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Lo he dicho en muchas ocasiones: Paraguay nunca falla en proporcionar material inesperado e inusual para el historiador, a veces cosas realmente sorprendentes. El otro día estaba hojeando notas antiguas de mi archivo y descubrí una referencia a un artículo sobre la reencarnación, publicado en El Centinela, uno de los periódicos de guerra del mariscal López. Como todos nuestros lectores saben, los periódicos estatales que funcionaron en Paraguay durante la guerra se publicaron en medio de todo tipo de problemas y desafíos. Había escasez de papel y tinta. Y la información no circulaba con suficiente libertad para permitir una cobertura total de la política y la vida en el frente. Los corresponsales tampoco podían hacerse una idea de los combates entrevistando a personas clave, ya que tales entrevistas podrían ser sospechosas de tener carácter sedicioso. En ese momento, debemos recordar, Paraguay estaba rodeado por sus enemigos aliados y cada día se perdían vidas debido a un terrible desgaste.
El Centinela, como Cabichuí y El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, era de carácter fundamentalmente propagandístico, y uno no podía esperar que proporcionara trabajos precisos o centrados en las tendencias modernas de la filosofía o la ciencia. Y sin embargo, aquí había algo sobre la noción de reencarnación. Busqué la fuente en otra caja de cartón y allí descubrí un articulito muy corto en la segunda página del número del 12 de septiembre de 1867. Era más una mirada a un fenómeno curioso que un análisis, pero el hecho de que estuviera en el periódico de ese momento me pareció fascinante. Ningún autor figuraba, y uno se pregunta qué inspiró la inclusión del tema.
La palabra moderna «reencarnación» vino de la época de los antiguos griegos, de «metempsicosis», término empleado por primera vez por Ferecides de Syros, precisado por su alumno Pitágoras y reformulado en una doctrina completa por Platón. Los griegos sostuvieron que, después de la muerte, las almas de los difuntos proceden se congregan en un lugar del Juicio donde todos eligen nuevas vidas, humanas o animales. Luego regresan a la Tierra con esa nueva apariencia. Orfeo, por ejemplo, eligió renacer como cisne, mientras que Támaras eligió renacer como ruiseñor. En sus migraciones al Lugar del Juicio y de regreso a la tierra, las almas conversaban entre ellas sobre el significado último de la realidad.
Quizás ese afán de comprender la realidad fue lo que inspiró al autor paraguayo de la pieza de El Centinela para plantear la metempsicosis. La guerra había sido dura para todos. Para septiembre de 1867, las batallas de Estero Bellaco, Tuyutí y Curupayty ya habían pasado. No parecía que el país estuviera más cerca de la paz o de una resolución política de la lucha. Hubiera sido peligroso en ese momento cuestionar el curso final de la campaña, porque eso podría haber puesto en tela de juicio el liderazgo del mariscal López. Nadie en un periódico estatal se arriesgaría a hacerlo. Pero tal vez una referencia rápida a un punto arcano de la antigua religión habría cuestionado de manera correcta la gran tragedia de aquellos tiempos. Encerraría la sugerencia de que la humanidad sufriente podría retirarse a alguna forma animal y encontrar la felicidad de manera completamente nueva. El hecho de que los guaraníes precolombinos creyeran que los hombres podían transformarse en animales y viceversa también podría haberle dado al autor de este breve articulito alguna pista extraída de la memoria colectiva de los paraguayos anteriores.
Aquí les presento el texto de El Centinela a los lectores de hoy, para que juzguen por sí mismos por qué fue escrito:
«La metempsicosis
Entre las muchas aberraciones de los Sicólogos antiguos, la más célebre fué la metempsicosis ó transmigración del alma. Esta, según ellos, pasaba de un ser á otro de diferente forma y naturaleza, dando animación, ya á un gallo, á un burro, á un mono, á un árbol [roto] ó ya posándose en el cerebro de un filósofo y de un rey. El alma según aquel sistema, seguía las metamorfosis ó transformaciones de la materia imperecedera como aquella.
Vemos á nuestro objeto: los ventrílocuos macarenos de la alianza han desempolvado aquel sistema y lo están practicando primorosamente en su cementerio. Se han transformado en escarabajos, en monos, en tortugas y últimamente en burros. No pasarán muchos días sin que los veamos convertirse en calaveras. Honor á la metempsicosis! Viva el viejo descubrimiento! “Nihil novem sub sole”».
Esta última declaración, traducida del latín del Nuevo Testamento, se extrae de Eclesiastés 1: 9 y significa que «no hay nada nuevo bajo el sol».
Quizás sí, quizás no. De lo que podemos estar seguros es de que era una pregunta tanto para el común de la gente como para los filósofos en Grecia, Roma, China e incluso en Paraguay. ¿Qué significa todo esto? Ahora que el mundo enfrenta las incertidumbres de la pandemia de covid-19, la gran pregunta filosófica recae sobre nosotros nuevamente. Incluso podríamos preguntarnos de qué hablaban las almas en el inframundo mientras esperaban su turno de reencarnar. No puedo estar seguro, por supuesto, pero puedo pensar en una posible respuesta que tiene una conexión curiosa, creo, con Paraguay y también con el gran filósofo chino Chuang Tzu (y con Jorge Luis Borges, quien también hizo comentarios sobre el tema de la migración, de ida y vuelta, de ese pedacito del ser que llamamos el alma). La anécdota china del siglo III antes de Cristo lo dice todo:
«Una vez, yo, Chuang Tzu, soñé que era una mariposa, revoloteando de aquí para allá. De repente desperté en mi cama. Ahora no sé si era entonces un hombre soñando que era una mariposa, o si ahora soy una mariposa soñando que soy un hombre».
¿Qué hay de paraguayo en esto? podrían preguntarme ustedes. La mariposa, por supuesto. Si pensamos específicamente en las palabras del poeta Ortiz Guerrero, todo queda claro:
«Panambí che raperãme
reséva rejeroky,
nde pepo kuarajhy'ãme
tamora’e añeñoty».
(«Mariposa que en mi senda
saltas contenta a danzar.
En la sombra de tus alas
quisiera al fin reposar».)
En este tiempo de covid, tal vez la idea de que todos podríamos escapar de nuestras almas de bestias y descansar bajo las alas de la mariposa vuelve a ser atractiva, como debe haberlo sido para las personas que vivían bajo la sombra oscura de la guerra de 1864-1870.
* Profesor Emérito de Historia, Universidad de Georgia