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«Soy crítico con Cuba no porque sea anticomunista sino porque sigo siendo comunista.» Slavoj Zizek.
El relato oficial de las protestas del 11-J, escribe en un reciente artículo la feminista cubana Ailynn Torres Santana, «ha ignorado la violencia ejercida contra quienes se manifestaron, de la cual hay numerosos registros». Geopolíticamente, prosigue, es parte de estas protestas el bloqueo de Cuba por los gobiernos de Estados Unidos, pero también «el ralentizamiento de la reforma del agro mientras se destinan millonarios recursos a ampliar la infraestructura hotelera» –como expuso el historiador marxista Ronald León Núñez aquí, en El Suplemento Cultural (1)–, «el desinterés por la democracia obrera y el sentido de los sindicatos», el hecho de «que los documentos rectores más importantes de la reforma económica y social y los congresos partidistas no tengan en el centro la discusión sobre la pobreza y la desigualdad» y «la criminalización de los activismos diversos», entre otros factores: estos «podrían ser temas que se asuman junto con y a pesar del bloqueo», señala Torres Santana, pues «parte de ello al menos estuvo en juego en las protestas, aunque unos quieran instrumentalizarlo y otros desentenderse». Existen, ha repetido el Gobierno cubano, «canales establecidos» para expresar descontentos, pero «no funcionan o ya no son legítimos», e insistir en ellos tras el 11-J implica «que están clausuradas o son inaceptablemente angostas las posibilidades de tramitar los conflictos y necesidades». Las mujeres trans estuvieron presentes en el 11-J; sus denuncias: «escasez de alimentos, acoso policial, discriminación social». La violencia continúa después del 11-J con personas «recorriendo las estaciones policiales para tener información de sus seres queridos, interponer recursos, llevarles provisiones». El Gobierno ha descrito a los manifestantes «como personas que realizaron actos “vandálicos”, como “delincuentes”, como vulgares». Son palabras con contexto y referentes: «Piñera en Chile y Moreno en Ecuador y muchos otros también nombraron vándalos, zánganos y delincuentes a quienes se manifestaron en sus países durante los estallidos sociales», sangrientamente reprimidos. Al escribir su artículo, continúa Torres Santana, Diubis Laurencio Tejeda era el nombre del único muerto en las protestas comunicado oficialmente: «La nota informó que “resultó fallecido el ciudadano Diubis Laurencio Tejeda, de 36 años (…) con antecedentes por desacato, hurto y alteración del orden”...» ¿Eran relevantes en estas circunstancias los antecedentes penales de Diubis Laurencio Tejeda? No, responde Torres Santana: son tan irrelevantes como «la forma en que una mujer iba vestida o si tenía o no condena judicial al momento de un feminicidio. Comunicar de ese modo una muerte expropia a la persona de su condición de víctima como si no mereciera duelo. No hacía falta, no hace falta» (2).
Hay mucho que decir de Cuba, pero por hoy hablemos brevemente del viejo código laboral de 1984 y del nuevo del 2014. El viejo establecía en su artículo 1 que el derecho laboral cubano «se rige por un sistema de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción y la supresión de la explotación del hombre por el hombre». El nuevo habla de «empresa estatal socialista» y no de «propiedad socialista del pueblo sobre los medios de producción» y ya no menciona «la supresión de la explotación del hombre por el hombre» sino que «tiene como fundamento esencial elevar la eficiencia del trabajo», y, además, «fortalece los mecanismos para exigir mayor disciplina» (3). La Central de Trabajadores de Cuba, única central sindical legalizada, es un apéndice del partido único –lo dicen sus propios estatutos: «La CTC y los sindicatos nacionales que la integran reconocen la dirección superior del Partido Comunista de Cuba» (4)–, y, lejos de ser independiente del Estado, forma parte del Ejecutivo –«el secretario general de la CTC es miembro de la máxima dirección del Estado» (5)–. Representa, pues, los intereses del Gobierno y de los empleadores en general, no los derechos de los trabajadores. En Cuba, el código vigente permite a los empleadores privados despedir sin motivo y relaja la jornada de 8 horas de modo que puede extenderse sin compensación (6). El Gobierno cubano se dice marxista, pero en los estatutos de la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864) escribió Marx que «el sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida, es la base de toda servidumbre, miseria social, degradación intelectual y dependencia política», que «la emancipación económica de la clase obrera es el fin al que todo movimiento político debe subordinarse como medio» y que esta lucha no es «por privilegios y monopolios de clase» sino por «la abolición de todo dominio de clase». Pero, sobre todo, dijo allí que «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera».
Está por escribirse todavía la paradójica historia de las apropiaciones de términos como «izquierda» por parte de los más diversos sectores sociales. Apropiaciones que han llevado a muchos a confundir el marxismo con lo contrario de lo que realmente es, y a identificar el socialismo, no con la emancipación del proletariado, sino con su opuesto, la planificación y propiedad estatal, tomando el medio por el fin. Del proletariado como clase en-sí y para-sí partió Marx para hablar de comunismo revolucionario, pero, irónicamente, tanto miembros de las élites en el poder en regímenes autoritarios como aliados y simpatizantes suyos se autoproclaman «revolucionarios» y «comunistas».
Quizá quepa hablar aquí de los «turistas de la revolución», como los llamó Enzensberger. De esa gente que, dice Samuel Farber, «políticamente es un cero a la izquierda en su país, pero a la que el Gobierno cubano halaga y hace sentirse importante. En la mayoría de los casos, el erario del Estado cubano, extraído del trabajo del pueblo, costea los gastos de esas visitas» (7). De los huéspedes de aquel Grand Hotel Abgrund del que hablaba Lukács. De cuantos, nota Zizek, siguen «sus bien remuneradas carreras académicas mientras se sirven del Otro idealizado (Cuba, Nicaragua, la Yugoslavia de Tito)» y «estallan contra él cuando perturba su sueño complaciente» (8). De quienes ahora desempolvan y recitan por enésima vez sus rancios catecismos sobre el bloqueo, no tanto para hablar del bloqueo como para evitar que hablemos de otras cosas.
Pero ahora los cubanos de a pie –a quienes los turistas de la revolución, con su sintomático autoritarismo burgués, les niegan el derecho a opinar sobre sus propias circunstancias y a denunciar las injusticias que padecen– quieren hablar de esas otras cosas. Y a los que nada tienen, ningún puñado de iluminados puede venir a emanciparlos desde fuera: la exigencia absoluta de justicia, que supone anular sus condiciones de existencia como clase, solo esa misma clase la puede realizar, porque solo esa clase, que no posee más que la fuerza de trabajo que alquila para subsistir, esa clase alienada de la riqueza que genera para otros, del poder político que transfiere a otros y de su propia historia –mientras siga siendo objeto, no sujeto de la misma–, es la völlige Verlust des Menschen, la esfera de «la pérdida total del hombre», y, por ende, la única esperanza de «la recuperación total del hombre» (9): porque esa clase, negación del orden que sostiene, está dentro de ese orden como el germen de su destrucción.
Millones de personas cuestionan hoy el capitalismo, pero otras tantas recelan del supuesto «fracaso» del marxismo, el socialismo, el comunismo debido a que han sido históricamente desvirtuados tanto por el autoritarismo burgués de los partidos tradicionales de «izquierda» en cada país como por la apropiación de los procesos revolucionarios por parte de las élites en el poder en Estados totalitarios. Marx empezó a reescribir la historia desde la perspectiva de la clase trabajadora porque la revolución es suya, es su autoemancipación, en la cual se transforma y transforma la sociedad entera. Cuando unos pocos se apropian de este proceso y devienen élites, la propiedad estatal deja de ser medio para convertirse en fin. Y con los trabajadores ya excluidos y oprimidos por el Estado, las «izquierdas» burguesas oficiales del mundo, generalmente en buenas relaciones con esas élites, completan la distorsión imponiendo con prepotencia sus vulgatas y sus credos. Este ha sido su triste logro: falsificar el pensamiento revolucionario, que, sin embargo –y cada vez más renovado y poderoso–, regresa siempre, porque nunca se ha ido, porque lo llevamos en nuestros corazones, y la juventud que hoy sale a las calles de Cuba a cuestionar el régimen forma parte de esto.
El socialismo no se impone desde el Estado. El socialismo no se impone, a secas. Pero en lo que respecta al Estado, entendamos al Marx de La Guerra Civil en Francia: la máquina de dominación de la clase trabajadora no puede ser el instrumento de su liberación. Desde hace décadas hay cambios en Cuba que afectan los bolsillos de la gente, su cotidiano plato de comida, sus proyectos, su dignidad, y también hay una larga lista de perdedores en esta historia (10). Que seguirán protestando aunque los burócratas de la «izquierda» oficial del planeta entero les insulten y pretendan darles lecciones sobre sus propios procesos y sus vidas. No podemos, escribían Marx y Engels en 1879, «marchar con quienes declaran que los trabajadores son demasiado incultos para emanciparse ellos mismos, que tienen que ser emancipados desde arriba» (11). Nosotros tampoco. Turistas de la revolución, clientes del Gran Hotel Abismo o simplemente mediocres con carreras impulsadas por el respaldo de sus viejos partidos o pequeñoburgueses de imagen progresista, no importa: una «izquierda» que no defiende los derechos de los trabajadores y que adula al Gobierno que los pisotea no es izquierda.
Notas
(1) Ronald León Núñez: «La izquierda ante las protestas en Cuba», El Suplemento Cultural, 01/08/2021.
(2) Ailynn Torres Santana: «11-J en Cuba: sobre lo bueno y lo justo», SinPermiso, 18/07/2021: https://www.sinpermiso.info/textos/cuba-11-de-julio-dossier/
(3) Marie Laure Geoffray, «Herencias políticas de la revolución cubana», Revista de Estudos AntiUtilitaristas e PosColoniais, 2015.
(4) Estatutos de la CTC: https://studylib.es/doc/7082281/estatutos-de-la-ctc.
(5) https://www.ecured.cu/Central_de_Trabajadores_de_Cuba
(6) Samuel Farber: «El nuevo giro económico de Cuba», IzquierdaWeb, 17/07/2021: http://izquierdaweb.com/el-nuevo-giro-economico-de-cuba/
(7) Entrevista a S. Farber, IzquierdaWeb, 16/07/2021: http://izquierdaweb.com/entrevista-samuel-farber-y-la-critica-socialista-de-la-realidad-cubana/
(8) Slavoj Zizek: ¿Quién dijo totalitarismo?, Valencia, Pre-Textos, 2002.
(9) Karl Marx: «Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel», en Escritos de juventud sobre el Derecho, Barcelona, Anthropos, 2008.
(10) Jenny Morin Nenoff: «Los perdedores del proceso de actualización del modelo socioeconómico cubano», Historia, Voces y Memoria, 11, 2017.
(11) Karl Marx y Friedrich Engels: Carta Circular a A. Bebel, W. Liebknecht, W. Bracke y otros (1879).