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Certificado: «El Presidente saluda muy atte. al señor O. G. de Asunción del Paraguay, y tiene el agrado de comunicarle que su meritorísimo trabajo presentado en los Juegos Florales ha obtenido el 2do. Premio, consistente en una hermosa estatua de bronce. A fin de podérselo remitir, ruega quiera enviarle su nombre, como también la manera de envío, por tratarse de un objeto de gran tamaño. El Presidente (firma)».
Era el mes de octubre de 1925 cuando, al recibir esta tarjeta enviada por el presidente de la Sociedad Española de Socorro Mutuo de Corrientes, Argentina, Ortiz Guerrero, empapado de entusiasmo, salió de su casa para dirigirse a la de Facundo Recalde y, al no encontrarlo, le dejó una nota con el ruego de ver la forma de traer del vecino país el preciado trofeo.
Días después, no sabemos si también impresionado por lo de «gran tamaño» o movido por el deseo de jugarle una broma, Fa-Re (como se lo conocía a Facundo) le envía una esquela a Manú diciéndole que, para semejante empresa, lo mejor sería ver «un contacto» en la Aduana.
Manú, esta vez ya con su capa sevillana, vuelve a salir de su imprenta, Suruku’a, para recurrir a otro amigo, de nombre José María Duarte, propietario de la famosa librería y papelería La Mundial. Este oficia de «agente aduanero» y realiza las gestiones en la ciudad argentina y en la aduana local. Mas, enterado de que el objeto de «gran tamaño» no tiene más de 46 centímetros, va y se lo comunica a su amigo. Manú, entre sorprendido y desilusionado por el informe, lo mira y le dice: «Jahejante upéicharamo» («Vamos a dejar nomás, entonces»). Y agrega: Voy a esperar que Fa-Re aparezca por aquí...
Pasaron meses y Fa-Re no volvió a aparecer por la casa de Manú. Un día, el 8 de marzo de 1926, don José María retoma el caso y le escribe a Manú: «Haz la carta orden a favor de Agustín Dahlquist, pero dirigida al señor Presidente de no sé qué sociedad de los juegos florales, y envíamela para a mi vez enviarla a Agustín con mi carta. En tu carta no pongas adjetivos de ninguna clase respecto a la estatua, pues es una mera orden de entrega que nada tiene que ver con el tamaño de la misma, ni nada tiene que ver con que tú hayas imaginado una gran estatua, cuando lo lógico es que sea pequeña, porque así debe ser, no te enojes, poeta. Afmo., Duarte (firma)». Así, ese año la estatua llegó a Asunción y se posó en brazos de su ganador, quien la bautizó cariñosamente como «la morocha de Corrientes».
Un año después, el 5 de agosto de 1927, se estrena en el Teatro Granados de Asunción la obra de don Arturo Alsina El derecho de nacer. La obra no satisfizo las expectativas de algunos críticos, como el Sr. Morínigo, quien al día siguiente comentó ácidamente el estreno, a cargo de la compañía española de comedias Díaz-Perdiguero.
El 7 de agosto de 1927, Ortiz Guerrero, tras leer la opinión del señor Morínigo, publicada en El Diario, le escribe a su amigo Arturo lo siguiente:
«Alsina: magnífico acicate para el bribón flamígero de tu voluntad, ¡tan deseoso de correr... volar! Agradece a este Sr. Morínigo el espuelín de oro que le ha clavado en el ijar. Y…, suelta la brida, vete bebiendo el viento de las borrascas, que es el de los triunfos.
No te desalientes ni te ensoberbezcas. Aprende a ser inmutable en las victorias y en las derrotas, que ni tú ni tus adversos saben la verdad. El tiempo lo dirá.
Y escucha: El señor Morínigo te notifica que el camino hacia las cumbres no está cubierto de rosas.
Ilógico, irreal o como se quiera, Alberto (uno de los personajes de la obra) me subyuga y, bajo la advocación de tu drama, como un desagravio íntimo, te envío la “morocha de Corrientes” que quiero que tengas en tu mesa de escribir. Que ella asista al nuevo y multiplicado alumbramiento de tu numen como una constante afirmación de mi fe en tu fuerza creadora.
¡Abrazos!
Ortiz Guerrero (firma)».
Esta es la historia de la bella estatuilla realizada por el renombrado escultor francés Moreau y de cómo fue a hospedarse en casa del gran dramaturgo Arturo Alsina. Actualmente, la Morocha de Corrientes, así llamada afectuosamente por Manú, gracias a la gestión del autor de esta breve pincelada ha sido cedida en préstamo por los herederos de don Arturo Alsina a la Municipalidad de Villarrica del Espíritu Santo para que prestigie el Museo Fermín López, aunque, por razones desconocidas, fue llevada a la oficina de la intendencia y hoy su paradero es desconocido. Sería todo un lujo para los villarriqueños, y para los visitantes, que este trofeo y otros objetos que pertenecieron a Ortiz Guerrero pudieran encontrarse exhibidos en un museo dedicado exclusivamente a la memoria del poeta más querido del Paraguay. Es una deuda que los paraguayos, y en especial los guaireños, tenemos con Manú.