Friedrich Engels, mucho más que un «segundo violín»

En el bicentenario del nacimiento en Barmen-Elberfeld, Prusia, del gran filósofo alemán Friedrich Engels, uno de los autores que marcaron el pensamiento moderno.

Engels en 1868 (Fotografía de George Lester).
Engels en 1868 (Fotografía de George Lester).Archivo, ABC Color

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Es casi imposible encontrar en la historia moderna una simbiosis intelectual tan acabada como la de los autores del Manifiesto Comunista. Sin embargo, el nombre de Engels descansa a la sombra del de Marx. La reducción de su papel al de amigo y sostén financiero de la familia Marx es moneda corriente. Esta interpretación es injusta, por más que el mismo Engels, en repetidas ocasiones, haya definido su contribución personal con excesiva humildad: «Lo que yo aporté […] pudo haberlo aportado también Marx aun sin mí […] Marx tenía más talla, veía más lejos, atalayaba más y con mayor rapidez que todos nosotros juntos. Marx era un genio; nosotros, los demás, a lo sumo, hombres de talento. Sin él, la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre» (1).

Declaraciones como esta abonaron la noción falsa de un Marx superior y un Engels inferior –un «número dos»–, devoto escudero de su genial amigo. En el siglo XX, esa idea degeneró en una corriente anti-Engels impulsada por intelectuales como György Lukács, Jean Paul Sartre, Louis Althusser, entre otros. En nombre de un pretendido marxismo purificado, esta escuela se empeñó en separar su pensamiento del de Marx, señalando supuestas diferencias teóricas y metodológicas en la dupla, armazón ideo-política que no cabe discutir aquí.

En ese contexto, un buen modo de recordar el bicentenario del nacimiento de Friedrich Engels, incansable revolucionario y uno de los intelectos más agudos del siglo XIX, consiste en mostrar que su obra posee luz propia. Esto implica estudiar, comprender y rescatar el verdadero significado de su legado como cofundador del socialismo científico.

El intento de separar la obra de Marx de la de Engels es estéril. La influencia del uno sobre el otro, indistintamente, actuó como una constante fuente creadora para ambos.

Por supuesto, no se trata de cuestionar el genio de Marx sino de comprender que la talla intelectual y el arrojo militante de Engels no fueron menores. Fueron complementarios. Estoy entre aquellos que sostienen que, sin Engels, no existiría Marx tal como lo conocemos. Tampoco existiría el marxismo. No se puede concebir la obra de Marx sin considerar a Engels, y viceversa.

La participación de Engels fue decisiva en muchos aspectos. Para empezar, digamos que él se declaró comunista antes que Marx. También fue el primero que se interesó por el estudio de la economía política. Su artículo «Apuntes para una crítica de la economía política», redactado a finales de 1843 y publicado en los Anales franco-alemanes, contribuyó sobremanera para que Marx se interesara por el estudio de la economía capitalista.

Un elemento básico para entender el carácter y la dinámica de la relación entre ambos es que Engels nunca necesitó ser convencido por las ideas de su amigo. El propio Marx lo reconoció en 1859: «Friedrich Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas, había llegado por distinto camino al mismo resultado que yo» (2). Esto muestra, en parte, que la contribución de Engels en la investigación que desembocaría en El Capital superó largamente el aporte material.

De hecho, es muy difícil discriminar qué parte escribió quién en las obras firmadas conjuntamente. Existen textos que llevan únicamente la firma de Marx, pero fueron completados por Engels, como los dos últimos volúmenes de El Capital. O, como se supo mucho después, los artículos publicados con el nombre de Marx en el periódico estadounidense The New York Daily Tribune durante la década de 1850, escritos enteramente por Engels para que Marx pudiera acceder a alguna renta. No fueron pocos. Entre 1851 y 1862, Engels escribió la mitad de los más de quinientos artículos que aparecieron con la firma de su camarada. O bien el capítulo que Marx escribió para la célebre obra de Engels, el Anti-Dühring (1878), hecho que quizá nadie hubiera notado sin la revelación espontánea que hizo su autor en el prefacio a la segunda edición de 1886 (3).

Los jóvenes Marx y Engels escribieron La Sagrada Familia (1844), La ideología alemana (1846) y el Manifiesto del Partido Comunista (1848). Pero en 1842 el inquieto Friedrich ya había realizado los primeros contactos políticos y personales con el movimiento owenista y cartista, y tres años después publicó su icónica Situación de la clase obrera en Inglaterra, sobre la base de un riguroso estudio de estadísticas oficiales y, sobre todo, de la observación directa de las terribles condiciones de explotación a las que estaba sometido el proletariado de Manchester, uno de los epicentros de la revolución industrial.

En esta obra, considerada un clásico de la sociología moderna incluso por detractores del marxismo, Engels anticipó conceptos que Marx utilizaría en El Capital: «Toda la diferencia con respecto a la esclavitud antigua practicada abiertamente es que el trabajador actual parece ser libre porque no es vendido en una sola pieza, sino poco a poco, por día, por semana, por año, y porque no es un propietario quien lo vende a otro, sino él mismo es quien se ve obligado a venderse a sí mismo, pues no es el esclavo de un particular, sino de toda la clase poseedora» (4).

Mal que le pese a los llamados marxistas académicos, la elaboración teórica de ambos se combinó siempre con la práctica revolucionaria. Nunca fueron pensadores de gabinete, puesto que no se trataba solo de interpretar el mundo sino de transformarlo. Así, organizaron la dura pelea programática que transformó la utópica Liga de los Justos en Liga de los Comunistas. Cuando comenzó la ola de revoluciones democrático-burguesas de 1848, abandonaron Bélgica para establecerse en Colonia. En esta ciudad publicaron el periódico Neue Rheinische Zeitung (Nueva Gaceta Renana), que superó seis mil abonados. En 1849, un intrépido Engels se enroló como voluntario en el ejército de Baden-Palatinado, específicamente en el destacamento al mando del general Willich. Allí participó en la elaboración de planes militares contra el ejército prusiano e intervino personalmente en cuatro grandes batallas. La lucha se emprendía con la pluma y en las barricadas.

La contrarrevolución que sobrevino a la derrota de la «Primavera de los Pueblos» hizo que Marx y Engels, como miles de revolucionarios, sufrieran una dura persecución que los obligó a emigrar a Londres.

A finales de 1850, Engels debió instalarse en Manchester para trabajar en la firma de la que su padre era copropietario, la Ermen & Engels. La monotonía de estar sentado en un escritorio, además de terriblemente tediosa para un hombre con sus dotes intelectuales, dejaba poco tiempo para la actividad política práctica. Aunque detestara su rutina laboral en el «comercio inmundo», comprendió que ese sacrificio era necesario para ganar el dinero que permitiera a Marx dedicarse enteramente a escribir su obra maestra.

Una herencia de este largo periodo es la correspondencia casi diaria que mantuvo con Marx, pródiga en lecciones acerca de numerosos problemas teóricos y políticos. La mayor parte de las 2.500 cartas entre los dos datan de 1849 a 1870, tiempo durante el que despacharon, además, cerca de 1.500 misivas para activistas e intelectuales de casi veinte países. Esta abundante correspondencia estuvo favorecida por el hecho de que Marx podía leer en nueve idiomas y Engels dominaba doce.

Aunque separados físicamente, la estrecha colaboración intelectual también ofrecía momentos de profunda emoción que, a su manera, ayudan a ilustrar los lazos de camaradería y la humanidad entre ambos.

Existe una carta conmovedora que Marx escribe a Engels para informarle que había finalizado el primer tomo de El Capital: «Por fin este tomo está terminado. Solo a ti debo el haber podido concluirlo. Sin tu ayuda ilimitada jamás habría podido dar término al trabajo prodigioso de tres tomos. Te agradezco con todo el corazón y te abrazo» (5).

En efecto, el sostén brindado por Engels fue determinante para la culminación de esta obra. Ante cada necesidad de Marx, teórica o personal, Engels siempre acudió incondicionalmente. La ayuda material, además de una muestra de profunda amistad, siempre fue concebida por Engels como un aporte indispensable para una causa común. Cuando El Capital vio la luz, Engels sintió que los duros años en Manchester, empantanado en un trabajo «desmoralizante», habían sido coronados.

Sin pausa, Engels se puso a escribir reseñas desde muchos ángulos acerca del nuevo libro. Con el objetivo de contrarrestar la «conspiración burguesa del silencio», envió decenas de artículos a periódicos obreros y burgueses en distintos países. Sin esta iniciativa, la influencia del marxismo en el movimiento obrero europeo habría sido mucho menor.

Pasaron otros tres años antes de que Friedrich anunciara a su socio Ermen que dejaba la compañía. El 1 de julio de 1869, escribió a Marx: «¡Hurra! Hoy se ha acabado para mí el dulce comercio y soy un hombre libre». Marx celebró la «fuga del cautiverio egipcio» de su fiel amigo dejándose llevar por la tentación de «beber una copa a su salud» (6).

Engels ahora podía disponer de todo su tiempo, energía y cualidades para dedicarse a la causa comunista. Su concurso, indispensable, vendría en buen momento. En 1870, volvió a Londres. Después de casi dos décadas, podía volver a trabajar presencialmente junto con Marx.

Engels había participado en 1864 del proceso de fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), la Primera Internacional, pero hasta 1870 no desempeñó un papel principal. Una vez en Londres, asumió una función protagónica en el Consejo General. Asumió las tareas de secretario responsable para las relaciones con Bélgica, Italia, España, Portugal y Dinamarca, y de miembro del comité de finanzas. Participó enérgicamente en toda suerte de debates programáticos y organizativos en el interior de esa formación.

Después de la muerte de Marx en 1883, Engels cargó todo el peso que implicaba continuar la tarea emprendida junto con su compañero. Pasó al primer plano luego de haber ocupado toda su vida, deliberadamente, el segundo.

«Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento», sentenció Engels ante la tumba de su inseparable compañero (7).

Nadie comprendía mejor que él la gravedad de haber perdido a Marx. En 1884 escribió a Becker: «Mi infortunio es que, desde que perdimos a Marx, se pretende que yo lo represente. He pasado una vida [...] tocando el segundo violín; y, sin dudas, creo que lo he hecho razonablemente bien. [...] Pero ahora, de repente, se espera que tome su lugar» (8).

Engels se dispuso a ordenar el legado científico de Marx. Entre sus papeles, encontró los manuscritos inacabados de El Capital. Dejó a un lado sus propias obras y se dedicó por entero a completar lo que conocemos como el segundo y tercer libros de El Capital, publicados en 1885 y 1894, respectivamente. No tuvo tiempo de preparar para la prensa el cuarto.

La edición de esos dos tomos implicó un inmenso trabajo. Engels tuvo que ordenar los papeles y retomar el trabajo donde Marx lo dejó incompleto, especialmente los materiales del tercer tomo, que eran poco más que notas sueltas; debió realizar nuevas pesquisas y profundizar otras; ordenar manuscritos y entender la caligrafía y abreviaturas casi ilegibles de Marx; cortar; editar; verificar traducciones («¡Intente ser más fiel al original!»). «Citas de fuentes sin ningún tipo de orden, pilas de ellas amontonadas, compiladas solamente con miras a una selección futura. Además, están los textos manuscritos que ciertamente no pueden ser descifrados por nadie más que yo, e incluso así, con dificultades» (9), escribió a August Bebel un Engels aturdido ante el estado caótico de los archivos de su amigo. No obstante, cumplió esta ardua tarea con satisfacción: «puedo realmente decir que, mientras trabajo en esta obra, estoy viviendo en comunión con él [Marx]» (10).

Sin Engels, la obra magna de Marx habría quedado incompleta. Este logro adquiere peso histórico, puesto que no existía otra persona capaz de concluirla. Con justicia, Lenin sentenció que: «En efecto, esos dos tomos de El Capital son la obra de los dos, Marx y Engels» (11).

En medio de la edición de las obras de Marx, Engels pudo publicar importantes obras suyas, como El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884); Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886); trabajó en los manuscritos que compusieron luego Dialéctica de la naturaleza –obra inacabada publicada en 1925– y escribió prefacios a las ediciones de textos anteriores.

Esto, sin contar que después de 1883 Engels también quedó como el principal dirigente del proceso de construcción de lo que sería la II Internacional, aconsejando a cuadros y partidos de diversos países sobre problemas de principios, de táctica y de organización. En su casa se reunían dirigentes socialistas de distintos países. Hasta su muerte, el 122 de la Regent’s Park Road funcionó como sede del «Estado mayor» del socialismo europeo.

Además de su pasión por la política, Friedrich Engels fue un hombre entusiasmado con los descubrimientos científicos y avances tecnológicos de fines del siglo XIX, principalmente en el campo de la biología, la antropología, la matemática, la física, la química… La ciencia militar, por otro lado, ocupó su mente durante muchos años. Un autor contemporáneo lo llamó «el Clausewitz rojo» (12).

Engels incursionó libremente en problemas (aún candentes) como la cuestión de la vivienda, los sindicatos, la relación del ser humano con la naturaleza, el origen de la opresión de la mujer. Su mérito en este último asunto consiste en haber dilucidado el problema como producto histórico, relacionado con la aparición de la propiedad privada, negándole fundamentos biológicos o psicológicos. En todos los campos del conocimiento intentó explicar los fundamentos del socialismo científico. En el terreno de la ciencia política, sus aportes sobre la comprensión marxista del carácter del Estado (13) merecen destaque: «El desarrollo de la producción convierte en un anacronismo la subsistencia de diversas clases sociales. A medida que desaparece la anarquía de la producción social languidece también la autoridad política del Estado. Los hombres, dueños por fin de su propia existencia social, se convierten en dueños de la naturaleza, en dueños de sí mismos, en hombres libres. La realización de este acto, que redimirá al mundo, es la misión histórica del proletariado moderno» (14).

Tomando en cuenta esta apretada síntesis de la obra de Engels, es difícil admitir su modesta autodenominación de «segundo violín» en relación con Marx.

La muerte impidió a Engels cumplir su deseo de «contemplar desde un agujerito la llegada del nuevo siglo». Engels adolecía de un cáncer de esófago. Sin embargo, hasta el final conservó su personalidad vital, alegre, penetrante. Engels, para escándalo de ciertos medios académicos que destilan puritanismo, siempre celebró la vida. Sus compañeras de vida fueron obreras de origen irlandés, algo indigesto para la «respetable» sociedad victoriana. Buen anfitrión, le encantaba abrir las puertas de su casa a amigos y camaradas, regando los debates con vino y cervezas tipo Pilsener. Las celebraciones de sus cumpleaños, la navidad o las reuniones que seguían el conteo de votos para el Reichstag solían extenderse hasta la madrugada. Era amante de la literatura, el arte, la poesía, la música, los idiomas, los viajes, adoraba montar a caballo, conocer personas y sitios nuevos. Disfrutaba al máximo sus vacaciones en las playas de Eastbourne.

En noviembre de 1894 legó una buena suma de dinero al partido alemán a los cuidados de Beber y Singer, a quienes pidió «bebed en recuerdo mío una botella de buen vino». La última carta que se conoce la dirigió a Laura Marx. Lamentó la «crisis que se aproximaba» en el doloroso «campo de papas» que se le había formado en la garganta. Luego, la despedida: «No tengo la fuerza para escribir largas cartas, así que adiós. Por tu salud, un vaso lleno de ponche de huevo con una dosis de coñac» (15).

Murió el 5 de agosto de 1895 con 74 años. De acuerdo con su «resuelto deseo», las cenizas fueron lanzadas al mar en Beachy Head, cerca de Eastbourne.

¡Salud, Friedrich Engels!

Notas

(1) ENGELS, Friedrich. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana [1886]. Madrid: Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels, 2006, p. 37.

(2) MARX, Karl. Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm#_ftn5.

(3) Escribe Engels: «…como el punto de vista aquí desarrollado ha sido en su máxima parte fundado y desarrollado por Marx, y en su mínima parte por mí, era obvio entre nosotros que esta exposición mía no podía realizarse sin ponerse en su conocimiento. Le leí el manuscrito entero antes de llevarlo a la imprenta, y el décimo capítulo de la sección sobre economía (“De la Historia Crítica”) ha sido escrito por Marx […]. La colaboración de Marx se explica porque siempre fue costumbre nuestra ayudarnos recíprocamente en cuestiones científicas especiales».

(4) ENGELS, Friedrich. Situación de la clase obrera en Inglaterra. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/situacion.pdf.

(5) RIAZANOV, David. Marx y Engels. Buenos Aires: Ediciones IPS, 2012, p. 264.

(6) MAYER, Gustav. Friedrich Engels: una biografía [1934]. Madrid: FCE, 1979, p. 537.

(7) ENGELS, Friedrich. Discurso ante la tumba de Marx. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm.

(8) Engels a Johann Philipp Becker, 15/10/1884.

(9) HUNT, Tristam. Comunista de casaca. A vida revolucionária de Friedrich Engels. Editora Récord, 2010, p. 333.

(10) Ídem, p. 335.

(11) LENIN, V. I. Federico Engels. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1890s/engels.htm.

(12) BODEN, Michael. «First Red Clausewitz»: Friedrich Engels and Early Socialist Military Theory. Auckland: Pickle Partners Publishing, 2014.

(13) «En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía […]», Introducción de Engels a La Guerra civil en Francia (1891).

(14) ENGELS, Friedrich. Del socialismo utópico al socialismo científico. Madrid: Fundación Federico Engels, 2006, p. 88.

(15) HUNT, Tristam. Comunista de casaca..., p. 388.

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