La novela Lo dulce y lo turbio, de Esteban Cabañas, ¿es un desafío a la historia?

El asesinato de Juan de Osorio podría encerrar una alegoría del origen del infortunio que marca, según Roa Bastos, la historia paraguaya, sugiere el escritor Víctor-Jacinto Flecha a propósito de la novela de Esteban Cabañas (seudónimo literario de Carlos Colombino) sobre la expedición de don Pedro de Mendoza.

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LiteraturaArchivo, ABC Color

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La novela Lo dulce y lo turbio, de Esteban Cabañas, se inspira en un conocido tema histórico: la muerte del lugarteniente Juan de Osorio, acuchillado por oficiales de la tripulación por orden de su jefe, Pedro de Mendoza. Con ello, el autor recrea un mundo fantasmal muy complejo sobre la dualidad crimen / castigo y escribe una de las novelas más extraordinarias de la literatura contemporánea de nuestro país.

El narrador se coloca en la posición de un oráculo que describe y enuncia las incógnitas cuyas huellas interpelan la propia documentación oteada por los historiadores. Así, el libro resucita la vieja antinomia entre la historia como ciencia y la ficción inspirada en ella, que supone que la primera es verdad constatada en documentos en tanto que la segunda, si bien se erige sobre un fenómeno histórico, inventa un mundo sobre esa realidad.

Habría que preguntarse hasta qué punto la ciencia de la historia, partiendo de una rigurosa comprobación, documentada en materiales demostrativos del fenómeno, devela toda la realidad. ¿Pudiera pensarse que la multiplicidad de fenómenos que acompañan un evento personal o social haría que tal evento quedase sesgado por falta de pruebas, sobre todo cuando pensamos en detalles que ayuden a develar aspectos importantes en la explicación de un hecho? La escritura de la historia está reglada. Pero la realidad es siempre caótica. Describir sus vericuetos con la exigencia de la ciencia de la historia resulta siempre un desafío mayúsculo para cualquier historiador.

La narrativa de ficción posee la libertad de adentrarse en las zonas sombreadas, oscurecidas, de esa realidad, con la posibilidad de revelarlas e iluminarlas, pudiendo de esa forma llegar a la esencia de las cosas, que trasciende el propio acontecimiento para proyectarse al futuro.

Eso, justamente, hace Cabañas, con maestría inigualable, en esta obra. Utilizando todo el artificio de la imaginación, nos narra esa odisea a través de una multitud de voces, como un gigantesco coro que recorre la memoria de Domingo Martínez de Irala, el único que llegó a ser gobernador de este territorio inmenso recién descubierto y que al final, en vez de que el oro fluyese, solo desovaba pobreza, y nada de la riqueza soñada. Como si el crimen de Osorio se constituyese en el hecho aciago que cubriría, manto maligno, toda la narración.

El autor hace descender a todos los actores de sus estereotipadas estatuas de hierro volviéndolos a la vida en su estatura humana, les quita sus largos apellidos y recupera sus nombres propios o sus apelativos. Una mirada actualizada, personificada, de cada miembro del enjambre que participa de la travesía. Desparramados como en un mercado de pulgas, exhiben sus miserias. El orgullo que los carcome, los celos, la apetencia de riqueza ensoñada, los vuelve capaces de convertirse incluso en asesinos, con tal de conseguir sus propósitos recónditos.

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La muerte de Osorio persigue, como una noria salvaje, a toda la tripulación, que se ha divido entre los autores del crimen y los que lo lamentan la muerte.

Si bien muchos historiadores relatan este luctuoso hecho, hasta este texto de Cabañas nadie nos había pintado de manera tan gráfica y lúcida aquellos sucesos pasados en tono de presente y su proyección en toda la historia futura de este territorio. La vivacidad de la palabra otorga a la historia, de manera más profunda, el verdadero significado del hecho mucho más allá de sí mismo.

Los acontecimientos se presentan como en un filme a todo color y en cinemascope. La llegada al Río de la Plata, el acoso de los querandíes, habitantes y dueños de esas tierras, ante la llegada del invasor. Cercados por ellos, los recién llegados, a pesar de sus armas de fuego, no los pueden dominar. En cada batalla mueren bajo sus flechas. Acosados por el hambre, se comen la carne de sus propios muertos, como lo relatan cronistas e historiadores. Cabañas nos cuenta este suceso espiando lo que comentan las mujeres, encargadas de la cocina, del trabajo que supone deshuesar carne humana. El enano, lector de cartas, predice que el infortunio será el destino de todos ellos. Ayolas, actor principal en el complot contra Osario y uno de los ejecutantes de la sentencia de muerte de aquél, obtendrá por fin el cargo deseado, que al final será la línea de su muerte, traicionado por alguien a quien él, previamente, había obligado a traicionar a Osorio. «…La muerte de Ayolas era eso: yo sería su heredero. Reemplazarlo en la búsqueda del oro (…) Pero lo que hay entre él y yo es la muerte», piensa Irala.

Cerca de 500 años después, en Paraguay se abrieron las compuertas de la libertad tras medio siglo de autoritarismo militar que impedía que la sociedad se preguntara sobre sí misma, y Esteban Cabañas, presumiblemente conmovido hasta la raíz por la aseveración del mayor escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, acerca de que el infortunio se enamoró del Paraguay, se aplicó a buscar el origen de este infausto amor. La historia debía responderle. Creyó encontrar la respuesta al inicio mismo de la colonización española, inclusive antes de llegar a territorio del Río de la Plata. El asesinato de Juan de Osorio.

Su escritura moviliza un mundo simbólico que da explicación a la desdicha de toda la expedición. La suerte de todos los participantes del crimen, que no pudieron lograr su propósito principal en esa aventura, pisar territorios plenos de plata y oro. Los que no murieron en la odisea, quedaron atrapados en los fondos del continente, pobres y tristes. Esta es la historia de su fracaso.

El asesinato fue el pecado original, en el sentido de que no radica solo en la voluntad individual de violentar una norma, sino en formar parte de una cadena que liga a los sujetos a una misma historia repetitiva: la de pagar una culpa. El infortunio no se agotó en los autores vinculados al crimen, sino que abarcó toda la expedición, y cualquier territorio que hollaran sus pies parecía maldecido, condenado a asumir la culpa por los siglos de los siglos. Este crimen, producto de la traición, del deseo de poder, de la sed de riqueza, fama y oro, que se hace verosímil en la representación de toda la trama de la novela, podría ser una gran alegoría que busca desesperadamente el origen del largo infortunio sufrido por Paraguay en toda su historia.

Esteban Cabañas (Carlos Colombino)

Lo dulce y lo turbio. Crimen y castigo de don Pedro de Mendoza

Buenos Aires, Sudamericana, 1988

174 pp.

victorjacintoflecha@gmail.com

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