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Llego tarde a este tema –como, salvo feliz azar, a todos– porque soy de esas personas que cruzan la calle sin fijarse en el semáforo, se suben en pijama al colectivo y se olvidan de su propio cumpleaños. Pero es un tema con demasiado peso, densidad y relevancia para perder un ápice de interés por culpa de mi despiste, y, además, aunque el escándalo ha estallado la semana pasada, aún siguen lloviendo esquirlas.
En realidad, no es un escándalo, sino dos. El primero estalló por un premio, y el segundo ha estallado por el des-premio.
Rodrigo Cañete es un crítico de arte argentino radicado desde hace veinte años en Inglaterra que se ha ganado numerosos enemigos con su blog LoveArtNotPeople, en el cual publica entradas de diversa temática y formato que incluyen, junto a las reseñas y comentarios de exposiciones y la crítica de arte stricto sensu, sátiras del mundo artístico, social, mediático, farandulesco, político, análisis de la cultura visual difundida en la publicidad, la prensa, las redes sociales, y disecciones de políticas artísticas y culturales que no omiten las menciones abiertas a los intereses en juego en el mercado del arte ni se privan de apuntar, a veces, a las complicidades inconfesas que quizá explican muchos aplausos mutuos, muchas insistentes notas de prensa dedicadas a perfectas medianías, muchas reputaciones «brillantes», muchas exitosas carreras… El ambicioso proyecto que este blog integra no es, pues, solo artístico, sino sociológico; o, para ponerle una etiqueta, se trataría de un espacio de crítica cultural –que es, justamente, el término que leemos en la presentación: «Este es un blog satírico y de crítica cultural»–.
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Cuando hace unas semanas el International Center for the Arts of the Americas (ICAA) del Museo de Bellas Artes de Houston anunció que el ganador por unanimidad del Premio Peter C. Marzio 2020 a «la investigación sobre arte latinoamericano y latino» era Rodrigo Cañete, estalló el primer escándalo. Instituciones y colectivos de artistas, críticos, curadores y profesionales del arte emitieron comunicados en contra del otorgamiento del premio a Rodrigo Cañete. El Centro Argentino de Investigadores del Arte repudió la decisión del jurado por las «declaraciones explícitamente discriminatorias y agresivas» del premiado; el colectivo Nosotras Proponemos, «por su odio a las mujeres, trans y adultos mayores, su racismo y gordofobia» y «las campañas de bullying, hostigamiento, acoso psicológico y moral que desde su blog y podcasts realiza Rodrigo Cañete contra artistas y profesionales del arte argentino»; Curadorxs en Diálogo, por sus «difamaciones misóginas, transfóbicas y xenofobias [sic]»; y la Asociación Argentina de Críticos de Arte dirigió una petición en change.org a la ICAA para que rescindiera el premio porque, «independientemente de la calidad del ensayo premiado (al que AACA no tuvo acceso)», su «escritura crítica no se encuentra desvinculada de su práctica bloguera violenta, misógina y transfóbica» (1).
La campaña contra el premio a Rodrigo Cañete, en resumen, como puede apreciarse por los ejemplos arriba citados (hay más en línea), presentó las entradas de su blog como ejercicios de «violencia simbólica» tan graves que premiar su ensayo «Negociando el conceptualismo político en Buenos Aires durante la crisis del SIDA: utopía queer y negación gay en Omar Schiliro y Jorge Gumer Maier en la Galería Rojas», relectura crítica del programa estético del Centro Cultural Ricardo Rojas en la década de 1990 (que los firmantes de la petición de change.org y de los comunicados contra el otorgamiento del premio no habían leído, pues no había sido publicado) apareció como un respaldo indirecto pero moralmente inadmisible de su «práctica bloguera violenta», preparando el terreno para validar lo que finalmente sucedió –segundo escándalo– el 5 de abril, cuando el ICAA cedió a la presión y emitió un comunicado que, entre otras cosas, declara: «Poco después del anuncio de la premiación, tanto el ICAA como el Jurado de Concesión fueron informados acerca de otros escritos del señor Cañete que son incompatibles con las normas de nuestra institución. Bajo tales premisas, el mencionado premio ha sido rescindido» (2).
Veamos el blog. Hoy, a la caza de lo que se le atribuye, he revisado una docena de entradas de LoveArtNotPeople. Quizá yo esté muerta del cuello para arriba, sea fascista sin saberlo o no haya dado con las entradas correctas, pero no he encontrado el «racismo y gordofobia», ni las «difamaciones misóginas, transfóbicas y xenófobas», ni el «odio a las mujeres, trans y adultos mayores» ni la «práctica bloguera violenta, misógina y transfóbica» alegados por estas asociaciones de profesionales del mundo del arte. No descarto que existan, pero no me parece que ese sea el tipo de violencia predominante y significativo en el blog.
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Sí he encontrado en el blog otro tipo de violencia. Una que me gusta mucho. Cuyo blanco no son en realidad ni los gays ni las mujeres ni los trans ni los gordos sino las clases altas argentinas (y, a veces, de otros países), la farándula glamorizada por los medios masivos y las medianías instaladas por las mafias culturales en el imaginario social como intelectuales brillantes o talentosos artistas. El léxico «incorrecto» emanado de los ámbitos de formación de consenso, cargado, ciertamente, de basura ideológica, e inevitablemente incorporado al habla popular se vuelve en contra de estos sectores como un búmeran. Los reyes y reinas de Instagram son grasa, los curadores, payasos, los premios y cargos, una repartija, la patria grande, una cortina de humo, el gobierno, una manga de chorros, los influencers, un hatajo de racistas, la prensa está rivotrilizada y la utopía albina argenta va a dejar pelados a todos a golpe de tintes baratos de peluquería de barrio... En este blog, Cañete y sus lectores / interlocutores (cuyos comentarios se publican con frecuencia como entradas) hacen mofa de actos y actitudes, poses y neurosis, ideas y valores dominantes rastreados en el contenido latente de las imágenes mediáticas y los relatos socialmente aceptados, y por el camino propinan golpes letales al estatus de artistas e intelectuales de figuras reconocidas del mundo cultural, al prestigio absurdo de muchas celebridades, al esnobismo berreta de las clases dirigentes. La reflexión colectiva sobre la contemporaneidad que en LoveArtNotPeople se realiza en gran parte a través del humor y del plagueo tiene como blanco directo de las burlas a diversos individuos, pero –al menos, así lo veo yo– estos son medio para el fin y el deseo –que comparto– de desmantelar un sistema de relaciones, exclusiones y privilegios, un discurso hegemónico y un sujeto, en todo caso, colectivo.
Las opiniones sobre Cañete, en medio del escándalo que sacude al mundo del arte argentino –y no solo argentino: la campaña de repudio contra el premio en change.org, por ejemplo, la han firmado personas de varios países, incluido Paraguay–, están muy divididas. No solo hay otra campaña en change.org (también firmada por personas de varios países) contra la «cancelación» de Cañete, sino que en la prensa aparecen incesantemente en estos días tanto detractores como defensores de Cañete. Personalmente, me pareció desde el principio que la AACA había dejado al descubierto por lapsus calami la intención real de los primeros, id est, impedir que la actividad de señalamiento de prácticas mafiosas, tráfico de influencias y nepotismo del blog LoveArtNotPeople fuera indirectamente (indirectamente, porque el premio fue dado a una investigación, no al blog) legitimada al recibir el dueño del blog un reconocimiento importante de una institución prestigiosa, como, en ese acto fallido que es su comunicado («…nuestra preocupación apunta a la legitimación que un galardón de esta índole, otorgado por una prestigiosa institución, atribuye a una persona que se pronuncia pública y sistemáticamente ejerciendo violencia simbólica hacia artistas y colegas»), ellos mismos reconocen. Eso por un lado. Por otro, entre los defensores de Cañete abundan voces que, al tiempo que aclaran que su blog les parece despreciable o poco serio o, simplemente, no les gusta, encuentran injusto que le hayan rescindido el premio por una investigación que consideran independiente de tal actividad bloguera.
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Sobre lo primero, interpreté el comunicado de la AACA como un lapsus calami porque suelo observar las prácticas mafiosas que dominan el campo intelectual paraguayo y no me parece irrazonable considerarlas extrapolables a otros lugares, Argentina en este caso –que en materia de contactos e influencias queda cómodamente cerca de Paraguay para quienes integran el cerrado y minoritario circuito artístico e intelectual local, regional y, en el caso de los más suertudos, internacional–. Sobre lo segundo, debo defender, en tanto satírico, el blog LoveArtNotPeople, o, mejor, defender la dignidad y el valor de la sátira –que no es lo mismo que el «discurso de odio», marbete más adecuado para discursos no satíricos (como la calumnia o la injuria), de los cuales, a mi criterio (y contra la confusión reinante sobre la sátira, confusión manifiesta en otros casos similares a este), la sátira es antítesis–.
Hace poco escribí acerca del clientelismo, ese escurridizo objeto de estudio sobre el cual el relato dominante «omite mucho más de lo que admite y calla mucho más de lo que dice» (3). Si en el campo intelectual y artístico medran las medianías, es gracias a este sistema, que favorece la lealtad sobre el mérito. Y si en este campo las mafias –que se enmascaran y se ennoblecen con los eufemismos de los lazos afectivos o de la comunidad de intereses o ideales– logran distorsionar la realidad al punto de instalar en el público la ciega fe en el «mérito» de sus favorecidos (creencia instalada con mil recursos, desde la invisibilización de los que no pueden o no quieren lamer las botas correctas, y su contrapartida, el reparto de la visibilidad, que viene con el de la torta de premios, cargos, viajes…, hasta el empleo de cierta prensa cultural que opera como vocera de círculos de poder, pasando por la mutua validación y los aplausos endogámicos exhibidos de cara a la platea en conferencias, redes sociales, libros, y, en suma, «un largo etcétera»), es también gracias a este sistema, cuyos beneficiarios y cómplices utilizan instituciones, espacios académicos, galerías, fundaciones, suplementos culturales, contactos internacionales, cargos, becas, reconocimientos, circuitos artísticos, medios de prensa, etcétera, como plataformas para la construcción de su propia hegemonía.
Todo eso que la mafia disfraza, la sátira lo desnuda –es una de las formas de desnudarlo–. La sátira expone la naturaleza irreal de los supuestos «méritos» que desde estas plataformas se imponen como reales para legitimar privilegios. Al exponer la medianía o incompetencia de los favorecidos por las mafias culturales, la sátira desmantela el efecto de realidad con el cual estas instalan en el público la fe ciega en tales espejismos.
El monopolio de los sistemas de legitimación que integra la base material del poder de las mafias culturales es, obviamente, tema proscrito. La sociología de estos círculos de poder –grupos no constituidos formalmente como tales, pero que funcionan de modo corporativo y cuyos integrantes no tienen carnet de afiliados pero obedecen códigos tácitos de respaldos mutuos– es tarea difícil, y quizá el escándalo detonado por el premio que el ICAA otorgó a Cañete lo demuestra –escándalo que me interesa doblemente porque me permite entrever, fuera de Paraguay, escenarios con dinámicas, leyes, actores..., patrones, en fin, similares a los que observo en el campo intelectual paraguayo–.
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Los mecanismos –de inclusión y exclusión, visibilización e invisibilización, promoción y omisión, aplauso y ninguneo– que perpetúan el poder de las mafias culturales terminan, a la larga, condenando y marginando –me consta porque lo vivo en carne propia (y quizá un día lejano lo contaré en mis memorias, ja)– al que no puede o no quiere «afiliarse». Lo hacen sin violencia visible, de forma aparentemente amable incluso, pero bajo la superficie de las relaciones públicas esa violencia oculta sí es destructiva. Esa violencia integra una cultura de relaciones de poder y subordinación que se traduce en la invisibilización –y a veces, a largo plazo, el exterminio– del disidente. Esa violencia es mucho más destructiva que la violencia de la sátira, que no daña de modo encubierto sino desembozado y cuyas víctimas directas suelen ser individuos pero cuyo blanco real son –en este caso– las operaciones mediante las cuales el poder de las mafias culturales los encumbra y los pone –excluyendo a otros, empobreciendo la esfera de la vida pública y distorsionando la realidad– en el centro de la escena política, intelectual, artística, literaria, social de un país.
Debo expresar mi absoluto desacuerdo con aquellos defensores de Cañete –y con el propio Cañete, que se expresa también en estos términos– que sostienen que es una víctima de la «cultura de la cancelación» y de la «dictadura de lo políticamente correcto»: considero que expresiones como «cultura de la cancelación»» o «dictadura de lo políticamente correcto» son en sí mismas un despropósito. Y, además, que yerran torpemente el blanco, pues –como el lector habrá inferido por mis ideas sobre los intereses corporativos en juego en el campo cultural, brevemente expuestas en este artículo– creo que en este caso la «ética» sirve para desviar la atención de los motivos reales del repudio (y presentarlo como plausible).
La campaña contra el premio otorgado a Cañete parece desconocer lo que es la sátira. Para mí, el antónimo más perfecto de la sátira es la calumnia. Mientras la materia de la calumnia es la mentira, la materia de la sátira es lo real, o, si se prefiere, en el sentido aristotélico, lo verosímil, lo que no necesariamente es un hecho dado pero podría serlo, ya que lo posible también forma parte del funcionamiento de la realidad, y, por eso, su enunciación arroja luz sobre ese funcionamiento. Mientras la calumnia dice revelar secretos o intimidades ajenas, la sátira no señala sino aquello que ya está a la vista de todos. Y que, pudiendo ser ridículo, absurdo, nefasto o aberrante, por la fuerza de la costumbre se ha vuelto tan normal que a nadie indigna ni extraña. A diferencia de la calumnia, la sátira no inventa: hace escarnio de lo que siempre estuvo ahí, solo que nadie lo vio como era realmente porque todos lo dieron por sentado como inevitable o plausible.
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Así, por ejemplo, en una de sus más desopilantes «Pastelíticas», Cañete analiza y destripa pieza por pieza algo tan público como las obras ganadoras del Premio Itaú 2019, y después de ver ese video lo que asombra es que nadie cuestione premios tales. O, en una entrada de la sección «Mis reseñas», descuartiza «el privilegio blanco y el odio de clase de Nosotras Proponemos», y lo que pasma al leerlo es que tantos aplaudan la careteada narcisista y el activismo estéril de la progresía porteña. O, en una entrada de la sección «Wannabes», hace una crítica tan descacharrante «del arte de la crisis de la mediana de edad del pseudoartista como emprendedor de Nordelta» que no sabes si salir a quemar todo o reírte a carcajadas. Todos estos asuntos son materia de sátira, porque ya eran públicos y ya eran ridículos, pero se los aceptaba sin cuestionamientos. Revelarnos su ridículo arrancándonos la risa necesaria para poder disentir –castigat ridendo mores– es la antigua y vital tarea de la sátira.
Notas
(3) https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/2021/03/28/el-hartazgo-de-los-pobres/