¡Germinal! ¡Germinal!

Los dibujos de Jules Férat, grabados por Désiré Dumont, son una interpretación gráfica de la decimotercera novela del ciclo de los Rougon-Macquart aprobada por el propio autor que nos permite acercarnos al punto de vista de Émile Zola sobre una de sus principales obras. Una obra cuyo título, según veremos en este artículo, cierra su vida con fuerza de epitafio.

¡Germinal! ¡Germinal!
¡Germinal! ¡Germinal!Gentileza

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Émile Zola publicó a los veinticuatro años su primer libro, Cuentos para Ninon (Contes à Ninon, 1864), y a los veintisiete su primera novela propiamente naturalista, Teresa Raquin (Thérèse Raquin, 1867). Entre 1871 y 1893, escribió el ambicioso ciclo novelístico de los Rougon-Macquart, serie de veinte obras entre las cuales La taberna (L’Assommoir, 1877), sobre el alcoholismo, Nana (1880), sobre la prostitución, Germinal (1885), sobre la vida de los mineros, y La bestia humana (La Bête humaine, 1890), sobre las tendencias homicidas, fueron las que causaron más escándalo y alcanzaron más popularidad.

Germinal, la decimotercera novela del ciclo de los Rougon-Macquart, narra la historia de Étienne Lantier, obrero que, en busca de trabajo, llega a las minas de Montsou, en el norte. Sumergido en ese mundo sombrío que devora vidas como un pozo sin fondo y contra cuyos fatales horizontes de extenuación y miseria se estrellan las esperanzas, los sueños de amor y las ilusiones de juventud, Lantier se subleva al hacerse pública la noticia de que los dueños de la compañía minera han decretado una reducción general de salarios, y convence a sus compañeros de protestar, generándose una de esas situaciones que hacen aparecer lo mejor y lo peor de todos cuando los mineros, efectivamente, deciden ir a la huelga.

La novela apareció originalmente por entregas entre noviembre de 1884 y febrero de 1885 en el semanario Gil Blas. Su aparición cerró el año de la gran huelga de mineros de Anzin, que convocó a más de diez mil trabajadores durante 56 días. Para escribirla, Zola viajó a la zona minera de Nord-Pas-de-Calais, recorrió Anzin y Bruay y habló con mineros, capataces e ingenieros, y sobre todo con Émile Basly, líder de los huelguistas.

Las entregas de Germinal fueron sesenta y dos, con una ilustración por entrega y algunas adicionales. Aprobadas por Zola, dibujadas por Férat y grabadas por Dumont, nos permiten conocer una iconografía acorde a la mirada del propio escritor. De esa serie de grabados forman parte las imágenes que compartimos hoy.

«Des hommes poussaient, une armée noire, vengeresse, qui germait lentement dans les sillons…», escribió Zola en una escena de la novela. «Los hombres avanzaban, un ejército negro y vengativo germinando lentamente en los surcos…». Recuerde el lector esa imagen de Germinal, que el final de este artículo hará premonitoria.

Una década después, a fines de 1894, en medio de un clima generalizado de nacionalismo y antisemitismo en Francia, el capitán Alfred Dreyfus, ingeniero politécnico de origen judío, fue acusado sin pruebas de haber entregado documentos secretos a los alemanes, enjuiciado por un tribunal militar y condenado a prisión perpetua por alta traición.

En ese momento, la opinión pública estuvo abiertamente contra Dreyfus. Sin embargo, tras haber estudiado todos los expedientes, y convencido de la inocencia de Dreyfus y de que el ejército ocultaba la verdad, el 13 de enero de 1898 Zola publicó en el periódico L’Aurore su artículo «¡Yo acuso...!» («J’accuse...!»), que reveló al público por primera vez la verdad del caso Dreyfus y tuvo un enorme impacto dentro y fuera de Francia. Al acusar por su nombre a personas importantes, Zola se expuso a represalias, con el fin, como él mismo explicó, de que la investigación se realizara «a plena luz del día». La reacción del gobierno no se hizo esperar, y Zola fue procesado por difamación y condenado a un año de prisión y a pagar tres mil francos (que no tenía) de multa. El 18 de julio, la noche del veredicto, antes de la notificación oficial, avisado por un amigo, solo y sin equipaje tomó un tren a Calais y partió al exilio en Londres. Por giros del proceso, once meses después pudo volver a Francia, pero sus propiedades fueron confiscadas y subastadas y él vivió desde entonces repudiado como traidor a la patria y convertido en blanco de burlas y ataques en caricaturas y panfletos. Las puertas de la Academia Francesa se le cerraron definitivamente. La «buena sociedad» le dio la espalda. En medio de una tierra hostil como el mundo subterráneo que había pintado más de tres lustros antes en el oscuro fondo de las minas, murió en extrañas circunstancias (el número de sus enemigos ha hecho sospechar a algunos autores un posible asesinato) a fines del frío septiembre de 1902, convertido prácticamente en un paria.

En este punto del relato llegamos al día del entierro, y nuestra cámara ralentiza sutilmente sus movimientos, toma distancia abarcando el panorama y, ya en ausencia del protagonista, que nunca lo verá, se prepara para el humilde, enorme milagro póstumo. Entonces, mientras el cortejo fúnebre marcha por las calles hacia el cementerio, aparece de pronto una grave delegación de mineros. que han venido a París al enterarse de la muerte del viejo escritor y que siguen el féretro, solemnes y firmes, pisando el camino con todo su peso, gritando al unísono con voces profundas una sola palabra:

–¡Germinal! ¡Germinal!

montserrat.alvarez@abc.com.py

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