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Hace unas semanas compartí con los lectores ciertos recuerdos míos de la Plaza Uruguaya de hace unos cuarenta años. El mundo paraguayo en aquel tiempo se presentaba muy diferente de lo que vemos hoy. Francamente, y a pesar de todos sus problemas, lo extraño. No tenía mucho de artificial, o sea, era más auténtico en su carácter paraguayo. Es posible que este sentimiento nostálgico responda a mi edad, y que, después de los años vividos, esté buscando en mi propio pasado algo para explicar la larga trayectoria de la historia que todos compartimos. Lo que puedo afirmar hoy, y ciertamente creo oportuno enfatizarlo en este tiempo de pandemia, es que debemos seguir mirando con simpatía a los demás, porque esa es la única forma de entendernos a nosotros mismos. Y al pensar de nuevo en la Plaza, vuelvo a recordar a esos pobres lustrabotas y prostitutas, especialmente a estas últimas, que tenían familias enteras que proteger en un mundo bastante desesperado.
Se nos suele decir, por supuesto, que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, y se me ocurrió que a los lectores hoy podría interesarles conocer algo de su situación en el Paraguay de mediados de siglo XIX. Como en la Plaza Uruguaya de la década de 1980, el fenómeno fue en gran parte impulsado por la pobreza. Al mismo tiempo, es frecuente escuchar hablar acerca de un elemento adicional, la supuesta existencia de una «tradición» histórica de prostitución en el viejo Paraguay, que no tiene que ver con los primeros encuentros entre guaraníes y españoles sino con la Guerra Guazú, cuando, como todos sabemos, miles de mujeres desplazadas satisfacían los requisitos sexuales del ejército brasileño de ocupación. La misma hermana del Mariscal estuvo entre ellas. Algunas de esas mujeres se casaron con sus amantes brasileños, pero la gran mayoría eran prostitutas de paso, y de esa manera sobrevivieron en una etapa difícil. Nos han contado que varias mujeres del campo siguen con esa «tradición» para escapar de su condición subordinada. Considerando ese hecho, los historiadores podrían inferir que antes de 1869 la sociedad paraguaya estaba relativamente libre de esos malos sociales, pero hay pruebas de que no era así en un documento del Archivo Nacional, Sección Historia, volumen 314 (A), número 1. Había sido que, durante la presidencia de Carlos Antonio López, periodo considerado por muchos como una edad dorada en Paraguay, también se conocía este problema, y el gobierno trataba de eliminarlo junto con otro mal asociado, las enfermedades venéreas. Hacia 1855, el régimen de López había aumentado su contingente militar, y el crecimiento de la prostitución estaba claramente vinculado con esa expansión.
Carlos Antonio López tuvo interés en la disciplina militar moderna, y la presencia de «mujeres corrompidas» amenazaba el buen orden de las tropas. Entonces, como podemos ver en su decreto de enero de 1855, el presidente se inclinaba hacia una legislación estricta, tal vez incluso draconiana, contra las mujeres indocumentadas:
“Asunción, 7 de Enero de 1855
Habiendo descubierto en la capital un crecido número de mujeres introducidas en los partidos, el mayor parte sin pases, muchas con plazos muy vencidos, y otras con permisos de mudar de vecindad en la Ciudad, a protesta de que hallan aquí modos de trabajo, o con el de atender a sus parientes encuartelados, y resultando de este abuso la desmoralización de las tropas, y consiguiente pérdida de muchas saludes infectados por mujeres corrompidas, queda privado hasta otra disposición la introducción del sexo expresado en la Ciudad, sin perjuicio de que personas menos sospechosas en el abuso indicado, pueden bajar por pocos días sea en diligencia de los mercados u otro efecto de atenderse y con cargo de presentarse a la policía o a los jueces de paz del distrito en que tomen posada para su regreso en el plazo de sus licencias, y al afecto circúlese esta orden a los jueces de paz, y jefes urbanos de costa abajo hasta la Villa de Oliva, de costa arriba hasta la del Rosario, y en los partidos del interior hasta la derecha del Tebicuary o Ytapé.
El Presidente de la República (rúbrica)
López
José Falcón, secretario interino del Supremo Gobierno»
No está claro si las medidas de López tuvieron éxito, pero, en cualquier caso, hubo cierta ironía que hoy, bajo la sombra constante del covid, podemos ver con especial claridad. La mayoría de los soldados salvados por don Carlos del vicio de la prostitución murieron después en Tuyutí y en Lomas Valentinas, dejando hermanas y esposas que se convirtieron en prostitutas para los conquistadores brasileños.
En la pandemia actual, por supuesto, las cuestiones de sexismo, privilegio y distribución desigual de la vacuna juegan un papel importante en la elaboración de las políticas de salud pública, y en todos los países existen desafíos importantes en este aspecto. Lo interesante de la anécdota de hoy es que algo de esto parecería previsto por Carlos Antonio López. Me pregunto cómo habría reaccionado si los médicos de su época le hubieran recomendado iniciar una campaña nacional contra la obesidad. Pero tal vez sea mejor no profundizar demasiado en este tema; como decimos en inglés –y refiriendo este dicho a mi propia y amplia panza–, «los que viven en casas de cristal no deben tirar piedras».
Por Thomas Whigham. Profesor emérito de Historia, Universidad de Georgia.