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La tira de Peanuts fue publicada regularmente en la prensa estadounidense durante medio siglo, desde 1950 hasta el 2000. Con el paso de los años, aquel mundo se fue alejando de la realidad: el dibujo se fue volviendo plano, abstracta superficie de líneas puras configurando un universo sin volumen, no sujeto a las leyes de la materia tangible, liberado de las normas físicas y las convenciones ópticas del mundo exterior, soberano al fin en su propia, paralela verosimilitud. En el jardín, con el tiempo los lectores vieron cómo la casita de Snoopy iba perdiendo poco a poco todo vestigio de perspectiva tridimensional hasta existir únicamente de perfil, y cómo, reducido a una sola línea de posibilidades virtualmente infinitas, su techo se volvía lugar donde todo era posible –dormir, escribir, volar–, mientras el propio Snoopy dejaba de caminar a cuatro patas para teclear novelas en su Remington, pilotar un avión y perseguir al Barón Rojo.
Cuando era un niño de nueve años, el pequeño actor Peter Robbins se convirtió en la voz del «mayor perdedor de todos los tiempos», el meditabundo personaje de Peanuts Charlie Brown, en los especiales de televisión basados en el cómic de Charles M. Schulz. Pero el tiempo pasa inexorablemente, y en las décadas siguientes, después de que cumplió catorce años, fue reemplazado por niños menores que él (si bien su «Augh!!», alarido que Robbins lanzó por vez primera en It’s the Great Pumpkin, Charlie Brown, se siguió utilizando, con él ya fuera del juego).
Robbins se retiró de aquella industria en 1972 y pasó a trabajar en bienes raíces, con breves incursiones en la radio. Hay quizá un elemento traumático en esas famas, tan precoces y tan breves, de los niños actores, de los niños estrellas. Puede que el inicial, efímero esplendor –grande o modesto, no importa: son magnitudes relativas– apague la ya fatalmente insípida y larga ruta posterior de la existencia adulta. Puede que la despoje de emoción, o, peor aún, de sentido. No lo sé en verdad, no es más que una sospecha, pero lo cierto es que la vida de Robbins parece haberse vuelto a un tiempo más gris y más trágica después de dejar de ser la inolvidable voz de Charlie Brown en la tele.
Lo que sigue en esa vida, entrevisto en la prensa, es confuso, repetitivo o circular, y triste. Lo arrestaron en enero del 2013 por acosar y amenazar de muerte a cuatro personas, entre ellas un sargento de policía, en mayo del mismo año fue sentenciado a doce meses de cárcel por más amenazas (a su exnovia) y acoso (a su cirujano plástico), y terminó en un centro de rehabilitación, en el 2015 nuevamente fue arrestado, esta vez por violaciones de la libertad condicional, incluyendo beber alcohol, en junio del mismo año se le ordenó someterse a un examen de salud mental luego de perder el control en un proceso judicial, en diciembre lo sentenciaron a cuatro años y ocho meses de prisión por haber enviado cartas amenazantes al gerente del parque de casas rodantes donde vivía, de la cárcel fue trasladado a un hospital psiquiátrico y en el 2019, último año de la era prepandémica, salió en libertad condicional bajo la condición de que no bebiera alcohol ni consumiera drogas ilegales.
Y de pronto, aparentemente recuperado de todo y medicado para el trastorno bipolar que se le había diagnosticado, Robbins se encontraba back and reloaded en la Comic-Con de San Diego del 2020 firmando autógrafos del Libro de Navidad de Charlie Brown y anunciando que estaba escribiendo sus memorias, Confesiones de un tonto, Confessions of a Blockhead. Noticias risueñas a las que puso definitivo fin el pasado martes con su suicidio.
«Quisiera levantarme como se debe y hacer todo bien, pero por las noches me desvelo con preguntas en los oídos…», dice el personaje de Charlie Brown en la obra de teatro musical de Clark Gesner You Are a Good Man, Charlie Brown (1967), basada en la serie de cómics de Charles M. Schulz. «Estos niños nos afectan porque de alguna manera son monstruos. Son monstruosas e infantiles reducciones de todas las neurosis del ciudadano moderno de la civilización industrial», había escrito Umberto Eco sobre Peanuts en 1964 –ah, esa década del fugaz esplendor de Peter Robbins como actor infantil– en Apocalípticos e integrados.
Nadie quería a Charlie Brown, todos se reían de Charlie Brown. Porque siempre caminaba cabizbajo, porque la pandorga siempre se le enredaba en algún árbol, porque siempre tuvo la cabeza demasiado grande, porque siempre andaba deprimido. Tan perdedor era el bueno de Charlie Brown, que la nave de la misión Apolo X que llevaba su nombre jamás alunizó. «¿Sabías que Charlie Brown nunca lanzó un buen tiro en un juego de béisbol, nunca pudo hacer volar una cometa, nunca ganó un partido de damas y nunca chutó con éxito un balón de fútbol? A veces me maravillo de su coherencia», cantaba Schroeder en 1967 en You’re A Good Man, Charlie Brown. Eras un buen tipo, Charlie Brown. Descansa en paz.