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El 8 de febrero falleció, en su casa del bullicioso barrio parisino de Pigalle, a los 89 años, Jean-Claude Carrière. Dramaturgo, escritor y ocasional actor, es sobre todo su trabajo como guionista y adaptador para la pantalla grande lo que posiciona su nombre entre los más importantes del cine de la segunda mitad del siglo pasado. Procedente de una familia de clase media rural dedicada a la producción de vino en Colombier-sur-orb, en la histórica región francesa de Occitania, llevó allí, según él mismo: «una niñez humilde, sin libros ni imágenes». Problemas económicos deciden el traslado de la familia a la capital, al barrio de Montreuil, donde el adolescente Jean-Claude se convierte en voraz lector con gran interés por el cine.
En París, su familia regenta un modesto café frecuentado por artistas e intelectuales. Allí conoce al actor y director Pierre Étaix, para quien escribe guiones y adaptaciones; es el inicio de una extensa carrera que lo llevaría a escribir para muchos de los directores más destacados –Andrzej Wajda, Milos Forman, Jean-Luc Godard, Carlos Saura o Fernando Trueba, entre otros. Sin embargo, es su legendaria colaboración con el cineasta Luis Buñuel durante el denominado «segundo periodo francés» del director español lo primero que acude a la memoria al recordarlo.
Se conocieron en el Festival de Cannes de 1963. Por aquellos días, Buñuel buscaba un guionista francés de provincias para su próximo proyecto, adaptar la novela de Octave Mirbeau Diarios de una camarera. Un productor amigo lo puso al tanto de la presencia, allí en Cannes, de un joven escritor, ya con alguna experiencia en el cine, que era francés y provinciano. Se reúnen una tarde en el lobby de un hotel. Carrière posteriormente contará que estaba bastante intimidado por la categoría y celebridad de Buñuel, quien por aquella época ya contaba 63 años, mientras que nuestro joven guionista apenas había cumplido los 31. Lo primero que Buñuel le preguntó, en «un excelente francés con acento aragonés», recordará Carrière, fue si bebía vino. El escritor contestó que provenía de un familia de vinateros. «Eso está muy bien», replicó Buñuel, sonriendo.
Diario de una camarera, de 1964, fue la primera película que hicieron juntos. Además de una lúcida exposición de las hipocresías de la moral burguesa, presenta un interesante análisis social de la Francia de la década de 1930, convulsionada por la depresión económica y el florecimiento de los grupos de choque de extrema derecha, que el 6 de febrero de 1934 intentaron tomar por asalto el Palacio de la Asamblea Nacional Francesa, en París, con los diputados dentro en plena sesión.
En 1967 se estrena Belle de jour, con Catherine Deneuve y Jean Sorel. El filme, partiendo del deseo sexual de una mujer burguesa, expone lo absurdo de las convenciones morales; el deseo se refugia en lo clandestino y lo onírico de la mano de un diálogo brillante y un notable trabajo de montaje y edición. La Deneuve, con su caracterización en apariencia fría y distante, realiza aquí uno de sus mejores trabajos.
Otro notable filme es El discreto encanto de la burguesía, de 1972. Película, brillante, inteligente, lucida e hilarante. A partir de la cita para cenar de un grupo de encopetados burgueses, se suceden una serie de episodios equidistantes entre lo real y lo onírico, con la participación de campesinos, obreros, guerrilleros, traficantes de drogas, obispos, policías, etc., que no dejan a los mortificados burgueses cenar en paz. Mención especial merece la sobresaliente actuación de Fernando Rey en el papel del embajador de la bananera República de Miranda. El filme es considerado unánimemente una de las obras maestras de Buñuel.
Aunque quizá sea lo más señalado en su carrera, Carrière no se limitó a trabajar con uno de los cineastas más relevantes de la historia del cine. Su talento de guionista fue aprovechado por otros cineastas, de diversos estilos y nacionalidades. Una lista completa excedería estas líneas, por lo cual el lector deberá conformarse con un recuento parcial e incompleto, basado en el criterio de este modesto escriba. El talento de Carrière para la narración y los diálogos surrealistas de las películas de Buñuel y su capacidad para trasladar al cine obras de teatro y novelas le valió ser clamado por la crítica cinematográfica internacional como el «guionista de lo imposible». En este aspecto, uno de sus trabajos de mención ineludible es el guión de Dantón, la formidable película de Andrzej Wajda de 1983 basada en la obra de teatro El caso de Dantón, de la dramaturga polaca Stanislawa Przybyszewska. El conflicto de los líderes revolucionarios Georges-Jacques Danton, encarnado por Gérard Depardieu, y Maximilien Robespierre, notablemente caracterizado por el actor polaco Wojciech Pszoniak, la contraposición entre el vital carisma del primero y la inflexible tenacidad del segundo en pleno Reino del Terror de la Francia revolucionaria construyen el tema central de una gran filme.
Cinco años más tarde se estrenó la versión cinematográfica de la novela del exiliado checo Milán Kundera La insoportable levedad del ser, dirigida por Philip Kaufman, con guión de Carrière, protagonizada por Daniel Day Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin y ambientada en la Praga de 1968, durante el experimento del socialismo con rostro humano intentado en Checoslovaquia y la posterior intervención militar de la Unión Soviética y los demás países del Pacto de Varsovia.
Otra muestra de sus facultades de traductor del lenguaje literario al idioma narrativo cinematográfico es Cyrano de Bergerac, de 1990, dirigida por Jean-Paul Rappeneau y protagonizada por Depardieu. El guión, basado en la obra del dramaturgo neorromántico Edmond Rostand, es un brillante fresco del glorioso siglo XVII francés, poseyendo el filme un logrado equilibrio entre el clasicismo dramático de la «comedia del arte» propio de la época en que transcurre la acción y el romanticismo tardío de finales del siglo XIX, tiempo en que Rostand escribió la obra de teatro original.
En una entrevista televisiva, Carrière afirmó que el escritor debe captar la atención y el interés del espectador con situaciones y personajes, pero sobre todo con el lenguaje del cine, que no se expresa en palabras sino en imágenes, estrechando su trabajo con la edición y el montaje. En su carrera fue largamente distinguido y galardonado: dos premios Oscar de la Academia, dos veces galardonado en Cannes, dos premios Bafta del Reino Unido y un largo etcétera. Jean-Claude Carrière era un hombre sencillo y afable, que viajó mucho y se acercó al budismo y la mitología oriental pero nunca olvidó su terruño natal de la Occitania francesa, a la que solía regresar con frecuencia, y que en cierta ocasión dijo: «Yo no sé si existe una vida después de la muerte; sí estoy seguro de que existe una vida antes de la muerte, y es esa la que debemos tratar de vivir a plenitud».