Y la risa, horrible mueca

En ocasión de los Juegos Olímpicos de Invierno que tienen lugar este mes y de las protestas contra la elección de Pekín como su sede, recordamos los sangrientos sucesos de 1989, de incómoda memoria para las autoridades chinas. Este artículo aborda dos temas relacionados con la Masacre de Tiananmen: el olvido de la perspectiva de clase mediante la idealización de la juventud, consagrada como protagonista de los hechos en el relato dominante, y el papel de la risa en la propaganda y la ideología oficial del régimen.

“¡Larga vida al camarada Mao!”, Afiche de 1971, Comité Revolucionario de Propaganda de la Academia de Bellas Artes de Shanghái.
“¡Larga vida al camarada Mao!”, Afiche de 1971, Comité Revolucionario de Propaganda de la Academia de Bellas Artes de Shanghái.ROBERT FELICIANO

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Este artículo sobre la masacre de la Plaza de Tiananmen tiene dos mitades cuya relación, si existe, es oscura (y si no existe, ofrecemos disculpas).

Juventud, divino tesoro

La versión más popular de lo ocurrido en Tiananmen en 1989 habla de protestas de jóvenes estudiantes universitarios. Siempre desconfío de ese tipo de narraciones. Prefiero hablar de los cientos de trabajadores que salieron a las calles para detener a las tropas del ejército que marchaban hacia Pekín, y que hicieron barricadas y llevaron comida y agua a los soldados para acercarse a ellos y convencerlos de que abandonaran las armas. Y que se organizaron y planearon, no marchas, no ocupaciones de plazas, no actos simbólicos, sino huelgas para tomar el control de los procesos de producción y la gestión de la sociedad en su conjunto, huelgas desalentadas por esos jóvenes líderes estudiantiles tan idealizados por el relato dominante pero que revelaron sus intereses de clase al incluir entre sus demandas del 17 de abril más gasto estatal en educación y elevar el bienestar material de los intelectuales.

Para los trabajadores, erradicar la inflación y la desigualdad exigía derrocar a la «burocracia dictatorial estalinista». Antes que como falta de libertad de expresión, vivían la opresión de esa casta privilegiada como falta de poder de decisión en su ámbito laboral. Supieron ver que la reforma económica fortalecía a quienes ya monopolizaban el poder político. Para los estudiantes, en cambio, democracia y reforma económica eran complementarias; su noción de democracia consistía en derechos y valores abstractos, y atribuían la corrupción a que la democratización política estaba rezagada frente a la liberalización económica. Los obreros tenían una concepción socialista de la democracia; los estudiantes, una liberal.

Los estudiantes querían dialogar con los líderes del Partido, e incluso hubo en sus marchas pancartas de «Apoyamos al PCCh». Los trabajadores, no. Ellos siempre llamaron al pueblo chino a derrocar a sus opresores. Cuando surgieron disputas entre los dirigentes del PCCh en mayo, algunos estudiantes decidieron cooperar con la facción de Zhao Ziyang, secretario general del Partido. Para los trabajadores, Zhao Ziyang era un opresor que usaba su poder para enriquecerse, pero los estudiantes calculaban que las luchas internas del PCCh darían fuerza a su movimiento, y por eso se opusieron al llamado de los trabajadores a una huelga general y lo tildaron de «instigación al caos».

Movimientos de trabajadores socialistas contra la dictadura habían aterrado mucho antes a Mao y a Deng Xiaoping, que los reprimieron brutalmente. Con los años, a medida que los trabajadores rebeldes eran silenciados, el debate público fue acaparado por universitarios e intelectuales, y la discusión sobre la democracia se fue ajustando al marco liberal. Fueron los estudiantes y los intelectuales quienes se beneficiaron de la democratización de los 80, y mejoraron además en términos materiales y de estatus social, al tiempo que la educación superior se volvía más elitista. Tras las protestas de 1989, los estudiantes fueron liberados, salvo algunos líderes. Pero a los trabajadores se los persiguió violentamente durante toda la década siguiente.

La reforma económica de los 90 favoreció a los egresados de las mejores universidades. Muchos de los estudiantes que habían participado en las protestas de 1989 se transformaron en una nueva clase media urbana con interés personal en apoyar el régimen del PCCh.

Todo esto se puede encontrar con más detalle en un artículo de Yueran Zhang publicado en chino en Initium Media y traducido al inglés en el 2019, versión disponible en línea cuyo enlace va en las notas (1). Zhang afirma en ese artículo que ha conversado con docenas de personas que estudiaban en las mejores universidades en la década de 1980 y que estuvieron en las protestas; hoy, prosigue, como clase media de Pekín, ponen la estabilidad política ante todo y consideran que su participación en aquel movimiento fue ingenua.

Shiny Happy People

Para arruinarle el día o la noche a Michael Stipe basta dejar caer lentamente tres palabras: Shiny, Happy, People. Nombre del famoso hit de REM del 91, tan optimista que asusta. Él siempre dijo con desdén que era un chicle globo con sabor a fruta, una canción para niños, etcétera, etcétera. Aunque cueste mucho no saltar cuando el riff enciende la mecha y entra la voz de Kate Pierson. Tantos colores, tanta luz, tanta energía, tanta gente feliz. Tanta risa, sobre todo. Tanta risa detrás de la cual algo anda mal. Lo sabemos, lo supimos siempre, aun sin saber por qué.

Y en algún momento, en alguna entrevista –en realidad, en más de una–, Michael Stipe dijo que esa canción fue inspirada por un cartel de propaganda difundido por el gobierno chino en los días de la masacre de la Plaza de Tiananmen.

Entonces volvemos a buscar el video en YouTube, y las miradas brillantes parecen ciegas, y los brincos entusiastas, pantomimas torturadas, y las caras de placer, grotescas máscaras; y brote sicótico la alegría, y la risa, horrible mueca.

Nunca encontramos ese cartel, pero todos hemos visto otros parecidos (no solo chinos), y a nadie le costará imaginarlo. Ahora bien, el lado siniestro de la risa –inagotable tema–, sobre todo al hablar de Tiananmen, merece que nos detengamos en su histórica función dentro del complejo aparato de propaganda del Partido Comunista Chino (PCCh).

La propaganda del PCCh se infiltró en la sicología, la vida privada y los gustos personales. Los libros infantiles pintaban una China sin pobreza ni censura, y géneros como el manhua o el huajixi también fueron utilizados. El dibujo realista del manhua dio verosimilitud a la versión maoísta de la realidad, y la diversidad lingüística del huajixi ayudó al Partido a llevar su mensaje a todas las audiencias.

El manhua, un tipo de cómic muy popular desde fines del siglo XIX, fue secuestrado por el gobierno para naturalizar el culto a Mao y, con su estilo realista y su variedad de escenarios y personajes, presentar la versión oficial de la sociedad china como representativa de todos los sectores de la población. El huajixi, un tipo de farsa nacido en Shanghái a principios del siglo XX, sirvió para atraer, con su diversidad lingüística, a las minorías étnicas, y luego, con burlas sobre otros dialectos, para uniformarlas imponiéndoles el mandarín como idioma nacional adecuado para las masas.

Tampoco se salvó el xiangsheng, un antiguo tipo de comedia, originalmente callejera, que expone los engaños y trampas de los poderosos con técnicas vocales y expresiones faciales burlescas. Generalmente son dos actores, y su tipo de performance recuerda un poco las de Laurel y Hardy. Pues bien, Mao decidió que el xiangsheng necesitaba «modernizarse», así que se procedió a editar las actuaciones. Una vez aprobadas, eran masivamente difundidas, como parte de la educación popular.

La representación gráfica de autoridades políticas y ciudadanos comunes en situaciones de amistad entre iguales fue parte de la construcción de la imagen de una nación unida bajo los mismos valores. El humor promovido por el Partido, mofándose de los «individualistas», instaló un dualismo moral que oponía el ideal del trabajador solidario al materialismo del egoísta que amenaza el progreso colectivo. La satanización del individualismo fue una de las técnicas de persuasión para, entre otras cosas, estigmatizar como contrarrevolucionario a todo disidente que osara desafiar la dictadura. El gobierno del Partido Comunista pintó su dominio como igualitario e inclusivo, utilizando la risa para instaurar valores, invisibilizar inconvenientes y conciliar diferencias y manipulando a escala masiva la percepción de la realidad.

Dijo Mao: «la gente nunca ha sido tan optimista, enérgica y feliz». Con Mao se comenzó a hablar de «optimismo proletario» y «pesimismo burgués», de la risa del campesino y la del terrateniente, de la risa del obrero y la del capitalista, de la risa del camarada y la risa del enemigo. Es difícil no imaginar cuán sospechoso podría ser no reír, con la risa como signo de buena salud ideológica y afirmación de la superioridad de la existencia bajo el régimen del Partido. Pero las risas se fueron volviendo muecas cada vez más forzadas a medida que la realidad se volvía más oscura. Hasta que la gente un día se reunió en la enorme Plaza de Tiananmen a llorar a sus miles de muertos, y las únicas que pudieron seguir riendo fueron las hienas.

Notas

(1) Yueran Zhang: «The Forgotten Socialists of Tiananmen Square», Jacobin Magazine, 04/06/2019. Disponible en línea: https://www.jacobinmag.com/2019/06/tiananmen-square-worker-organization-socialist-democracy

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