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Hijo de la erudita Helvia Paulina y del retórico y procurador imperial Marco Lucio Anneo –más conocido como Séneca el Viejo–, el filósofo estoico Lucio Anneo Séneca –conocido también como Séneca el Joven– nació en Córdoba –entonces capital de la provincia Bética de la Hispania romana, y actualmente parte de España–, hacia el año 4 antes de nuestra era. Acusado de participar en la Conjura de Pistón –nombre dado por Suetonio a un complot para asesinar al césar, Nerón, uno de cuyos principales instigadores fue al parecer el cónsul Cayo Calpurnio Pisón–, fue obligado a suicidarse en el año 65. El episodio se encuentra en los Anales, de Tácito, y en la Vida de los Césares, del ya citado Suetonio.
Ese mismo año infausto y por el mismo motivo se suicidaron, entre otros supuestos o reales conspiradores, el famoso poeta Lucano –autor de la Farsalia–, que era sobrino de Séneca, el propio Pisón, de quien se dice que esperaba, tras la muerte del emperador, subir al trono, y Petronio, arbiter elegantiarum de la corte romana y autor de la primera novela picaresca de la literatura europea, el Satiricón.
Antes de cortarse las venas, por cierto, el gran Petronio se vengó del emperador enviándole una humillante carta en la que se reía de su mal gusto y de sus vanas pretensiones de ser un gran artista. En realidad, envió ese alarde de ingenio a la posteridad como un inolvidable regalo, cabe señalar, ya que de regalos memorables hablaremos –o, mejor dicho, hablará Séneca– hoy, domingo, a cinco días de la Navidad.
El pensamiento económico de Séneca puede encontrarse especialmente en dos de aquellas obras suyas que han llegado hasta nosotros, sus Epistulae Morales ad Lucilium (usualmente traducidas como las Cartas a Lucilio) y su tratado en siete libros De Beneficiis (Sobre los beneficios), en el cual, a contracorriente del mundo que le rodea y que parece moverse solo por el afán de ganar dinero, Séneca se inclina por valorar el don y el intercambio de regalos y favores, y analiza con sutileza la satisfacción que el beneficio brindado por ellos supone para el bienhechor, así como la gratitud que obliga al beneficiario a devolverle, incluso con creces, el obsequio.
A continuación, ofrezco a los lectores como un presente navideño mi traducción al español de uno de los bellos pasajes del tratado de Séneca sobre el antiguo arte del regalo:
«Imaginemos lo que podría proporcionar mayor placer después de haberlo obsequiado: lo que atraería con frecuencia la mirada del agasajado y le haría pensar en nosotros cada vez que lo viera. En cada ocasión, tengamos cuidado de no enviar regalos inútiles, como armas de caza a una mujer o a un anciano, libros a un tonto o redes de pesca a alguien dedicado a la literatura.
Sin embargo, cuidemos igualmente, aunque deseemos hacer regalos que sean bienvenidos, de no enviar lo que pueda atraer reproches a alguien por una falla, como vino a un borracho o medicinas a un hombre sano.
Porque algo que descubre una falta en el destinatario resulta ser un insulto, no un regalo.
Si la elección del regalo es nuestra, debemos pensar especialmente en lo que perdurará, de modo que el regalo dure el mayor tiempo posible. Porque hay en realidad pocas personas lo bastante agradecidas como para pensar en lo recibido cuando no lo ven. Pero incluso en los ingratos la memoria revivirá con el don mismo cuando se encuentre frente a ellos, y no les permitirá ser olvidadizos. Y debemos buscar regalos que perduren aún más por el hecho de que nunca hemos de recordárselos a nadie: dejemos que las cosas mismas provoquen un recuerdo que no se desvanezca.
Daré plata esculpida en lugar de dinero, y entregaré estatuas más abundantemente que ropa u otras cosas que se deterioren después de un breve uso. Entre muy pocos dura la gratitud más de lo que duran los propios objetos. Mayor es el número de personas para las cuales los dones no persisten en la mente por más tiempo del que están en uso. Así que, si es posible, no quiero que mi regalo se agote. Déjalo durar, déjalo adherirse rápido a mi amigo. Déjalo vivir a su lado.»
«Videamus, quid oblatum maxime voluptati futurum sit, quid frequenter occursurum habenti, ut totiens nobiscum quotiens cum illo sit. Utique cavebimus, ne munera supervacua mittamus, ut feminae aut seni arma venatoria, ut rustico libros, ut studiis ac litteris dedito retia.
Aeque ex contrario circumspiciemus,ne, dum grata mittere volumus, suum cuique morbum exprobratura mittamus, sicut ebrioso vina et valetudinario medicamenta.
Maledictum enim incipit esse, non munus, in quo vitium accipientis adgnoscitur.
Si arbitrium dandi penes nos est, praecipue mansura quaeremus, ut quam minime mortale munus sit. Pauci enim sunt tam grati, ut, quid acceperint, etiam si non vident, cogitent. Ingratos quoque memoria cum ipso munere incurrit, ubi ante oculos est et oblivisci sui non sinit, sed auctorem suum ingerit et inculcat. Eo quidem magis duratura quaeramus, quia numquam admonere debemus; ipsa res evanescentem memoriam excitet.
Libentius donabo argentum factum quam signatum; libentius statuas quam vestem et quod usus brevis deterat. Apud paucos post rem manet gratia; plures sunt, apud quos non diutius in animo sunt donata, quam in usu. Ego, si fieri potest, consumi munus meum nolo; extet, haereat amico meo, convivat.»
(Seneca, De Beneficiis, 1,11-12.)
Feliz Navidad.