Nomadland: pérdida, duelo y resignación a la vera del camino

De Nomadland, «la película del año», ganadora de tres premios Oscar –Mejor Dirección, Mejor Actriz Principal y Mejor Película–, como reverso cinematográfico de las Las uvas de la ira (John Ford, 1940), nos habla el crítico Gustavo Reinoso en este artículo.

Nomadland: pérdida, duelo y resignación a la vera del camino.
Nomadland: pérdida, duelo y resignación a la vera del camino.Archivo, ABC Color

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Este año, signado por la persistencia epidémica global, en medio de la cual asistimos consternados al mezquino y desunido modo en que países, regiones y bloques afrontan el covid-19, también presenciamos con asombro la sobrevivencia del cine. Ya en celebres urbes, ya en remotos puntos del planeta como Asunción, acosados por el virus mortal y desdeñando la molicie hogareña del streaming por internet, individuos de diversas raleas persisten, obstinadamente, en acudir a las salas de cine; desde esta página celebramos este sigiloso coraje.

Hollywood también estuvo de celebración, el pasado domingo 25 de abril, con la entrega número 93 de los premios Oscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Dice la crónica periodística que el intento de los académicos de montar un evento adaptado a lo que aquí llamamos «el modo covid de vivir» resultó en una gala particularmente gris y aburrida, donde la ganadora de las distinciones más relevantes –Mejor Dirección, Mejor Actriz Principal y Mejor Película– fue Nomadland, dirigida y escrita por la directora de origen chino y residente en Estados Unidos Chloé Zhao, y producida y protagonizada por Frances McDormand.

Era el año 2017 cuando un libro de ensayo y crónica periodística, Nomadland: Surviving America in The Twenty-Firtst Century, de la docente de la Universidad de Columbia Jessica Bruder, fue a parar a manos de Frances McDormand. El libro de Bruder expone las vivencias de aquellas personas que, tras perder empleos, negocios y viviendas a raíz de la recesión económica iniciada en 2008, buscan sobrevivir con trabajos precarios, temporarios, sin cobertura social y mal remunerados, desplazándose de un lugar a otro del país en sus vehículos, persiguiendo precisamente esos empleos temporales y precarios que les permiten salir al paso de sus necesidades más acuciantes y constituyendo en el proceso una nueva subcultura estadounidense. La actriz inmediatamente concibió la posibilidad de filmar sobre el tema, contactó a una emergente cineasta, proveniente del llamado «cine independiente», Chloé Zhao le pidió que redactara un guion y la comprometió a dirigir la película.

En la ficción, McDormand interpreta a Fern, docente retirada, proveniente de una pequeña ciudad ficticia de Nevada, irónicamente llamada Empire, que recientemente sufrió la pérdida de su esposo; casi al mismo tiempo, la fábrica de la que vivía la pequeña comunidad quebró. Desahuciada y sola, Fern se lanza a los caminos en su vieja furgoneta, que se convierte en vivienda. Sobrevive trabajando como empacadora del gigante de las compras y envíos por internet Amazon Inc, cosecha remolacha azucarera, limpia campamentos para casas rodantes en parques nacionales, etc. Con estos trabajos, apenas reúne lo suficiente para sobrevivir. Simultáneamente, con reticencia primero, gradualmente va integrándose a la particular comunidad de los demás nómadas.

La película, salvo un par de excepciones, en las que intervienen actores profesionales, muestra verdaderos nómadas interpretándose a sí mismos, apelación realista que otorga a ciertos tramos del filme un tono de documental. De la fotografía y la narrativa visual aflora un hipnótico preciosismo: imágenes de la severa belleza de montañas desiertos, valles y praderas del noroeste norteamericano. Nomadland se emparienta con el western, con las clásicas tomas de John Ford en Monument Valley. El tono de serena melancolía que impregna el film se completa con la intimista banda sonora compuesta por Ludovico Einaudi.

Sobresale el registro interpretativo de la McDormand, exuberante como su capacidad expresiva. Pero quizás Zhao exagera en los primeros planos de la protagonista. Si uno de los propósitos de la realizadora era compenetrar al público con estos modernos nómadas, la sucesión de primeros planos y gestos faciales de la protagonista produce el efecto contrario, nos separa de ellos.

Resignación o rebeldía, y otros nómadas

A despecho de premios y galardones, y de su correcta factura formal, la película del año, triunfadora en Venecia y Hollywood, divide a crítica y público. Sus detractores echan en falta la ausencia de rebeldía en la trama. Además de la lograda atmosfera elegíaca y de taciturna melancolía, estos detractores hubieran preferido señalamientos patentes al sistema económico que literalmente arroja a sobrevivir a la vera del camino a muchas personas. Nomadland no es una película de denuncia social, ni busca serlo: se centra en el drama íntimo de sus personajes.

Aun así, el guion posee sutilezas. El nombre de la ciudad de Fern, transmutado en pueblo fantasma, Empire, puede tomarse como una agudeza sobre el presente y el futuro de Estados Unidos. En otra parte del metraje, cuando la protagonista visita a su hermana, reprende a su cuñado, empleado de una firma inmobiliaria, acotando que deberían dejar de engañar a la gente vendiéndoles casas que jamás podrán terminar de pagar.

Especialmente criticada en Estados Unidos es la forma «neutral» en la que el filme refleja el trabajo del personaje de McDormand como empacadora de Amazon. El gigante corporativo de las ventas por internet posee una bien ganada fama por las precarias condiciones laborales en las que toma mano de obra y su activa ofensiva antisindical contra cualquier intento de organización de sus trabajadores. Esta objetada neutralidad es más aparente que real. El plano general del personaje de la protagonista ingresando a las instalaciones de la corporación, como quien ingresa a un presidio, expone un inhóspito y deshumanizado entorno.

Prevalece en Nomadland la aceptación y melancólica resignación ante las ausencias y pérdidas que la fatalidad coloca en nuestras vidas. No es casual que, aunque concebida y filmada antes de la pandemia del coronavirus, catalice los sentimientos de gran parte del público en estos tiempos de luto colectivo.

Ochenta y un años atrás, el cine norteamericano supo contarnos una historia de nómadas bien diferente en Las uvas de la ira (1940), adaptación, dirigida por John Ford, de la novela de John Steinbeck. Esta historia de una familia campesina de Oklahoma, que tras ser violentamente desalojada por deudas de las tierras que fueron suyas durante generaciones, se lanza al camino para malvivir como puede durante la gran depresión de los años treinta del siglo pasado, puede tomarse como reverso cinematográfico de la obra del dueto Zhao / McDormand. En Las uvas de la ira, el protagonista, Tom Joad (Henry Fonda), también arrastra un pasado de pobreza y dolor, pero cuando pone fin al tránsito por su duelo y decide dejarlo atrás, afirma que marchará a «todas partes», que estará allí donde los hambrientos luchen por el pan y los obreros expresen su furia; la secuencia finaliza con Tom caminado hacía el horizonte en un magnifico plano general con las montañas de fondo. En cambio, Nomadland (en una secuencia en la que se filtra la influencia de la narrativa visual de Ford) nos hace ver a Fern dejar atrás su casa abandonada, recorrer las calles desiertas del pueblo fantasma en que se convirtió aquello que había llamado «hogar», recordando a su difunto esposo, y concluir su duelo integrándose a la subcultura de los nómadas contemporáneos: la única confrontación con su vicisitud es la mera sobrevivencia.

gustavoreinoso1973@gmail.com

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