Miglionírico: un viaje a los sueños de un artista y una celebración de la amistad

El actor y docente Jaime Flórez Meza reseña desde Colombia Miglionírico, obra creada y dirigida por el maestro Agustín Núñez, que recrea el universo simbólico del artista Ricardo Migliorisi.

Miglionírico: un viaje a los sueños de un artista y una celebración de la amistad
Miglionírico: un viaje a los sueños de un artista y una celebración de la amistadArchivo, ABC Color

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Miglionírico, escrita y dirigida por Agustín Núñez, es una experiencia audiovisual y teatral que recrea la vida-obra del artista paraguayo Ricardo Migliorisi, fallecido en junio de 2019. Agustín Núñez fue una de las personas que mejor lo conocieron. Sus vidas fueron paralelas: coetáneos, crecieron bajo la dictadura de Stroessner, estudiaron en el mismo colegio, fueron compañeros en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Asunción, fundaron el legendario grupo teatral Tiempoovillo (con otros compañeros de facultad), viajaron juntos por América Latina en la gira que el grupo emprendió entre 1973 y 1974, vivieron en Colombia (Ricardo tres años, Agustín dieciséis), compartieron infinidad de experiencias escénicas en las décadas siguientes. En fin. Fueron amigos toda la vida. Y esto es lo que en mi opinión tiene mayor significancia en este trabajo: ser un homenaje a esa amistad que los uniera a través del arte, que aún en aquellos largos años de distanciamiento físico –durante la etapa colombiana de Agustín– se mantuvo intacta.

Una de las cosas que asombran en el vastísimo trabajo artístico de Agustín es su capacidad de síntesis. Decide no hacer una suerte de biografía de Ricardo Migliorisi, que sería una solución, si se quiere, facilista. Lo que hace, por el contrario, es recrear, en solo 42 minutos, el mundo visual y afectivo de un artista que amaba intensamente la vida y lo bello, y para ello selecciona y construye hábilmente una serie de momentos, de imágenes clave de esa vida-obra, de ese hombre-artista. Porque ambas –vida y obra– estaban dionisíacamente ligadas. De ese modo, lo que muestra es el temprano interés de Ricardo por lo visual desde sus años escolares, su pasión por las historietas y el cine, la creación de Marvila (su versión de la heroína del comic estadounidense), el acoso del que era víctima en el colegio por su vocación artística, su encuentro, siendo adolescente, con la artista plástica y pedagoga Cira Moscarda, que sería su maestra y la de toda una generación de artistas visuales paraguayos, su crianza con una madre dominante, fuerte y controladora, la expansión de su trabajo creativo al teatro de vanguardia, el amor y su condición sexual bajo la represión del largo régimen estronista, sus potentes interpretaciones actorales de personajes femeninos, su reencuentro con un amigo de juventud, la galería de personajes que poblaron sus dibujos, pinturas y grabados: faunos, sátiros, mujeres fellinescas (tenía una obsesión por Fellini, como la tenía por el imaginario fantástico del medioevo, por el erotismo, la obra de Picasso, el pop art y lo escatológico, entre otras representaciones), figuras orgiásticas de la antigua y trágica Pompeya, el macho cabrío que abre y cierra los ciclos vitales. Y, claro, sus fantasmas personales.

En esa vida-obra siempre convergieron el Ricardo niño, el adolescente, el joven y el adulto: Migliorisi siempre vio el mundo y a las personas con la inocencia y curiosidad de un niño, la inquietud y picardía de un adolescente, la audacia e irreverencia de un joven y la incesante búsqueda de un adulto. En él se reunían magistralmente lo estético, lo lúdico, lo festivo y lo intelectual. Esto es posible porque «vida (bios) y obra o existencia (zoe) son una y la misma cosa. La primera es la ley de la carne (la Gran Madre y Dionisio) y la segunda es la ley del logos (Apolo); sentir y pensar, acción e idealización, en fin, una conciencia que se hizo consciente, inseparables e irreductibles, pero, en medio, sólo vivir y expresar el placer y el dolor», decía el escritor colombiano Iván Rodrigo García Palacios.

Migliorisi no solo exteriorizó esa ley de la carne mediante la plástica; también lo hizo mediante la escritura, no con ánimo de publicar sus textos, sino como una práctica vitalista y necesaria paralela a su naturaleza y condición de artista plástico, faceta desconocida que en la última década de su vida cobró importancia cuando le propusieron editar esos textos que había elaborado en distintos cuadernos, dando como resultado el voluminoso libro 713, publicado póstumamente en 2020. Según Damián Cabrera, uno de los transcriptores, se trata de una «novela poética» o una «poesía epistolar». Diestro dramaturgo, Núñez extrajo algunos fragmentos del libro para unir esa voz de Migliorisi a la polifonía de imágenes visuales, sonoras y verbales del delirante, carnavalesco y barroco universo que decidió llamar Miglionírico. Para que esa textualidad se integrara a un relato fragmentario, diacrónico y poético.

En esa especie de collage están el Ricardo pintor y el dibujante, el actor, el diseñador de vestuario, escenografía y modas, el artista atormentado, el poeta, el ser humano, el eterno niño y el enamorado de la vida y el amor.

Concebido inicialmente para la escena, debido a la pandemia de Covid-19 el montaje terminó realizándose como audiovisual, exhibiéndose en la sala Molière de la Alianza Francesa de Asunción, y pudiendo verse, además, a través de plataformas virtuales. Pero no se trata de teatro filmado sino de una pieza teatral que se traspuso con solvencia al lenguaje audiovisual. O que encontró en éste el medio pertinente de representación y potenciación de la vida-obra «miglionírica». Este trabajo es más una conjunción de lenguajes que una asimilación de lo uno en lo otro. El propio Migliorisi, amante de las hibridaciones estéticas, lo hubiera celebrado.

Recrear el realismo fantástico y la evolución personal de Migliorisi es una tarea titánica. Pero con honestidad, pasión y profundo afecto Núñez, acompañado por un impecable equipo artístico y técnico, logra representar ese universo tan complejo desde su muy particular visión del artista desbordantemente creativo y del amigo hondamente sensible y vulnerable. Vale la pena destacar el magnífico trabajo de Onchi Ortiz en la dirección de fotografía, piedra angular del lenguaje cinematográfico. Ortiz, encargado de la fotografía en los trabajos audiovisuales de Agustín desde hace años, fue, por cierto, alumno aventajado de Ricardo Migliorisi en la carrera de dirección teatral de El Estudio, lo que le permitió interactuar con el artista y su visualidad, y encontrar un adecuado y justo tratamiento de la imagen y la luz en esas atmósferas oníricas. Migliorisi lo hubiera agradecido.

No sorprende, pues, que al momento de entregar este artículo Miglionírico cuente con ocho nominaciones a los premios teatrales Edda en las categorías de Mejor Libreto, Mejor Dirección, Mejor Producción, Mejor Obra Digital, Mejor Diseño de Arte, Mejor Actor de reparto, Mejor Actriz de reparto y Mejor Actor protagónico.

jaiflome@gmail.com

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