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«No existe humor en la sociedad estadounidense», decía en las pantallas de televisión en 1967 un otrora jugador de béisbol, para entonces devenido representante de lo más libre y lúdico de la contracultura del pasado siglo XX, Robert Downey Sr., que supo hacer de las carcajadas armas de exploración del absurdo en el teatro off-Broadway antes de empuñar la cámara para llevar su crítico humor al cine sin buscar ni aceptar el apoyo de los grandes estudios ni la autoridad de los métodos ni la popularidad de las estrellas de la pantalla, y sabedor de que sus películas de bajísimo presupuesto –en abierto combate a la producción de industria– no batirían nunca un récord de taquilla.
Robert Downey Sr. exhibió sus primeros experimentos en celuloide en el Charles Theatre, un viejo cine neoyorquino donde todos los que quisieran podían llevar sus cintas para que las proyectaran. Su primer largometraje fue Babo 73 (1964), con el poeta beat Taylor Mead interpretando a un delirante presidente de Estados Unidos en una desenfrenada parodia de todas las instituciones del país, desde la iglesia hasta la Casa Blanca. «La mayoría de los críticos se levantaron y se fueron», recordaba Robert Downey Sr., entrevistado por Paul Thomas Anderson en el 2012. «Solo se quedó uno. Fue el único que escribió al respecto». Ese que se quedó era Brendan Gill, hoy recordado como el prestigioso crítico, durante más de seis décadas, del New Yorker.
Rápidamente llegó el segundo largometraje dirigido por Robert Downey Sr., realizado esta vez por encargo y para pagar las cuentas del hospital, porque ese año nacía Robert Downey Jr.: The Sweet Smell of Sex (1965). A continuación, con fotografías secuenciadas, diálogos añadidos en la posproducción y trece papeles femeninos, interpretados todos por Elsie Ann Ford (primera esposa de Downey Sr. y madre de Downey Jr.), Robert Downey Sr. hizo una de las películas más raras de la historia de la cine, Chafed Elbows (1966), cuya sinopsis decía: «El infortunado Walter sufre su crisis anual en la Feria Mundial de 1964, tiene un romance con su madre, recuerda su histerectomía, se hace pasar por un policía, se vende como una obra de arte viviente, se va al cielo y se convierte en el cantante de una banda de rock, pero no necesariamente en ese orden». Le siguió una suerte de documental de la vida urbana mezclado con una fantasía sobre los viajes en el tiempo de un soldado de la guerra civil, No More Excuses (1968).
Y entonces Robert Downey Sr. realizó esa memorable sátira del mundo corporativo filmada en blanco y negro que se llama Putney Swope (1969). Fallecido el presidente del directorio de una agencia de publicidad, pasa a ocupar su lugar el único negro del edificio, un sujeto llamado Putney Swope que convierte la empresa en una especie de espacio contestatario que llega a ser temido por el gobierno de Estados Unidos, país cuyo presidente, por cierto, vaya uno a saber por qué, en esta ocasión es un enano. Aclamada por Jim Jarmusch, Louis C.K. y Paul Thomas Anderson, entre otros, Putney Swope (para algunos quizá junto con su otra cinta de culto, Greaser’s Palace, de 1972) es la obra más representativa de un cineasta que, pudiendo hacerlo, nunca abandonó el bajo presupuesto ni dejó de buscar actores que no fueran actores y que reclutó, caminando por las calles, toda una maravillosa galería de personajes excéntricos sin los cuales sus películas no habrían sido las mismas.
Al año siguiente, a la edad de cinco, un hoy célebre Robert Downey Jr. debutó como actor cinematográfico bajo la dirección de Robert Downey Sr. en Pound (1970), película de 90 minutos basada en la comedia The Comeuppance, escrita por el propio Downey Sr. casi una década atrás, en 1961. En una perrera de Nueva York, dieciocho perros, interpretados por actores humanos, esperan ser adoptados o sacrificados. Entre los perros hay un hiperactivo mexicano calvo, un boxeador borracho, un elegante galgo y un cachorro llamado Puppy. Mientras tanto, la ciudad es aterrorizada por un asesino en serie apodado The Honky Killer. Seguramente nadie podía sospechar durante el rodaje que aquel pequeño que, desde el seno mismo de la contracultura, se iniciaba interpretando a Puppy, crecería para convertirse en una estrella de Hollywood.
Después de toda una vida de apostar inclaudicablemente a las posibilidades del cine de bajo presupuesto, a los poderes de la irreverencia, al secreto valor de los outsiders y a la libertad que se respira en los márgenes de la industria, Robert Downey Sr. –señalado por la prensa desde hace décadas, dicho sea de paso, como responsable de haber iniciado a su hijo Robert Downey Jr. en el consumo de drogas– ha muerto el pasado miércoles a los 85 años de edad. Hoy El Suplemento Cultural saluda la memoria del cineasta independiente, del implacable satírico y del eterno provocador.