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La historia del bibliófilo impostor que acaba de ser capturado por el FBI en el aeropuerto JFK de Nueva York empieza hace cinco años con extraños rumores: «alguien está robando libros inéditos». En efecto, desde el 2016 alguien empezó a usurpar la identidad de editores reales de firmas conocidas, escribiendo e-mails desde direcciones de correo electrónico casi iguales a las auténticas, para obtener esos manuscritos, y en cientos de casos lo logró.
Lo logró tantas veces que, de hecho, en los últimos cinco años el mundo editorial y literario internacional se fue llenando de creciente paranoia, de libros protegidos con contraseñas, de profesionales recelosos de viejos colegas con los que trabajaron toda la vida, de escritores burlados por quien creían su editor, de autores vanamente esperanzados por falsos agentes que los ilusionaron solo para desaparecer con sus manuscritos.
En todos estos años, nadie supo quién era el ladrón. O quiénes eran, pues se sospechaba que no podía ser una sola persona. Los primeros e-mails fraudulentos, del 2016, fueron para un pequeño grupo que solo alguien que conoce realmente bien la industria editorial pudo haber seleccionado. El primer gran intento de robo, del 2017, solo pudo ser obra de alguien que estaba al tanto de que había editores extranjeros con acceso al libro apetecido, y que sabía quiénes controlaban ese acceso.
Las que controlaban ese acceso eran Linda Altrov y Catherine Mörk, de editorial Norstedts. Se esperaba que ese libro, The Man Who Chased His Shadow, quinto de la serie de novelas policiales Millennium, escrito por David Lagercrantz –que se hizo cargo de la serie tras la muerte de Stieg Larsson–, fuera uno de los éxitos editoriales del año.
La editorial Norstedts se cuida habitualmente de hackers y ladrones y por eso Lagercrantz escribió su libro anterior en una computadora sin conexión a Internet, lo entregó impreso y Norstedts envió una copia en papel a cada editor. Ahora, para este nuevo libro, se decidió compartirlo con los editores a través de Hushmail, servicio de correo electrónico encriptado con contraseñas enviadas por separado.
El 1 de marzo del 2017, poco después de compartir el libro inédito con los editores a través de Hushmail, las mencionadas Linda Altrov y Catherine Mörk, en la oficina de Norstedts en Estocolmo, recibieron un e-mail de Francesca Varotto, su colega en Venecia, a cargo de la edición italiana: «Queridas Linda y Catalina: Espero que estén bien. ¿Podrían reenviarme el enlace a The Man Who Chased His Shadow? ¡Gracias! Cariños, Francesca».
Mientras tanto, a unas cuadras, la agente literaria Magdalena Hedlund también recibía un e-mail de Varotto. A Hedlund le chocó que Varotto hubiera perdido algo tan valioso como el enlace de acceso al libro inédito, pero eran viejas amigas, el tono del e-mail le era familiar, y además el libro iba a publicarse en 27 países a la vez y los traductores tenían que empezar a trabajar, así que le envió el enlace.
De inmediato recibió otro e-mail de Varotto: «Disculpa, M», le decía, y le explicaba que su contraseña había expirado. ¿Podía enviarle una nueva? Al mismo tiempo, en la oficina de Norstedts, Mörk también recibía otro e-mail de Varotto: «Disculpa, Catherine, ¿me podrías enviar el código de Hushmail, por favor?».
Altrov mensajeó a Varotto preguntándole si estaba bien. Varotto la llamó al celular: «¿Por qué me envías esto?», le preguntó. Altrov le respondió que por sus e-mails. Varotto le dijo que ella no había enviado ningún e-mail en todo el día. En ese momento, con Varotto al habla en el celular, llegó otro e-mail… ¡de Varotto!
Notaron entonces que en la dirección de correo electrónico el dominio había cambiado de @marsilioeditori.it a @marsilioeditori.com. El intento de robo apareció en agosto del 2021 en New York Magazine. Otros intentos fallidos que se hicieron públicos son los de La vita bugiarda degli adulti, de Elena Ferrante, y The Testaments, de Margaret Atwood, ambos en el 2019, pero fueron más los robos logrados.
El 2022 comienza poniendo fin a esta historia que duró cinco años: el miércoles 5 de enero, el FBI anunció que había arrestado a Filippo Bernardini, italiano de 29 años que engañó a numerosos escritores y editores, haciéndose pasar por otras personas, y obtuvo cientos de obras literarias inéditas. Bernardini enfrenta cargos de fraude informático y usurpación de identidad agravada que pueden llegar a costarle hasta 20 años de cárcel. Hoy sabemos que solía presentarse como empleado de la editorial Simon & Schuster sin serlo y que en marzo del 2021 lo contrataron y su empleo ficticio se volvió real. Sabemos que registró más de 160 dominios de Internet fraudulentos, que podemos encontrarlo fácilmente (sin apellido) en Twitter y LinkedIn, que dejó rastros en línea, que usó direcciones de correo electrónico con nombres de dominio ligeramente alterados –t en vez de f (@wwnorfon.com), g en vez de q (@wylieaqency.com), r y n en vez de m (@penguinrandornhouse.com)…–, que robó a autores célebres y a principiantes... Sabemos el sistema, las técnicas de la impostura, el verdadero nombre del talentoso Mr. Bernardini, sus métodos de empleo de su camaleónica destreza, pero nos falta el móvil, el beneficio. Sabemos prácticamente todo lo que hizo; no tenemos idea de para qué lo hizo. Bernardini guardó las obras inéditas que logró robar para él, sin plagiarlas, publicarlas ni exigir dinero para devolverlas. ¿Qué hizo con ellas? ¿Las leyó? ¿Qué buscaba Filippo Bernardini? Y, por lo tanto, ¿quién es Filippo Bernardini? ¿Un fetichista? ¿Un empleado hastiado que intentaba llenar el vacío de su rutinaria existencia con un poco de riesgo? ¿Un bromista sádico? ¿El último verdadero amante de la literatura que queda en el planeta? ¿Un mitómano en busca de atención? ¿Todas estas cosas a la vez? ¿Son distintas? ¿Son la misma?