidad y su honor. En aquella sublime bancarrota, su testimonio es el de un mártir que no puede aspirar a ser un santo.

Obras citadas

- Arthur Conan Doyle, The History of Spiritualism, vol. I, Londres, Cassell & Co., 1926.

- Pauline de Metternich, Souvenirs (1859-1871), París, Plon-Nourrit, 1922.

- Robert Browning, Mr. Sludge, the Medium (1864), en: John Woolford, D. Karlin, J. Phelan (eds.), Robert Browning: Selected Poems, Londres, Routledge, 2010.

- G. K. Chesterton, Robert Browning (1903), Nueva York, Simon & Schuster, 2014.

(En todas las citas, traducción propia para este artículo de las obras originales en inglés y en francés. J. Sorel)

juliansorel20@gmail.com

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...