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El desamparo en el que siempre vivieron y siguen viviendo aún, en su mayoría, los artistas paraguayos, se sabe, es penoso y antiguo, y parece no tener fin. No pasa un día sin que nos enteremos de que «una gloria nacional» falleció o está muriendo en la indigencia o, peor aún, en el exilio, en tierra lejana. Lejos de la familia, de la tierra que acrecentó con su arte, lágrimas, sudor y sangre, sus restos «descansan» bajo una lápida imaginaria cuyo epitafio reza: «misión cumplida».
La lista de quienes han dejado sus huesos bajo cielos distantes es larguísima, como lo es la lista de quienes murieron en la indigencia, en medio de la indiferencia y del sistemático olvido en nuestro país. También está la larga lista de quienes, tras décadas de recorrer el mundo engrandeciendo con su arte el Paraguay espiritual, volvieron para descansar en su terruño y fueron en él impunemente maltratados, coimeados por funcionarios públicos o desvalijados por ladrones, como ocurrió con Juan Alfonso Ramírez, director del grupo Los Indios, y con muchos otros.
En estos días, durante nuestras indagaciones sobre la génesis del pájaro campana –próximas a publicarse, si nos lo permite este suplemento–, encontramos numerosos documentos que sindican al guitarrista Ampelio Villalba como autor de las primeras anotaciones melódicas de la afamada polca. Pero también nos topamos con una de las historias más dramáticas y surrealistas que quepa imaginar. Una pequeña muestra del desgarrador drama que algunos protagonizan en los actos finales de sus vidas, tras haber batallado duramente para llevar lo más alto posible la bandera cultural del Paraguay. Con todo el respeto que se merecen sus descendientes, queremos compartir con los lectores la historia del tremendo infortunio de este artista, considerado uno de los mejores guitarristas nacidos en el Paraguay.
Ampelio Villalba: la primera noticia de su tragedia, y de las de otros artistas, la encontramos durante la lectura de Hijo de hombre: allí no solo se nos relata el drama de algunos guitarristas, sino la pesada censura que pesa sobre quienes se atreven a denunciar la injusta realidad. Ese párrafo de la mencionada novela dice:
«Los grandes guitarristas del Paraguay han muerto o se han fundido todos en la desgracia. Por la caña, la miseria o el olvido. Gaspar Mora se escondió, leproso, en el monte. Agustín Barrios tuvo que dar su último concierto en una plaza y escapó. Nadie sabe dónde está. Ampelio Villalba, también. Dicen que anda tocando en los cafetines de Buenos Aires, con la lengua cortada. Carlos Talavera se pegó un tiro. Vestido con su ropa de domingo, se acostó en un catre mirando el cielo a través de una parralera. Metió el caño del revólver en la boca y se hizo silencio. Yo escribí un artículo sobre la imposibilidad que tenían nuestros artistas de vivir en su patria. Me metieron preso…» (Augusto Roa Bastos, Hijo de hombre, Servilibro, 2ª Edición, p. 64).
Sin duda, don Augusto llevó a la «ficción» una realidad que conocía muy bien y le dolía. Años después de leer esta novela, venimos a encontramos con un comentario del gran músico ítalo-argentino José Bragato (1), publicado en el año 1959 por el periódico Firmeza, dirigido por don Epifanio Méndez Fleitas. Su crónica rescató del mundo de la ficción el trágico suceso que envolvió la vida de don Ampelio para llevarlo al campo testimonial: el músico argentino, muy amigo de los artistas paraguayos, habla de un conjunto formado en la década de 1930 por artistas paraguayos (2), que fue a visitar al guitarrista en su lecho de enfermo. Dice:
«Llegamos a la sala donde estaba internado Ampelio Villalba y nos encontramos que hacía unos días le habían intervenido y ¡cortado la lengua! Claro, él nos quiso hablar, pero con la mutilación sufrida lo único que salía de su boca eran unos sonidos huecos e inarticulados que nadie podía entender. Nos causó enorme dolor. De la impresión y emoción que nos produjo, ya la mayoría teníamos los ojos anegados en lágrimas, por lo que nos dispusimos rápidamente a tocar».
«En un pasaje, mientras estaba yo haciendo un solo de violonchelo en la guarania Momentos de Tristezas (Vy’a y jave), levanté la vista hacia Ampelio y lo encontré llorando. La tragedia que vi en su rostro y el desgarramiento que eso me produjo son inenarrables. Hoy, a más de 20 años, su recuerdo me produce el mismo efecto de la primera impresión».
«La imagen que guardo de aquella actuación, que podría llamarse póstuma, pues nunca más lo volvería a ver a quien se la habíamos dedicado, se quedó profundamente grabada en mí como arquetipo del horrible desamparo que he visto reiteradamente en los artistas paraguayos. Tal el cuadro en que se me representa Ampelio Villalba, que alguna vez figurará con justicia entre los grandes del Paraguay».
«He presenciado también el desenlace dramático de otra vida consagrada al arte paraguayo en Julio Escobeiro (murió quemado a lo bonzo, envuelto en llamas), para quien se hubo que reunir entre los compatriotas y amigos –a duras penas– el importe del cajón en que tenía que dársele cristiana sepultura. Hechos e impresiones de esta índole se han repetido tantas veces delante mío que he terminado identificándome definitivamente con la suerte del músico paraguayo, razón por la cual me considero no solo con derecho sino con el deber de ayudarle a conquistar una mejor suerte, que se la tiene merecida con creces, por su aporte a la cultura popular y al reconocimiento internacional del Paraguay».
¿Qué podemos hacer como pueblo para purgar los pecados cometidos con nuestros artistas y con algunos deportistas que prendieron luces de alegría y esperanza en nuestras almas ensombrecidas y a quienes les pagamos empujándolos con feroz indiferencia al abismo del olvido? Tal vez sea hora de exigir a las autoridades, además de un presupuesto que haga más digna la labor de quienes hoy batallan por mantener firme la proa de nuestra cultura contra la corriente global del consumismo mercantil, la construcción de un gran mausoleo que resguarde los huesos y la memoria de los héroes civiles como un acto de justicia y de reconciliación con nuestros verdaderos héroes, con nuestro pasado y nuestro presente. Ya lo sé: conociendo a nuestras autoridades, es un proyecto delirante, a pesar de que acaso sea noble… o precisamente por serlo.
Notas
(1) José Bragato, nacido como Giuseppe Bragato en Udine, Italia, el 12 de octubre de 1915, fallecido en Buenos Aires, Argentina, el 18 de julio de 2017).
(2) El conjunto que menciona Bragato que fue a visitar a don Ampelio estaba integrado por Félix Pérez Cardozo (arpa), José Asunción Flores, Francisco Alvarenga y Julio Escobeiro (violines), Juan de la Cruz Escobar y Damasio Esquivel (bandoneones), Mauricio Cardozo Ocampo (flauta), Eladio Martínez, Agustín Barboza y Emilio Bobadilla Cáceres (canto y guitarra), algún otro argentino en su especialidad y el mismo José Bragato (violonchelo).