Cargando...
La sociedad paraguaya de la posguerra era realmente provinciana y reducida. Nada resaltaba mejor eso que la llegada de algún destacado visitante, con o sin cargo oficial, que inmediatamente recibía un tratamiento preferencial, poniéndose toda la sociedad a su disposición.
Algunos de esos visitantes compilaron sus recuerdos y publicaron los acontecimientos de los cuales fueron testigos, legando así una fuente primaria importante para el estudio de una época que todavía necesita mayor análisis.
El periodo presidencial de Juan G. González, 1890-1894, coincidió con el fin de la onda especulativa por la venta de las tierras y yerbales públicos que en un momento permitió exhibir como efímero espejismo una prosperidad sostenida.
Juan G. González, miembro de la Asociación Nacional Republicana, había sido legionario y estaba casado con la educadora Rosa Peña, hija del famoso propagandista contrario a los López, Manuel Pedro de la Peña.
Para ese entonces, Rafael Calzada, el autor de las memorias que vamos a comentar, había desarrollado ya una destacada actividad económica y política en Buenos Aires, donde muchos le auguraron una distinguida carrera en la política electoral y le sugirieron adoptar la nacionalidad. Pero Calzada, español y republicano, creyó tener en la península intereses superiores.
La visita a Paraguay, como muchas cosas en la vida, iba a ser solo un breve paso por un lugar de descanso, como lo era nuestro país en los meses de invierno. No esperaba quedarse más de una o dos semanas, y traía consigo una recomendación para el presidente González, a su vez con excelentes contactos en la capital del Plata.
Antes de su viaje, erudito al fin, Calzada recurrió a la bibliografía sobre Paraguay, como el libro de Ildefonso Antonio Bermejo La vida paraguaya en tiempos del Viejo López. Luego de seis días de viaje fluvial se instaló en el nuevo Hotel Hispanoamericano, edificio que había pertenecido a Benigno López. Los principales diarios, La Democracia, El Independiente, El Tiempo y La República, anunciaron la llegada del director-propietario de El Correo Español de Buenos Aires, dándole una afectuosa bienvenida.
En una sociedad tan provinciana, un visitante ilustre atraía todas las miradas, comenzando por el presidente de la República, que envió a uno de sus edecanes a saludarlo y ponerse a su disposición. También pasaron a saludarlo compatriotas suyos radicados en Asunción, entre ellos el Dr. Ramón Zubizarreta, rector de la Universidad Nacional, y el presidente del Club Español, Dr. Federico Jordán, abogado valenciano. Y también políticos e intelectuales de renombre, como Cecilio Báez, Manuel Domínguez, César Gondra, Alejandro Audivert, Venancio López, Benjamín Aceval, José Segundo Decoud, Manuel Bogarín, José Tomás Sosa e Ignacio Ibarra. Su recepción lo dejo muy satisfecho.
Esa misma noche visitó al presidente de la República en su casa de Villarrica esquina Independencia Nacional. «Encontré en él un hombre sencillo y afable, de esos que inspiran simpatía y confianza desde el primer momento. Habló conmigo de varias cosas, me preguntó cuáles eran mis primeras impresiones en la Asunción, y me pidió que no dejase de visitarlo».
La visión de Calzada sobre Asunción fue positiva, «no había en ella grandes edificios, se veían no pocos que denunciaban ser por su construcción de la época colonial, pero en general se echaba de ver que la gente vivía con cierta holgura y sobre todo con limpieza».
A poco de llegar, el 1 de agosto de 1891, recibió una invitación del presidente a una fiesta campestre al pie del famoso Cerro Lambaré.
Los invitados fueron transportados en el vapor de la Armada Tte. Herreros. Encontró allí a su amigo Matías Alonso Criado, cónsul de Paraguay en la República Oriental del Uruguay.
En aquella hermosa fiesta con arpas, bailes y poesía, el visitante bailó con muchas jóvenes, pero quedó especialmente prendado de una «de nariz aguileña, delgada, esbeltísima, muy bien parecida y que me resultó sumamente simpática».
No logró identificarla; creyó que era hija de un señor de edad, tuerto, de apellido Peña. «En el viaje de vuelta le pregunté a Matías quién era esa niña, y me contestó que era una de las hijas del presidente González y que se llamaba Celina».
Lo siguiente fue un típico caso de enamoramiento súbito que el mismo autor definió en su texto de manera comprensible para todos: «Aquella noche no dormí casi nada».
La historia social se enriquece con estas memorias, pues una semana más tarde, el 7 de agosto, en el Gran Salón de la Cancha Sociedad hubo un banquete donde estuvo toda la sociedad paraguaya, como Ricardo Bugada, Félix Diez, Daniel Larrucca, Victorino Abente, Francisco Montero, Ramón Macías, Pedro Jorba, Sancho Jiménez, Ramón Olascoaga, español también, catedrático de Economía Política en la Universidad, y muchos otros.
Calzada fue también invitado a la inauguración del trecho del Ferrocarril de Villarrica a Pirapó, construido por una compañía inglesa.
Dice Calzada: «durante el tránsito he podido observar la cultura y la bondad del pueblo paraguayo y sus grandes simpatías al presidente González, caballero de trato afable y distinguido, sencillo y accesible para grandes y pequeños y verdaderamente deseoso de hacer el bien al pueblo cuyo destino dirige».
Mal podía saber que en poco más de dos meses la revuelta del 18 de octubre estaría a punto de dar por tierra con su gobierno.
Entre las personalidades con trato cercano a Calzada no podía faltar el general Bernardino Caballero, uno de los héroes de la famosa guerra, jefe del Partido Colorado, dominante entonces, y ex presidente de la República, «el cual desde el primer momento me brindó una amistad franca, que de todas de veras le agradecí; organizó en mi obsequio el 23 de agosto una fiesta campestre en Cerro Porteño, inmediato a Paraguarí».
Durante su estada, anotó también Calzada que: «El 30 de agosto, día de Santa Rosa, santo de mi madre y de la madre de aquella a la cual mi corazón se había entregado por completo, hice a esta una formal declaración de mis sentimientos, que vi amablemente correspondida, y el 8 de setiembre me acompañaba Alonso Criado a pedir su mano. El momento era solemne. Los papás pusieron algunos reparos; era para ellos un dolor muy grande que su querida hija se fuese tan lejos; además, era muy joven: solo tenía 15 años».
Señaló Alonso Criado, su acompañante: «Aquí hay un solo juez que puede resolverlo todo: es Celina».
Su padre, el Sr. González, respondió: «¿Y qué dice Celina?»
Ella respondió que sí, «y sin demora puse un cablegrama a mi familia anunciándole mi compromiso y pidiendo a mi padre que viniese a ser padrino de casamiento. Toda la prensa me reconoció como futuro hijo político del presidente de la República. Tengo el recuerdo de que al partir el barco para Buenos Aires doblaban las campanas por el fallecimiento del obispo Aponte».
El Correo Español del 11 de diciembre de ese año publicaba: «En el vapor Las Mercedes parte hoy a las diez y media para la Asunción del Paraguay nuestro director, acompañado de su señor padre y algunos amigos. Deseámosles a todos feliz viaje».
Cuenta Calzada: «Al llegar a Villeta la tarde del 18 de diciembre observé feliz que había venido a esperarme mi futuro padre político con una brillante comitiva. Y a las 9 de la noche del 26 de diciembre contrajimos matrimonio, que bendijo Juan Sinforiano Bogarín, cura de la Catedral, que no mucho después fue propuesto al Vaticano en terna, por el presidente González, para Obispo del Paraguay».
La prensa argentina hizo notar que se trataba del primer caso, desde la época de la independencia, de un español que se unía en matrimonio con la hija de un jefe de Estado en ejercicio del poder.
Rafael Calzada, prominente español nacido en 1854 en la Villa de Navia del Principado de Asturias, migrado a América y radicado en Buenos Aires, se había tomado el trabajo de recorrer varios países americanos, cuyos detalles fueron abordados en el tomo IV de sus obras completas, Cincuenta años de América: Notas Autobiográficas (Buenos Aires, Casa Editora de Jesús Menéndez, 1926).
Jamás imaginó que en aquel viaje fugaz a la República del Paraguay terminaría casándose con Celina González Peña, hija del primer magistrado, a quien conociera de casualidad en una fiesta campestre y con quien, luego de sacarla a bailar, conversara tan animadamente, sin saber quién era, signado su destino por un amor fulminante e inesperado.